viernes, 31 de agosto de 2018

EL PODER OCULTO CAP 20

        CAPÍTULO 20: ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO                            
    Comencé a mirar fascinada los distintos negocios. En algunos de ellos reposaban en las vidrieras figuras de diferentes santos y demonios. Quedé impresionada con una imagen de un esqueleto tallado en madera y me pregunté quien podría comprar algo tan feo y que yo relacionaba con la muerte. Por mi mente cruzó la idea de que tal vez alguna religión lo veneraba. Las estatuas de demonios rojos realmente eran escalofriantes. Me preguntaba qué clase de personas rendirían culto a ese demonio. Reflexioné que seguramente si esas estatuas se vendían era por que había alguien que las compraba.

    En una de las tiendas vi expuestos una serie de péndulos de distintos materiales y tamaños. También, había una serie de libros que explicaban sus usos, propiedades curativas y adivinatorias. Ingresé en la tienda dispuesta a comprar uno. El negocio me parecía un largo y fino pasillo. Este estaba dividido por un enorme mueble lleno de frascos, cajas y figuras religiosas. Una amplia capa de polvo cubría las estanterías repletas de productos. Palidecí al posar mi vista en un frasco lleno de lo que a mi me parecían ser orejas humanas. Preferí ignorarlo y seguir hacia el fondo sin detenerme a observar la espeluznante mercadería.

   En el rincón más oscuro de la tienda un anciano muy pequeño conversaba con una mujer que se sobresaltó al descubrir mi presencia. Parecía estar avergonzada y asustada de ser descubierta solicitando los servicios del anciano. El hombre caminó rengueando hacia el lugar donde yo lo esperaba en silencio. Detrás de sus sucias y gruesas gafas cuyo armazón redondo parecía ser tan antiguo como su poseedor una voz grave y ronca me dijo:
   —Bueno, bueno, tenemos a una pequeña hechicera aquí y tus padres no lo saben. Es mejor así, tu madre no lo entendería.
   Mi corazón dio un salto. No entendía como el anciano que acababa de conocer podía saber tanto de mí. No mucho después me dí cuenta que acababa de hacerme una predicción muy ambigua y que seguramente la mayor parte de las personas que compraban en ese lugar estarían relacionadas con la magia. Además, era poco probable que los padres de cualquier persona de mi edad entendieran el interés de sus hijos por las artes oscuras.

