viernes, 28 de agosto de 2020

Capítulo 13: La filosofía de la magia

Capítulo 13: La filosofía de la magia

   Aquella mañana me encontré con Sasha, Sebastián y Natasha para desayunar juntos en el salón comedor del hotel. Noté que el jugo de naranja estaba tan amargo como  mis pensamientos y supuse que Raquel, la madre de Tamara, como nueva nutricionista podría ser la culpable de la peor calidad de la bebida. 
   No podía dejar de pensar en el  sueño que había tenido con mi hermana. Ya no la percibía como una amenaza hacia mí, sino como una víctima de mi madre y me sentía impotente al no poder ayudarla.
   Varios grupos de turistas conversaban animados a mi alrededor disfrutando de sus vacaciones como si nada más importara en el mundo. Hubo algo en aquella escena que me recordó unas vacaciones que había pasado con Susana en la costa cuando era muy pequeño. El calor de la arena, el sol, el bullicio y la gente. Creo que al dibujar aquellos recuerdos los fui construyendo mejores que lo que en verdad fueron, pero deseé por un momento que todo hubiese resultado diferente para ella. 
   —¡Uy perdón! Me olvidé que Andrés me había dicho que fuéramos a la biblioteca para la primera clase con el profesor de Ciencias Sociales y Humanidades —exclamó de pronto Sasha mirando su reloj y poniéndose de pie. 
   —¿Ahora? —preguntó Sebastián que acababa de pelar una manzana y se disponía a morderla. 
   —Tendríamos que haber ido hace como cuarenta minutos —dijo el pelirrojo pasando  una mano por sus alborotados rulos.
   —Bueno, mejor vayamos. Seguro que ya no podremos causar una buena impresión de todas formas —agregó Natasha.
    Los cuatro nos dirigimos a la biblioteca en donde nos encontramos con Tamara, quien me regaló una sonrisa tímida, y con su padre que parecía aburrido por la poca concurrencia que había tenido su clase hasta el momento. Natasha se disculpó en nombre de todos y el docente hizo un gesto con su mano para restarle importancia. 
   Me hubiera gustado tener unos momentos a solas para hablar con Tamara antes de la clase. No estaba seguro cuánto sabía Alan de nosotros, no solo sobre nuestro poder mágico,  sino también respecto a nuestra reciente relación. No parecía un hombre estricto, pero no sabía cómo podría ser de suegro. 
   —No se preocupen, muchachos, a su edad también odiaba madrugar. Bueno y ahora también, pero al menos me pagan por eso —rió de su propio chiste y solo Natasha lo acompañó con una risa falsa por mera cortesía. 
   Me senté junto a Tamara y luego los demás se ubicaron alrededor de la mesa. 
   —Me dijo el señor Rochi que la escuela les enviará pronto el material a distancia para que cada uno rinda las materias necesarias según el año en el que estén, pero aquí pueden traer todo tipo de dudas. Serán como clases de apoyo y al mismo tiempo reforzaremos algunos conceptos importantes que no son muy relevantes para el sistema educativo, pero son muy útiles para… Bueno, olvidé para qué era. Solo digamos que para ustedes es importante. Entonces, como todavía no llegó el correo con sus materiales de estudio podemos tener una primera clase un poco informal. 
   El docente fue ganando seguridad en sí mismo una vez que comenzó a hablar. Nos dijo que era profesor de Historia y tenía doctorados en Filosofía y en Psicología Social. A continuación, nos fue pidiendo a cada uno que nos presentáramos y así lo hicimos, aunque la mayoría ya nos conocíamos desde antes. 
   Alan preguntó en general sobre qué temas nos gustaría profundizar y Sasha se apresuró a responder antes que los demás:
   —Magia.
   —Un tema sin dudas muy interesante que ha estado presente en todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad. La base de la magia consiste en creer que hay una conexión sobrenatural entre un sujeto y el mundo que lo circunda —comenzó a explicar Alan, pero Sasha lo interrumpió.
   —¿Qué hay de los elementales?
   —Me gusta esa efusividad con la que estudias. Creo que ya tengo un alumno favorito —dijo posiblemente en broma—. Algunos creían que aquel que logre controlar los cuatro elementos podría tener dominio absoluto, sin embargo, cabe preguntarnos para qué alguien querría un poder semejante. En mi humilde opinión si bien el mal absoluto no existe lo más parecido es tratar de ejercer dominio sobre los demás. No está mal seguir tus propios deseos, pero siempre y cuando nadie más salga lastimado o perjudicado. 
   —¿Se pueden controlar los cuatro elementos a la perfección? —habló Sasha quien parecía muy divertido con la clase y se había tomado el hecho de ser el mejor alumno muy en serio.
    —Podrías comenzar por intentar controlar tu propio cuerpo. Mi madre solía decir que el cuerpo vuelve a la tierra, el agua fluye por nuestra sangre, nuestro aliento se funde con el aire y pobre de aquel que no lleve el fuego de su espíritu encendido —dijo Alan con cierta melancolía en la voz—. De todas formas, es solo una sugerencia, porque tan solo los necios se fían de todo lo que se les impone como verdad y restrinja la libertad del pensamiento. 

