viernes, 25 de septiembre de 2020

Capítulo 17: Teoría de las sombras

Capítulo 17: Teoría de las sombras

   El invierno era frío y las frecuentes tormentas de nieve nos mantenían aislados dentro de los cálidos muros del hotel. Sin embargo, el clima implacable no evitaba que los turistas  llegaran desde los más recónditos lugares del planeta. Venían buscando alejarse de las ocupaciones de su vida diaria, ayudaban a acrecentar con algunos ceros las cuentas de mi padre y se marchaban con las valijas cargadas de chocolates e historias que contar.
   No me molestaba el aislamiento. Además, había aprendido a ignorar a los huéspedes pretenciosos y vacíos que circulaban por los pasillos y los espacios que compartíamos. Sentía que nuestro reclutamiento y nuestro esfuerzo nos sería de utilidad en un futuro. Todo aquello vería sus frutos tarde o temprano, porque un sacrificio grande daría una recompensa de la misma magnitud. 
   Para ser sincero, aunque llevábamos un ritmo de estudio y entrenamiento agotador, creo que los cinco estábamos convencidos de que valía la pena. Disfrutábamos intentando volvernos mejores día a día y aunque teníamos una buena relación vivíamos compitiendo entre nosotros. 
   Los entrenamientos de Blas me habían permitido desarrollar los reflejos, la fuerza y el equilibrio. Con Alan aprendí a hipnotizar, a volver las conversaciones a mi favor y a analizar la totalidad de las situaciones con suma frialdad. Las clases con el viejo Al, tal como esperaba, se volvían cada vez más siniestras. 
   “Uno no puede defenderse de lo que no conoce”, solía decir el anciano para justificar sus lecciones de magia negra. Eran clases puramente teóricas, aunque estábamos seguros que en caso de ser necesario podríamos llevar a cabo ese tipo de rituales y conjuros. 
   Si bien muchas veces Al nos enseñaba simples trucos e ilusiones, en algunas de sus clases nos transmitía información realmente interesante. Durante aquellas clases de conocimiento que yo consideraba real, llevaba un libro antiguo cuyas hojas quebradizas estaban cocidas con cabello. Yo estaba casi seguro de que se trataba de su propio grimorio. Si así era, tal vez compartía con nosotros la sabiduría antigua de sus propios antepasados, aunque quizás se lo había quitado a alguien más. 
   Sus lecciones iban desde simples amarres y hechizos de amor, hasta las más cruentas venganzas. Me sorprendió saber de lo que un ser humano era capaz de hacer tan solo poseyendo el nombre completo de un enemigo desprevenido y utilizando hielo y un poco de sangre para torcer el destino en su contra. 
   Tomaba notas con lujo de detalles de aquellas lecciones que yo consideraba de magia real para agregar el conocimiento a mi propio grimorio. No tenía pensado utilizar por el momento esa información, pero en caso de ser necesario, siempre resulta útil contar con la herramienta adecuada.
  En una de sus clases aprendimos Umbraquinesis y aquello nos interesó particularmente a los cinco. El viejo Al nos deslumbró con la teoría de cómo lograr la concentración necesaria para conseguir controlar a las sombras. Para dominar la oscuridad se necesitaba tener manejo de la luz, puesto que las sombras solo pueden existir con cierta coherencia en la iluminación. Si actuábamos sobre la luminosidad repeliendo a los fotones podríamos desplegar mantos de oscuridad. De ese manto, con la concentración necesaria, sería posible crear un ente que respondiera a nuestra voluntad, un ser de sombras carente de alma. 