   Luego me interrogó:
   —¿Qué te trae a mi negocio jovencita?
   La mujer que aún se encontraba en el rincón evitaba mirarme. Yo le respondí:
   —Deseo un péndulo de cristal de roca.
    Rascándose la nuca añadió:
   —Ah... claro, los que trabajan con la luz y el Espíritu Santo. Querés saber si él te ama y quizás algo más. Pero guardaré tu secreto.
    En ese momento creí que el hombre estaba leyendo mi mente. Pero, nuevamente me dí cuenta que todas las adolescentes deseamos ser amadas y guardamos secretos. Abrió un cajón de un pequeño mueble y sacó tres péndulos de cristal. Estiró su huesuda mano de uñas poco cuidadas hacia mí.
   —Elegí el que más te guste mi niña.
   Opté por uno que al mirarlo descomponía la luz formando destellos de colores que parecían provenir de su centro.
   —¿Sabés cómo se usa?
   Negué con la cabeza. El anciano guardó los dos péndulos que yo había descartado y tomó de la punta de la cadena de plata al elegido.
   —Tenés que poner tu mano izquierda a unos centímetros por debajo del cristal. ¿Ves? Así, como lo estoy haciendo ahora. Necesitás poner tu mente en blanco, de lo contrario si pensás en la respuesta, te va a decir lo que querés escuchar. Nunca te olvides de saludarlo con respeto antes de hacerle cualquier pregunta. Hay muchas energías involucradas. La respuesta será afirmativa, si gira tal y como las agujas del reloj, de lo contrario lo hará en sentido opuesto. Una vez que tengas la respuesta agradesele y el péndulo va a parar inmediatamente. Mirá.
    El hombre se dirigió hacia el péndulo.
   —Hola péndulo. Decime, por favor, ¿esta niña te va a usar sabiamente?
    El péndulo sorprendentemente comenzó a girar en sentido afirmativo. Hubiese jurado que el vendedor solo lo sostenía. El movimiento no provenía de él. Cuando le dio las gracias, cesó su rotación instantáneamente.
   —Es para vos, jovencita. Predecirá lo que vos puedas predecir.
   Un interrogante cruzó como un relámpago por mi cabeza.
   —Entonces… ¿El futuro está escrito?
   Entrecerrando los ojos negó con la cabeza y se apresuro a decir.
   —Uno escribe su propio destino que se va entrelazando con el de los demás.
   El péndulo te permite saber lo que va a suceder si el presente no cambia radicalmente sus parámetros. Es decir, tus decisiones pueden cambiar el futuro y podés saber las intenciones de los demás. Tu percepción juega un papel importante en esto.
    Agradecí al hombre, le pagué y al retirarme salude irónicamente a la señora que esquivaba mi mirada. Luego salí del negocio.
   Recordé el hecho de que nunca antes había entrado en una iglesia.  Mis padres eran agnósticos y no me habían inculcado religión alguna. Así que me dirigí hasta la imponente puerta, guiada por la curiosidad. Me sorprendió desde la entrada la altura de las columnas de mármol.
   Una corriente fría proveniente de su interior contrarrestaba con el intenso calor de la calle. La inmensa altura del techo me producía una deprimente sensación de insignificancia. La oscuridad atravesada por finísimos rayos de luz provenientes de los majestuosos vitrales y la figura de la crucifixión de Cristo se alzaba sobre un atrio dorado. Lujosos candelabros y estatuas ornamentadas con bellísimas joyas se diseminaban por toda la iglesia.
   Reparé que una madre harapienta sentada en el piso cerca de mí amamantaba a su hijo y sostenía con la mano una abollada lata en la cual se sacudían escasas monedas. Algo no estaba bien, ¿cómo podían permitir lujos para las simples estatuas y hambre para las personas? No quise entrar en la iglesia. Di media vuelta, saqué de mi bolsillo un billete y lo coloqué en la lata. La mujer que no era mucho mayor que yo sonrió y me dijo.
   —Muchísimas gracias. Que Dios te bendiga.
   Volví a bajar la escalinata. Cada vez entendía menos al mundo. Se me ocurrió pensar que tal vez el hambre de algunos era lo que permitía el lujo  de otros. Quizás el cielo y el infierno coexistían, así como no hay poder sin sometimiento y no existe el bien sin el mal.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 24 de agosto de 2018

