viernes, 31 de julio de 2020

Capítulo 9: El viejo Al

Capítulo 9: El viejo Al

   El viejo Al nos estaba esperando a los cuatro. Se hallaba sentado en una mesa de la biblioteca. Sonrió al vernos con una mueca que distaba bastante de parecer amable e hizo un gesto con su mano para que nos acercásemos hasta donde se encontraba.
    —Juventud, adolescencia, vida nueva —dijo el anciano dándonos la bienvenida a su manera.
   Sebastián alzó una ceja y Sasha se rió sin ningún reparo.
   —Por favor, tomen asiento mis niños —agregó cuando llegamos hasta él —. Aquellos que han tenido la fortuna de aprender algunas de mis técnicas me llaman Al. Creo que ustedes también pueden llamarme así. Aunque los nombres son solo etiquetas y algunas veces pueden cambiar. Nos dan la identidad que portamos en cierto momento de nuestras vidas.
   —Me dijeron que usted es Alfonso Aigam y que fue líder de uno de los grupos más importantes —dijo Sasha, ansioso por demostrar su sabiduría.
   —Como dije antes, los nombres no son más que etiquetas temporales. No importan las vidas que quedaron atrás, sino las presentes y las futuras. Lo importante es el rol que interpretamos en cada momento. ¿No lo crees, Esteban Rochi?
   Tragué saliva y asentí despacio sin decir una palabra, consciente de que era el centro de todas las miradas. 
   Me senté y los demás me imitaron. El anciano tomó una jarra de agua helada que reposaba en el centro de la mesa y llenó cinco copas de cristal con el contenido. Nos tendió una a cada uno y dijo:
   —Brindemos por la conformación de este pequeño grupo.
   Alzamos nuestras copas y bebimos todos, menos Sasha, quien dejó la suya sobre la mesa. Alfonso lo notó y lo miró enojado.
  —¿Acaso nos rechazas, niño?
  —No es eso. Es que yo solo bebo gaseosas —dijo Sasha con las mejillas casi tan rojas como su cabello, y luego bromeó para quitarle peso a la situación—. Además, no quisiera tragar una ondina por error. 
   Sasha soltó una risa tímida por su propio chiste, pero nadie más lo acompañó. Natasha negó apenas con la cabeza. El rostro del viejo Al advertía que no era momento para bromear. Todo su cuerpo estaba tenso y sus ojos estaban tan abiertos que parecían estar a punto de saltarse de sus cuencas. Se incorporó sobre su asiento e inclinó su cuerpo hacia adelante, lo cual provocó que Sasha se apoyase asustado en el respaldo de su asiento.
   Al tomó la copa que el pelirrojo había rechazado y la arrojó detrás del hombro de Sasha. En cuanto la copa estalló contra el suelo, un incendio comenzó en la biblioteca. Aquellos lugares en los que había caído agua estaban ardiendo en llamas. Los cuatro nos habíamos levantado de nuestros asientos y mirábamos con sorpresa la escena.
   Quizás por miedo a que el fuego se extendiese por toda la biblioteca, Sebastián tomó la jarra con lo que quedaba de agua y corrió hacia el fuego. Vertió el contenido de la misma, pero esto no hizo más que avivar el pequeño incendio. Retrocedió unos pasos asustado y el viejo Al se apresuró a llegar hacia donde estaba el muchacho. El hombre se quitó el tapado negro que llevaba y lo arrojó sobre el fuego. Las llamas se extinguieron por completo, dejando tan solo una densa nube de humo gris en el ambiente, lo cual provocó que algunos comenzaran a toser. Natasha se dirigió a los amplios ventanales y los abrió de par en par para ventilar el lugar.
    Después de que el humo se disipó, volvimos a reunirnos todos en la mesa. El viejo Al tenía el semblante sereno, como si nada hubiese sucedido. Sasha se veía incómodo y los demás nos movíamos con la cautela de alguien cercano a las fauces de un lobo.
   —¿Quién de ustedes puede decirme qué elemento acabo de controlar? —preguntó el anciano y bebió lo que quedaba del contenido de su copa.
   Los cuatro guardamos silencio.
   —¡Vamos! Incluso el más obtuso de los individuos es capaz de elaborar por lo menos una pequeña hipótesis —nos animó y sonrió con amabilidad fingida.
   —Es fácil —dijo Sasha recuperando un poco la confianza—. Controla el fuego. Las salamandras mostraron su apoyo para que el agua se encienda.
   —¿Todos están de acuerdo? —preguntó Al mirándonos uno a uno.
   —No —aventuró Natasha, casi con timidez.
   —¿Qué elemento estaba controlando, preciosa? 
   El tono del viejo cambió notablemente al dirigirse a mi compañera. Sentí cómo el vello de mis brazos se erizaba. A mi lado, Sebastián apretó los puños y alzó levemente los hombros. Natasha aclaró su garganta y respondió:
   —Controla el agua, señor. Fueron las ondinas quienes optaron por tomar al fuego como parte de ellas.
