viernes, 25 de diciembre de 2020

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder

   Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas junto a ellos. Algunos me observaban con muecas de satisfacción o curiosidad, mientras que otros  contemplaban a las banshees que estaban cada vez más cerca. Todos serían cómplices de mi final y no había ningún rastro de remordimiento en sus ojos. Mi nombre no sería más que un recuerdo al amanecer y mi ser sufriría la más cruel de las metamorfosis.
   Los esbirros de la muerte atravesaron el aquelarre hasta llegar hasta su objetivo, yo. Estaba paralizado y ni siquiera era capaz de seguir gritando. Las cenizas no tenían piedad y  mis lágrimas se convertían en arena sin salir de mis ojos. Casi no podía ver ni respirar, pero me aferraba a la vida con todo mi ser porque era lo único que me quedaba.
   Observé a través del cuerpo etéreo de uno de los espectros como Cristina se ponía de pie. Al ser tan pequeña pasó desapercibida. Todos los ojos estaban puestos en mí y en las banshees que casi rozaban mi piel.
   Recordé el ritual que Tamara y yo habíamos hecho. En nuestro rito de amor cubiertos de sangre, Tamara había pedido protección para mí, pero también para Crisy. Quizás yo no tenía fuerzas para enfrentarme a Amaia, pero una pequeña chispa de esperanza afloraba en mi interior. Cristina y yo teníamos una enemiga en común. Era solo una niña, pero quizás tuviera el poder para ayudarme de alguna forma.
   Me miró a los ojos y asintió con la cabeza. Tal vez, si tenía suerte, ella podría acabar con mi vida antes de que las banshees tomaran control sobre mi alma. Sin embargo, los planes de mi hermana eran muy diferentes. 
   Cristina se desprendió de su sombra que ganó altura y corporeidad. El ente de oscuridad que la niña controlaba hizo una señal y las banshees detuvieron su marcha.
   —¡Por favor, no lo hagas! —le rogó Amaia a Cristina.
 Las damas de la muerte giraron sobre sí mismas sin dejar de llorar y se volvieron contra el grupo oscuro de mi madre. Algunos magos y brujas intentaron huir, pero uno a uno fueron cayendo tomándose el pecho y con expresiones de dolor. Incluso Amaia a quien suponían aliada de la muerte cayó sin vida. Tal vez ella nunca había tenido control sobre las banshees. Sin embargo, aquellos seres respondían a los deseos de Cristina.
   Mi hermana permanecía de pie en medio de los cuerpos inertes con una expresión indescifrable en el rostro. Una vez que cumplieron su misión las banshees se marcharon deslizándose al ras del suelo de la misma forma en la que habían llegado. Se adentraron en el bosque y su llanto se fue escuchando cada vez más lejano.
   Cristina se arrodilló a mi lado y desató uno de mis brazos lo más rápido que sus pequeñas manos se lo permitían. Temblando me deshice de las cuerdas que me apresaban y una vez libre retrocedí arrastrándome en la tierra hasta quedar sentado con la espalda apoyada contra un pino. La mayoría de las velas permanecían encendidas y dibujaban luces y sombras en los cadáveres del extinto aquelarre.
   La criatura que acompañaba a la niña como si fuera su oscuro ángel de la guarda le susurró algo al oído y ella me lo transmitió.
   —No te preocupes. Papá pudo llegar al hotel gracias a sus antiguos aliados. Ya encontró a los demás que estaban encerrados y vienen en camino. No tardarán en llegar —dijo y me regaló una tierna sonrisa que me produjo un escalofrío.
   Aquello significaba que mis amigos estaban vivos. Saberlo me reconfortó e intenté no preguntarme cómo Crisy era capaz de mantenerse tan tranquila después de la masacre de la que había sido autora. Me había salvado, pero qué sucedería si alguna vez dejaba de considerarme su aliado. Tenía solo cinco o seis años y su magia sobrepasaba a la de cualquiera que hubiese existido jamás. 