EL PODER OCULTO CAP 19

          CAPÍTULO 19: ILUMINADA OSCURIDAD
    Esa tarde de verano, salí de mi casa temprano porque mi madre me había encargado ir a comprar jalea real y germen de trigo en la herboristería que estaba frente a la iglesia. Nunca antes había ido a ese lugar, pero ella me había dado claras instrucciones de como llegar y de como actuar.
   Me había prohibido rotundamente entablar cualquier tipo de conversación con las personas que allí pudiese encontrar. Me dijo que había muchos indigentes que iban a pedir limosna a la iglesia y con su cerrada mentalidad, pensaba que la pobreza era un pecado.
   En la clínica donde ella trabajaba le habían recomendado la jalea real fabricada por los franciscanos. Ésta, solamente se vendía en esa herboristería.
    Antes de bajar del colectivo, jamás hubiese imaginado lo que me esperaba allí. En los alrededores del templo, se alzaban decenas de negocios, santerías y librerías con productos y libros esotéricos. No sólo me sorprendió el hecho de que una iglesia católica estuviese rodeada por tantos artículos paganos, sino que además, me daba cuenta de que había muchas creencias y de que el mundo mágico había buscado distintos caminos para manifestarse.
   La adrenalina crecía dentro de mí junto con la curiosidad. Me preguntaba qué cosas me podrían ser útiles y cuál sería la magia más efectiva. Recordé algo que me pareció haber escuchado alguna vez de mi abuela:  "La magia está dentro de uno mismo".
   Me llenaba de emoción el estar leyendo letreros que rezaban inscripciones como "Videncia... " y "Consulte el tarot de..." . Era evidente que había mucha gente que se dedicaba a lo que yo llamaba magia. Aunque, años después, comprendí que en realidad lucraban con lo que yo llamaba magia, aún sin tener idea de lo que la magia era realmente. 
   Me ponía más feliz aún haber llevado parte de mis ahorros por si encontraba algo que me interesase comprar.
   Una  vez dentro de la herboristería, distinguí decenas de estantes totalmente repletos de frascos llenos de sustancias que yo no conocía. El pequeño negocio estaba tan abarrotado que no podía entender cómo no se derrumbaban las torres de frascos en equilibrio inestable.
   Detrás de un mostrador de madera, un atlético joven de no más de veinte años me miraba con sus oscuros ojos parcialmente cubiertos por un desmechado flequillo rubio que le llegaba casi hasta sus sensuales labios. En su cuello llevaba una gargantilla de cuero negro con una argolla color plata. Me fascinó pensar que  al igual que Teby, él tenía un gusto muy peculiar para la ropa. Su camisa negra estaba prendida con alfileres de gancho de diferentes tamaños y de su cintura colgaban numerosas cadenas.
   Aproximándome al mostrador le solicité:
   —Necesito germen de trigo y jalea real.
   Asintió con la cabeza y comenzó a revolver en una de las cajas que estaban apiladas bajo el mostrador. Sin mirarme y con voz varonil preguntó:
   —¿Querés un frasco de 250 o de 500 gramos?
    Dude un momento, la verdad era que mi madre no había especificado el tamaño de los frascos. Luego, respondí:
   —De 250 por favor.
    Había decidido optar por el más pequeño ya que si se acababa rápido tendría que volver a comprarle nuevamente y no me disgustaba para nada esa idea.
   Pasados unos segundos, reapareció detrás del mostrador y extendió su mano de puntiagudas uñas negras alcanzándome un paquete de germen de trigo. Un momento antes de tomarlo, distinguí una blanca cicatriz que cruzaba su muñeca. Sin pensarlo sujeté su brazo fijando la vista en la herida. Luego levanté mis ojos hacia los suyos y lo interrogué con la mirada. Él retiró su brazo suavemente y bajo un poco el puño de su camisa. Dejó el paquete sobre el mostrador y sin mirarme susurró.
   —No fue nada... Fue hace mucho.
    Sonreí tímidamente. No volví a hablar acerca del tema. Estaba segura de que eso lo incomodaría y yo acababa de conocerlo.