   Las clases continuaron hasta pasar la hora del almuerzo. Después de un tiempo todos estábamos participando y filosofábamos sobre distintos temas que surgían. Alan era una persona muy agradable y me costaba trabajo entender cómo había podido casarse con alguien como Raquel que era estructurada y cruel. Tamara había encajado a la perfección en nuestro pequeño aquelarre y eso no me extrañaba en absoluto ya que era una persona increíble. Era dulce, empática, divertida e infinitamente hermosa. Si no tenía cuidado podría acabar enamorándome de ella, aunque quizás ya había sucedido. Las veinticuatro horas e infinitos momentos que conformaban mis días parecían tener sentido cuando estaba cerca de ella. 

viernes, 21 de agosto de 2020

Capítulo 12: Ayuda

Capítulo 12: Ayuda

   Después de la puesta del sol, le propuse a Tamara cenar conmigo y  con nuestros compañeros de clase, pero ella rechazó la oferta. Me dijo que le había prometido a sus padres que iban a cenar en el departamento que les habían asignado para poder conservar su unidad familiar. Además, quería tener una conversación a solas con su padre. Estábamos convencidos de que Alan sabía mucho más de lo que habíamos creído hasta ese momento.
   —Si querés, podemos intentar encontrarnos en un sueño esta noche —propuso Tamy antes de separarnos a los pies de la escalera.
   —Me parece bien. Nos vemos más tarde, preciosa.
   Nos dimos un tierno beso de despedida. Ella subió hacia el primer piso y yo me dirigí al salón comedor. Esperaba que los chicos no se hubiesen molestado por haberlos ignorado aquella tarde. Aunque lo cierto era que me sentía radiante de felicidad por el acercamiento con Tamara. No podía dejar de pensar en sus labios, en sus ojos y en su perfume que me recordaba a las flores silvestres en primavera.
   Encontré a Shasha, a Sebastián y a Natasha cenando pastas y me senté en un asiento libre junto al pequeño pelirrojo. 
   —Creímos que estabas con tu novia y no quisimos molestar —dijo Natasha.
   Era imposible descifrar su estado de ánimo. Su voz se escuchaba completamente neutra. 
   —Cenará con sus padres —me limité a responder.
   —¿Eso significa que ya tenés novia? ¡Felicidades, hermano! —agregó Sebastián que sonreía ampliamente. 
   —¡Me alegro mucho por ustedes! —festejó Sasha  con la boca llena.
   Técnicamente, no le había pedido a Tamara que fuera mi novia, pero explicar eso me pareció demasiado rebuscado y opté por agradecerles a los muchachos.
   —Podemos llamar a una camarera y que te traiga algo de cenar —sugirió Natasha cambiando de tema. 
   —No se preocupen. Coman ustedes y los acompaño un rato si no les molesta. 
   No tenía hambre. Seguía pensando en la hermosa tarde que había pasado con Tamy y estaba ansioso por encontrarme en un sueño con ella por la noche. 
   —No seas terco —insistió la joven—. Si no comés algo vas a desaparecer. Estás muy delgado. 
   Insistí en que no era necesario, pero me ignoró. Llamó a la camarera y ordenó por mí un plato de tallarines con salsa. Me sorprendió que se preocupase por mi salud, pues apenas me conocía. Nadie aparte de mi madre había puesto jamás tanto interés en mi dieta. No sabía si estar agradecido o asustado, pero terminé optando por comer unos cuantos bocados antes de abandonar mi plato alegando estar satisfecho.. Debo reconocer que el violeta de sus ojos me resultaba inquietante algunas veces. 
