viernes, 30 de octubre de 2020

Capítulo 22: Salgamos

Capítulo 22: Salgamos

   Necesitaba hablar con mi padre para poder aclarar mi mente. Me aferraba a la idea de que Susana estuviera con vida. El miedo se arremolinaba en mi interior y oprimía mi pecho.    Susana me había criado y protegido. Había arriesgado su vida por mí e incluso después de lo que le había hecho, volvía para advertirme del peligro que Crisy representaba. En ese momento creí que su espíritu me había perdonado, aunque luego reflexioné en que ella no sabía lo que le habíamos hecho aquella tarde con la vela negra.  
   Cuando Tamara y yo entramos en la recepción del hotel, Ailén nos estaba esperando. Tenía el ceño ligeramente fruncido y una mirada que me dejó paralizado por una fracción de segundo.
   —¿Sabés en dónde está Andrés Rochi? —pregunte con hosquedad.
   Ella asintió con la cabeza y buscó refugio por un momento en la mirada de Tamara. 
   —Tengo que hablar con él —añadí.
   —Andrés viajó hacia Buenos Aires. Llamaron de la clínica en la que está internada tu madre. Me dijeron por teléfono que tuvo un infarto, pero ya se encuentra estable. Tu padre fue a verla —dijo con cautela.
   —Se pondrá bien. Es una mujer fuerte —dijo Tamara e intentó tomar mi mano, pero me aparté.
   Sus palabras me parecieron vacías en ese momento. No podía saber si mi madre iba a recuperarse o no. Seguramente solo lo había dicho porque en ese momento le había parecido lo correcto. Podía ver en sus ojos negros que mi reacción la había herido, pero ella no podía entender cómo me sentía. No necesitaba su compasión. Prefería estar solo. Nadie intentó detenerme cuando me fui a mi habitación.
   Estaba enfadado con mi padre porque no me había llevado con él. Estaba claro, que Susana había recuperado sus recuerdos y era posible que Andrés Rochi quisiera encargarse de ellos. Esperaba que no le hiciera daño, después de todo había asesinado a sus mejores amigos.
   Me senté en la cama y respiré profundo. Había estado apretando los puños con tanta fuerza que me había hecho daño en las palmas de las manos. Tomé el teléfono celular de la mesita de luz. Como la señal era intermitente en la isla y todas las personas con las que hablaba solían estar en el hotel, rara vez lo llevaba encima. Le envié un mensaje a mi padre para que me informara de cualquier novedad y esperé algunos minutos con la pantalla desbloqueada.
   No salí de mi habitación hasta la hora de la cena. No quería enfrentarme con Tamara. Me encontré con mis amigos en el salón comedor. Tal y como esperaba, mi novia no estaba allí. Me senté junto a Sasha y los saludé. Natasha me miraba con recelo, pero no dijo nada. Era probable que mi novia hubiera hablado con ella antes.
   Noté que Sebastián tenía el brazo apoyado en el respaldo de la silla de Natasha. Posiblemente ya habían comenzado a salir. No quería responder preguntas incómodas sobre lo que había pasado por la tarde así que me esforcé en ser simpático y fingir que me interesaba por ellos.
   —Siempre he dicho que ustedes dos hacen una hermosa pareja. Me alegra ver que por fin están juntos —comenté en tono casual.
   El rostro pálido de Natasha se tiñó de un adorable rosado. Sebastián se removió en su asiento y agregó:
   —Gracias. Es todo muy reciente y por eso no habíamos dicho nada.
   —No me parecen del todo horribles —dijo Sasha y se encogió de hombros.
   Natasha sonrió con timidez y pareció relajarse. Parecía importante para ella que el niño aceptara su relación. 
   —Un día de estos, podríamos tener una cita doble. Si Tamara y vos están de acuerdo, podemos ir al centro de Bariloche o a la confitería giratoria del Cerro Otto —sugirió Sebastián.
   Antes de que pudiera responder. Sasha arrojó un pan que dio de lleno en la frente del muchacho antes de caer al piso.
   —Esteban y Tamara no aceptarían nunca algo así. No es justo que me abandonen solo por estar soltero. No dije nada cuando dijeron que mañana irían a la isla Huemul, porque pensé que iban a ir solo ustedes. ¡Sin embargo si van a invitarlos a ellos, yo quiero ir! —espetó Sasha con el ceño fruncido.
   —Suena divertido —comenté.
   Era completamente consciente de que estábamos interfiriendo en su primera cita, pero hacía casi un año que no salía de la isla. Si no despejaba mi mente de los problemas que me agobiaban, pronto explotaría. No importaba a dónde, pero necesitaba irme aunque fuera por un día. Sebastián tenía licencia para conducir barcos. Tal vez era la única ruta de escape que tenía, si no quería remar durante horas en el bote de Tamara.
   Natasha y Sebastián se miraron incómodos.
   —¡Por favor! Estoy cansado de estar siempre en el mismo lugar. Va a ser divertido… escuché que los nazis hacían experimentos paranormales allí. Con un poco de suerte podríamos asustar al espíritu de Hitler, o algo —rogó el pelirrojo.
   Todos nos reímos por su ocurrencia y me olvidé por un momento de mi mal humor.
   —Llevemos a los chicos. Será divertido que hagamos una salida todos juntos. Justo ayer comentábamos con Tamy que es exasperante estar tanto tiempo en un mismo lugar. Otro día podemos salir los dos solos —añadió Natasha mirando a Sebastián con sus ojos lilas cargados de ternura.
   —Está bien. Pueden venir —aceptó Seb con resignación.
   —¡Genial! —exclamó Sasha y me chocó los cinco. 

