viernes, 27 de diciembre de 2019

Capítulo 12: SUEÑOS INFILTRADOS

Todo el mundo debe haber soñado alguna vez con imágenes de algo que le sucedió ese día, esa semana o en algún momento de su infancia o quizá también, con algún tema que le preocupase en particular o incluso con nimiedades de su día a día. Es común arrastrar fragmentos de nuestras vidas al mundo de los sueños, pero aquellos elementos o criaturas que son propias del mundo onírico, no deberían poder sobrepasar los umbrales del inconsciente para abrirse paso a la realidad de la vigilia. Permitir que algo así suceda parecería ir en contra de las leyes naturales, de la misma forma en que no se puede regresar de la muerte o caer hacia el firmamento desafiando la gravedad. Aquellas criaturas no deberían estar en nuestro mundo. Los seres de mis sueños habían atravesado aquella barrera que les debería ser prohibida, el umbral que las separaba de quienes pueden soñar y ahora estaban aquí.
Desperté sobresaltada al igual que tantos otros días, pero en aquella ocasión, en lugar de un grito ahogado comencé a sentir como si mi alma quisiera escaparse de mi cuerpo. Una corriente helada salía de mis pulmones y se abría paso por mi garganta y por mi boca mientras yo sentía que me asfixiaba. Una luz cegadora que emanaba de mi interior se fue moldeando en la figura de un ser que se desdobló a sí mismo creando otra criatura idéntica a él.
Aquellos extraños seres me observaron con sus rostros sin facciones durante algunos segundos en los que me quedé paralizada. Tan sólo podía temblar. Pasados unos instantes, se esfumaron frente a mí. Me aferré a la esperanza de despertar tarde o temprano, pero eso no ocurrió. Estaba despierta y aquellos seres ahora formaban parte de mi mundo. Eso no podía estar bien.
En cuanto pude volver a moverme me dirigí lo más rápido que pude al cuarto de mi madre y abrí la puerta procurando no hacer ruido. Ella dormía profundamente al igual que mi bebé. Me acerqué al moisés y besé la frente de mi hija con ternura.
No sabía qué era lo que buscaban aquellos extraños e inquietantes seres en mi mundo, pero tenía un mal presentimiento. Lo único que esperaba era que no viniesen a hacernos daño. Sentía que tenía que proteger a mi familia, pero lo cierto es que no tenía idea de cómo hacerlo. Ni siquiera podría revelarle lo ocurrido a mi madre sin que me tomara como a una completa demente.
Aquella mañana nadie notó el temor que sentía. Probablemente, después de todo lo que me había ocurrido había incorporado el miedo como una constante en mi vida.
Las palabras del conductor del noticiario me sacaron de mis pensamientos. Al parecer, habían encontrado asfixiadas a las dos primeras jóvenes que habían logrado escapar de los prostíbulos. Distinguí como una sombra de preocupación surcaba el rostro de mi madre y me pregunté si la muerte también me estaría acechando. Tenía el presentimiento amargo de que los seres de luz que salieron de mi interior podrían estar de alguna forma involucrados con aquellas muertes.