   Durante la cena, conversamos un poco sobre la profecía de Ailén y de los trucos del viejo Al, ninguno estaba seguro sobre qué debíamos pensar de todo aquello. Teníamos la certeza de que algo realmente malo sucedería en cualquier momento y lo único que podíamos hacer era prepararnos lo mejor posible. Debíamos adquirir más conocimientos e incrementar nuestro poder mágico, para de esa forma, poder hacerle frente a lo que fuese. 
   Me despedí de los tres y subí a mi habitación. Una vez allí tomé mi Grimorio y comencé a pasar las frágiles páginas con mucho cuidado. Después de más o menos una hora me di por vencido. No había ningún conjuro ni sugerencia para ligar mis sueños a los de otra persona. Decidí que lo mejor sería seguir mi intuición.
   Me recosté en mi cama y purgué mi mente de cualquier tipo de pensamiento que pudiera distraerme. Me concentré en Tamara y tracé un hilo de energía mental que me unía a ella. Imaginé una luz verde que nos protegía y aislaba de decenas de mentes que habitaban el hotel. No fue sencillo seguir concentrado en esa conexión y dejarme llevar por el sueño. 
   Me transporté a un páramo helado. El hielo relucía bajo un sol intenso. A lo lejos, detrás de un espejismo de agua, distinguí dos siluetas lejanas que se hacían cada vez más grandes. Me dirigí en dirección a aquellas sombras que cobraban forma humana. Una de las siluetas era más alta y llevaba a la otra de la mano. A medida que me fui acercando distinguí a Tamara y a Cristina. 
   Algo en aquella niña hacía que mi sangre se helara aún más que el hielo por el que caminaba. Bajo mis pies se arremolinaban grupos de ondinas luminosas y me acompañaban como si quisieran protegerme. 
   Cuando me acerqué lo suficiente, distinguí que la niña estaba llorando en silencio y el rostro de Tamara estaba compungido por el dolor. Algo no estaba bien. 
   —Tenemos que ayudar a Cristina —dijo Tamara sin mover los labios y su voz resonó en mi mente como un eco lejano. 
   Intenté hablar, pero había olvidado cómo hacerlo. Fue Cristina quien habló. Ella comprendía el lenguaje de los sueños y se movía por ellos con completa libertad.
   —Necesito que me ayuden. No tengo a nadie más. No sé si papá querrá ayudarme, pero mamá quiere hacerme algo feo, muy feo —su voz se quebró y se limpió las lágrimas con su pequeña mano—. Cuando baje mi primera sangre, enlazará su alma con  la mía y poseerá mi cuerpo. Llevan haciéndolo durante generaciones, no le importa que yo deje de existir. Las costumbres así lo requieren.
   Si hubiese podido comunicarme de alguna manera, le habría preguntado cómo podíamos ayudarla a evitar que aquello sucediera. Se veía tan pequeña e indefensa que sentí ganas de abrazarla, pero una parte de mí seguía sin confiar en ella. ¿Qué sucedería si era una trampa para guiarme hacia el aquelarre de mi madre biológica?
   Me desperté temblando y empapado en sudor frío. Si lo que la niña decía era verdad, entonces ella realmente estaba en peligro. Imaginé a un ente de sombras y de miedo poseer las almas y los cuerpos de mis antepasadas y un escalofrío recorrió todo mi ser. ¿Estaría relacionado de alguna forma con la profecía de Ailén? ¿Existiría alguna forma de detenerlo? 