   Si la amistad pudiera sumar puntos, en ese momento habría sumado algunos con el pelirrojo y restado otros tantos con Sebastián. Natasha parecía contenta. Quizás la asustaba quedarse a solas con su nueva pareja. La peor parte de mi ser se alegraba por haber frustrado esa cita.   

viernes, 23 de octubre de 2020

Capítulo 21: El rostro del agua

Capítulo 21: El rostro del agua

   Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Entreabrí los ojos adormilado y distinguí la insinuación de las primeras luces del amanecer filtrándose por mi ventana. Me desperecé e hice un gran esfuerzo por abandonar la calidez que me proporcionaban las mantas blancas de la cama. Los párpados me pesaban y necesité hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para poder levantarme. Llegué hasta la puerta arrastrando los pies y abrí sin preguntar quién estaba al otro lado.
   Me sorprendí al ver a Tamara allí. Estaba tan hermosa como siempre, mientras que yo en pijama y despeinado debía presentar un aspecto lamentable. No me había molestado ni siquiera en lavarme la cara ni los dientes. La saludé con un beso en la mejilla y me hice a un lado para que pueda ingresar. 
   Habíamos dicho que nos contaríamos las novedades en cuanto supiéramos algo, pero supuse que podíamos esperar a la hora del desayuno para hacerlo.
   —Esta madrugada hablé con Natasha —dijo y se sentó en la misma silla en la que lo había hecho mi padre la noche anterior. 
   Me acomodé frente a ella y comenté:
   —Yo conversé con Sasha sobre lo que mi padre le dijo a Sebastián. 
   Distinguí un atisbo de decepción surcando su rostro. Tal vez quería tener la primicia de la noticia. No mencioné la conversación que había tenido con Andrés Rochi. No estaba seguro de cómo evitar decirle la verdad y me desagradaba la idea de mentirle a la única persona en la que solía confiar. Temía lo que podía ocurrir si el pasado salía a la luz.
   Compartimos la información que los hermanos Narov nos habían dado y salvo detalles insignificantes, como que Natasha recordaba bien el nombre de Amaia, ambos habían dicho exactamente lo mismo. 
   —Estoy segura de que Andrés miente. Perdón si dudo de la palabra de tu padre, pero no entiendo por qué seguiría con el grupo de la mujer que intentó matarlos a él y a sus amigos. Crisy es mucho más joven que Sebastián, así que Andrés tuvo que haber seguido varios años más respondiendo a las órdenes de esa mujer —agregó.
   —Eso no quiere decir que mi padre sea un asesino —dije a la defensiva, aunque sabía que efectivamente lo era.
   —No, claro que no. Sin embargo, vos sabés algo más —añadió con sus ojos negros clavados en los míos. 
   —Después de hablar con Sasha, mi padre y yo tuvimos una conversación —confesé.
   —¿Qué te dijo? —insistió.
   —Se separó de su aquelarre por algún tiempo, pero Susana seguía allí y él quería protegerla. Fingió estar de acuerdo con los intereses del grupo para que Amaia lo aceptara de nuevo. Prometió que esta vez sería útil y ella perdonó su vida. Su herencia mágica la cautivaba y supongo que quería tener una hija con él. Ahora desea rescatar a Cristina, pero no es sencillo acercarse a mi madre biológica —le mentí, mirándola a los ojos. 
   Mi voz se escuchó firme y hablé sin titubear. Mis palabras reflejaban la historia que me hubiera gustado que ocurriera realmente. Un pasado en donde mi padre fuera bueno. En donde no fuera un asesino. 
   —¿Crees que haya sido honesto con lo que dijo? —preguntó con poco tacto.
   —Estoy seguro de eso —me limité a decir.
   —Confío en tu instinto. Voy a desayunar con mis padres. Si querés vamos al lago más tarde. Parece que el día va a estar lindo —dijo mirando el cielo a través del cristal de la ventana. 
   —Está bien —agregué.
   Tamara se demoró algunos segundos en ponerse de pie. Quizás esperaba que le dijera algo más.
   —Nos vemos —dijo al levantarse y me dio un beso en la frente, dado que yo aún me encontraba sentado. 
   Se fue y cerró la puerta tras ella. Me sentía terrible por haberle mentido, pero no tenía otra opción. Ahora era demasiado tarde para enmendar mi error.