   Después de colocar los productos en una bolsa y cobrarme, mientras me daba el vuelto me preguntó mirándome de pies a cabeza.
   —¿Te vestís de negro por algún motivo en especial? O ¿Es simplemente casual? ¿Pertenecés a algún grupo oscuro?
   Lo miré perpleja. Hasta ese momento, yo era simplemente Tamara y si bien últimamente había optado por un guardarropa extremadamente oscuro, que yo tomaba como un reflejo de mi intrincado  interior, no había reparado en que mi apariencia podía tener un significado especial.
   —La verdad, es que no pertenezco a ningún grupo. En realidad, considero que mi tendencia a usar negro nace por una necesidad de expresar un digamos... duelo por los sueños perdidos y por... la nostalgia de algo que nunca será, por decirlo de alguna manera.
   No se lo dije en ese momento, pero hasta ese instante, no me había cuestionado esa necesidad de exteriorizar la oscuridad de mis pensamientos. Pensaba que solamente me vestía de negro porque me gustaba y nunca antes, había creído que algo tan superficial como la ropa pudiese manifestar algo tan profundo como sentimientos o una postura diferente ante la vida. Pero, debía reconocer que lo que acababa de decir había impresionado al joven al cual creo que le parecí muy interesante. Para que el hilo de la conversación siguiese fluyendo, agregué.
   —¿Vos cómo te definís? ¿Sos parte de algún grupo?
   Respondió mi pregunta sin dudar siquiera un momento.
   —En algún momento de mi vida pertenecía a uno. Posiblemente, para sentirme incluído y ser parte de algo. Pero, me dí cuenta de que en realidad aunque comparto muchas ideas con los oscuros, mi propia filosofía de la vida me lleva a ser una persona aislada. Descubrí que todos estamos solos en el mundo, aunque vivamos rodeados de personas. Hay que saber apreciar las escasas oportunidades en las que el destino nos permite encontrar a alguien con quien se pueda entablar una conversación no banal. ¿Cómo te llamás?
   Le sonreí y respondí:
   —Soy Tamara. ¿Vos?
   —Ariel. ¿Vivís por acá?
   Pude sentir a mi corazón latiendo nuevamente. Supe que aunque aún sufría por Teby, más de una persona cruzaría mi camino y que yo misma iría escribiendo mi destino.
   —Más o menos, pero voy a volver. Aunque sea solamente para hablar con vos...
   Se escucharon las campanillas de la puerta. Una señora con muchos paquetes entre los brazos acababa de ingresar a la tienda. Ariel la miró unos momentos y me dijo.
   —Nos vemos pronto Tamara. Me gustaría mucho seguir hablando con vos.
   Le sonreí y salí del negocio. Mientras caminaba por las abarrotadas veredas observando los escaparates de las tiendas, mi mente trabajaba velozmente. Estaba segura de que le gustaba a Ariel, pero de lo que no estaba totalmente segura era si él me gustaba a mí. Hasta ese momento yo creía que estaba enamorada de Esteban, pero si era amor lo que sentía, ¿por qué en ese fugaz encuentro me había sentido tan atraída por Ariel?
   Rondaba por mi mente, la extraña sensación de que estaba traicionando a Teby, pero sabía que no era así, pues entre él y yo no había ningún vínculo convenido. Tal vez, mis sentidos se fijaban en Ariel como un mecanismo de defensa para no sufrir eternamente el alejamiento de mi primer amor.
   Tendría que ser cautelosa, porque no quería herir a Ariel, quién evidentemente, ya había sido herido anteriormente. Sin embargo, quería volver a hablar con él. Me intrigaban muchas cosas y me gustaba su personalidad. Además, me agradaba la idea de definirme a mi misma y de averiguar en quién me había convertido. ¿Sería tan oscura por dentro como por fuera? y ¿qué era en realidad ser oscura? Sentía que cuanto más penetraba en lo llamado oscuridad, mis ideas parecían tornarse más claras.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 17 de agosto de 2018