   Pensé en mi padre y me pregunté si sabía lo que sucedería con su hija en algún tiempo. Cristina no confiaba en él o por lo menos  no estaba segura si debía o no hacerlo y por eso nos había buscado a Tamara y a mí. Sin embargo, aún no estábamos listos para enfrentarnos a algo así. Todavía teníamos algunos años para prepararnos, hasta que mi hermana alcanzara la pubertad, pero quizás jamás podríamos llegar a ser tan poderosos. Por otro lado, si Crisy era capaz de rastrearnos sin dificultad y la mujer que nos había dado a luz se apropiaba de su ser, estaríamos todos perdidos. Lo mejor sería buscar el modo de detenerla antes de que bajase la primera sangre de Cristina o de lo contrario no habría forma de escapar de ella.

viernes, 14 de agosto de 2020

Capítulo 11: Un paseo en la ribera

Capítulo 11: Un paseo en la ribera 

    Ailén comenzó a guiar a la familia Danann por las escaleras hacia las que serían sus habitaciones. Yo los seguí en silencio. No sabía cómo comenzar a hablar con Tamy. Ella tampoco había dicho nada. Seguramente, estaba esperando que yo diese el primer paso.
   Ajusté mi marcha a la de ella. Casi podía sentir su brazo rozando la manga de mi chaqueta. Tamara aminoró su paso y ambos seguimos caminando muy despacio, dejando que los demás se adelantasen.
   —¿Qué es todo esto? —preguntó Tamara casi en un susurro. 
    La observé. Ella se detuvo, pero su mirada estaba fija en las espaldas de sus padres quienes guiados por Ailén habían doblado por uno de los pasillos del primer piso. Estaba claro que no quería que alguien nos escuchase. 
   —Es extraño para mí también —reconocí. 
   Por algún motivo me sentía culpable, aunque no estaba seguro el porqué de ese sentimiento.
   —Entonces, ¿es verdad que el señor Rochi es tu padre?
   —Así parece, pero yo tampoco esperaba eso. Fue todo muy de repente. No podía comunicarme con vos. Lo intenté, pero…
   —¡Vamos, Tamara! No te quedes atrás —llamó Raquel.
   —Te veo en la entrada del hotel en una hora. Estoy feliz de que volvamos a estar juntos —le dije y la besé muy cerca de sus labios, pero sin rozarlos.  
    Una parte de mí sabía en el fondo que lo más probable era que las relaciones que comienzan a esa edad terminaran tarde o temprano. Yo realmente deseaba estar con ella. Quizás, podríamos ser la excepción a la regla, pero no estaba seguro de si era sensato arriesgarnos a tener algo más que una amistad, pero quizás era demasiado tarde. Sentía que un lazo invisible me unía a ella desde siempre. La necesitaba de aliada, porque no confiaba absolutamente en nadie más. Ni siquiera en mí. 
   Bajé las escaleras sin mirar atrás. Ella no dijo nada, pero estaba seguro de que acudiría al encuentro. Sabía que nunca me fallaría, o por lo menos lo creía en ese momento. 
   Salí del hotel ignorando a Sasha, quien gritaba mi nombre. Sebastián le dijo algo que no llegué a escuchar y afortunadamente me dejaron marchar. Necesitaba estar solo para aclarar mis ideas. 
   Me senté en una enorme roca frente al lago y arrojé una piedra pequeña que perturbó por un instante el agua espejada formando pequeñas ondas que se extendían a su alrededor. 
   Había muchas posibilidades de que aquel sitio no fuese seguro realmente. Me preguntaba si por el egoísmo de querer volver a verla, habría guiado a Tamara directamente hacia la cueva de un lobo o si alguien más había decidido mantenernos allí. Me sentía como un  agujero negro que atraía el caos y la desgracia. La necesitaba conmigo, pero no estaba dispuesto a alejarme de ella aunque eso implicase mantenerla a salvo.