   La criatura a su lado volvió a camuflarse como una simple sombra. Tal vez fuera un ente creado por ella, pero algo me decía que aquello era mucho más que una simple invocación. El ser parecía contar con voluntad propia y eso me aterraba.
   —¡Rápido! ¡Ponete de pie! ¡Los demás ya vienen! —apremió Cristina que parecía emocionada y se levantó.
   Hice acopio de todas mis fuerzas para incorporarme. Sentía que las piernas me fallarían en cualquier momento por lo que apoyé mi espalda en el grueso tronco del pino que tenía detrás.
   Escuché pisadas y distinguí las luces de unas linternas entre la espesura. Uno a uno fueron apareciendo los rostros de todas las personas importantes para mí a las que hasta hacía algunos minutos creía haber perdido para siempre. Los primeros en llegar fueron los hermanos Nairov que miraron con asco y asombro los cadáveres. Los siguieron Tamara y Sebastián que llevaba a Ailén de la cintura. La recepcionista tenía una venda en la cabeza y tenía varios hematomas, pero estaba viva. Finalmente se hizo presente mi padre secundado por Alfonso Aigam y Ariel. La sombra  le había dicho a Crisy que mi padre había llegado gracias a la ayuda de antiguos aliados. Sin lugar a dudas se refería al viejo Al y a su nieto.
   Las miradas de todos los presentes se alternaban entre los muertos, Cristina y las marcas en mi cuerpo. Nadie parecía comprender nada de lo que había sucedido. Incluso yo que había estado presente cuando ocurrió tenía dificultades para seguir el hilo de mis pensamientos. De alguna forma el destino se había torcido a mi favor gracias a mi pequeña hermana.
   —Aquel que controle la muerte tendrá dominio sobre la vida —dijo Cristina, rompiendo el silencio de la noche y se arrodilló ante mí.
   Un murmullo se extendió entre los presentes que poco a poco se postraron a mi alrededor. Me miraban con respeto y admiración, aunque también podía distinguir el miedo aflorando de su interior.
   No entendía qué era lo que pretendía Cristina al darme el mérito de sus acciones. De pronto recordé la advertencia que me había hecho el rostro de Susana en el lago. Tenía que mantenerme alejado de Crisy. Estaba claro que la niña era muy peligrosa, pero había salvado mi vida y nuestros destinos ya se habían unido.
   Busqué apoyo en los ojos de mi padre. Andrés Rochi por primera vez me observaba con profundo orgullo. A la vista de todos había acabado con el aquelarre más poderoso y con ello me había ganado una posición de liderazgo. Sin embargo, no sería más que un títere de quien realmente tenía el verdadero poder. Sería el rostro visible, pero también alguien reemplazable si no se cumplían los deseos del poder detrás del poder. Crisy sería el verdadero poder oculto y nada ni nadie en la tierra tendría la fuerza para enfrentarse a sus deseos.
   El miedo se apoderó de cada fibra de mi ser. Quizás Tamara pudiera comprender lo que en verdad había sucedido. Ella tenía que saber qué hacer. Siempre había sido como un faro que con su luz me guiaba cuando todo parecía perdido.
   Estaba arrodillada ante mí y me observaba con auténtico terror. No quedaba ningún rastro del amor que alguna vez había visto en ellos. Sentí que mi corazón se rompía y me invadió la desesperanza. Mi destino había sido escrito y me había transformado en lo que mi padre y el viejo Al se habían esforzado en convertirme. Me había vuelto el líder del aquelarre aunque tan  solo fuera en forma simbólica.