   —Buen intento, pero no. Por cierto ya te dije que me llames Al. Así me llaman mis estudiantes y según recuerdo me pagan una importante suma para que te enseñe cosas, preciosa.
   Natasha estaba notablemente incómoda con la forma en la que el anciano la observaba. Sebastián habló completamente tenso. Se notaba que no le gustaba en absoluto la atención que el anciano ponía en su amiga.
   —Aire. El fuego no puede persistir sin oxígeno. No quiere decir que los silfos lo apoyen, tan solo cuando arrojó su prenda sobre el fuego, este se quedó sin oxígeno y se extinguió.
   —Me decepcionas un poco, Sebastián Koiné. Después de todo, podría decirse que eres más hijo de Andrés que el mismo Esteban, ya que te crió —agregó con saña el viejo.
   Sebastián me miró apenado. 
   —No controlas nada más que la ilusión, viejo —contesté con la calidez de un témpano de hielo.
   El anciano comenzó a aplaudir muy lentamente y me miró con cierto dejo de orgullo.
   —Quizás, puedas ganarte el amor de tu padre uno de estos días. —sonrió develando unos espantosos dientes amarillentos y agregó—: ahora que la sangre de su sangre ha regresado, me pregunto a quién de ustedes preferirá. Esto se pondrá muy entretenido. Solo el tiempo lo dirá. Por mi parte, no tendré favoritismos con ustedes. Les enseñaré a ambos y, llegado el momento, al igual que los espíritus elementales, elegiré al más fuerte.
   Me sentía sumamente incómodo y podía notar que Sebastián se sentía de la misma manera. Estaba cabizbajo y su cabello castaño le cubría el rostro. Seguramente, el viejo Al había tocado una fibra sensible para él.
   Lo único que me había pedido mi padre era que forjase lazos de amistad con aquellos chicos y el anciano me estaba complicando bastante aquella tarea. Me apresuré a hablar, para intentar solucionar aquella incómoda situación:
   —No es una competencia por el amor de nadie. Las personas en equipo logran mejores cosas que los que trabajan solos. 
   Sebastián me miró. Tenía las mejillas enrojecidas. Quizás, por un momento, había estado buscando la forma de destruirme. Posiblemente, llegado el caso se convertiría en mi enemigo, pero por ahora prefería que las cosas no se volviesen tensas entre nosotros. Quizás, no sería realmente mi amigo, pero prefería que mi rival estuviese de mi lado. Era un juego de poderes del que participaríamos en secreto. Ante los ojos de mi padre y de los demás, teníamos que aparentar ser amigos. Incluso, hermanos. 
   —¿Entonces solo fue un truco? ¿Cómo lo hiciste? —interrogó Sasha y me sacó de mis pensamientos.
   —Si todos piensan que algo es real, entonces, para ellos es real. Ustedes, gracias a mi pregunta, estaban tan seguros de que estaba controlando un elemento que se limitaron a esas opciones. Salvo Esteban, claro, quien pudo ver más allá. 
   —No me refiero a eso. ¿Cómo puede prender fuego con agua? —insistió el niño.
   Todos miramos al anciano. La verdad es que también sentía curiosidad, porque aunque fuese solo una ilusión, era bastante impresionante.
   —Ah, eso —caviló, parecía algo decepcionado—:Rocié el piso con una simple receta que usaban los antiguos alquimistas. Ahora lo llaman química, pero como dije, los nombres no son más que etiquetas.
   —¿Nos enseñarás recetas alquímicas? —Sasha parecía emocionado.
   —No —respondió el viejo tajante—. Estoy para mucho más que eso. Pueden aprender esas cosas en clases de química o buscando por internet. Yo estoy aquí para que puedan elevar la mente más allá de la razón y dominar la sutil onda de magia que inunda el cosmos. Así podrán ser capaces de vincularse a los seres de los distintos planos de existencia, aquellas frágiles criaturas que se ayudan y se dañan entre sí. Recuerden que todo es materia y energía y que esto también pueden vincularlo a través del espíritu.
   —¿Nos va a enseñar a comunicarnos telepáticamente? —preguntó Sasha con la curiosidad de un niño.
   —No. Para eso pueden comprarse celulares. No les falta dinero precisamente. Veremos cosas importantes, como diferentes hechizos, sutiles engaños y brutales formas de control mental. Nada es solamente natural o sobrenatural. Todo depende de cómo se lo mire. La magia y la ciencia están vinculadas y pueden apoyarse entre ellas, porque en el mismo universo subyacen las distintas fuerzas.
  El celular del viejo Al comenzó a sonar en su bolsillo y se apresuró a responder. La llamada no duró más que unos pocos segundos en los que se limitó a asentir. Cortó la comunicación y dijo:
   —Ya estamos completos, niños. La pequeña hechicera acaba de llegar a la isla.