    —Tenemos que intentarlo  —dijo Sasha después de que el viejo abandonara la biblioteca.
   —No me parece una buena idea. La mayoría de las cosas que nos enseña Al están relacionadas con la magia negra —dijo Tamara con cierta inseguridad en la voz.
   —La magia negra no necesariamente es mala. Se vuelve mala únicamente si la usas para dañar a alguien, pero también podrías utilizarla para ayudar a otros —explicó Natasha. 
   —¿A quién ayudaríamos creando un esbirro de sombras? —interrogué para apoyar a Tamara, aunque en el fondo me moría de ganas por hacer el hechizo.
   —A nadie, pero tampoco le estaríamos haciendo daño —replicó la joven albina. 
   —Es verdad, la sombra actúa bajo las órdenes de quien la convoque. Al menos eso explicó el maestro —dijo Sebastián que siempre apoyaba lo que decía Natasha. 
   —Está bien, hagámoslo, pero solo para ver si funciona y yo no voy a convocarla —aceptó Tamara. 
   —Yo lo hago, pero tienen que ayudarme con un poco de su energía —se apresuró a decir Sasha.
   Todos aceptamos. No teníamos malas intenciones, solo volvernos cada vez más fuertes. Necesitábamos probarnos a nosotros mismos y demostrarles a los demás todo lo que podíamos hacer. En ese juego en donde todos querían tener más poder, los límites se tornaban cada vez más lejanos. 
   Sasha tomó una tiza blanca de una pequeña pizarra, que habían colocado para nuestras clases, y dibujó un enorme pentagrama en el suelo de la biblioteca. Luego, se colocó en la punta de la estrella pitagórica que apuntaba hacia el sur y los demás nos posicionamos en las otras. 
   Tenía a Sasha y a Tamara a mi lado. Nos tomamos de las manos formando un círculo. Los cinco repetimos al unísono, una y otra vez, las palabras que nuestro maestro nos había enseñado. 
   Podía sentir la electricidad en el ambiente y el aire tornarse cada vez más denso. Era igual a los momentos previos a que se desate una tormenta eléctrica. Poco a poco, la oscuridad se concentraba en el centro del pentagrama, o tal vez la luz se apartaba para que se formara aquel ente en su ausencia. A medida que el poder abandonaba nuestros cuerpos, aquella criatura parecía adquirir apariencia humana.
   Tamara me apretó la mano con fuerza cuando la criatura comenzó a caminar hacia nosotros, pero no rompimos el círculo. Aquel ser que habíamos creado y que al parecer Sasha estaba controlando atravesó nuestros brazos. Cuando lo hizo no sentí más que un cosquilleo en la nuca y el miedo propio ante lo desconocido. 
   Sasha sonreía con el ceño fruncido y procuraba no perder la concentración. Giré la cabeza para poder seguir el trayecto de la sombra. Su andar era algo torpe y pausado, pero fue ganando velocidad y fluidez a medida que se acercaba a la puerta cerrada de la biblioteca. Atravesó la madera con la facilidad que solo los entes incorpóreos pueden tener y se perdió de vista. 
   Observé a Sasha quien seguía manteniendo la concentración. Mantuvimos las manos enlazadas durante al menos un minuto más. El conjuro continuó hasta que escuchamos un grito desgarrador. Me recordó el llanto de una banshee, pero descarté que fuera una de ellas enseguida. La puerta de la biblioteca se abrió y entró una mujer mayor. Nos miró con pánico en los ojos y salió corriendo completamente pálida.  
   Rompimos el círculo y nos miramos preocupados, todos menos Sasha que se reía de nuestra hazaña indiscreta. Habíamos sido descubiertos por una huésped y las consecuencias que traería eso no podían ser buenas.

