viernes, 29 de mayo de 2020

SUPERFICIE

Capítulo 2

   SUPERFICIE
   El tiempo había pintado las paredes de las casas del mismo color añejo. La naturaleza se abría paso a través de los cristales rotos de los edificios y a la distancia un columpio vacío hacía ya demasiados años se mecía con la brisa fría del otoño.
  El silencio lo envolvía todo como un manto negro y se llevaba consigo las voces acalladas de lo que algún día había sido una ciudad con niños, con risas y esperanzas. Ahora, aquello no quedaba más que en los recuerdos de la historia. 
   Daya se dirigió hacia el columpio y se sentó en él. Se quitó la máscara que llevaba. De todas formas no le duraría para siempre y no le habían dado otra. Ya no tenía sentido fingir que tenía alguna oportunidad de sobrevivir. Tan solo las plantas podrían resistir en ese lugar letal. No había visto ningún animal, ni insectos, ni rastro alguno de los seres vivos que según los libros solían habitar el planeta.
   Alguna vez había estado orgullosa de haber pertenecido a aquel grupo ínfimo de humanos que había sobrevivido a la gran explosión. Ahora, le parecía estúpido el sistema de selección artificial. “Mérito”, lo llamaban los sabios gobernantes. Ella no había hecho nada, tan solo había estado en el vientre de su madre quien se encontraba en el lugar preciso y en el momento indicado. Sus conocimientos de ingeniería habían sido útiles en la construcción de las ciudades subterráneas que los albergaban a todos. Daya simplemente había nacido allí.
   Pensar en su madre provocó que se le cerrara la garganta o quizás la radiación ya estaba haciendo su efecto. Se preguntó cómo reaccionaría la única familia que había tenido cuando se enterase de que había sido desterrada del refugio que la vio crecer. Ser expulsada al mundo exterior, era lo mismo que ser condenada a muerte. 
   Revisó el pequeño morral que le habían entregado antes de arrastrarla hacia el ascensor que la llevaría a un mundo inhabitable desde hacía más de veinte años. Un cuchillo, una muda de ropa, una cantimplora y una ración de alimento que no le duraría más de dos días. Soltó una risa amarga, si sobrevivía siete años, los piadosos líderes le habían prometido que la dejarían regresar. Pero nada podía vivir allí afuera. Ni siquiera, aquellos que habían sido desterrados tan solo por el lapso de una semana habían regresado. Su final ya estaba escrito.
   Daya miró el cielo teñido de naranja y ocre. Observó el atardecer por primera vez en su vida y se quedó maravillada por una fracción de segundo. Sin embargo, su fascinación no duró más que unos instantes. Era consciente de que pronto se ocultaría la única fuente de luz con la que contaba y no le habían dejado ni siquiera una linterna o cerillas para encender una fogata.
   Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para levantarse e ir a buscar un refugio en donde pasar la noche. Intentó abrir la puerta de entrada de una docena de casas hasta que finalmente encontró una que no tenía cerrojo.
   Agradeció no hallar dentro ningún cuerpo putrefacto y se decepcionó al no encontrar ninguna fuente de alimento en la cocina. Tampoco salía agua de los grifos. 
   Decidió que el siguiente amanecer caminaría hacia al sur. Allí, se suponía que la explosión de radiación solar había sido menos dañina. Quizá si tenía suerte podría encontrar algún asentamiento humano, pero había aprendido que la suerte nunca estaba de su lado.
    Entró en una pequeña habitación que desprendía olor a encierro y a humedad, pero que aún así resultaba más prometedora que la perspectiva de dormir al intemperie. Quitó las polvorientas sábanas que cubrían un colchón viejo y se recostó hecha un ovillo sobre la cama. Sus sueños nunca tenían piedad con ella y aquella noche no hicieron una excepción y las pesadillas gobernaron su última noche.
   Despertó sobresaltada como tantas otras veces. Intentó gritar, pero no pudo. Intentó tomar aire, pero su garganta estaba cerrada. Se incorporó llevando sus manos hacia su garganta. No podía respirar.
   El pecho le dolía y se sentía mareada. El sufrimiento pronto desaparecería, en unos segundos dejaría de existir y ya no tendría que preocuparse por nada más. Aunque lo intentó no pudo mantener los ojos abiertos por más tiempo. Cerró sus párpados tan solo por un instante y cuando volvió a abrirlos lo primero que vio fue una luz pálida sobre su cabeza que la atraía como solo lo prohibido puede atraer.
   La luz se fue volviendo pálida y cobró forma humanoide. Daya no temía, había cierta paz en aquella criatura. Se incorporó y observó que varios seres de luz comenzaban a rodearla. Se comunicaron sin mediar palabra alguna, pero a pesar de que ella era humana pudo comprender que le daban la bienvenida a su nueva vida. Podría empezar de nuevo, todo estaría bien.