   Me demoré bastante en bajar al salón comedor y cuando lo hice tan solo encontré a Sasha disfrutando de un submarino con chocolate extra y de unos cañoncitos rellenos con dulce de leche. Me preguntaba cómo alguien podía comer tanto y ser tan menudo como él.
    —Hola —me saludó con la boca llena. 
   —¿Cómo estás? ¿Supiste algo más sobre Sebastián? —pregunté.
   —Bien. Sigue triste, aunque quizás solo está fingiendo para acaparar la atención de mi hermana. Ahora están desayunando solos y hablando de “temas personales” —agregó, dibujando comillas con los dedos.
   —Ya me parecía que a Seb le interesaba Natasha —comenté y me serví un poco de jugo de naranja. 
   Sasha resopló y dijo:
   —¡Era obvio! Seb es un buen amigo y no me molestaría que se convierta en mi cuñado. Sin embargo, si se pelean todo sería muy incómodo —confesó.
   Seguimos conversando de nimiedades hasta que terminamos de desayunar. 
  —Voy a ver si puedo escuchar la conversación que están teniendo Seb y Nati. ¿Venís? —agregó con una sonrisa pícara dibujada en el rostro.
   —No, yo paso —dije, riendo apenas.
   Muy en el fondo sentía algo de pena por mis amigos, pero aquellos pequeños actos malvados de Sasha eran parte de su marca personal y me divertían bastante. 
   —Bueno, después te cuento —dijo a modo de saludo y se fue casi corriendo.
   Pasaron unos pocos minutos hasta que Tamara me encontró. Me puse de pie y le di un fugaz beso en los labios. Unas mujeres octogenarias hicieron un comentario despectivo cuando pasaron por nuestro lado para buscar una mesa. Las ignoramos y salimos del hotel tomados de la mano.
   —Tengo una sorpresa —dijo, emocionada. 
   —¿Una sorpresa para mí? ¿Qué es? —pregunté, con curiosidad y besé su mejilla sin detener el ritmo de nuestra caminata.
   —Ya vas a ver —agregó, con misterio.
   Me guio hasta el muelle, en donde nos esperaba una canoa.
   —¡Genial! ¿Cómo la conseguiste? —exclamé, mientras ella me alcanzaba un chaleco salvavidas.
   —Ailén me ayudó —dijo y le di la mano para que subiera al bote.
   No hacía calor ni frío y el sol parecía brillar solo para nosotros. Pasamos la mañana navegando por los alrededores de la isla, conversando y sobre todo besándonos.
   Estábamos en el medio del lago. Podíamos distinguir a los turistas que disfrutaban del paisaje que les ofrecía el puerto de Bariloche. Me parecía que habían pasado un millón de años desde que había llegado a la ciudad. Llevaba puesta la campera de cuero negra que me había obsequiado mi padre aquel día. Tamara me sacó de mis pensamientos arrojándome unas gotas de agua helada. Mientras me secaba los ojos con el dorso de la mano y ella reía, me quejé:
   —¿Por qué hiciste eso? 
   —Estabas muy serio y fue muy tentador. No me odies ni te vengues de mí —dijo, divertida y cubriéndose la cara al notar que me preparaba para arrojarle agua.
   Desistí de la idea y en lugar de mojarla, me concentré en crear pequeñas ondas que se expandían alrededor de mi mano que permanecía a algunos centímetros de la superficie del lago, pero sin llegar a tocarlo.
   —¡Buenísimo! Quiero intentarlo —dijo Tamy, pero empalideció y sus hombros se tensaron.
   Observé el punto fijo del agua en el que ella estaba mirando y me sobresalté al ver el rostro de Susana. Sus mejillas estaban pálidas y finas ojeras se extendían debajo de sus ojos claros. 
   —¿Mamá? —murmuré.
   Solo se veía su rostro. A su alrededor la rodeaba una sustancia que se expandía por el lago como si fuera una mancha de tinta negra.
   —¡No se acerquen a Cristina! —gritó, antes de esfumarse en la oscuridad.
   Paulatinamente el lago recuperó su color cristalino y solo entonces desvié mi vista de allí y observé a Tamara. 
   Las palabras de Susana habían sido claras y me habían helado la sangre. Hacía tiempo que no soñaba con Crisy y hasta donde yo sabía, Tamara tampoco.
    —¿Por qué habrá dicho eso? Mi padre me dijo que ella jamás me recordaría… —dije, confundido.
   —¿Crees que Susana esté… muerta? —preguntó Tamara.
   Su palabras resonaron en mi mente y por más que lo intentaba el rostro espectral de mi madre seguía allí cuando cerraba los ojos.