    Desconozco qué sucedió con la mujer. No volví a verla. Sin embargo, de alguna forma mi padre y Al se enteraron, porque ambos nos dieron un aburrido sermón. El que cargó con la mayor parte de la responsabilidad fue Sebastián, que conocía el funcionamiento del hotel desde hacía más tiempo que nosotros. Se suponía que teníamos que ser discretos y habíamos actuado de forma imprudente. No solo habíamos espantado a una huésped importante, sino que hacíamos peligrar todo por lo que mi padre había trabajado. Lo habíamos decepcionado y no podíamos hacer nada para enmendar nuestros actos.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Capítulo 16: Aura de hielo

Capítulo 16: Aura de hielo

   Me coloqué un poco de gel en el cabello antes de dirigirme hasta la puerta. La abrí apenas y me encontré con Tamara, que lamentablemente no estaba sola. A su lado, estaba Sasha con el puño preparado para volver a golpear.
   —¡Está nevando! —exclamó emocionado el niño.
    —Abrígate bien. Te esperamos afuera —anunció Tamara, recorriendo mis abdominales con la mirada sin disimulo.
   Si no hubiese estado Sasha en ese momento, tal vez hubiera invitado a Tamy a entrar en mi habitación. Su hermosura y sensualidad me cautivaban. Algunas noches me preguntaba si hacer el  amor con ella podría sumar un ingrediente especial a nuestra relación, pero al mismo tiempo temía que dar un siguiente paso nos hiciera perder todas aquellas cosas que yo consideraba más importantes. Amaba nuestras conversaciones y la forma en la que pasábamos las horas practicando magia o simplemente haciéndonos compañía y compartiendo momentos.
   —Está bien. Vayan ustedes y yo después los alcanzo —accedí.
   Sasha emprendió su marcha y Tamara lo siguió, pero la tomé de la muñeca, reteniéndola el tiempo suficiente para besar sus labios. Ella correspondió y continuó su camino. La observé marcharse. 
   Un cuarto de hora más tarde salí por la puerta principal del hotel. A pesar de que tenía un tapado negro, un par de guantes, borcegos y una bufanda, sentí que el viento gélido del Sur me quemaba la piel de las mejillas. Caminé bordeando el edificio con los ojos entrecerrados por el frío. No tardé demasiado en encontrar a Sasha y a Tamara resguardados detrás de un grupo de pinos.
   El pequeño observaba boquiabierto la escena y no lo culpaba. Si bien, un halo de ocultismo y de misterio rodeaba a todos los habitantes permanentes de la isla, no era frecuente ser testigo de verdaderos actos de magia. Entre las muchas cualidades que Tamara poseía, lo que más me atraía de ella era el poder que emanaba de su interior. Lo que hacía no consistía en ningún truco. Era magia real. 
   Estaba arrodillada sobre una porción de césped que la nieve no se atrevía a cubrir. Tenía los ojos cerrados y la rodeaban llamas blancas y translúcidas que danzaban. Aquel extraño aura de hielo se hacía cada vez más grande y repelía, o más bien, absorbía la nieve a su alrededor. 
   —Alucinante —murmuró Sasha.
   Los bucles rubios de Tamara danzaban con la energía que emergía de su ser. Ella continuó canalizando su magia durante algunos segundos. Luego, abrió los ojos. Cuando lo hizo, desapareció de repente el halo que la rodeaba y la nieve volvió a caer sobre su cabello.
   —¿Cómo hiciste eso? —preguntó Sasha caminando hacia ella.
   Tamara se puso de pie con una sonrisa triunfante en el rostro y explicó:
   —No estoy segura. Creo que simplemente dejé de preguntarme por la forma de lograr hacer algo y me dejé llevar por lo que sentía. No hice más que convertir materia en energía. En ese momento lo vi con mucha claridad. Creo que el universo mismo fue quien me enseñó. Es muy sencillo, pero al mismo tiempo no encuentro palabras que le den significado. Estoy segura de que si ustedes logran entrar en esa especie de sintonía con todo lo que existe, también podrían lograrlo. Creo que podemos hacer lo que nos propongamos si rompemos las barreras que nos atan a lo tangible. 
   Tamara se acercó a mí y la rodeé con un brazo. Estaba orgulloso de sus logros y sentía que a su lado aprendería más que con cualquier tutor costoso que mi padre pudiera conseguir. Teníamos que seguir perfeccionando nuestros dones por nuestra propia cuenta. Tomaríamos lo necesario de los demás, pero la clave estaba en seguir nuestro íntimo instinto y el mío decía que no podía alejarme de ella.