EL PODER OCULTO CAP 18

             CAPÍTULO 18: MENSAJES DEL PASADO
   Al entrar en mi habitación, experimenté una horrible sensación de soledad y vulnerabilidad. Por un lado, sentía que mi abuela me hacía mucha falta y que me había dejado justo en el momento en que más la necesitaba. Pensaba en todas las respuestas que podría haberme dado y en todas las cosas que podría haberme enseñado.
   Tal vez, podría volver a hablar con ella nuevamente, con la invocación de la copa... pero... ¿Si era el poder de mi mente el que movía los objetos y producía los golpes tan sólo por un incontenible e inconciente anhelo de creer en la existencia de algo más?
   Por otro lado, no podía comprender a Teby y... lo echaba de menos. Germinaba en mí la idea de que él u otra persona estaban haciendo magia en mi contra. Lo cierto, es que prefería creer que alguien realmente atentaba contra mí que pensar que mi mente se estaba sumergiendo en el oscuro laberinto de la locura. Tal vez, la paranoia me invadía. Ya no me reconocía. Había cruzado un umbral después de lo ocurrido con mi abuela.
   Había cerrado una puerta que no tenía intención de volver a abrir. Mis antiguos amigos habían quedado en el pasado, como atrapados en los recuerdos de la antigua Tamara. Yo ya no los necesitaba. Me desgarraba pensar que Teby y mi abuela a quienes sí necesitaba, no estaban conmigo.
   Reflexioné en todas las cosas extrañas que me venían sucediendo y recordé el mensaje que había aparecido misteriosamente en mi ventana. ¿La necesidad de sentirme conectada a Teby me habría llevado a creer que algún ser invisible había escrito esa advertencia?
   Sentí que ya no podía contener las lágrimas y me abracé fuertemente a mi grimorio, mientras Samanta lamía una  lágrima que acababa de caer sobre la manta de mi cama. Una voz en mi interior me decía que no todo era mentira. Estaba segura de haber logrado muchas cosas, como cuando había asustado a mi madre o cuando estalló la copa.
   Un impulso me llevó a abrir el libro, sin importar la página. Sólo quería leerlo. Aún, quería respuestas y sentía que quienes realmente hubiesen podido dármelas ya no se encontraban en este mundo. Sequé mis lágrimas con el puño de mi camisa negra y fije la vista en la página amarillenta y reseca por la que lo acababa de abrir.
    Comencé a leer: "Mente ávida que estas allí, te mostraré lo que yo vi".
   A medida que me sumergía en la lectura, mi entorno se desvanecía y el pasado se hacía consistente.
   "Yo no sabía que los elementales podían traicionarme. Tendría que haberlo sabido... ya que son torpes criaturas espirituales que no diferencian entre el bien y el mal. Ahora, los sacerdotes me buscan y en mi vientre llevo el fruto de la vida.
   Espero, que lo que escriba aquí pueda servirle a mi descendiente. Puedo ver la luna teñir de plata las ramas muertas de los árboles del bosque que me refugia del fuego de la inquisición. Más lejos resplandece la nieve.
   Escribo estas palabras con el último trozo de carbonilla que me queda de la caja que me había regalado mi padre antes de morir.
   Mi familia había sido una de las más adineradas del valle y mi padre uno de los hombres más cultos de la región, pero su bondad lo llevó a volverse demasiado confiado. Para la iglesia y la corona las mentes brillantes son peligrosas, por lo que se encargaron de deshacerse de él y de mi esposo. Los dos hombres a los que había amado.
   Todos los conocimientos mágicos que poseo recuerdo haberlos aprendido de mi progenitor. Él presintió desde el primer momento en que vio llegar al nuevo obispo con su séquito a nuestro pueblo, que un velo de persecución y muerte secundaría sus pasos. Lamentablemente, estaba en lo cierto.
   El obispo tardó muy poco tiempo en extender sus ideas, atemorizando a la gente con el Demonio y el Infierno. Comenzó a perseguir a los curanderos, a los videntes y a los pensadores. Nosotros sabíamos que el poder oscuro estaba detrás de él y que Dios no podía estar en contra de aquellos que salvaban vidas.
   Un fraile amigo de mi familia nos había confesado que se iría a otra región porque había visto aquello que no debía ver. El anciano contó que una noche había escuchado a algunos  de los nuevos sacerdotes conversando en el cementerio de la iglesia. Dijeron una oración que no pudo entender y enterraron un paquete en una tumba. Uno de ellos dijo que ya estaba hecho y se marcharon.
   Nosotros lo sabíamos y el fraile también, eso solo podía significar una cosa: magia negra dentro de la iglesia. Mi padre sin perder tiempo buscó su péndulo de cristal de roca e invocó al Espíritu Santo. Fue el fraile quien preguntó al péndulo si esas personas perseguirían a los hechiceros y curanderos para que nadie pudiera usar las fuerzas sobrenaturales para oponerse a su poder. El péndulo giró dando una respuesta afirmativa.
   Luego, le preguntaron si podíamos ser descubiertos y confirmó nuestros temores.
  Cuando acabé de leer la hoja, busqué su continuación, pero no la hallé. Posiblemente, se hubiese perdido durante el paso de los siglos.
   Deseaba seguir leyendo y saber qué había pasado, pero de algo estaba segura: había sido madre y podido pasar su conocimiento.
  Me había llamado mucho la atención la utilización del péndulo. Nunca antes, había oído acerca de su poder adivinatorio. Al parecer, mi abuela no lo utilizaba. Me preguntaba, si acaso, su información no era válida, o tal vez representaba algún otro tipo de peligro. Quizá simplemente no lo conocía.
   Además, me intrigaba saber por qué mi antepasada se sentía traicionada por los elementales. ¿Cómo podrían haberla traicionado aquellos seres en que tanto confiaba mi abuela?. Quizá fuesen capaces de delatar a otros magos en sus prácticas clandestinas de hechicería. Esto, ¿podría significar que cada vez que hacía una invocación o un hechizo quedaba una huella en el etéreo mundo espiritual?
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 10 de agosto de 2018