   Cristina se levantó y se acercó a mí. Tomó mi mano y luego extendió su otra mano hacia mi padre. Se puso de pie y tomó su mano como si fuéramos una familia normal. Nuestra dinastía acababa de comenzar. Sin embargo, no estaba dispuesto a afrontar todo lo que vendría sin Tamara. Imitando a mi hermana extendí mi mano hacia mi novia que con las pupilas dilatadas por el miedo y una mano en su vientre se unió a mí. Mantenerla a mi lado por miedo era mejor que perderla por completo. Nunca iba a renunciar a ella. Yo sí la amaba. 

viernes, 18 de diciembre de 2020

Capítulo 29: El lamento de las banshees

Capítulo 29: El lamento de las banshees

   Me encontraba hecho un ovillo en el fondo de la canoa que me transportaba hacia un destino incierto y tenebroso. Las pesadillas se alternaban con una realidad aún más aterradora y durante los intermitentes momentos de lucidez me sentía mareado y embotado. Lo atribuía a la pérdida de sangre, aunque no podía descartar que me hubiesen suministrado algún tipo de droga o bien que me hubieran hechizado de alguna forma.
   Era imposible saber cuánto tiempo habíamos estado viajando, pero ya era noche cerrada cuando llegamos a tierra firme. Sin fuerzas para resistirme dejé que dos hombres me levantaran y llevasen a través de un bosque que me resultaba vagamente familiar.
   El séquito de magos y brujas leales a mi madre me escoltaba portando velas negras encendidas. Era casi imposible seguir el hilo de las conversaciones, pero la emoción que les producía mi inminente sacrificio parecía ser el motivo de tanto revuelo.
   —No puedo creer que la hayan mantenido engañada durante tantos años. No me gustaría estar en el lugar de Andrés ni del muchacho —dijo en voz baja alguien a pocos pasos de mí.
   —¡Cuidado! Podría escucharte —lo reprendió su compañera.
   Me dejaron caer de espaldas y un torrente de dolor se extendió desde mi hombro dislocado hacia el resto de mi espalda. Me rodeaban unas veinte personas. La más joven era Cristina que permanecía de pie junto a Amaia. Ambas tenían el semblante sereno e inmutable. Los demás eran hombres y mujeres de distintas edades. Nadie parecía perturbado con la situación.
   Entre los árboles distinguí las ruinas de piedra en donde mis amigos y yo habíamos intentado comunicarnos con los espíritus guiados por Tamara. Me parecía que aquello había sucedido hacía siglos. Ahora, posiblemente ellos estarían muertos. Aquella construcción maldita sería testigo de mi final y la isla Huemul se convertiría en mi tumba.
   Mi madre dio una señal y los hombres que me habían cargado hasta allí me desataron. Saqué fuerzas de la nada para intentar escapar, pero me redujeron enseguida. Alguien colocó estacas en el suelo y me ataron a ellas con las piernas  juntas y los brazos extendidos. Barajé la posibilidad de que fueran a crucificarme y comencé a gritar con todas mis fuerzas. La boca y la garganta se me llenaron de cenizas, pero no me detuve.
   Alguien rasgó mi remera para dejar expuestos mi pecho y mi vientre. Esperaba que mi muerte no resultara demasiado dolorosa. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos veía las imágenes de mi cuerpo desgarrado.
   Sentí como si una fuerza invisible intentase estrangularme y se me quebró la voz hasta que  ya no pude emitir ningún sonido. Las cenizas caían sobre mis ojos y hacían casi imposible que pudiera mantenerlos abiertos.    
   —Le robaste dieciséis años de vida a la muerte misma. Es justo que pagues por tu ofensa sirviéndola durante toda la eternidad. Aquel que controle la muerte tendrá dominio sobre la vida y hoy la muerte está de mi lado —sentenció Amaia.
   Se arrodilló a mi lado con una daga en las manos. Apreté fuerte los ojos convencido de que iba a apuñalarme. Sin embargo, fue deslizando muy despacio el filo del cuchillo por mi torso trazando el dibujo de una estrella de cinco puntas rodeada por un círculo. 
   No comprendí a qué se refería mi madre con sus palabras hasta que escuché los lamentos de las banshees. Siempre me habían atraído y asustado como solo lo oculto puede hacerlo. Parecía ser un juego del destino que me convirtieran en una de ellas. Imaginé cómo sería mi existencia a partir de ese momento. Vagando en la oscuridad de la noche para alimentarme del miedo a la muerte. Esclavizado por siempre sin obtener el descanso eterno ni la oportunidad de reencarnar en otra vida. Respondiendo eternamente a los deseos de la mujer que me dio la vida solo para privarme de ella.
   Guiados por mi madre todos los presentes comenzaron a recitar palabras para atraer a las banshees. Nunca había sentido tanto miedo. Recuperé la voz y pedí piedad por mi vida, pero mis palabras fueron acalladas por los llantos que parecían formar una triste melodía.
   Estaban cada vez más cerca. Veía sus siluetas acercarse desde todos los rincones del bosque. De todas partes llegaban decenas de espectros blancos con las facciones deformadas por el dolor. Lloraban en el desconsuelo de una agonía eterna.
   Volví a gritar, pero el único resultado fue sentir cómo las cenizas se filtraban en mi boca e irritaban mi garganta. Un ataque de tos me obligó a detenerme. El calor de mi sangre parecía quemar mi piel helada. El pecho y los pulmones me dolían como nunca antes. Gritaba con todas mis fuerzas, pero el sonido parecía perderse y unirse al lamento de las banshees. Entonces lo supe. Todo estaba perdido.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Capítulo 28: Sombras en el crepúsculo