   A partir de ese día, guiados por la sabiduría que Tamara llevaba dentro, Sasha y yo incrementamos muchísimo nuestro poder. Sebastián y Natasha, aunque algunas tardes se sumaban a nuestros experimentos, seguían atrapados en las meras ilusiones que el viejo Al nos ofrecía a todos. 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Capítulo 15: Heredera

Capítulo 15: Heredera

   Disfrutaba profundamente de aquellos momentos en los que podía distraerme de los estudios y alejarme de todo el mundo teniendo a Tamara como única compañía. Creo que si no hubiera sido por ella, la presión y la culpa que cargaba sobre mis hombros me hubieran destrozado por completo. 
   Tamara era como un faro que ayudaba a que no me pierda en medio de un mar de tinieblas. Aún así, algunas noches me despertaba gritando o invadido por la pena. Me arrepentía de no haber sabido valorar los momentos que había vivido con mi madre de crianza. En la distancia, aquellos recuerdos se tornaban cada vez más dolorosos. 
    Durante el día me esforzaba en ser el mejor en las distintas materias y disciplinas que me habían asignado. Quería lograr la perfección, a pesar de que nada que existiese podría alcanzar características semejantes. Siempre me había gustado desafiar las leyes que nos atan al mundo material experimentando con lo oculto. 
   Una tarde fría del mes de junio en la que había salido a caminar por la orilla del lago junto a Tamara, una llovizna que pronto se convirtió en aguanieve, frustró nuestro paseo y nos obligó a regresar al hotel. Cuando entramos estábamos empapados y tiritando. Aunque lo más lógico hubiese sido subir a cambiarnos, los actos que cometemos por amor carecen de sensatez y nos quedamos abrazados allí durante un tiempo considerable. Solo nos separamos cuando Ailén se acercó a nosotros con unos toallones blancos con el logo del hotel que tenía el dibujo de una cruz egipcia.
   —Gracias —dijo Tamy algo sonrojada.
   —El  clima está cambiando muy rápido. Eso nunca es buena señal —comentó Ailen observando las gotas de lluvia que se deslizaban por los amplios ventanales y nublaban la vista. 
   —Había sol cuando salimos —comenté envuelto en el toallón.
   Ailén observó a Tamara con un dejo de lo que solo pude interpretar como tristeza. 
   —Pido disculpas por mi indiscreción, pero es que todavía no comprendo qué es lo que está haciendo aquí una chica como vos. 
   —Mis padres consiguieron trabajos mejores que los que tenían en Buenos Aires —explicó mi novia.
   —No, lo que quiero decir es que puedo ver tu aura y es muy blanca y brillante. Quizás crean que estoy loca, pero mi abuelo es chamán —Ailén parecía avergonzada. 
   —¿En serio podés ver el aura? Eso es genial y no creo que estés loca —agregó Tamara emocionada por el cumplido. 
   No me sorprendía en absoluto que Ailén tuviera ciertos poderes. Posiblemente, la habíamos subestimado al creer que ignoraba todo lo que sucedía en el hotel. 
   —Sí. Mi abuelo me  enseñó cuando era pequeña. Si estiran sus manos con los dedos separados y desvían apenas la mirada podrán verla. Varía de persona a persona, pero el color blanco está relacionada con las personas buenas y poderosas. También puede variar según el estado de ánimo y las acciones que tomamos —explicó la recepcionista.
   Tamara inspeccionó sus propias manos intentando ver su aura. Yo en cambio, prefería no saber cómo habían afectado mis malas acciones al color de mi alma y esperaba que Tamara no intentara descifrar mi ser. Era prácticamente intentar violar mi intimidad.
   —Debés haber aprendido mucho de tu abuelo. Sos muy afortunada —dije consiguiendo que Tamara deje de intentar ver más allá de lo visible aunque fuera por algunos momentos. 
   —Sí. Se suponía que yo me convertiría en la nueva chamana de la comunidad, pero él me sugirió o más bien me exigió que buscara un trabajo en el hotel. Dijo que sería más útil aquí, aunque no tengo ni idea de cómo. Me siento rodeada de un montón de oscuridad. Algunos días siento que me gustaría regresar con mi familia. 