EL PODER OCULTO CAP 17

                                 CAPÍTULO 17: LA NIÑA
   Esa tarde, fui a la plaza a pensar. Me senté nuevamente bajo el álamo, aunque esta vez estaba sola.
   Algunas respuestas que había obtenido de mis padres aún daban vueltas por mi cabeza. Todavía quedaban muchas preguntas sin responder.
   Me distrajo de la profundidad de mis pensamientos la voz de una niña que paró su triciclo frente a mí y me preguntó:
   —¿Cómo te llamás?
   Al levantar la mirada, sólo pude sonreírle. Recordé el sueño de la noche anterior. Quizás era la premonición de que conocería a una nueva pequeña amiga.
   Ella insistió:
   —Yo me llamo Crisy, ¿vos?
   Le respondí:
   —Me llamo Tamara. Qué lindo es tu nombre. Nunca lo había escuchado.
   Ella sonrió y mirando a su derecha, donde no había nadie dijo:
   —Qué chica tan tonta. No sabe que es el diminutivo de Cristina.
   —¿A quién le hablás?
   Sin apartar la mirada de la nada agregó:
   —Además, escucha conversaciones ajenas.
   Finalmente mirándome, respondió.
   —Le hablo a quien está casi siempre conmigo.
   —¿Ella es tu amiga imaginaria?
   —No es ella. Es él y no es imaginario, es invisible, para la mayoría de la gente.
   Le sonreí a Crisy. Miré de reojo hacia mi izquierda y distinguí que había una mujer con lentes oscuros y cabello azabache largo y brillante hasta la cintura, parada junto a mí. Ella dijo fríamente:
   —Vamos Crisy. No hables con extraños.
   Sorpresivamente, la pequeña respondió:
   —Mami, Tamara no es una extraña. Estuve con ella anoche.
     La madre no pareció escucharla y siguió caminando mientras Crisy se alejaba con el triciclo. Se daba vuelta, de tanto en tanto y me saludaba con la mano.
   Pensé que era una niña muy extraña y mentirosa. Hija de una madre muy fría. Sin embargo, me recordaba un poco a mí. A pesar de que me hubiese llamado tonta y metida me había caído bastante bien.
   Me preguntaba si serían de este barrio. Nunca antes las había visto. Cuando ambas se perdieron al doblar la esquina, reparé en que a unos diez metros míos se encontraba Susana mirándome totalmente pálida. Su bolsa con manzanas estaba tirada en el piso junto a sus pies. Pensé que podía estar descompuesta y corrí a su encuentro.
   Volviendo en si me dió un calido beso en la mejilla y como si no hubiese pasado absolutamente nada, me dijo:
   —Se me cayó la bolsa.
   Mientras yo la ayudaba a recoger las manzanas, agregó:
   —¿Te alejaste de Teby?
   Dudé un segundo y respondí:
   —No, él es quien se alejó de mí. No entiendo por qué.
   Susana me abrazó y sentí su cariño.
   —Tamy, no te preocupes. Él ya va a entender que en realidad, te necesita demasiado. Quizá tiene miedo.
   Le pregunté perpleja:
   —¿Miedo?... ¿De qué tendría que tener miedo?
   Sonrió.
   —Miedo... Puede tenerle miedo a muchas cosas, como a sentir, a amar... No sé.
   Yo no comprendía.
   —¿Miedo a sentir? ¿Qué tiene de malo sentir?
   —Sí, quizá se sienta vulnerable. Tal vez, los sentimientos tan fuertes, como los que estoy segura de que siente por vos, le hacen creer que lo apartarán de su camino.
   Me quedé más intrigada aún. ¿Cómo podía saber Susana cuáles eran los objetivos de Teby?, ¿podría haber sido capaz de contarle a su madre acerca de nuestro secreto? o ¿sería otro su objetivo y no el que yo creía? Seguí escuchándola. 
   —...Pero, tal vez, Teby no se da cuenta de que a veces, es mejor estar acompañado y más por alguien como vos. Yo lo veo muy mal. No me permite ni que te nombre. En realidad, no logro entenderlo.
   Le sonreí tímidamente. Después de unos segundos, lamentablemente Susana cambió de tema.
   —Querida, ¿vos conocés a las personas con las que estabas hablando recién?
   —No, yo sólo hablé con la nena. La madre me ignoró.
   —No les hables. Se comenta que la mujer es mala persona. Escuché comentarios muy malos de ella en el barrio.
   —¿Viven cerca?
   —No... No sé... Quizás estoy equivocada. Me tengo que ir. Espero que te arregles con Teby.
   Me abrazó nuevamente y se alejó. Yo me dirigí hacia mi casa. Sentía felicidad por saber que Teby sufría por mí, aunque fuese él, quien se había alejado. Sin embargo, ese sufrimiento significaba que él me quería. Pero, sabía que tendría que esperar a que primero resolviera su conflicto interno. Extraño conflicto, pues yo no entendía. ¿Por qué se negaba a sentir lo que ya sentía?
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 3 de agosto de 2018