Capítulo 28: Sombras en el crepúsculo

    Las cenizas reinaban en la isla desde los últimos días y a pesar de nuestros intentos de que no entraran al hotel, se filtraban por doquier. Me ardían los ojos y mis heridas estaban tardando mucho en cicatrizar. Sasha se había recluido en su habitación con problemas respiratorios y su hermana lo acompañaba.
   Aquella tarde Tamara y yo nos reunimos en la biblioteca. Nos encontrábamos sentados en el piso con la espalda apoyada sobre la pared. Ella me estaba leyendo un texto antiguo sobre magia celta en voz baja cuando Ailén entró y corrió hacia a nosotros tan rápido como sus tacones se lo permitían.
   —¿Qué pasó? —dije, frunciendo el ceño. 
  Temí por un momento que la condición de Susana hubiera empeorado.
   —Miren —señaló el exterior a través de una ventana.
   Me incorporé y miré hacia el lago. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y se me erizaron los vellos de la nuca.
   —¡No puede ser! —exclamó Tamara que también se había puesto de pie y observaba la escena con horror.
   Envueltas en cenizas, se acercaban seis balsas de madera cuyos integrantes vestían de negro. Distinguí en uno de los botes a una mujer con el cabello negro hasta la cintura junto a una niña que yo conocía muy bien. Crisy y mi madre nos habían encontrado. El terror me había paralizado por completo y no me dejaba pensar con claridad.
   —Tamara, avisales a tu padre y a los demás —ordenó Ailén.
   Mi novia observaba a Crisy y a mi madre y su rostro estaba tan pálido como la muerte misma.
    —¡Rápido! —gritó Ailén.
   Tamara pareció reaccionar y salió corriendo de la biblioteca. Las cenizas danzaban amenazantes en el exterior anunciando el cumplimiento de mis peores pesadillas. La puesta del sol teñía al cielo y al lago de una inquietante tonalidad rojiza.
   —¡Vamos!  Te llevaré con mi abuelo. Él sabrá qué hacer hasta que pueda llegar Andrés —dijo Ailén y me arrastró de la mano.
   Me llevó a través de la biblioteca, de la recepción y del salón comedor. Detrás de cada ventana por la que pasábamos podía distinguir al séquito de mi madre cada vez más cerca. El hotel parecía vacío y estaba envuelto en silencio. Me pregunté si ese sería el preludio del final de mi vida.
   Corrimos por un pasillo que llevaba a las cocinas y llegamos al contrafrente del hotel por una salida de emergencia que jamás había visto. Las cenizas nos recibieron y nos hicieron toser. Mantener los ojos abiertos era un gran desafío.
   El bosque de coníferas que rodeaba el hotel estaba en completo silencio y la bruma se deslizaba con solemnidad por las laderas de las montañas.
   —Intentemos salir sin que nos vean. Llevemos el bote de Tamara al agua —añadió Ailén, señalando la pequeña balsa que estaba apoyada junto con sus remos sobre la pared.
   La acomodamos en el suelo y colocamos los remos en su interior. La levantamos entre los dos con bastante dificultad. Era más pesada de lo que parecía, pero la única escapatoria que teníamos era salir por el costado de la isla intentando no ser vistos.
   —¡Rápido! —apremió Ailén, intentando desenterrar los tacones de la tierra húmeda.
   Entre el esfuerzo y las cenizas respirar se hacía casi imposible. Podía escuchar las voces y las pisadas de mis enemigos que acababan de llegar a la isla.
   Ailén tropezó y ambos perdimos el equilibrio. Solté el pesado bote. Los cortes en mis muñecas se volvieron a abrir y la piel de mis manos y de mis rodillas se rasgó al caer sobre el terreno irregular.
   Ailén gritó de dolor cuando la balsa aplastó su costado izquierdo. Estaba seguro de que la habían oído. Me incorporé con dificultad y ayudé a la joven que estaba tan magullada como yo. Escuché pisadas detrás nuestro justo cuando acabábamos de volver a levantar la canoa.
   Estábamos a unos pocos metros del agua, pero por desgracia nuestros perseguidores fueron más rápidos que nosotros. Soltamos el bote que cayó con un fuerte estruendo. Tomé un remo y Ailén me imitó. Ya no tenía sentido huir. Teníamos que pelear.
   Tres hombres mucho más grandes que yo nos alcanzaron. Agité mi remo con fuerza, para asustarlos. Sabía que era mi vida o la de ellos y no estaba dispuesto a rendirme sin pelear.
   Uno de los hombres se acercó hasta Ailén y ella blandió su remo como si fuera una espada, pero él detuvo el golpe con el brazo y se lo quitó. Desarmada e indefensa Ailén gritó y su voz se quebró antes de que aquel despreciable ser golpeara su cabeza con toda su fuerza.
  —¡Nooo! —grité desesperado y con la mirada nublada por las lágrimas.
   Ailén cayó con un ruido sordo y un charco de sangre comenzó a extenderse a su alrededor. Me lancé hacia la bestia que llevaba en las manos el remo con la sangre de mi amiga, pero me esquivó y asestó un golpe en mi hombro que me derrumbó.
   El dolor era insoportable y no podía mover el brazo derecho. Intenté incorporarme con las mejillas cubiertas por lágrimas de ira y de dolor, pero me inmovilizaron. Uno de ellos sacó una cuerda de su mochila y me ató. Me arrastraron por el bosque mientras soltaba patadas e insultos hasta uno de los botes en los que habían llegado.
   Amaia sonreía satisfecha. Subió junto con mi hermana y dos acompañantes a una de las balsas y se alejaron de la isla. El bote en el que me llevaban la siguió, al igual que los otros cuatro.