viernes, 20 de diciembre de 2019

Capítulo 11: IMAGEN

Miguel me acompañaba a casa cada vez que salíamos de la terapia grupal. Solíamos caminar despacio y conversábamos bastante. Hablábamos de cómo había estado nuestra semana, de los proyectos que teníamos para el futuro y de los logros y fracasos en nuestras metas. Aquello se había convertido poco a poco, en nuestra rutina. Él se había vuelto mi mejor y único amigo.
Noté que paulatinamente su humor iba mejorando y comenzó a cuidar más de su aspecto y de su cuerpo. Ahora, llevaba su barba afeitada al ras y su cabello claro y ondulado un poco más arreglado. Al notar su esfuerzo, también yo comencé a preocuparme por mi aspecto, pero me sentía horrible. Tenía ojeras y había bajado muchísimo de peso después del nacimiento de Ariana. La ropa me quedaba muy holgada y ocultaba las pocas curvas que tenía. Me sentía avergonzada de mí misma. Comencé a temer no poder captar la atención de Miguel. A pesar de que se había convertido en mi mejor amigo y de que aquello era muy importante para mí, yo en el fondo de mi corazón, esperaba que quizás algún día, pudiésemos convertirnos en algo más.
También, me preguntaba algunas veces, si a Ian le gustaría aún en mi descuidado estado actual. Cuando ese pensamiento surcaba por mi mente, luchaba por desterrarlo de allí lo más rápido que me fuera posible. No tenía que pensar en él, necesitaba deshacerme de su hermoso recuerdo y concentrarme en los sucesos que podía comprobar que eran reales. Sólo de ese modo podría mejorar y convertirme en una buena madre o por lo menos era lo que los demás se esforzaban en que yo creyese.
Una tarde, antes de ir a terapia, decidí emprender la tarea casi imposible de mejorar mi aspecto físico. Me había despertado hacía poco, porque no había dormido bien durante la noche y descansado muy mal durante la hora de la siesta, pero quería sentirme guapa y verme linda para Miguel. Me dirigí al tocador de mi madre y tomé su caja de maquillajes. Sólo me había pintado unas pocas veces cuando era niña jugando con mis amigas, por lo que esperaba que no me saliera muy mal esta vez.
Me llevó unos pocos intentos delinear bien mis ojos, pero finalmente logré hacer que se vieran más grandes y almendrados que de costumbre. Me coloqué un poco de base color piel y utilicé algo de labial color cereza para mis labios. Pasé el cepillo por mi largo y rubio cabello, al tiempo que le trataba de dar un poco de volumen con el secador de pelo.
Tenía que reconocer que todo ese esfuerzo había valido la pena y que me veía bastante bien. Le regalé una sonrisa seductora a mi reflejo y me permití algunos segundos para practicar distintas miradas y gestos en el espejo. Parecía otra persona.
Ese día, mientras caminaba hacia el consultorio de Vladimir, me pregunté si Miguel notaría mi cambio de aspecto. Yo esperaba que así fuera, sin embargo, algo sucedió y no me encontraría con él ese día.
Me hallaba a unas pocas cuadras del lugar en donde deberíamos tener la sesión de terapia, cuando un cartel con una publicidad de zapatos acaparó mi atención. Se trataba de mi Ian. Mi enamorado supuestamente imaginario era el modelo de aquella publicidad de calzado. Era igual al Ian de mis recuerdos, salvo por sus ojos que en la imagen eran de color verde claro. Me pregunté si aquello significaba que Ian existía realmente. Me sentía abrumada y confundida al mismo tiempo. No comprendía bien qué estaba sucediendo. ¿Acaso mis dos mundos podían coexistir?
Unos instantes después, creí entender lo que realmente sucedía. Seguramente, habría visto aquel cartel en algún sitio o la imagen del modelo en alguna otra publicidad y lo había incorporado a mis delirios.
Lágrimas amargas comenzaron a correr por mi rostro. Pensé que aquello sólo confirmaba que mis recuerdos y sueños no eran más que defensas psicológicas que me ayudaban a escapar de la dura realidad.
De pronto, pensé banalmente que mi maquillaje se habría arruinado por completo. Me pregunté, qué sentido tendría esforzarme por gustarle a alguien si yo aún seguía enamorada del hombre que me inventé. Di media vuelta y regresé a mi casa. No quería ver a nadie. No podía enfrentarme a Miguel ese día. Todavía no estaba lista. Tenía que ordenar mis sentimientos. 