martes, 26 de mayo de 2020

La araña

Tejió minuciosamente su red un martes. No era tarea sencilla para una simple araña, pero ya había dos elefantes balanceándose allí e intentando escapar. Esperaría para disfrutar aquel delicioso festín, pues pedían por ayuda y si tenía suerte, podrían atraer otra presa a la red.

viernes, 22 de mayo de 2020

LA REENCARNACIÓN DEL LOBO

Capítulo 1

       LA REENCARNACIÓN DEL LOBO

       Me arrastré como  pude a la sombra de un frondoso sauce. No era la primera vez que moría, pero siempre era doloroso y triste dejar una vida. Solté un quejido tenue e intenté concentrarme en mi respiración, pero mi mente me traicionó por enésima vez. 

    Llevé mi hocico húmedo hasta mi pata herida y el mero contacto me hizo estremecer. Sentía la quemazón del veneno avanzando por mi cuerpo con una rapidez tranquilizadora. En cualquier momento alcanzaría mi corazón y podría comenzar de nuevo.

   Pensé con nostalgia en mi antigua manada. Hacía tiempo que todos habían muerto ya, por lo que nadie me echaría de menos. No era más que un lobo solitario que moriría en completa soledad. Nadie sabría nunca por el tormento que estaba pasando en esos momentos previos a la transición.
Posiblemente, ningún ser me recordaría y era mejor así. Empezar de cero siempre era más sencillo cuando no quedaban vínculos que me atasen al pasado vivido ya que por más que se quiera no se puede volver él.

   Mentiría si dijese que no lo había intentado ya, pero el tiempo solo transcurre en línea recta durante el transcurso de una vida. Cualquiera que haya transicionado unas cuantas veces podría notar que tras la muerte el tiempo y el espacio se vuelven erráticos y es imposible descubrir en qué lugar, momento y especie se renacerá.

   Sentía como mi respiración se iba ralentizando. Es curioso que para alguien que ansía la muerte un segundo pueda durar casi una eternidad. Mi alma humana sonrió con burla. Nadie en su sano juicio imaginaría que un lobo moribundo pudiese filosofar sobre la vida y la muerte, o sobre cualquier cosa por más mínima que fuera. En definitiva, no es algo que se espere de un animal y mucho menos de uno salvaje.

   Había vivido más vidas de las que podía recordar. Algunas veces volvía a ser humano y muchas otras no, como dije era algo que yo no había podido descifrar. La primera vida que recordaba aunque ahora bastante borrosa, había sido la de un humano, pero no puedo estar completamente seguro de que no hubiese pasado por otras vidas anteriores, quizás un poco menos complejas.

   Una vez había conocido a un hombre que se jactaba de sabio y estaba convencido de que había inventado un mecanismo elíptico basado en los datos que yo le había dado. Me había jurado que luego de aquella vida volvería como un cóndor de las cordilleras. En aquella vida, le creí. No tenía motivos para desconfiar de él y me daba certezas, algo que yo ansiaba encontrar. Debo haber sido la primera ardilla bebé completamente decepcionada por no poder resolver el misterio de la vida.

   Me dejé vencer por el cansancio de quien ya está cansado de luchar. Un profundo sueño se apoderó de mí y mi alma se despidió del cuerpo de aquel lobo viejo que la había refugiado durante tanto tiempo. El dolor físico desapareció por completo y le abrió las puertas a la incertidumbre de no saber qué iba a suceder.

   Creo que no hay nada más indefenso que un alma desnuda que vaga sin cuerpo por los confines de la nada misma. Me dejé llevar por aquel principio que maneja todas las cosas y que pronto me anclaría en otro cuerpo terrenal. Así sucedía siempre, una y otra vez. 

   Me pregunté una vez más por qué yo entre tantas almas no podía tener el privilegio de dejar de existir. Nunca, en todas mis vidas, había conocido a alguien con una condición tan extraña como la mía.  

   De pronto, como si fuese la respuesta que había estado buscando, se me ocurrió una hipótesis que el silencio mismo confirmó para mí en medio de la infinita inexistencia. Quizás durante todo ese tiempo no había sido más que un sueño de un universo que estaba aprendiendo a vivir. 

martes, 19 de mayo de 2020

martes, 12 de mayo de 2020

Cantinero

Cantinero
Entró en la posada un martes con paso cansino. El sonido de sus espuelas rompieron el silencio de la noche. Ese silencio que lo acompañaba como una sombra oscura. La pálida luz le permitía ver los ojos del cantinero. Los ojos de un hombre al que lo aguarda la muerte.

martes, 5 de mayo de 2020

Audiolibro

Audiolibro
Escuché mi primer audiolibro un martes. Me transportó a mundos increíbles donde pude ver colores que nunca antes había visto.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...