   Había perdido mucha sangre y me sentía débil y mareado. Observé el hotel, pero al no encontrar ningún rostro conocido todas mis esperanzas se desvanecieron. Sentí como se me encogía el corazón. Tal vez Tamara y mis amigos habían sufrido la misma suerte que Ailén. Estaba absolutamente solo. Sentí como las fuerzas que me quedaban para luchar abandonaban mi cuerpo. El entorno se volvió negro y me rendí a las fauces del inconsciente.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Capítulo 27: La erupción

Capítulo 27: La erupción

  Tamara se había marchado en mitad de la noche tan sigilosa como una sombra. El amanecer me devolvió el recuerdo de nuestra noche mágica. Llevaba las marcas en el alma y en la piel de aquel momento perfecto. Anhelaba volver a sentir su calor.
   Entré a la ducha y dejé que el agua recorriera mi cuerpo llevándose consigo los restos de sangre. El contacto con el agua hacía que me ardieran los cortes que Tamara me había hecho e incluso las heridas de mis brazos volvieron a abrirse.
   Salí del baño con las muñecas envueltas en un vendaje improvisado de papel higiénico. La habitación parecía la escena  de un crimen. Esperaba no tener que dar demasiadas explicaciones al personal de limpieza del hotel.
   Pese a que era un día bastante caluroso opté por ponerme una camisa negra de mangas largas para bajar a desayunar. Encontré a los hermanos Nairov en el pasillo apenas salí de mi habitación y me apresuré a cerrar la puerta para que no vieran el interior.
   —¿Qué tal dormiste? —preguntó Natasha y casi se me caen las llaves de la mano.
—Bien, ¿y vos? —dije, tratando de sonar casual.
   Intenté convencerme de que no tenía forma de saber lo que había sucedido anoche.
   —No muy bien. Las cenizas no me dejaban respirar.
   Sentí como si me saltara un escalón. ¿Acaso los restos de los sahumerios de Tamara habían llegado hasta la habitación de Natasha?
   Debo haberme puesto muy pálido porque Sasha agregó:
   —No te preocupes. El volcán Puyehue está en Chile. Acá solo llegó una columna de cenizas.
   —Seb me dijo que ayer lo llamó tu padre. Con todo el tema de la erupción no va a poder regresar hasta dentro de unos cuantos días porque no están saliendo aviones. Está pensando en volver en auto —explicó Natasha.
   Al llegar a la recepción Ailén se acercó hacia nosotros. El eco de sus tacones resonó por todo el lugar. Parecía preocupada.
   —Tengan cuidado con las cenizas. No salgan ni abran las ventanas —dijo la recepcionista con el ceño ligeramente fruncido.
   Miré hacia afuera. El paisaje se había teñido de blanco y el viento arremolinaba las cenizas que parecían fantasmas.
   —¿Esto estará relacionado con el hecho de haber abierto las puertas del infierno en la isla Huemul? —le susurró Sasha a su hermana lo suficientemente alto como para que todos pudiéramos oírlo.
   Natasha rió con la mirada perdida en los amplios ventanales. Parecía una imagen sacada de una película de fantasía.
   —Dudo mucho que sus acciones tuvieran que ver con las manifestaciones de la Madre Tierra. Sin embargo, las cenizas pueden ser tóxicas y es mejor no inhalarlas —explicó Ailén.
   Sasha se mordió el labio, pero no dijo nada hasta que nos alejamos de la recepcionista. El niño estaba convencido de que habíamos tenido algo que ver con la erupción del volcán, pero aunque yo no solía creer en las casualidades, me parecía una idea muy rebuscada.
    Una vez en el salón comedor nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Natasha y yo estábamos maravillados con el paisaje y no podíamos apartar la vista de él. 
   —Cambiando de tema, hoy tuve un sueño muy raro —agregó el pelirrojo, al darse cuenta de que llevábamos un tiempo ignorándolo.
   —¿Qué soñaste? —pregunté sin mucho interés.
   —Soñé que una niña bastante aterradora me decía que era tu hermana y que no teníamos que hacer magia porque si el agua se cubre de cenizas se rompe la protección. Me despertaron las cenizas porque “alguien” dejó la ventana abierta —dijo y miró a su hermana con recelo—. Después me volví a dormir y soñé que las paredes del hotel eran de chocolate blanco. Sería genial que así fuera, aunque podrían derretirse en verano y habría que evitar que los turistas se las coman...
   —Crisy tiene razón. Las cenizas podrían interferir con el agua —interrumpí.
   —¿Tu hermana se llama Crisy? —preguntó Natasha alzando una ceja.
   —Sí. Bueno, es el diminutivo de Cristina —expliqué.
   —¿Ella dónde vive? ¿Por qué nunca la mencionaste? ¿Qué importa si alguien rastrea nuestra magia? —me interrogó Sasha.
   Pasé una mano por mi nuca con resignación. No podía seguir manteniéndolos al margen de todo lo que sucedía.
   —En pocas palabras ella vive con mi madre que si me encuentra va a asesinarme —dije y mis amigos me miraron atónitos.
   —¿De qué me perdí? —preguntó Sebastián sentándose con nosotros para desayunar.
   —No mucho, solo que Teby tiene una hermana pequeña que también es bruja. Se apareció en mis sueños para advertirnos que estamos en peligro porque el agua que nos rodea ya no es protección suficiente. Ah y su mamá quiere asesinarlo —explicó Sasha, hablando rápido y sin respirar.
  Casi con seguridad Sebastián ya sabía todo. Sin embargo, fingió estar tan sorprendido como los Nairov. Ellos eran mi aquelarre y si iba a enfrentarme con el grupo oscuro de Amaia necesitaba tener todos los aliados posibles. Especialmente con mi padre a más de mil kilómetros de distancia.
   —Entonces no utilicemos nuestros poderes hasta que las cenizas se disipen o Andrés regrese —aportó Sebastián.
   Todos estuvimos de acuerdo. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el ritual que habíamos hecho con Tamara la noche anterior. Tal vez había sido contraproducente. Me sentía más fuerte, pero esperaba que no hubiéramos atraído al aquelarre de Amaia hasta nosotros.
   Pasé el resto de la mañana respondiendo a las preguntas de Sasha. Estaba muy interesado en mi pasado y ya no tenía sentido seguir fingiendo frente a ellos. No sabía cuándo ni cómo, pero pronto tendría que enfrentarme a mis peores pesadillas y simplemente no quería hacerlo solo.
   —Teby, estás sangrando —dijo Natasha y me tomó del brazo con cuidado.
   Me sonrojé y retiré mi mano de las suyas.
   —¿Qué pasa? ¿Querés que hablemos? —preguntó en voz baja.
   —No es nada. Fue un rasguño —mentí.
   Me sentía muy incómodo. Quería irme de allí. Sin embargo, me quedé petrificado en mi asiento al lado de Natasha mientras Sebastián le hacía una señal a Sasha para marcharse. En ese momento los odié por dejarme solo en una situación tan incómoda.