   Apoyé mi mano sobre las pequeñas piedritas de la orilla y dejé que el agua helada rozara la yema de mis dedos. Convoqué en silencio a las ondinas del agua, para que me ayudaran a mantener a salvo a Tamara e imploré a los silfos del viento que me dieran el poder para ver con claridad. 
   Los espíritus elementales le habían brindado ayuda a Tamy en más de una ocasión, quizás yo también podría tenerlos de mi lado. Sin embargo, en ese momento me sentía ignorado por aquellas criaturas. Reflexioné que quizás no me consideraban lo suficientemente poderoso como para brindarme su apoyo, pero descarté esa idea enseguida. Había convocado en el pasado a las almas de quienes alguna vez estuvieron vivos, había lidiado con las banshees e incluso con demonios, no era lógico que las más simples de las criaturas del plano espiritual me rechazaran.
   Lancé un puñado de piedras y de tierra al agua con frustración. Cuando volví a apoyar la mano en la orilla sentí una punzada de dolor en la palma. Me había clavado un pequeño trozo de vidrio verde que seguramente alguna vez había sido parte de una botella. Me lo quité con cuidado y enjuagué la herida en el agua del lago. Entonces lo supe, hacía falta el poder de la sangre. Incluso los elementales exigían un pequeño sacrificio para brindar su apoyo. El mundo se movía con leyes egoístas, ya lo decían los antiguos alquimistas «no puedes pedir nada sin dar algo a cambio». 
    Mi sangre por proteger la suya, me parecía un trato justo. Sabía muy bien que una pequeña parte de algo era suficiente para representar la totalidad. Una pequeña gota de sangre e incluso un solo cabello podían resultar letales si caían en las manos equivocadas. Me daba cuenta de que viviendo en un hotel éramos completamente vulnerables. El personal de limpieza o cualquiera con acceso a una llave podría entrar a nuestras habitaciones y tomar lo que fuera necesario para hacernos daño, si así lo quisieran.
     De pronto, el sol dibujó destellos en el agua o quizás habían sido las ondinas ofreciéndome su apoyo. En la distancia, se escuchaba el murmullo del viento atravesando las ramas de los árboles. Sentí que los silfos también me acompañaban.
    Me quedé allí el tiempo suficiente, hasta que mi mano dejó de sangrar y los elementales no requirieron nada más de mí. Asumí por la posición del sol que ya debía haber transcurrido por lo menos una hora desde que había salido del hotel y seguí el sendero de piedras para ir a buscar a Tamara. Cuando entré la encontré conversando muy animada con Ailén.
   —Ahí está Esteban. Al parecer el Nahuelito, el monstruo que habita en este lago, no se lo comió —bromeó la morocha.
   —Teby, pensé que ya no ibas a venir —dijo Tamara y su voz sonó tensa.
   —No, perdón. No me di cuenta de la hora —reconocí avergonzado. 
   —Está bien, no importa. ¿Salimos a caminar? —preguntó suavizando su voz. 
   Asentí con la cabeza y la esperé unos instantes mientras se despedía de Ailén. Al parecer habían estado hablando bastante tiempo mientras me esperaba.
   Salimos juntos del hotel y cerré el enorme portal detrás de nosotros. Al fin estábamos solos, lejos de las miradas y los oídos de los demás, pero ninguno de los dos decía nada. Yo buscaba sus ojos con los míos, pero al parecer, eso la incomodaba, porque no lograba sostenerme la mirada por más de unos segundos. 
   Decidí romper el silencio:
   —Te extrañé. 
   Olvidé cómo respirar hasta que ella habló.
   —También te extrañé. Pensé que no íbamos a volver a vernos. Mis papás decidieron de la noche a la mañana que nos mudaríamos. Fui a tu casa un millón de veces y no había nadie. Fui a buscar a Susana al hospital y me dijeron que se habían mudado. Imaginé las peores cosas que alguien podría imaginar, hasta que hablé con Crisy en un sueño. Me dijo que estabas rodeado de agua y que estabas bien. Entonces, te odié por irte sin mí —bajó el rostro y su cabello rubio ocultó sus ojos enrojecidos.