   Una emoción enorme invadió mi ser. Me reuniría con Tamara. 

viernes, 24 de julio de 2020

Capítulo 8: Susurros proféticos

Capítulo 8: Susurros proféticos


   Cuando las agujas del reloj antiguo que decoraba la biblioteca se unieron en el doce, mi padre se despidió alegando que tenía una reunión importante. Se marchó sin más preámbulos. Unos instantes después, Sasha se incorporó velozmente y dijo:
   —Muero de hambre. ¿Vamos a almorzar?
   —¿Ahora? Pero, si desayunaste una docena de medialunas vos solo —dijo socarronamente Natasha.
   —Déjalo, seguro que un día de estos va a pegar el estirón —agregó Sebastián, riendo por lo bajo.
   —No son graciosos. Búrlense todo lo que quieran. Después son ustedes los que vienen a rogarme para que les diga los que los silfos susurran. Si no quieren venir, no hay problema —agregó tajante el pelirrojo fingiendo estar enfadado—. ¿Vamos, Esteban?
   Me sorprendió su invitación y dudé por un segundo. Si no aceptaba la oferta, él podría interpretarlo como un rechazo, pero si lo acompañaba, quizás los otros chicos pensarían que estaba escogiendo un bando. Afortunadamente, Natasha resolvió mi dilema:
   —No seas tonto. Vayamos al salón comedor. Después de todo, esta tarde, al parecer, comenzará nuestro “entrenamiento oficial”. 
   Los cuatro salimos de la biblioteca con Sasha encabezando la marcha. Me sentía incómodo por tener que encajar en un grupo de amigos que ya estaba armado. Me preguntaba cuánto tiempo haría que los hermanos conocían a Sebastián y cómo sus destinos se habrían entrelazado. Sospechaba que mi padre tenía algo que ver con esto, pero no era el momento para hacer preguntas. Realmente quería forjar o por lo menos simular una amistad con aquellos jóvenes peculiares, no quería decepcionar a mi padre.
   —¿Cuántos años tenés? —me preguntó Natasha sentándose frente a mí en una mesa para cuatro. 
   —Diecisiete —respondí recordando mi documento falso.
   —Igual que yo —dijo Sebastián antes de que Natasha pudiese responder y agregó señalando a sus amigos—: ella tiene dieciséis y él trece.
   —Parecés más chico —mencionó despreocupado Sasha.
   Empalidecí por un instante, me sentía descubierto porque en realidad tenía quince años.
   —Vos no podés decir eso enano —se burló Natasha y Sebastián sonrió apenas mirando a la joven con cierto dejo de fascinación.
   Una camarera nos alcanzó el menú y se marchó intentando pasar inadvertida. Los platillos que se ofrecían a los comensales estaban escritos en una estilizada letra dorada sobre una hoja negra y plastificada. Sebastián propuso que compartiéramos una pizza y todos estuvimos de acuerdo.
   —¿Saben?, escuché algunas historias sobre nuestro maestro —comentó Sasha.
   Los tres lo miramos expectantes y aunque yo conocía quizás mejor que ninguno al viejo Al, me intrigaba saber qué era lo que sabía el niño.
   Al ver que nadie hacía ningún comentario, Sasha continuó hablando:
   —Dicen que era líder de uno de los trece clanes, pero que Andrés le ofreció tanto dinero que adelantó su jubilación. Ahora, su nieto es el primer líder con menos de veinte años. Maldito afortunado…
   —¿Ariel? —dije en un hilo de voz y me arrepentí enseguida de haberlo hecho.
   —Eso creo. ¿Vos qué sabés? —preguntó Sasha y todos se voltearon a verme.
   —Conocí al viejo Al cuando vivía en Capital y también a su nieto. Eran dueños de algunas de las pocas tiendas de magia que no venden baratijas completamente falsas.
   —¿Podemos confiar en el anciano? —preguntó Sebastián muy serio.
   —No lo creo. No confío en nadie que tenga menos escrúpulos que yo. Sin embargo, creo que podemos aprender mucho de él —dije con sinceridad.
   Aún no sabía qué significaba la presencia de aquel hombre allí. Tampoco estaba seguro si podía confiar en mis nuevos compañeros. Por el momento me seguiría moviendo con cautela. 
   Nos quedamos en silencio en cuanto notamos que la camarera regresaba. Sebastián pidió dos pizzas y una gaseosa grande para compartir. Mientras esperábamos su retorno, continuamos conversando en voz baja. No queríamos atraer la atención de los turistas que se encontraban en mesas cercanas. Teníamos que ser discretos, pues nuestras vidas podían depender de ello. 
   Sin que yo les pidiese ningún tipo de información, me fueron revelando parte de sus vidas. Los padres de Natasha y Sasha eran dueños de varias empresas importantes en Europa y América. Estaban extremadamente agradecidos con mi padre por otorgarles vacantes en su supuesto colegio de alto prestigio para “jóvenes con capacidades extraordinarias”. Eran los primeros de su familia en demostrar habilidades que sobrepasan los límites de la razón. Los miembros de un equipo de profesionales que trabajaban para Andrés Rochi los habían encontrado casi por casualidad. 