   Natasha comenzó a darme un largo discurso en el que me instaba a que hablara con ella si me sentía mal porque comprendía que por lo que estaba pasando no era sencillo. Sin embargo, consideraba que cortarme a mi mismo no era la forma de lidiar con mis problemas. Dejar que pensara que me había autolesionado era más sencillo que explicarle que había sido Tamara quien me había herido, por lo que me limité a asentir mientras ella continuaba con su monólogo.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Capítulo 26: El poder de la sangre

Capítulo 26: El poder de la sangre

    Poco antes de la puesta del sol le confesé a Tamara que sospechaba que la profecía de Ailén estaba a punto de cumplirse. Ella también creía que mi madre biológica estaba directamente relacionada con el presagio y coincidía conmigo en que teníamos que estar preparados para enfrentarnos a ella.
   —No voy a dejar que te lastime. Estoy segura de que vamos a encontrar la forma de detenerla —dijo Tamara, acariciando mi mejilla con su mano.
   Podía ver en sus ojos que hablaba en serio. Me amaba y estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa solo para protegerme. No quería exponerla, pero sabía que sin su apoyo estaría perdido.
  —Te amo —pronuncié por primera vez.
   Me regaló un tierno beso en los labios y se separó apenas de mí.
   —Voy a buscar mi grimorio. Nos vemos en tu habitación dentro de unos minutos —añadió y se alejó por el pasillo.
   Me dirigí a mi cuarto y busqué mi antiguo libro de magia. Solía mantenerlo oculto en el armario, detrás de algunas de mis remeras. No estaba seguro qué pensaba hacer Tamara, pero confiaba en ella lo suficiente como para compartir la sabiduría de mis ancestros.
   Cuando llamó a la puerta mi corazón dio un salto. No era la primera vez que entraba a mi habitación, pero no solíamos quedarnos allí demasiado tiempo. Abrí enseguida y me hice a un lado para que pudiera pasar. Noté que llevaba la mochila al hombro y que había retocado su maquillaje. Estaba preciosa.
   Sacó de su mochila un par de velas rojas y algunos inciensos. Los encendió y los colocó sobre mi mesa de luz sin pedir permiso. Después de unos segundos un penetrante aroma a lavanda inundaba todo el recinto. No me agradaba, pero no quería contrariarla.
   —¡No te quedes ahí parado! Busquemos en nuestros grimorios alguna forma para neutralizar los poderes de la bruja o algo que permita que tanto vos como Crisy estén a salvo —ordenó y se sentó sobre la cama a leer algunas hojas antiguas las cuales supuse que debían pertenecer a su grimorio.
   Me debatí internamente por una fracción de segundo sobre sentarme junto a ella o tomar una de las sillas. Tomé mi libro y me acomodé para leer a su lado, nuestros brazos no llegaban a rozarse, pero podía sentir su calor sobre la piel. ¿Por qué de pronto me sentía tan nervioso si solo estábamos buscando información? Nunca me había costado tanto concentrarme en la lectura.
   Los pactos y la magia de sangre parecían ser lo más efectivo para un enemigo tan poderoso como lo era mi madre. Sin embargo, Las advertencias de Alan con respecto a la magia prohibida me habían hecho descartar todas las páginas que podrían resultarnos útiles.
   —¡Esto es muy frustrante! No encuentro absolutamente nada útil —expresó Tamara y dejó las hojas que había estado revisando junto a las velas.
   —Yo tampoco encontré nada. A menos que nos arriesguemos a utilizar la magia de sangre, pero no creo que sea una buena idea —dije, mientras me frotaba los ojos enrojecidos por la lectura y el humo de los inciensos.