   —No te voy a dejar nunca. No importa lo que pase —dije, sintiéndome algo cursi, pero era la verdad y creo que ella necesitaba oírlo.
   Me acerqué con cautela, como si fuese una criatura herida y pudiese asustarse, y la rodeé con los brazos. Apoyó su mejilla contra mi pecho y correspondió al abrazo. Podía sentir el perfume de su cabello alborotado con la brisa. Me encantaba sentirla entre mis brazos, pero me daba cuenta de que perderla me destruiría por completo. Me aterraba pensar que alguien o algo pudiera lastimarla. Había visto los horrores de los que eran capaces el viejo Al y su antiguo séquito. Tenía que proteger a Tamy de ese tipo de cosas a como diera lugar.
   Me separé apenas de ella y acaricié su mejilla con mi pulgar. Cerré los ojos y la besé dulcemente. Fue un beso lento y tierno que sellaba la promesa de que no la volvería a dejar sola, aunque la llevase conmigo por un camino lleno de oscuridad. 
   Caminamos tomados de la mano por la ribera del lago durante algún tiempo y solo nos detuvimos para besarnos en alguna que otra ocasión. Parecía un sueño hecho realidad, pero era todo tan hermoso que no podría durar. Estábamos tomados de la mano en la calma que antecede a una tormenta. No podía dejar de pensar en la profecía de Ailén. Mi mente la repetía a gritos, una y otra vez, hasta que finalmente, la repetí en voz alta:
   —Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada. 
    —¿Qué significa eso? —me miró preocupada.
   —No estoy seguro. Lo dijo Ailén, la recepcionista del hotel, en una especie de trance, pero no creo que ella recuerde lo que pasó.
   —Sentí mucho poder en ella apenas la vi. Me transmitió cierta sensación de paz. Creo que podemos confiar en ella.
   —Puede ser, pero no lo sé. Yo solo confío en vos —reconocí. 
   Ella acarició mi mano con su pulgar y la volví a besar. 
   —No estoy seguro de si podemos confiar en alguien más en esta isla, pero definitivamente no confío en el viejo Al. Tenemos que tener mucho cuidado con él… y con su nieto —agregué, porque sabía que Ariel había estado quizás demasiado cerca de Tamy.
   —¿Ariel está en el hotel?
   —Por suerte no, pero solo digo que no te acerques a él.
   —¿Ya vas a empezar con tus celos? —dijo poniendo cara de fastidio y me soltó la mano.
   —No son celos. Son gente peligrosa y ya —dije cortante. 
   Confesarle lo que sabía sobre ellos significaría revelarle que había estado involucrado en ciertas artes ocultas de las que era mejor mantenerse al margen y lo cierto era que no hubiera soportado que me viese como un monstruo. Yo no era como el anciano ni como Ariel, o por lo menos, intentaba convencerme a mí mismo de eso. 
   —Está bien. Prometo tener cuidado con esos dos. No te preocupes.
   Su voz serena me tranquilizó un poco. Me preguntó por mi padre para desviar el foco de la conversación. Yo comencé a contarle cómo había aparecido en la librería de repente y lo que sucedió después con el avión. Finalmente le conté sobre los tres jóvenes que serían nuestros compañeros en la búsqueda del conocimiento. Posiblemente, no debí haber mencionado que Natasha era una chica muy linda. Cuando alguien no tiene nada inteligente que decir es mejor quedarse en silencio. Le relaté el sueño que había tenido en donde Crisy había estado a punto de atraparme y ella me confesó que había estado soñando casi a diario con ella.
   —No tengas miedo. No creo que vaya a revelarle a aquella mujer tu paradero. Podría decirse que somos amigas ahora.