EL PODER OCULTO CAP 16

            CAPÍTULO 16: ALGUNAS RESPUESTAS
   Cuando bajé, encontré a mis padres sentados a la mesa. Estaban tomando un desayuno cuidadosamente preparado por mi madre, con todos los nutrientes necesarios para una sana alimentación, pero sin sabor.
   Me senté y les di los buenos días como si nada hubiese pasado. Quería respuestas y sabía que si continuaba con mi enojo no las conseguiría. Además, quería aprender a controlar mis emociones.
   Mi madre, quien no estaba segura si dirigirme o no la palabra, llenó mi taza con un nuevo producto lácteo saborizado con naranja y luego volvió a sentarse. Miré con asco el extraño contenido de mi taza. Lo probé con miedo. En realidad, no era tan feo como parecía.
   Para romper un poco el hielo dije:
   —Gracias mamá, muy rico. ¿Es un producto nuevo?
   Inmediatamente me respondió con entusiasmo, olvidando lo ocurrido la noche anterior. Me di cuenta de que había tocado el tema de mayor interés para ella y esa sería una forma para mí de acercarme cuando fuese necesario.
   —Sí, me lo dieron en la clínica como muestra. Dicen que fortalece el corazón y reduce el colesterol.
   Un producto que fortaleciera el corazón era justo lo que necesitaba en ese momento. Pero, mi problema era emocional y mi lastimado corazón no se repararía tan fácilmente.
   Le sonreí cálidamente y mientras untaba una tostada de salvado con queso descremado, interrogué a mi padre amablemente:
   —Papá, nunca me contaste como eligieron esta casa y este barrio.
   —Bueno... Tu abuela conocía a Susana. En realidad, no sé de dónde, porque ella era muy reservada con sus amistades. Susana le comentó, que para ganar un sueldo extra, algunas veces hacía guardias inmobiliarias. Como nosotros estábamos buscando casa tu abuela nos pasó su número.  Sorprendentemente nos mostró esta y quedamos encantados con ella. Susana se hizo amiga nuestra desde ese día.
   Me daba cuenta de que todo comenzaba a cerrar. No era casual mi encuentro con Teby y mi abuela tenía algo que ver en todo esto.
   Añadí:
    —Siempre me cayeron muy bien Susana... y Esteban. Hay algo que me intriga. ¿Qué habrá pasado con el padre de Teby?, ¿ella nunca les comentó nada?
   Mi madre se apresuró a responder:
   —Susana me había dicho que le dio el apellido a Esteban y que puso la casa a su nombre. Seguramente, el muy irresponsable no quería hacerse cargo del chico.... claro, y como Susana no es de muchas luces, compró su silencio regalándole una casa. Pensar que ella todavía debe quererlo. Nunca me habló mal de él... Qué ingenua. Pobre mujer. Tuvo que hacerse cargo sola de ese muchacho que es tan raro. Pero qué se puede esperar con los genes que debe tener. Cambiando de tema, ¿viste qué rica que es la leche que conseguí?
   —Sí...
   Me preguntaba, si mi abuela me había querido relacionar con Susana intencionalmente y si el interés de Teby por la magia tenía algo que ver con ella. ¿Susana sabría sobre su poder?,  ¿sospecharía sobre el secreto que guardábamos con Teby?
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...