   No me sorprendía que aquellos jóvenes fueran extremadamente ricos y poderosos, pero la historia de Sebastián realmente me asombró. Sus padres y el mío habían sido íntimos amigos. Ellos fallecieron en un accidente de autos, después del cual mi propio padre se había hecho cargo de la educación de Sebastián. Estimaba al muchacho como si fuese su propio hijo.
   No pude evitar sentir algo de envidia tras escuchar su historia. Seguramente, Sebastián había sido introducido desde muy pequeño en la sabiduría oculta. Posiblemente ya se había ganado el cariño y el respeto de mi padre, pensé con pesar. El muchacho era carismático, rico y atractivo. Actuaba como si tuviera al mundo entero comiendo de la palma de su mano y reflexioné que quizás así fuese. Temía convertirme en un mero peón de su juego y esperaba poner el tablero a mi favor, llegado el caso.
     Durante el almuerzo presté atención a todo lo que me contaban y me limité a hablar lo menos posible. La vida me había enseñado que nadie presta atención a quienes hablan mucho, pero que si uno se limita a hablar lo necesario, su mensaje es escuchado e incluso respetado. Sin embargo, Natasha parecía empeñada en intentar descifrarme y había algo en su pálido y astuto rostro que me inquietaba. El lila de sus ojos era inquisidor y parecía capaz de penetrar en los confines de mi mente.
   —¿Alguna novia te espera en Capital?
   Natasha había lanzado sin más una pregunta que, aunque parecía simple, era demasiado complicada de responder. Sentía que mis mejillas ardían y las palabras salieron torpemente de mi boca. Me sentí tonto y abochornado, pues no le temía a nada tanto como a dudar de mí mismo, a fallar, a equivocarme.
   —No lo creo.
   —¿Entonces no estás seguro?, ¿puede que quizás sí haya alguien? — Natasha parecía disfrutar atormentándome.
   Me limité a encogerme de hombros y agradecí cuando la conversación dejó de girar en torno a mi vida sentimental. Cuando Sebastián comenzó a hablar sobre cómo había conseguido su carnet de capitán de barco, mi mente abandonó la conversación. Esperaba volver a ver a Tamara, pero sabía que el hotel no era seguro para ella. La presencia del viejo Al era una amenaza certera sobre ella. Su poder oscuro podría acabar con la pureza de su alma. Tamara sería como un rayo de luz en medio de tanta oscuridad. Estaba claro que el grupo que se estaba gestando en la isla estaba formado por seres oscuros que anhelan alcanzar la perfección. Buscábamos el poder para no ser víctimas de él, pero Tamara no pertenecía ahí. Era diferente. Era luz. Era claridad. Yo temía que en medio de las tinieblas pudiese peligrar aquella llama que ardía en su interior.
   Cuando terminamos de comer, la camarera vino a retirar nuestros platos y nos anunció que el señor Aigam nos estaba esperando en la biblioteca. Decidimos ir hacia allí sin perder tiempo, puesto que todos estábamos expectantes ante aquella primera lección. Salimos del salón comedor y comenzamos a cruzar el hall de entrada. En ese preciso momento, Ailén abandonó su puesto de recepcionista y se dirigió rápidamente hasta donde estábamos. El sonido de sus tacones fue lo único que se escuchó durante su trayecto. Algo no estaba bien. Se detuvo frente a mí y colocó sus manos en mis hombros. 
   Sentí como el corazón se me encogía dentro del pecho. Ella me aferraba fuertemente. Esperaba que no le hubiese sucedido nada a mis padres o a Tamara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al buscar sus ojos con la mirada y descubrir que el marrón de su iris había desaparecido por completo. La mujer me miró con los ojos completamente blancos y susurró lo suficientemente fuerte como para que los cuatro podamos oírla:
   —Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada. 
   En cuanto terminó de decir aquella frase, el marrón de sus ojos regresó y la confusión invadió sus facciones indígenas. En cuanto reparó en que aún tenía sus manos sobre mis hombros me soltó sonrojada.
   —¿Necesitaban algo muchachos? —preguntó con timidez.
   Todos negamos con la cabeza. Parecía no recordar absolutamente nada de lo que había sucedido. En cuanto Ailén se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el mostrador, los cuatro nos miramos confundidos. Natasha susurró lo suficientemente bajo como para que la recepcionista no pudiera oírnos:
   —Fue una profecía. Quizás ella no lo sepa, pero sin dudas Andrés debe haber considerado útil tener una vidente trabajando en el hotel.
   Entonces, tuve la certeza de que tiempos oscuros se aproximaban. Quizás no podíamos descifrar el futuro con claridad, pero la promesa de que el mal estaba cerca era evidente. En ese momento, comprendí que algo extremadamente fuerte como para romper las barreras del tiempo estaba por llegar y se estaba anunciando. Un mal que podría alterar la ley natural del mundo.