   Me debatí internamente sobre decirle o no acerca de la profecía que ella misma había revelado, pero por algún motivo, opté por guardar silencio. Tamara tampoco mencionó lo que yo le había contado.
   Escuché unos pasos provenientes de las escaleras y al girar me encontré con unos ojos lilas que me miraban con curiosidad.
     —¡Ahí estaban! Me preocupaba que se hubieran perdido en la tormenta. ¡Están empapados! Será mejor que vayan a cambiarse si no quieren estar con cuarenta grados mañana. Voy a estar entrenando por si quieren venir más tarde  —dijo Natasha y sin detenerse se dirigió hacia el gimnasio del hotel.
   La joven albina llevaba unas calzas rojas y una polera negra muy ajustada. Si bien el entrenamiento físico formaba parte de nuestro plan de estudios, Natasha parecía disfrutarlo más que nadie. Le gustaba desafiarse a sí misma con rutinas cada vez más intensivas y era la única que había entablado una buena relación con Blas, nuestro entrenador personal. El hombre era un físicoculturista retirado, cuyo pasatiempo favorito parecía ser el de humillar a un grupo de adolescentes a los que llevaba al límite de sus capacidades físicas. Aún me dolía todo el cuerpo por el entrenamiento del día anterior, lo que menos me apetecía era volver al gimnasio en ese momento, pero decidí que era mejor no mostrar debilidad frente a las chicas.
    —Claro, quizás más tarde vayamos  —dije aunque sin mucho entusiasmo. 
   Noté que Tamara estaba tiritando aferrada de mi brazo y agregué:
    —Mejor subamos por algo de ropa seca. 
   Ella asintió con la cabeza. Nos despedimos de Ailén y nos dirigimos al primer piso. Mi habitación estaba unas puertas antes que la de Tamara y nos detuvimos ahí.
    —Me voy a dar un baño y después paso a buscarte, ¿está bien?  —me dijo Tamy.
    —Bueno, princesa  —le di un beso apasionado que le devolvió el color a las mejillas antes de entrar a mi cuarto.
    Me quité rápidamente la ropa mojada y la arrojé en el cesto de la ropa sucia. El personal del hotel se encargaría luego de llevarla a la tintorería y de guardarla en mi armario una vez que estuviera limpia y planchada. Eran muy eficientes. Ya conocían mis gustos y periódicamente mi padre los enviaba a la ciudad de Bariloche a que me trajeran prendas nuevas, libros, útiles escolares y refrigerios. 
   Mientras tomaba un baño reparador pensaba el giro que había dado mi vida en los últimos meses. Me habían instalado una computadora personal y regalado un celular de última generación, a pesar de que la señal y el acceso a internet en la isla no solían funcionar muy bien. Se anticipaban a mis deseos casi sin que tuviera que solicitarlos en la recepción y lo hacían con una eficiencia que rozaba lo paranormal. Poco después de que Tamara y yo formalizáramos nuestra relación en la clase de su padre, alguien había dejado una cajita con condones sobre mi almohada que había guardado en mi billetera y no había tenido oportunidad de usar. Algunas veces me preocupaba de que el personal del hotel e incluso mi padre estuvieran tan pendientes de mí. Aunque lo tenía todo, algunas veces extrañaba el anonimato de no ser nadie, la soledad de ser el chico diferente del barrio y de la escuela e incluso la emoción de conseguir algo nuevo cuando no se tiene demasiado. Quizás, simplemente fuera una persona disconforme por naturaleza. Tal vez, había algo malo en mí que no me permitía disfrutar de los buenos momentos. Algo que me recordaba constantemente que no merecía todas las cosas buenas que me estaban sucediendo.
   Al salir de la ducha envolví mi cintura en un toallón blanco y observé mi silueta en el espejo borroso mientras peinaba mi lacio y negro cabello. Noté que había ganado un poco de masa muscular gracias a los rigurosos entrenamientos a los que Blas me sometía. Quizás no era tan grande como Sebastián o tan ágil como Natasha, pero ya no era el muchachito escuálido y desgarbado que había pisado el hotel por primera vez meses atrás. 
    Alguien llamó a la puerta de mi habitación.