viernes, 13 de diciembre de 2019

Capítulo 10: HIPERSOMNIA

El tercer viernes de cada mes, asistía a una consulta con mi psiquiatra. No me agradaba demasiado aquel hombre, siempre que iba me recetaba nuevas pastillas que parecían no ayudarme en absoluto, más bien todo lo contrario. Me sentía cansada todo el tiempo. Levantarme de la cama resultaba cada vez más difícil. Lo peor, era que no descansaba bien por culpa de las pesadillas que me acosaban tanto durante la noche como durante el día. Distinguir donde se encontraba el límite entre el sueño y la vigilia era un desafío cada vez más grande para mí.
Estaba segura de que las pastillas nuevas causaban esa confusión en mí. Incluso, había intentado deshacerme de ellas en cierta ocasión, pero mi madre las había encontrado en la basura y había amenazado con internarme en una clínica psiquiátrica si dejaba de tomarlas. Ambas habíamos peleado y terminado por romper a llorar. Yo no quería estar lejos de ella ni de mi hija. Le prometí que haría todo lo que me dijese y que tomaría las pastillas que me recetara el médico. No quería que me encerraran y me dolía en lo más profundo de mi corazón que pensara en deshacerse de mí. En ese momento, me dio un abrazo muy fuerte y me prometió que no me iba a alejar de ella ni de Ariana. Luego de aquello, yo le juré que no la volvería a decepcionar. Sólo esperaba poder cumplir con mi palabra.
Tenía pesadillas recurrentes que parecían nunca acabar. Algunas veces, soñaba que me despertaba, pero en realidad seguía atrapada dentro de ese infierno. En ocasiones, soñaba que me encontraba amarrada a una camilla y seres de luz que en mi opinión no pertenecían a nuestro mundo me examinaban y me herían. Ciertas noches, las pesadillas resultaban ser más verosímiles y eran hombres sumamente repulsivos quienes me hacían daño. No importaba cual fuese el caso, solía despertarme llorando, con rasguños en el cuerpo y cubierta en sudor frío.
Algunas noches, tenía sueños a los que no podría llamar pesadillas, porque todo en ellos era perfecto. Soñaba con Ian, con nuestro amor y con nuestros hijos. Volvíamos a estar juntos en la cabaña del árbol, en el prado o en nuestro bosque encantado. Estos últimos eran los más dolorosos porque al despertar volvía a ser consciente de que aquello no era real y que era probable que jamás lo hubiese sido. La lógica me decía que me había inventado ese mundo perfecto para escapar del tormento por el que debí haber atravesado. Mi corazón, por su parte, aún se aferraba a la esperanza de que Ian viniera a rescatarme, que me tomara fuerte entre sus brazos y me prometiera que todo iba a estar bien y que yo no había perdido la cordura.
Tenía cortes en todo el cuerpo producto de que me arañaba mientras estaba dormida. Por ese motivo, nunca le enseñaba los brazos a nadie, ni siquiera a mi madre. Aunque dormía mucho, me despertaba gritando tres o cuatro veces por noche, así que decidimos trasladar el moisés de Ariana a la habitación de ella. Al principio, cuando las pesadillas comenzaron, mi familia se apresuraba a entrar en mi cuarto para asegurarse de que todo estuviera bien. Después de una semana de pesadillas constantes habían aprendido a ignorarme.
Aunque no le había contado a mi madre sobre Miguel, había compartido con ella mi idea de buscar un empleo. Esperaba que me dijese que no era conveniente debido a mi estado de ánimo y a que tenía que dedicarme a cuidar de la bebé, pero para mi sorpresa, ocurrió todo lo contrario. Ella parecía encantada con el plan de intentar mejorar y de que quisiera hacer algo por mí y así, poder salir del pozo depresivo en el que me encontraba inmersa en ese momento.