viernes, 17 de julio de 2020

Capítulo 7: Aquelarre

Capítulo 7: Aquelarre

   Algunas horas antes del almuerzo mi padre me pidió que lo acompañase a la biblioteca del hotel. Estaba ubicada en la planta baja en el ala izquierda del edificio. Al ver la gran cantidad de libros en estanterías tan altas que casi llegaban hasta el techo abovedado, me quedé boquiabierto. Desde pequeño una de mis pasiones era la lectura.
   Recorrí los estantes con la mirada y pensé que no me alcanzaría toda una vida para leer los libros que allí se encontraban. Una sensación agridulce invadió mi alma. No podía evitar sentir cierta nostalgia, toda mi infancia había transcurrido en la pequeña tienda de libros usados de mi madre. Intentar comparar ambos lugares era como contrastar la llama de una vela negra con el sol, pero la pequeña llama que hacía aflorar mis recuerdos amenazaba con derretir el muro de hielo que me esforzaba en crear.
   Éramos los únicos en aquel sitio en el que se encontraban las voces de miles de autores inmortalizadas para siempre en las hojas de los libros. En el silencio casi podía sentir el susurro de aquellos pensamientos atrapados clamando por ser interpretados.
   La voz de mi padre me sacó de mis cavilaciones:
   —Vamos a sentarnos. 
Tomamos asiento en la mesa más cercana y mi padre miró su reloj. —Les pedí a tus nuevos compañeros que se reúnan con nosotros. Intenta agradarles mostrándote empático con ellos. Conviértete en alguien imprescindible  para que nunca puedan reemplazarte. No dejes que vean tus puntos vulnerables ni tu verdadera esencia. Aunque ellos saben de los conocimientos ocultos, no rebeles más de lo necesario y trata de asimilar todo lo que puedas. Esto será para ti como una práctica. Debes descubrir sus miedos y sus anhelos sin que ellos se den cuenta.
   Asentí con la cabeza, aunque nunca había sido muy bueno para agradarle a las personas. No tenía amigos, pues los chicos de mi edad solían tener intereses que distaban mucho de los míos. Tan solo Tamara había despertado en mí el deseo de acercarme a alguien. Sin embargo, sabía que en grupo el poder ritual se potencia. Por eso los hechiceros formaban aquelarres o grupos ocultos y las personas se reunían en distintos cultos espirituales y religiosos.
   Los pasos de los tres adolescentes que me habían estado observando cuando ingresé en el salón comedor rompieron el silencio que gobernaba el recinto. No eran rostros que pasasen desapercibidos. La peculiar tríada estaba conformada por dos chicos y una joven albina con los ojos de un azul tan claro que parecían lilas.
   —Buenos días, Andrés —dijo el más alto de los tres dirigiéndose a mi padre. Tenía el cabello castaño del mismo color que su campera de cuero y le llegaba casi hasta la cintura.
   —Hola, ¿cómo estás? Te presento a mi hijo Esteban.
   Los tres rostros se tiñeron de sorpresa. Sebastián arqueó sus cejas y llevó sus ojos verdes hacia mí. Tardó unos segundos en responder a la pregunta de mi padre.
   —Muy bien, gracias. Soy Sebastián Koiné —dijo y luego me estrechó la mano con fuerza.
   —¡Cuánta formalidad! —dijo burlonamente el más pequeño de los tres. Era pelirrojo y tenía sus bucles alborotados. 
—Yo soy Sasha Narov y ella es mi hermana Natasha.
  El niño señaló con la cabeza a la joven. Por algún motivo sentí que mis mejillas ardían. Era hermosa y exótica, parecía una ninfa salida del lago.
   Los dos chicos se sentaron a ambos lados de mi padre y Natasha se sentó junto a mí. Corrí mi silla disimuladamente, su cercanía me ponía nervioso. 
   —¿Cómo es que no sabíamos nada de él? —preguntó Sasha.
   Mi progenitor respondió sin alterar la serenidad de su voz:
   —Vivía con su madre en Buenos Aires. Lamentablemente ella tuvo un accidente. —Sus palabras sugerían que ella estaba muerta.
   —Lo lamento —habló Natasha por primera vez. 
   —Gracias —dije y mi voz salió algo áspera de mi garganta. 
   —¿Es uno de nosotros? —susurró Sasha en el oído de mi padre, pero lo suficientemente fuerte para que todos podamos oírlo a la perfección. 
   Pude notar como Sebastián lo fulminaba con la mirada. Natasha a mi lado tosió fingidamente.
   —Lo será, pero ya te dije que es mejor mantener la discreción aquí, Sasha —lo reprendió mi padre—. Las paredes escuchan y tanto los turistas como algunas personas del personal no deberían saber lo que hacemos. El grupo aún no está completo, falta una integrante más y podrán comenzar su preparación.