   ¿Acaso mi padre me había mentido con respecto a Susana? ¿Sería posible que hubiese estado muerta todo este tiempo? ¿Andrés Rochi sería capaz de asesinarla? Una parte de mí conocía todas las respuestas. 

viernes, 16 de octubre de 2020

Capítulo 20: La verdad

Capítulo 20: La verdad

   Caminé junto a Tamara por los alrededores del hotel hasta que las estrellas y la oscuridad comenzaron a reinar en el cielo. Empezaba a refrescar y estaba claro que ni su padre ni nuestros amigos iban a regresar. 
   —Mi madre se enojará, si no voy a cenar con ella pronto. Si averiguo algo sobre lo que sucedió con Sebastián, te lo contaré mañana —prometió Tamara. 
   Asentí con la cabeza y nos dirigimos hacia el sendero de piedras que llevaba hasta la entrada principal.
   Habíamos estado conversando toda la tarde acerca de lo que Sebastián había dicho bajo hipnosis. También especulamos sobre la conversación que habrían tenido él y mi padre aquella tarde. No tenía caso seguir dándole vueltas al asunto. Todo apuntaba a que Andrés Rochi había envenenado a sus supuestos mejores amigos y se había llevado a su pequeño hijo.
   Me despedí de Tamara con un beso tierno pero rápido al pie de las escaleras y me dirigí hacia el comedor. Cuando ingresé al salón busqué con la mirada entre las mesas algún rostro conocido, pero tan solo me encontré con algunos turistas que disfrutaban de la cena. 
   Tomé asiento en la primera mesa vacía que encontré. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía realmente solo. Me asustaba no saber qué pasaría con mis amigos a partir de ese momento. Sentía que nuestros destinos dependían en gran medida de lo que mi padre le hubiera dicho a Sebastián. 
   Un camarero me alcanzó el menú y se marchó. No necesitaba leerlo, conocía la lista de platillos prácticamente de memoria. Aún así me demoré pasando las páginas una a una. Quería hacer tiempo por si alguno de los chicos decidía bajar a cenar. Como si con mis pensamientos lo hubiera invocado, Sasha se sentó frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja en su pecoso rostro.
   —No tenés por qué tener esa cara tan larga. ¡Andrés Rochi no es un asesino! —exclamó tan fuerte que los comensales de la mesa contigua se voltearon para vernos. 
   —No grites y contame que pasó —añadí en voz baja para que solo él pudiera oírme.
   —Bueno, resulta que el vino sí fue lo que mató a los padres de Sebastián, pero no fue tu padre el que colocó el veneno. Es más, Andrés también tomó una copa y corrió al baño para vomitar en cuanto comenzó a sentirse mal —explicó Sasha controlando el tono de su voz.
   Estaba a punto de hablar, pero me interrumpió y siguió contando la historia:
   —¡Eso no es todo! La botella se la había dado Amelia, la líder de su aquelarre.
   —Amaia —lo corregí con un hilo de voz. 
   Todo comenzaba a cobrar sentido. Él no envenenaría a sus amigos, mientras que la maldad de mi madre biológica no tenía límites. Sin embargo, en ese momento aún no había nacido Cristina. ¿Por qué Andrés Rochi había decidido tener una hija con alguien que intentó matarlo?
  —Creo que era Amelia, pero no importa. Lo importante es que ella es la mala de la historia y que Andrés se salvó y pudo encargarse de cuidar a Sebastián. Amelia debe ser una mujer muy fuerte, porque hasta tu padre le teme —comentó y se detuvo cuando el camarero regresó para tomarnos el pedido. 
   —¿Qué les gustaría comer? —preguntó el muchacho, sacando una pequeña libreta del bolsillo de su delantal.
   —Quiero una milanesa napolitana con papas fritas y una gaseosa —agregó Sasha con entusiasmo. 
   —Lo mismo que él —añadí, puesto que había olvidado por completo la cena y no podía pensar en comida en ese momento.
   Una vez que el muchacho se marchó con nuestra orden, interrogué a Sasha:
   —¿Dónde están Sebastián y Natasha?
   —Se quedaron en nuestra habitación. En cuanto terminó de hablar con Andrés, Seb vino a contarnos lo que sucedió. Los recuerdos removieron muchas cosas en su interior. No me malinterpretes, se alegra de que el hombre que lo crio no sea un asesino, pero supongo que recordar a sus padres fue duro para él. Natasha es mejor para consolar a las personas que yo. Además, me moría de hambre, así que bajé a cenar —explicó el niño. 