viernes, 6 de diciembre de 2019

Capítulo 9: ESPERANZA

Había comenzado a asistir una vez a la semana a sesiones grupales de terapia, pero allí no hablaba mucho de mí sino que me dedicaba a escuchar a los demás. Vladimir, el coordinador de la terapia era un hombre con barba platinada que me transmitía cierta tranquilidad. Los integrantes del grupo iban variando semana a semana. Sólo dos o quizás tres personas asistían de manera regular, los demás iban y venían, pero nunca llegábamos a ser más de diez.
Ya llevaba alrededor de dos meses asistiendo a terapia. Uno de mis compañeros, Miguel, había despertado mi interés en cierto modo. No es que me pareciera demasiado guapo, pero tenía su encanto y sobre todo, me sentía identificada con sus sentimientos. Él sabía expresar sus emociones mucho mejor de lo que yo lo hacía. Con él descubrí que yo no era la única persona en el mundo que amaba a familiares que posiblemente no existían. Él estaba atravesando por una situación diferente a la mía, pero con la que tangencialmente coincidía. No me había atrevido a conversar directamente con él, pero me gustaba escucharlo hablar en las terapias.
Miguel había sufrido un accidente de autos hacía casi dos años. Él pudo sobrevivir, pero por desgracia había perdido a su esposa e hija durante el impacto. Desde aquel fatídico día, los fantasmas de su familia lo visitaban esporádicamente. Supongo que porque se sentía culpable. Yo me preguntaba cómo es posible olvidar a alguien si no puedes dejar que se vaya.
Una tarde, luego de salir de la terapia me armé de valor y le pregunté al joven si quería caminar conmigo, así podíamos conversar un poco. Miguel aceptó de buena gana y me acompañó hasta mi casa. Era una persona muy amable a quien la suerte le había dejado de sonreír hacía tiempo. Tenía veinticuatro años y era médico radiólogo, pero había perdido su empleo por culpa de los delirios y de las alucinaciones que experimentaba. Cualquiera que no lo conociera pensaría que había perdido la cordura, pero yo sabía que no era así. Entendía por lo que estaba atravesando y él tampoco me juzgaba a mí ni a mis recuerdos.
Era un muchacho agradable, aunque físicamente se lo veía un poco descuidado. Vivía con su hermano y su cuñada, pero sólo era algo provisorio hasta que encontrase un nuevo empleo y algún lugar con un alquiler accesible para mudarse. Él realmente quería salir adelante y empezar de nuevo. Yo le dije que esperaba lo mismo y no sólo por mí sino también por mi hija. Le hablé bastante sobre Ariana. Le confesé que lo que más deseaba era poder ser una buena madre. También le dije que estaba pensando en buscar un empleo para mantenernos a ambas y de esa manera no tener que depender más de mi madre. Aquello no era del todo verdad. Hasta ese momento no había pensado en encontrar un empleo, pero él parecía interesado en mis palabras y me brindaba todo su apoyo y atención y eso resultaba bastante agradable.
Llegamos al portal de mi casa antes de lo que hubiera deseado. Le agradecí por acompañarme y él me regaló una bonita sonrisa. Le sonreí también y lo bese en la mejilla antes de abrir la puerta y entrar a través de ella.
—Quizás, en otra ocasión pueda acompañarte nuevamente —comentó Miguel pasando su mano por su cabello rubio y despeinado.
—Eso estaría bien —respondí sintiendo en el fondo como si estuviese engañando a Ian.
Entré a la sala y cerré la puerta después de mí. Me sentía una completa tonta por seguir teniendo sentimientos por alguien que parecía no existir más que en mi imaginación y también por tratar de olvidarlo acercándome a un hombre que aún amaba a su esposa a pesar de que ella estuviese muerta.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Capítulo 8: ROTA