   —En un minuto salgo —dije lo suficientemente alto como para que me escuche la persona en el pasillo. 

viernes, 4 de septiembre de 2020

Capítulo 14: Manto blanco

Capítulo 14: Manto blanco

   Siempre había sido una persona estudiosa a la que le gustaba mucho leer, pero había días en los que me sentía abrumado por los complejos textos que no dejaban de llegar al hotel. Se suponía que había cursado mi educación media en un prestigioso colegio español, pero lo cierto era que tan solo había cursado dos años en un secundario público de Argentina. 
   Mi padre había insistido en que utilizara ese año para incorporar todos los conocimientos de la escuela secundaria de forma intensiva. Los planes de estudio habían sido especialmente elaborados para cada uno de nosotros, teniendo en cuenta nuestro perfil educativo y nuestros intereses individuales. No había nada al azar en la elección de los materiales y en las actividades que nos proponían. Mientras que la base de mi material de estudio eran textos de Psicología, Sociología y Comunicación Social, los de Sebastián tenían más que ver con las Ciencias Exactas, la Biología y la Medicina. Por mi parte, consideraba mucho más interesante aprender sobre la mente y el comportamiento humano para de esa forma poder ejercer control sobre las masas.  
   Con tan solo quince años había optado por cargar sobre mis hombros con la responsabilidad de convertirme en un alumno ejemplar. Además, deseaba mantener una relación armoniosa y estable con Tamara, quien yo creía que sería la mujer con la que pasaría el resto de mi vida. No quería descuidar mis estudios en la magia y tampoco restar tiempo a la relación de amistad que había logrado forjar con Sebastián, Natasha y Sasha, al principio presionado por mi progenitor, pero a los que luego había llegado a apreciar mucho. 
   En ese momento me  sentía desbordado por las responsabilidades, presionado por mis profesores y por mi padre pero sobre todo, por mí mismo. Nunca me había sentido cómodo si no lograba lo que me proponía a la perfección. Quería ser el mejor en todo y eso resultaba muy difícil al abarcar demasiado. Quizás, mi subconsciente intentara boicotearme. Tal vez,llenándome de ocupaciones era la única forma de evitar pensar en aquello que realmente me asustaba: mi madre, lo que podría pasar cuando Crisy dejara de ser una niña y la profecía de Ailén. 
   No era el único visiblemente cansado por las largas jornadas de estudio y de entrenamiento físico y mental a las que nos sometían los tutores que mi padre había contratado, pues mis amigos y Tamara estaban en las mismas condiciones o incluso peor que yo. No era poco común que Sasha se quedara dormido durante la cena o el desayuno. Unas finas líneas púrpuras surcaban los rostros de todos, aunque Tamara y Natasha se esforzaban en cubrirlas con maquillaje. Pese a que las primeras semanas pude notar cierta tensión entre ellas, con el tiempo se habían vuelto excelentes amigas y pasaban gran parte del día juntas. 
   El único que parecía acostumbrado al intenso ritmo de vida era Sebastián. Posiblemente, eso se debía al entrenamiento de haber vivido casi toda su vida con mi padre,  que aunque viajaba mucho, dejaba instrucciones muy precisas a todo el personal para que no nos quedara demasiado tiempo para distraernos.  
   Fueron pasando los días, las semanas, los meses y una infinidad de momentos. Los días comenzaron a acortarse, las laderas de las montañas se cubrieron de blanco y finalmente la nieve alcanzó nuestra isla. Los turistas iban y venían, todos parecían fascinados con el lugar y con el paisaje paradisíaco en el que estábamos prisioneros. 