   Me reconfortaba pensar que esa poderosa niña estaba de nuestro lado, pero no pude evitar dudar por un instante si realmente la lealtad de Tamy estaría conmigo incondicionalmente. ¿Qué pasaría si Crisy la utilizaba contra mí?, ¿acaso, podría enfrentarme a Tamara si fuese necesario?    

viernes, 7 de agosto de 2020

Capítulo 10: Reencuentro

Capítulo 10: Reencuentro

  Mentiría si dijese que no estaba nervioso. Me preguntaba cómo reaccionaría Tamara al encontrarse conmigo en aquel lugar. ¿Se pondría feliz de verme? ¿Estaría enfadada porque me había marchado sin darle ninguna explicación? 
   La única certeza que tenía era que yo necesitaba verla y realmente deseaba con todo mi ser estar con ella. Una parte de mí, sin embargo, presentía que su presencia en aquel sitio podría ponernos en peligro a ambos. Una vez más, sumergí mis presentimientos en los oscuros rincones de mi mente. 
   Fui en dirección al vestíbulo, ignorando al viejo Al y a mis compañeros. Me quedé en el umbral de la puerta de la biblioteca en donde podía observar, pero sin ser visto. Me sentía tan nervioso como la primera vez que la había ido a buscar a su casa. 
   Tardé menos de un segundo en encontrar a Tamara con la mirada. Lucía tan hermosa como siempre con su cabello alborotado y el rostro cansado por el viaje. Parecía triste y lo atribuí a que quizás pensara que no me volvería a ver. 
   Reparé en mi padre. Se estaba presentando con los padres de Tamara y agudicé el oído para prestar atención a sus palabras. Habían conversado por teléfono y arreglado los salarios que tendrían. Debían ser muy altos porque Raquel tenía una mueca extraña que asemejaba una sonrisa dibujada en su severo rostro. Ella sería la nutricionista del hotel y su esposo, Alan Danann, profesor de Ciencias Sociales y Humanidades. Podría resultar interesante, a diferencia de su esposa, él siempre me había parecido un hombre reservado, pero agradable.
   —Muchas gracias por la oportunidad, señor Rochi —dijo la madre de Tamara conservando aún su máscara de amabilidad.
   —Fueron muy recomendados por mi hijo, eran sin dudas la mejor opción. Además, él es un buen amigo de su hija, así que creo que Tamara se sentirá cómoda aquí y nuestro proyecto educativo le abrirá las puertas a las mejores universidades del mundo.
   Las palabras de mi padre captaron el interés de todos los presentes, en especial de Tamy. Aproveché ese momento para hacer mi aparición, aunque no fui muy bien recibido en ese primer acercamiento. Raquel me lanzaba chispas con la mirada.
   —¿Qué está haciendo él acá?
   No estaba seguro desde cuándo me odiaba, pero incluso había llegado a sugerirle a mi madre en una ocasión que sería mejor que me alentase a buscar amigos varones de mi edad en vez de pasar tanto tiempo con Tamy. Afortunadamente, en ese momento mi mamá la había ignorado. Ojalá hubiera seguido apoyando nuestra alianza.
   —Él es mi hijo, Esteban. Tengo entendido que ya se conocían —mi padre parecía divertido por la confusión en el rostro de Raquel. 
   Seguramente pensaba que mi padre era un irresponsable que nos había abandonado a mi madre y a mí. No la culpo, hasta hacía poco yo podría haber creído lo mismo.
   Titubeó por un instante y luego se acercó a mí y colocó una de sus manos en mi hombro. Me sentía completamente incómodo por su cercanía. 
   —Teby, querido. Me alegro mucho de volver a verte y lamento muchísimo lo que sucedió con tu madre. Necesito que sepas que podés contar con nosotros para lo que necesites. Siempre fuiste como un hijo para mí. ¿No es verdad, Alan?
   —¿Eh?... Sí, supongo.
   Cuando me soltó y volvió a caminar hacia donde estaba Tamara, intercambié una mirada con ella, era imposible descifrar su seria expresión. Me preguntaba si estaría enojada conmigo o quizás con su madre por ser tan hipócrita.
   Me acerqué a ella con cautela, pero su gata comenzó a bufar con todo el pelaje erizado. Si no hubiese estado atrapada dentro de una jaula para animales, me hubiese atacado. Lanzaba zarpazos a través de los pequeños barrotes. No entendía por qué tenían una mascota tan arisca que podía atacar a alguien en cualquier momento. 
   —¡Dichosos los ojos que los ven!
   Miré hacia atrás y observé al viejo Al caminando con los brazos extendidos hacia donde estaba el padre de Tamara, quien sonreía ampliamente. 
   —Al, me alegro mucho de volver a verte —dijo dándole un abrazo cargado de palmadas de hombros.
   —Supe lo de tu madre. ¡Qué horrible tragedia! Era una mujer encantadora. Todos la amábamos. Lo que tenía de hermosa lo tenía de lista. 
   Alan se sintió algo incómodo y desvió el eje de la conversación.
   —Al. No esperaba verte por aquí. ¿También te contrataron como profesor?
   —Así es. Espero que tu hija sea un poco más lista que vos y mucho menos rebelde —dijo el viejo y ambos rieron. 
   —Seguro que sí. Te presento a mi esposa Raquel y a Tamara, la luz de mis ojos. 
   —Un placer conocerlas, preciosas.


   Estaba claro que Al no revelaría que ya conocía a Tamara. Cada vez más interrogantes se arremolinaban en mi mente. ¿Acaso Alan sabía más de lo que aparentaba?

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...