   —¿Puedo? —preguntó, estirando su mano para tomar mi grimorio.
   Asentí con la cabeza y le alcancé mi libro. Sentí como si le entregase una parte de mi alma. Era la posesión más preciada que tenía, pero ella era la única persona que realmente me importaba.
   Comenzó a pasar las páginas del libro con sumo cuidado. Se detenía de vez en cuando y fruncía el ceño o asentía con la cabeza. Después de unos minutos observándola me dejé caer hacia atrás y bostecé. Comenzaba a adormecerme cuando la voz de Tamara me sacó de mi ensueño.
   —No tenemos otra opción. Tenemos que arriesgarnos a la magia de sangre —agregó, mientras dejaba el libro abierto sobre mi almohada.
   —Tu padre dijo que podría haber consecuencias si alteramos el equilibrio... —comencé a decir, pero ella me interrumpió.
   —No estaríamos ofrendando algo que no nos pertenece. No, si te doy mi sangre y vos me das la tuya —explicó con las mejillas algo sonrojadas.
   Rebuscó dentro de su mochila y tomó una daga de plata labrada con el mango incrustado en gemas rojas. No le había dicho que sí, pero tampoco me había negado a dar mi sangre como sacrificio.
   Tamara comenzó hablar en el lenguaje de la magia. Su voz era suave y seductora, pero al mismo tiempo me producía escalofríos.
   —Ofrezco nuestra sangre como tributo para que nuestros cuerpos puedan combinarse con la magia ritual y que de esta forma podamos enfrentarnos a Amaia y a su aquelarre —sentenció.
   Aprisionó mi brazo con su mano sobre el colchón y deslizó el filo de la daga sobre mi piel. Ahogué un gemido de dolor y observé como un hilo de sangre se deslizaba desde mi muñeca hasta las mantas blancas. Repitió el movimiento con mi otro brazo. Las heridas que me acababa de abrir ardían, pero era un dolor tolerable.
   Me incorporé apenas y la atraje hacia mí. Unimos nuestros labios en un apasionado beso. Me quitó la remera y realizó un corte superficial a lo largo de mi espalda. Creo que si hubiera querido tomar mi vida en ese momento se lo hubiese permitido.
  Enredé mis dedos en su cabello y mordí su labio inferior con suavidad. Ella dejó caer el cuchillo al suelo soltando un leve gemido y acarició mi espalda muy despacio. El contacto de sus manos era doloroso y al mismo tiempo despertaba todos mis sentidos con una pasión que nunca antes había experimentado.
   Me deshice de su ropa como si supiera lo que estaba haciendo. El ritual de sangre no era más que un eco lejano dentro de mi mente. Había imaginado aquel momento íntimo con Tamara un centenar de veces. Sin embargo, ninguno de los escenarios creados por mi mente podía equipararse a la realidad. Nos entregamos el uno al otro en un frenesí de besos, rasguños y caricias hasta que las velas se consumieron por completo.

   Desperté enredado entre las sábanas. Tamara  dormía acurrucada en mi pecho y la tenue luz de la luna se filtraba entre las tormentosas nubes. Nuestras almas estaban destinadas a estar juntas desde el principio de los tiempos. Sentía que habíamos vivido una y mil vidas juntos y que así sería por siempre. Nuestra sangre era la llave que mantenía encerrado el inmenso poder que clamaba por salir de mi interior. La habíamos derramado voluntariamente y estaba seguro que a partir de ese momento nada ni nadie sería capaz de detenernos.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Capítulo 25: Grupos oscuros