   Mi corazón pareció revivir en ese momento. Estaba hablando de Tamara. Yo esperaba ansioso mi reencuentro con ella, quien me completaba y me potenciaba en el mundo espiritual. 

viernes, 10 de julio de 2020

Capítulo 6: Controlar la muerte para dominar la vida

Capítulo 6: Controlar la muerte para dominar la vida

   
   El amplio salón comedor era ostentoso e impresionante al igual que todo en el hotel. A pesar de que todavía era muy temprano, algunos turistas cuyo murmullo se extendía por el recinto, disfrutaban de un abundante desayuno continental. Estaban ubicados en mesas circulares a una distancia que permitía respetar la privacidad de las conversaciones. Era evidente que cada detalle de aquel sitio estaba cuidadosamente diseñado por arquitectos y decoradores con un refinado gusto.
   Lancé una mirada furtiva a un grupo de tres adolescentes que me observaban sentados en una mesa próxima a la entrada. Apartaron sus ojos al darse cuenta de que los había descubierto. Finalmente, distinguí a mi padre. Él estaba solo en una mesa junto a un ventanal gigante. Su mirada se perdía en el lago que se ocultaba con timidez detrás de las ramas de los frondosos pinos.
   Me dirigí hacia donde se encontraba y lo saludé al tiempo que me sentaba frente a él:
    —Buenos días.
    —Buenos días, Esteban. ¿Cómo dormiste?
    —Bien  —mentí y esquivé sus ojos verdes.
    Me serví humeante café negro en una taza de porcelana blanca. Una canasta de mimbre con medialunas y otra con tostadas yacían junto a la bandeja de frutas. El dulce de leche casero y algunas mermeladas de frutas en pintorescos frascos artesanales daban un toque de distinción. 
      —¿Seguro que dormiste bien?  —me interrogó.
   Estaba bebiendo un poco de café amargo por lo que me limité a encogerme de hombros. El poder de su mirada era tan fuerte que podía leer secretos que deberían permanecer ocultos. No quería contarle lo que había soñado, pero intuía que ya lo sabía. Si él realmente era consciente de que mi hermana podía rastrearme, quizás me llevaría a otro sitio y lo cierto era que yo anhelaba reencontrarme con Tamara. Si bien no tenía ninguna lógica arriesgarme a que mi verdadera madre me encontrase, algunas veces las emociones no permiten ver con claridad.
    —¿Sabías que si mueres en el plano onírico, tu espíritu puede quedar atrapado allí para siempre?
   Asentí lentamente. Hasta ese momento no había tenido la certeza, pero sí una sospecha profunda de que así era. Sus palabras confirmaron mis pensamientos, así como mis temores. 
    —¿Es posible interactuar con espíritus que hayan quedado atrapados allí o con personas vivas que controlen los sueños?
    —Creo que ya sabés la respuesta  —dijo y luego cambió de tema abruptamente —. Tu mentor debe estar por llegar a la isla. Es importante que aprendas todo lo que puedas de él y que con el tiempo incluso lo superes. La sangre que corre por tus venas porta las voces de tus ancestros. Tienes que aprender a despertar los recuerdos de pasados remotos y llegar  incluso hasta los comienzos, cuando los primeros destellos de poder se manifestaron. Descifrar la muerte para dominar la vida, pero nunca olvides que solo aquello que realmente entendemos es lo que podemos controlar.
   Estaba casi seguro de que se refería a las banshees. Si lograba controlarlas nada ni nadie podría oponerse a mis deseos. Mi magia era un legado ancestral. Durante generaciones, la familia de mi madre se había tomado las molestias necesarias para conformar los lazos para lograr dar a luz generaciones cada vez más poderosas, y quizás la de mi padre también. Claro, tenían la creencia de que si dejaban vivir a su estirpe masculina sucesos terribles acontecerían y tal vez así sería. Yo vivía y con la ayuda de mi padre y de Tamara, sumados a mi propio esfuerzo podría llegar a ser más fuerte incluso que Amaia, mi madre. Debo reconocer que sentía miedo de su inmenso poder y maldad, pero al mismo tiempo me producía una inquietante admiración. Mi mayor deseo era adquirir un completo dominio del poder.   
   Detrás del frío cristal del ventanal, distinguí que una figura conocida estaba bajando de una lancha. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. El cabello hasta los hombros de aquel hombre era blanco como un témpano de hielo y se acercaba hacia el hotel por el sendero de piedras con el andar de alguien que sabe guiar hacia la muerte.
   Mi padre señaló al anciano con la cabeza.
    —Será tu tutor. Mandé a traer a Alfonso Aigam desde Buenos Aires, es uno de los mejores.
   No tenía que preguntar qué tipo de conocimiento me podría inculcar. Conocía muy bien al viejo Al. Había adquirido mucha información sobre lo oculto gracias a él, y en aquellos breves, productivos y escalofriantes encuentros había sido testigo de los alcances de sus facetas más oscuras.
    —Lo conozco  —dije con un hilo de voz.
   Supe por la mirada de mi padre que él ya lo sabía o que por lo menos lo sospechaba. Me pregunté si había sido él quien había puesto al anciano en mi camino para guiarme o quizá para vigilarme. Ya lo conocía y también sabía de las cosas que era capaz de hacer para cumplir cualquiera de sus deseos. Estaba claro que él tenía muchísimo conocimiento y poder, pero carecía completamente de humanidad. ¿En quién esperaba realmente convertirme mi padre? 