   Después de comer, me despedí de Sasha y subí a mi habitación. Me recosté en la cama sin deshacer y fijé la vista en el techo. Entendía que la historia de mi padre hubiera sido suficiente para tranquilizar a mis amigos, pero yo sabía que él no había abandonado el aquelarre de Amaia hasta mucho tiempo después del asesinato de los Koiné.
   No estoy seguro de cuánto tiempo llevaba acostado, cuando alguien llamó a la puerta. Me sobresalté apenas y me incorporé. Esperaba que se tratara de Tamara, porque solo a ella podía manifestarle mis inquietudes. Sin embargo, al abrir me encontré con mi padre. 
   —¿Puedo pasar? —preguntó con el rostro sereno.
   Me hice a un lado para que ingresara y cerré la puerta detrás de él. Acomodó dos sillas de madera y ambos nos sentamos enfrentados. Tenía el presentimiento de que no me gustaría escuchar lo que diría y no me equivocaba. 
   —Supongo que ya hablaste con alguno de tus amigos sobre lo que conversé con Sebastián—dijo, con sus ojos verdes clavados en los míos.
   —Sasha me contó lo que le dijiste —confirmé y mi voz sonó algo áspera.
   —Eso imaginé y por eso vine. Quiero intentar explicarte por qué le mentí y por qué me vi obligado a hacer lo que hice. No intento justificar mis actos, pero necesito que sepas cuáles fueron mis razones —soltó sin más y aunque una parte de mí lo sabía, escucharlo de sus propios labios fue como un balde de agua fría. 
   —¿Por qué? —me limité a decir.
   Los ojos de mi padre reflejaban auténtica tristeza. Se tomó unos segundos hasta encontrar las palabras adecuadas y luego respondió:
   —Algunas veces, uno tiene que hacer lo necesario para proteger a su propia familia. Eduardo Koiné me ayudó a hacer el intercambio cuando naciste. Era mi mejor amigo y una de las pocas personas que sabía que el niño al que sacrificamos no era mi hijo. Aunque siempre creí que era la última persona en el mundo que me traicionaría, le contó a su mujer lo que habíamos hecho. Sé que no lo hizo con malas intenciones, pero Eliana temía lo que podía llegar a hacer Amaia si se enteraba que le mentimos. Intentó convencerme de que le diga la verdad a nuestra líder. Quizás si me mostraba arrepentido, ella tendría piedad de nosotros... Llevar ese vino fue mi última opción. Intenté hacer que Eliana entrara en razón. Si manteníamos el secreto, estaríamos a salvo. No había ningún motivo para que alguien sospechara que alteramos el sacrificio. Lamentablemente, ignoró mis palabras y pude ver en sus ojos que si no la detenía, me iba a traicionar. Eduardo, que se había mantenido al margen hasta el momento, propuso que intentemos serenarnos bebiendo un poco de vino... Sin la certeza de lo que Eliana era capaz de hacer, no hubiera dejado que él llenara nuestras copas. Fue lo más difícil y doloroso que hice en toda mi vida. Bebí junto a ellos para que no sospecharan nada y poco después intenté vomitar el veneno. No sabía si aquello sería suficiente para sacarlo de mi organismo... Una parte mía murió junto a ellos esa noche. Como padrino de Sebastián fue sencillo convertirme en su tutor legal. Intenté ser un buen padre para él, porque por mi culpa Seb había perdido al suyo. También fue una forma de llenar el vacío que me producía haber renunciado a vos.
   Me debatí internamente sobre si debía gritarle en la cara que era un asqueroso asesino o si intentar ponerme en su lugar y entender porqué había tomado esas medidas. No solo había matado a sus amigos, sino que también había sacrificado a un bebé inocente. Todos ellos habían muerto en mi lugar. Me preguntaba por qué mi vida valía más que la de ellos.
   —Podés contarle la verdad a Sebastián, pero intentá no dañarlo demasiado. Después de todo, soy la única familia que tiene —dijo y se levantó de su asiento cabizbajo.
    Lo observé en silencio durante algunos segundos. Comenzó a caminar hacia la puerta y manifesté mi decisión antes de que atravesara el umbral de la puerta: 
   —No le voy a decir nada.