   Ailén conseguía todo tipo de cosas de la ciudad y nunca cuestionaba ni preguntaba de más, pero al mismo tiempo, todo aquello a lo que pudiéramos acceder estaba siendo controlado. En los pocos momentos en que tenía tiempo de dejar de lado los libros, comenzaba a cuestionar mi existencia allí y a preguntarme si sería libre de salir si me lo proponía. Sin embargo, era más cómodo aceptar lo que me ofrecían y continuar con mi entrenamiento para adquirir el conocimiento. No reparé que el exceso de información nos podría estar cegando, hasta que Tamara nos abrió los ojos un día.
     —Llevamos meses viendo especulaciones teóricas con el viejo Al, pero sin practicar absolutamente nada —comentó un día en que habíamos decidido ir los cinco a la biblioteca para que cada uno avanzara con sus respectivas tareas y trabajos prácticos. 
    —Pero la semana pasada hicimos levitar a Sebastián. Eso fue divertido —dijo Sasha, defendiendo al viejo que se había convertido en su profesor favorito. 
   —Tamara tiene razón —dijo Natasha al tiempo que levantaba sus ojos lilas de un libro antiguo—. No lo hicimos levitar. No fue más que un truco psicológico.
   Había sido una experiencia bastante interesante. Se requerían cinco personas para el experimento y una silla. El anciano profesor le había pedido a Sebastián que se sentase en ella y al resto que lo rodeáramos. Pidió que lo levantáramos tan solo apoyando dos dedos bajo la silla, y tal como pensamos no funcionó. Sebastián era el más alto y pesado de los tres. Quizás si hubiera sido Sasha o alguna de las chicas, el experimento hubiera resultado desde el principio, pero hicimos fuerza y la silla apenas se movió. Luego, Al nos pidió que diéramos vueltas caminando alrededor del muchacho mientras cantábamos una tonta canción infantil y que cuando el dijera “ahora”, intentásemos levantarlo nuevamente. Al no estar pensando en nuestras limitaciones y tomándonos por sorpresa la señal, habíamos conseguido elevar la silla con Sebastián encima, como si casi no pesara. Aquel día aprendí que la fuerza y la confianza radican en nuestro interior y que lo que parece imposible puede volverse  real sin la necesidad de recurrir a las criaturas que habitan en otros planos.
   Las clases con el padre de Tamara, aunque interesantes, no nos habían aportado más que conocimientos teóricos en distintas disciplinas que no necesariamente estaban relacionadas con la magia. Incluso habíamos aplicado algunas técnicas psicológicas que habían sido descartadas por los psicólogos respetados como la catarsis que consistía en hacer presión sobre la frente de alguien para que dijera todo lo que se le fuera ocurriendo. Aquella clase fue bastante interesante, en especial cuando Tamara me confesó que quería que yo fuera su novio. Por supuesto que acepté, porque aunque no se lo había pedido con palabras daba por sentado que lo éramos desde hacía tiempo. Todos se emocionaron, incluso Alan quien nos dio el resto del día libre con la condición de que no se lo dijéramos a mi padre.
    Sin embargo, si Tamara estaba en lo cierto, nos estaban entreteniendo con meros trucos y conocimientos teóricos que no nos acercaban a nuestro objetivo real que consistía en incrementar nuestro poder mágico. ¿Sería una forma de mantenernos entretenidos para que no nos inmiscuyéramos en los asuntos de alguien más? 
   Observé a Sebastián, puesto que era de nosotros el más allegado a Andrés Rochi, a mi padre. Al darse cuenta de que yo lo observaba dijo: 

   —Coincido con Tamara y creo que deberíamos hablar con Andrés.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...