   Sin lugar a dudas, yo no me consideraba una persona sensible, pero aquel hombre no tenía ningún escrúpulo y no conocía la piedad. Un nudo se formó en mi garganta al recordar lo que vi aquel día en su negocio cerrado: los gritos, el dolor, los ojos de una joven que solo anhela la muerte.    

viernes, 3 de julio de 2020

Capítulo 5: Detrás del muro

   Capítulo 5: Detrás del muro

   El hotel se alzaba majestuoso e imponente en medio del bosque. Era la única construcción visible en toda la isla. Un sinuoso e iluminado sendero de rocas nos condujo desde el muelle hasta la escalinata de la entrada en donde se alzaban dos grandes columnas de mármol blanco.
   Los amplios portales que daban a la recepción se encontraban abiertos de par en par. Sentí que el lugar me daba la bienvenida. Sería mi hogar durante mucho tiempo, pero lo que no había considerado en ese momento era que también sería mi prisión. Rodeados de agua absolutamente, nada que escapase a la mirada de mi padre podía entrar ni salir de la isla.
   La diferencia de temperatura entre el lujoso hall y el exterior produjo que mi visión se tornara borrosa y que los amplios baldosones negros y blancos se difuminaran bajo mis pies.
   —¿Te encuentras bien? —preguntó mi padre frunciendo el entrecejo.
   Asentí con la cabeza.
   —Sí. El calor hizo que me bajase la presión —dije, restándole importancia a la situación.
   No quería parecer una persona débil ante sus ojos y me obligué a seguir sus pasos de manera firme. En retrospectiva, quizás mi cuerpo intentaba advertirme de alguna manera que tuviese cuidado. No supe interpretar las manifestaciones de mi ser.
   Nos detuvimos frente a un amplio mostrador de madera lustrada. Del otro lado se encontraba de pie una esbelta mujer con cabello oscuro y tez aceitunada.
   —Bienvenido, señor. ¿Cómo estuvo su viaje? —preguntó con cordialidad.
   —Muy bien, Ailén. Te presento a mi hijo, Esteban, quien se quedará a vivir aquí a partir de ahora. Dale la llave de la habitación 308.
   —Un  placer, Esteban —dijo la joven regalándome una encantadora sonrisa.
   La saludé con una inclinación de cabeza.
   —Gracias —agregué aceptando las llaves que Ailén acababa de depositar sobre el mostrador.
   Seguí a mi padre, quien me condujo por unas lujosas escaleras y pasillos alfombrados hasta la que sería mi habitación. Cuando abrí la puerta me quedé absolutamente maravillado. Esperaba que se tratase de un lugar lujoso, dado que todo el lugar estaba pensado para albergar a turistas con un gran poder adquisitivo, pero  mi cuarto era realmente impresionante. No era solo una habitación sino que parecía un amplio monoambiente moderno.
   —Mi habitación es la 217. Si necesitás cualquier cosa, no dudes en pedírmela a mí o a Ailén en recepción. ¿Tienes hambre? —preguntó mi padre.
   —La verdad, no —respondí.
   —Tampoco yo. Creo que iré a descansar un poco. Fue un viaje largo. Si querés ir a comer algo, puedes bajar al restaurante del hotel o bien pedir servicio a la habitación. Si querés que te llenen la heladera o necesitas cualquier cosa del continente, pásale una lista a Ailén y ella enviará a alguien. No te preocupes por el dinero. Mañana te presentaré a tu tutor y a tus compañeros. Es importante que forjes una buena relación con ellos, puesto que ustedes serán los líderes del mañana.
   Alcé una ceja. ¿A qué se refería? Me interrumpió antes de que pudiera formular mi pregunta:
   —Pronto entenderás todo. Estoy demasiado cansado en este momento y es una larga explicación. Ya hablaremos más tarde.
   Dichas esas palabras se marchó de la habitación. Me pregunté a qué tipo de lecciones me enfrentaría. Tenía el presentimiento de que iba a adquirir muchísimo poder. Tan solo esperaba estar  preparado para lo que vendría.
   Me hubiese gustado poder conversar con Tamara y conocer su punto de vista ante toda esa situación tan extraña. Mi padre había dicho que ella y su familia llegarían al hotel tarde o temprano, pero podían pasar días o quizás semanas hasta que aquello sucediese. Me pregunté si podría comunicarme con ella de alguna forma y hacerle saber que estaba bien. Seguramente, mi repentina desaparición la tenía muy preocupada, porque yo le importaba o al menos eso esperaba en el fondo.
       Dejé mi mochila cerrada dentro de un guardarropa y me recosté vestido sobre la cama sin deshacer. Cerré los ojos y me focalicé en visualizar a Tamara. Me concentré en cada detalle de su precioso rostro. Vi sus salvajes bucles dorados, sus grandes y misteriosos ojos negros que me miraban como intentando descifrarme, con cautela y ternura como nunca nadie me había observado, y contemplé aquellos labios rosados con forma de corazón que me hechizaban. Me hacía mucha falta en ese momento. Sentía que estaba renunciado a todo mi pasado y ella era lo único que realmente anhelaba conservar.