   Esperaba no arrepentirme de mis palabras. Mantendría oculto su oscuro secreto. No le revelaría la verdad a Sebastián ni hablaría de ello con nadie, ni siquiera con Tamara. Lo que había hecho mi padre era una aberración, pero no había tenido otra salida y lo había hecho por mí. Si sus acciones salían a la luz, no solo Sebastián sufriría, sino que mis amigos y mi novia podían marcharse para siempre del hotel. No podía permitir que algo así ocurriera. Los necesitaba conmigo y no estaba dispuesto a renunciar a ellos por algo que había sucedido hacía más de quince años. 

viernes, 9 de octubre de 2020

Capítulo 19: Un pasado oscuro

Capítulo 19: Un pasado oscuro

   La primavera se demoró en llegar y aquel lunes fue el primer día templado después de una temporada en la que la nieve y el viento nos recluían a todos dentro del hotel. Alan nos propuso a los cinco que tomáramos la clase de ese día al aire libre y todos estuvimos de acuerdo. 
    Nos sentamos en ronda en un claro cerca del lago espejado. El profesor comenzó la clase preguntándonos a cada uno cómo había estado nuestra semana y cómo íbamos con la preparación de los exámenes. Conversamos durante algún tiempo de nimiedades y luego Alan propuso que durante la clase hipnotizáramos a alguno de nosotros. Contábamos con el material teórico que explicaba la forma correcta de hacerlo, pero era la primera vez que lo pondríamos en práctica. 
   —Necesito a dos voluntarios para este ejercicio. Uno de ustedes deberá indagar en la mente del otro y lograr que revele algo que haya olvidado de su pasado. No podemos recordar absolutamente todo. La mente selecciona aquello que podemos saber en forma consciente y relega al inconsciente muchas de nuestras vivencias que considera innecesarias o peligrosas —dijo Alan y nos observó uno a uno.
   —¿Se puede enviar pensamientos al inconsciente de forma voluntaria? —preguntó Sasha.
   —Requiere de mucha práctica, pero no es imposible. Cuando estudiamos algo de memoria ponemos toda nuestra concentración en recordar aquello que consideramos importante, mientras que algunos temas son pasados por alto. Una parte quedará en nuestra consciencia, mientras que lo demás va más allá. Puede que pensemos que lo hemos olvidado y que regrese a nosotros disfrazado de alguna manera. Por ejemplo, en los sueños fragmentos de nuestra vida acuden a nosotros, aunque no siempre podamos entenderlos con claridad —explicó el padre de Tamara.
   —No me refiero a eso. ¿Podemos hacer que otra persona olvide cosas? —volvió a indagar el pelirrojo.
   Alan frunció el ceño levemente. Parecía estar teniendo un debate interno con respecto a qué información debería facilitarnos. Finalmente respondió:
   —No sería ético alterar los recuerdos de alguien más. Sin embargo, algunas veces es necesario por el bien de la persona que olvide ciertas vivencias o que recuerde sucesos que no acontecieron en realidad. Los recuerdos nunca son exactos. Siempre hay alteraciones, porque el cerebro tiende a completar las escenas aunque carezca de la información suficiente para hacerlo. Comenzando por completar esos detalles es posible modificar el escenario del recuerdo en su totalidad. 
   No me sorprendían las palabras del profesor, después de todo había intentado alterar mis propios recuerdos en más de una ocasión y tanto mi padre como yo habíamos modificado los de Susana. Esperaba que alguien más se presentara voluntario para que lo hipnotizaran porque prefería que nadie violara la intimidad de mis pensamientos.
   —¡Genial! ¡Yo quiero ser quien haga la hipnosis! —exclamó Sasha y se estiró para tomar un péndulo de cristal de roca que el hombre tenía sobre sus libros. 
   —¡Muy bien! Ahora, solo necesito algún valiente que permita que Sasha lo guíe por aquellos momentos de su historia que se borraron —dijo Alan.
   Cuando clavó sus ojos negros en los míos, aparté la vista. Temía que si nadie aceptaba participar, me obligara a ser el conejillo de Indias de Sasha.
   —Está bien, yo voy —dijo Sebastián, no muy convencido, después de un tiempo considerable en el que nadie habló.
   —¡Excelente! ¡Qué comience la diversión! —agregó Sasha y fingió una risa malvada, mientras se frotaba las manos. Natasha y Tamara se rieron de su mala actuación y Sebastián suspiró resignado.
   Los voluntarios se arrodillaron uno frente al otro y Sasha comenzó a hacer oscilar el péndulo frente a su compañero. A continuación, lo fue guiando con voz monótona y pausada para que relaje cada parte de su cuerpo. Cuando recibió la orden Sebastián cerró los ojos y entró en una especie de trance.