Capítulo 25: Grupos oscuros

   El cielo presagiaba una tormenta y en el lago se reflejaban las nubes y los árboles. El salón comedor estaba casi vacío y atribuí aquello al fin de la temporada de verano. Encontré a mis amigos desayunando. Los saludé en forma general y me senté junto a Sasha.
   Sebastián parecía mucho más relajado que el día anterior. Posiblemente había podido  lidiar con el enojo de mi padre y Natasha se mostraba más cariñosa que nunca con él. Por algún motivo aquello me molestaba.
   Pedí un café amargo y lo bebí mientras Sasha contaba como en una ocasión había manipulado mentalmente a su maestra para que le diera las respuestas de un examen. Tal vez hubiera obtenido los mismos resultados si hubiese destinado el mismo esfuerzo a estudiar, pero estaba orgulloso de sí mismo y yo no era nadie para cuestionar sus métodos. El pelirrojo era muy astuto y tenía muchísimo poder en su interior. No podía ser casual que mi padre lo hubiera reclutado.
   A media mañana nos reunimos con Alan y Tamara en la biblioteca. El profesor hacía su mejor esfuerzo para cubrir el vacío que  el viejo Al había dejado. Sería muy difícil para él poder llenar esos zapatos, pero se notaba que hacía su mejor esfuerzo.
   En la clase aprendimos sobre la reencarnación de las almas y de los demonios. Conversamos sobre mitos, costumbres y religión, hasta que finalmente Alan abordó un tema que realmente me interesó: los aquelarres.
   —Tienen que valorar la oportunidad que les está dando Andrés Rochi. No es sencillo encontrar, personas tan poderosas cuyas intenciones sean realmente buenas. El exceso de poder es capaz de corromper. Incluso yo me vi tentado en mi juventud a unirme a un aquelarre. Cuando mi madre, que siempre había sido muy precavida, se enteró de mi decisión, nos peleamos y dejamos de hablarnos durante algunos años. En ese momento era muy terco y no quise escucharla. Aunque Alfonso Aigam era su amigo se enojó mucho con él por meterme en algo como eso —confesó Alan.
   Todos, incluso Tamara, estábamos sorprendidos ante sus palabras. Alan había pertenecido al grupo del viejo Al. Tal vez por eso la abuela de Tamara le había legado su grimorio a ella y no a su hijo. Él parecía una buena persona, pero tal vez no siempre lo había sido. Me pregunté qué habría sido capaz de hacer siguiendo las enseñanzas del inescrupuloso anciano. 
   —Cuando uno va ganando poder es muy difícil saber donde tiene que detenerse. Al sentirnos apoyados por otros somos capaces de hacer cosas que estando solos no nos atreveríamos ni siquiera a pensar. Todos los miembros del grupo pueden volverse partícipes de actos que muchas veces van más allá de lo legal. Es difícil darse cuenta cuando uno está ahí dentro. Entre los integrantes suelen circular creencias que muchas veces son falsas, pero que por no quedar afuera y animados por tus hermanos te ves tentado a probar —Alan negó con la cabeza intentando espantar las imágenes que acosaban su mente.
   —¿Qué tipo de cosas son capaces de hacer? —interrogó Sasha.
   —Son capaces de cualquier cosa. Por eso, chicos, tienen que estar atentos y deben aprender a darse cuenta si alguien está intentando utilizarlos. Algunos hechiceros son capaces de mentir, de engañar, de manipular y de estafar incluso a personas cercanas. Otros van más allá y llegan a utilizar la magia prohibida, la magia de sangre. Muchos llegan a sacrificar animales e incluso desde épocas inmemorables se le atribuye a la sangre de las vírgenes ciertas propiedades mágicas... Afortunadamente supe darme cuenta a tiempo y pude salir del aquelarre sin verme demasiado perjudicado. En cuanto Raquel, que era mi novia en esa época, quedó embarazada, me prometí que me alejaría de todo y que no permitiría que nuestra hija se acerque a la magia. Sin embargo, la magia corre por las venas de Tamara, y se volvió insostenible negar su esencia. Ahora puedo verlo  con claridad y estoy seguro de que lo mejor es que todos ustedes aprendan a utilizar su poder de la mejor forma posible y que no permitan que nadie los manipule —explicó el profesor.
   —¿Por qué la magia de sangre está prohibida? ¿Quién la prohíbe? —cuestionó Sasha alzando una ceja.
   —Bueno, no es que haya una especie de policía de la magia o algo así. Sin embargo, cuando pedimos algo es necesario dar algo a cambio, pero si lo que ofrecemos no nos pertenece directamente, como sucede en el caso de tomar la vida de otro ser, estaríamos engañando el equilibrio universal —dijo Alan y sus ojos se ensombrecieron.
   Cuanto más revelaba Alan sobre su pasado, más me intrigaba. Al igual que yo, él había participado en el grupo oscuro del viejo Al. Tal vez había vivido allí una experiencia similar a la que yo había experimentado intentando controlar a las banshees o quizás se arrepentía de las cosas que había visto o hecho. Al parecer teníamos mucho más en común de lo que había imaginado.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...