   Intenté conectar mi alma con la suya, quería hablarle, quería sentirla de nuevo en mis brazos. No sabía si lograría comunicarme con ella de esa forma, pero valía la pena intentarlo. Imploré en silencio a los Silfos, los elementales del aire, que unieran mi pensamiento con el de ella. Quería asegurarme de que estaba a salvo y quería que supiera que no la había abandonado y que me encontraba bien.
   Su recuerdo me producía cierta melancolía. Junto a Tamara me sentía fuerte y al mismo tiempo vulnerable. Nuestra relación estaba llena de contradicciones. Ella me atraía como un farol atrae a las luciérnagas y al mismo tiempo estaba seguro de que si me envolvía con su llama, acabaría por destruirme. Con ese pensamiento en mi mente me sumergí en un profundo sueño. 
   Me encontraba en una cueva de cristal y rodeado de agua. Una luz tenue y verdosa lo envolvía todo. En el agua a mi alrededor ciertas imágenes se dibujaban para después esfumarse. No podía ver con claridad.
   Reparé en que quizás, al estar en una isla, el agua que me rodeaba limitaba mi poder del mismo modo que me protegía de la magia oscura que quería dañarme. Me sentía atrapado en una lujosa prisión.   
    Algunas imágenes comenzaron a cobrar nitidez a mi izquierda y me concentré en ellas. La silueta de Tamara estaba de pie del otro lado. Los detalles de la imagen no eran claros. Por una fracción de segundo creí que ella había reparado en mi presencia allí, pero comenzó a caminar y tomó lo que parecía ser un libro. Supuse que sería su grimorio.
   —Tamara —intenté decir, pero mi voz salió distorsionada como si estuviese debajo del agua.
   Podía verla aunque no muy claramente, pero ella no me veía a mí. Me sentí poderoso por un momento. Mi magia no era detenida por el agua como la de los demás hechiceros. Sin embargo, ella ignoraba mi presencia allí y de ese modo no podría hacerle saber que me encontraba bien, que estaba a salvo y que pronto volveríamos a estar juntos. Golpeé con frustración el muro que nos separaba y fue como golpear un témpano de hielo. El dolor de mis nudillos se filtró al mundo onírico, pero claro, aquello no era un simple sueño. 
   Mi corazón dio un golpe dentro de mi pecho y experimenté una sensación horrible. Fue como si me salteara un escalón bajando por una escalera. No la había notado hasta ese momento porque había estado concentrado en Tamara y aquella niña se había mantenido muy quieta, agazapada en un rincón de la borrosa habitación de mi compañera.
   —¡Cuidado! —intenté gritar para advertirle, pero volví a fallar.
   Tamara no me escuchaba, pero la criatura giró lentamente hacia mí. Un escalofrío me atravesó el cuerpo. Se puso de pie y su cabello negro y lacio se deslizó sobre sus hombros y sus brazos.
   —¡Dejala en paz! —grité en silencio.
   La pequeña dio un paso y luego otro hacia la dirección en la que yo me encontraba. Se movía con cautela, como si temiera asustarme, aunque ya lo había hecho.
   Barajé la posibilidad de que aquello fuese un demonio o quizás un fantasma, pero lo más probable y no menos aterrador era que se tratara de Cristina, mi hermana menor. Si ella descubría mi ubicación, entonces mi madre biológica podría encontrarme. 
   Contuve la respiración cuando ella caminó al lado de Tamara, quien seguía concentrada en la lectura, pero no se detuvo allí sino que continuó su camino hasta llegar justo al otro lado del cristal. Estaba de pie exactamente frente a mí. Ahora que estaba muy cerca podía ver algunos detalles de su rostro. Sonreía de manera inquietante como si hubiera obtenido lo que quería, encontrarme o quizás haberme separado de Tamara.
   Colocó una mano del otro lado de la barrera de agua y hielo que nos separaba. Pude notar cómo sonreía, aunque no podía escuchar ningún sonido proveniente del otro lado. Me pregunté por qué Tamara no la podía percibir.
   Aquel muro que me aislaba y que al mismo tiempo sentía que me protegía, no resultó ser ningún obstáculo para la niña. Su mano comenzó a atravesar el hielo muy despacio hacia donde yo me encontraba. Iba a atraparme. 
   Imploré en silencio a las ondinas, elementales del agua, que me brindasen su protección, pero ellas siempre acuden al poder y se habían puesto de su lado. Podía sentir su magia. Un aura oscura envolvía su ser.


   Quise alejarme de ella, pero estaba congelado. Estaba perdido. Tenía que hacer algo, lo que fuera. Entonces sucedió lo único que me podía salvar, me obligué a abandonar el mundo onírico y abrí los ojos. Comenzaba a amanecer. 

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...