   —Entrá en un recuerdo que hayas vivido, pero que no recuerdes y narrá lo que veas —ordenó el pequeño con voz neutra.
   Tal vez Sebastián fuera un actor estupendo o bien Sasha había logrado su cometido. El muchacho comenzó a contar cosas que vivió en distintos momentos de su vida. Andrés Rochi había sido un gran padre para él, nunca le había faltado nada y siempre había obtenido todo lo que quería. Había viajado por el mundo y pasado por distintos colegios en los que había conseguido hacer amigos con facilidad. Se destacaba en los estudios y había salido con algunas chicas. Su vida era demasiado perfecta como para que la clase resultara entretenida, pero un recuerdo de sus padres acaparó la atención de todos. 
   —Estoy en los brazos de mamá. Está arreglada y huele bien. Papá está revisando la comida del horno. Yo hice trampa porque me dejaron comer antes que ellos y que las visitas. Tocan a la puerta y mamá y yo vamos a abrir. Estoy feliz, porque llegó mi padrino y siempre que viene me trae juguetes. Saluda a mamá con un beso en la mejilla y a mí me acaricia la cabeza. Trajo regalos para ambos. A mamá le da una botella y a mí un tablero donde están todos los animales, cuando los presiono hacen sonidos. Quiero ir a jugar. Mamá le agradece a Andrés y me lleva a mi habitación. Estoy muy divertido, pero viene mamá a decirme que es hora de dormir. Me arropa y me lee un cuento. Finjo dormir para seguir jugando cuando se vaya. Por suerte dejó la luz encendida. No me gusta la oscuridad. Me encanta mi nuevo juguete y si no hubiera sido porque escucho a alguien toser, hubiese seguido jugando. Me gana la curiosidad y voy al baño. Mi padrino está de rodillas con la cabeza en el inodoro. Me acerco y le acaricio el brazo para que se sienta mejor. Me mira con los ojos rojos y las mejillas húmedas por las lágrimas. Seguro que le dolía mucho la panza —contó Sebastián.
   Estaba escuchando expectante lo que pensé que era la anécdota de mi padre en cierto estado de ebriedad, pero la realidad resultó ser mucho peor de lo que imaginaba.
   —Me abraza sin dejar de llorar. Se cae mi juguete al suelo. Él lo toma y me carga escaleras abajo. Abre la puerta y veo a mamá y a papá durmiendo con la cabeza apoyada sobre la mesa. Llamo a mamá, pero Andrés me explica que más tarde ellos nos van a seguir con su auto. Me quedo dormido en el asiento trasero del vehículo de mi padrino. Me despierto cuando llegamos a su casa y me toma en brazos. Le digo que extraño a mi mamá y me explica que mis padres tuvieron un accidente con el auto y que no podrán llegar…
   Todos nos miramos completamente pálidos y tomé la mano de Tamara instintivamente. Las palabras de Sebastián apuntaban a que mi padre había envenenado a los suyos. Tenía que haber un error. No quería creer que mi padre era capaz de algo semejante. 
   —¡Suficiente! —Alan aplaudió y Sebastián salió de su trance.
 El muchacho se levantó con el rostro empapado por las lágrimas. Cuando habló lo hizo con la voz ronca y grave.
   —Tengo que ir a hablar con Andrés.
   —No creo que sea una buena idea. Lo que recordamos con la hipnosis no siempre es real —dijo Alan, intentando detenerlo.
   —Fue real. No lo había entendido hasta ahora. Era muy pequeño entonces… Tengo que hablar con Andrés —agregó con rabia contenida.
   —Seb... —comenzó a decir Natasha, pero se detuvo.
   —Te acompaño —le dije a Sebastián.
   También quería respuestas. Necesitaba saber quién era realmente mi padre y qué pretendía obtener de nosotros.
   —No. Voy a ir solo. Después podrás hablar con él si es lo que querés, pero tengo que hacer esto solo —añadió y me fulminó con la mirada.
   Tamara se acercó a mí y colocó una mano en mi rodilla para que no intentara seguirlo, aunque de todas formas no iba a hacerlo. Si yo hubiera estado en su lugar, tampoco querría tener compañía. Esperaba que a pesar de lo que había pasado, nada malo les ocurriera a ninguno de los dos.
   Sebastián comenzó a caminar dando grandes zancadas en dirección al hotel y Alan lo siguió.
   —¡Papá, dejá que hable con Andrés! —pidió Tamara, pero su padre la ignoró.
   Ambos entraron por la puerta principal y los perdimos de vista. Un momento después, Natasha le  susurró a Sasha algo en el oído y se despidieron sin dar ninguna explicación. Me quedé con Tamara que estaba tan asustada y confundida como yo. Sentí como mi mundo entero se desmoronaba. La abracé con mucha fuerza. Quería retenerla conmigo para siempre. No sabía qué iba a pasar con nosotros después de aquello. 

   ¿Su padre permitiría que permaneciéramos juntos, sabiendo lo que el mío había hecho? ¿Andrés Rochi seguiría impune? ¿Qué sucedería con mis amigos? ¿Yo podría seguir viviendo en el hotel fingiendo que nada había ocurrido? Tenía apenas dieciséis años y ya sentía que lo había perdido todo.

viernes, 2 de octubre de 2020

Capítulo 18: Telaraña de ilusiones

Capítulo 18: Telaraña de ilusiones

   El primer año que pasé preparándome en el hotel fue uno de los mejores de mi vida. En ese momento no era completamente consciente de que los hilos que mueven el destino podían descifrarse y torcerse a voluntad. Sentía que había aprendido mucho, a pesar de que seguían llenando mi mente con lo que los demás necesitaban que supiera. 
   Mi padre me daba lujos que jamás pensé que podría tener y me ofrecía acceso a todo el conocimiento que yo siempre había deseado poseer. Sin embargo, un eco muy lejano en mi cabeza, al que yo me esforzaba en ignorar, me instaba a preguntarme qué era lo que él pretendía de mí. 
   Las clases con el viejo Al habían adquirido un matiz un poco más práctico luego de nuestra experimentación con la Umbraquinesis. Quizás se debía a que era mejor que utilizáramos nuestra magia supervisados que por nuestra propia cuenta. 
   —Deleitanos con tus ilusiones, pequeña hechicera. Creo que es más que obvio que  ya sabés todo sobre el tema y no necesitás tomar notas —le dijo el viejo Al a Tamara que estaba distraída dibujando en su cuaderno. 
    Ella frunció apenas los labios pero no replicó. Nos miró a cada uno de nosotros y cuando se detuvo en mí, sentí que se me helaba el alma. Se puso de pie, arrancó el dibujo y lo dejó sobre la mesa. Apoyó la yema de su dedo índice sobre la hoja y la acomodó para que todos pudiéramos verla. Había dibujado una tarántula del tamaño de una mano. Reflejaba una exactitud en los detalles que resultaba inquietante. Las sombras producían un efecto tridimensional en la araña. No era solo un efecto artístico, bajo la influencia de la magia de Tamara el dibujo ganó profundidad. Tragué saliva en cuanto el vello de las patas de la araña comenzó a oscilar con una brisa inexistente. Muy despacio, comenzó a caminar, abandonó la hoja y avanzó hacia Natasha. 
    —No me gusta esto —dijo la joven y su voz sonó tensa. 
   —No es real. Solo es magia —añadió Sebastián, poniendo una mano en su hombro. 
   —Se ve demasiado real. ¿Por qué viene hacia mí? —interrogó, cuando la araña se detuvo frente a ella y replegó sus patas traseras dispuesta a saltarle encima.
   Sasha se reía inclinado con los codos apoyados sobre la mesa para ver mejor al ser al que Tamara había dado vida. Por un momento creí que Natasha saldría corriendo. Sin embargo, se defendió desplegando sus poderes de una forma impresionante.
   Natasha sopló, pero en lugar de salir aire de sus labios un viento gélido alcanzó a la araña. La criatura parecía estar luchando contra una tormenta creada solo para ella que la arrastró hacia la hoja en blanco. Una vez allí, el viento cesó y la  araña volvió a ser solo un dibujo. 
   Todos nos quedamos atónitos ante semejante despliegue de poderes, hasta que Tamara rompió el silencio:
   —¡Excelente, amiga! Dominás la ilusión a la perfección.
   —Vos tampoco estuviste nada mal, pero la próxima vez mejor dibujá gatitos —dijo Natasha y todos reímos.   
   —Ambas estuvieron muy bien. Creo que no queda mucho más para que les enseñe. Tal vez ya sea hora de que me retire —reconoció el anciano profesor, acomodando sus gafas.
   —Necesitamos aprender a defendernos —dije y todas las miradas repararon en mí.
   No me  agradaba el viejo Al en especial después de haber sido testigo de las cosas que era capaz de hacer. Sin embargo sentía que aún podíamos sacar provecho de sus conocimientos. Por otro lado, prefería tenerlo como aliado.
   —Esteban Rochi, las ilusiones y las palabras si son usadas sabiamente, pueden ganar batallas. Siento mucho decirte que no todos son susceptibles al engaño. Escuchen esto, niños, y recuérdenlo bien: el agua, la sal y las limpiezas energéticas pueden ser una solución momentánea, pero nadie puede huir eternamente. No se puede cambiar el final del camino, pero si quieren torcerlo a su favor tienen que ser más inteligentes que aquello que los quiera dañar —dijo el maestro y comenzó a juntar sus cosas.
   —¿Entonces, se irá? ¡No puede hacerlo! —agregó Sasha, molesto.
   —Claro que puedo. Como dije, rodearse de agua no es más que una solución momentánea para los problemas. Ustedes ya tienen las bases para seguir aprendiendo por su cuenta y convertirse en personas poderosas. No hay nada que pueda ofrecerles que no puedan conseguir por su propia cuenta. 
   —¿Volveremos a vernos? —preguntó el pelirrojo.
   —No, si tengo suerte, muchacho. Aunque si la vida nos vuelve a juntar, espero que estemos del mismo lado —añadió y colocó una mano sobre el hombro del niño antes de emprender su marcha. 
   —¡No puede irse todavía! —exclamó Sebastián, cuando el viejo Al abrió la puerta de la biblioteca.
   —¿También te vas a poner sentimental, Sebastián Koiné? —se burló.
   —No, pero Andrés le depositó el sueldo de todo el año por adelantado y todavía faltan varios meses para el verano —explicó el muchacho.
   —En ese caso, Sebastián, decile a tu padre, o falso padre, que ustedes aprendieron todo muy rápido. 
    El viejo desapareció al otro lado de la puerta y no volví a saber de él durante algún tiempo. Me preguntaba por qué había sentido tanta urgencia para abandonar la isla. Quizás su repentina marcha estaba relacionada con la profecía de  Ailén o tal vez había presentido algo más. Pasamos el resto de la tarde haciendo conjeturas con respecto al viejo Al, pero no pudimos llegar a ninguna conclusión certera que explicara su marcha.
   Cuando le contamos a mi padre que nuestro maestro nos había abandonado, suspiró con resignación, pero no parecía sorprendido. 
   —Alfonso Aigam nunca se queda  demasiado en ningún lugar. Ni siquiera el dinero puede retenerlo para siempre —explicó mi padre.

   No pusieron un reemplazo para el profesor de magia y todas nuestras dudas recayeron en Alan Danann, el padre de Tamara, que no siempre podía satisfacer nuestra curiosidad. Seguimos estudiando por nuestra cuenta. Por fortuna teníamos acceso a muchos libros interesantes en la biblioteca. La única regla de mi padre fue que mantuviéramos la discreción y no molestásemos a los huéspedes del hotel. Algunas veces practicábamos los cinco juntos, otras el grupo se hacía más pequeño e incluso dedicaba largas horas a estudiar en soledad. Estoy seguro de que los demás también seguían preparándose por su propia cuenta. Habíamos formado una extraña amistad en donde todos nos beneficiábamos mutuamente. Aunque en el fondo yo quería ser mejor que los demás.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...