El país entero estaba conmocionado. Cada vez más instituciones, profesionales de la salud, políticos, policías y fuerzas armadas resultaban estar vinculados con el caso de los prostíbulos y maternidades clandestinas. Aún peor que eso, era la posibilidad de que muchos de los secuestros estuviesen vinculados con el tráfico de órganos.
Se comentaba en los medios que incluso el Presidente podría estar implicado. Todos los días, grandes grupos de personas marchaban a las plazas. Los manifestantes llevaban antifaces negros como símbolo de la protesta. La represión de la policía no hacía más que convocar a más personas que exigían justicia por todas las vidas que habían sido robadas. En los medios, incluso, se había comenzado a hablar de la posibilidad de un golpe de Estado. Era la primera vez en más de treinta años que la democracia estaba en riesgo. La noticia dominaba la agenda pública y no había ninguna forma de escapar de ella.
Una de las jóvenes rescatadas había declarado que mi fotografía le resultaba familiar. La versión oficial era que yo era una superviviente más y como aquello era más verosímil que mi historia, mi madre llegó a la conclusión de que la terapia no me estaba ayudando sino más bien, todo lo contrario. Decía que me estaba confundiendo sembrando en mí recuerdos que no existían y me prohibió volver a ver a Noemí. Fue entonces, cuando me quebré por dentro. Me sentía atrapada entre dos mundos y no sabía en qué podía creer. Sin embargo, fueran reales o no, extrañaba con todo mi ser a Ian y a mis hijos.
Mi madre se había tomado una licencia en el trabajo para dedicarse a cuidar de mí y de mi hija a quien llamé Ariana. Mi niña era perfecta, pero no lograba llenar el vacío que había dejado dentro de mí la ausencia de recuerdos de Ian y de los niños. Sentía que Ariana era capaz de percibir el aura de completa oscuridad que me envolvía y en los momentos en que no podía evitar romper a llorar ella me acompañaba con su llanto. Mi madre la cuidaba casi todo el tiempo. Yo no me sentía lo suficientemente buena para ella. No había podido amamantarla tan siquiera una sola vez, debido a que el psiquiatra me había recetado unas pastillas para lidiar con la ansiedad y otras para superar la depresión más fuertes que las que había estado tomando, aunque yo sentía que no estaban funcionando en mí.
Ariana tenía absolutamente cautivados a mi madre y a Samuel quien resultó ser mucho más amable de lo que yo había pensado al comienzo de nuestra relación. Con la atención de la casa puesta en Ariana, yo había ganado un poco más de autonomía. Había comenzado a salir sola a la calle nuevamente, bajo la promesa de llevar siempre conmigo el antiguo teléfono celular de Samuel y de nunca alejarme demasiado de casa. Para mi hermano, el pequeño aparato era un cacharro antiguo, mientras que a mí me sorprendía lo mucho que había avanzado la tecnología en los últimos diez años. Era como si llevara una computadora miniatura en el bolsillo.
Un mes y medio después del nacimiento de Ariana, mi madre se vio obligada a volver a trabajar por lo que inscribimos a mi hija en un jardín maternal. A pesar de creer que eso me iba a alejar aún más de ella, algunos días sentía como si no me quedaran fuerzas para levantarme de la cama. Estar conmigo a solas todo el día, no era lo mejor para ella en ese momento de nuestras vidas y yo me daba cuenta de eso. Realmente, ansiaba ponerme bien y no sólo por mí, sino también por mi hija, pero estaba sumergida en un abismo emocional del que era muy difícil salir.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Capítulo 7: SERES DE LUZ

Estaba aturdida y asustada. El dolor era tan fuerte que hacía imposible que permaneciera erguida. Las palabras del médico sonaban como un eco lejano dentro de mi cabeza. Algo no iba bien con la bebé y tenían que operarme de urgencia. A pesar de mis insistencias no dejaron que mi madre me acompañase al quirófano. Estaba muerta de miedo y no quería estar sola.
Creía que algo no estaba bien conmigo y con la bebé. El presentimiento se volvía cada vez más fuerte. Comencé a llorar.
Sentía que me iba a morir y necesitaba a mi mamá conmigo. No podía respirar. Alguien dijo que estaba teniendo un ataque de pánico y que era algo normal. No había nada de normal en cómo me sentía. Tenía frío, la garganta se me cerraba cada vez más y pensaba que eso me mataría. Nos mataría tanto a mí como a mi pequeña. Aquello destruiría a mi madre quien seguramente moriría de pena. Todo estaba mal, infinitamente mal y nadie podía ayudarme. Comencé a forcejear con los médicos. Creo que quería escapar de la realidad que me asfixiaba.
Sentí un pinchazo en el brazo e instantes después comencé a desvanecerme. Me dejé caer hacia atrás. Ya no tenía fuerzas suficientes como para moverme. De hecho, no podía mover un sólo músculo de mi cuerpo. Un instante después, el dolor me abandonó por completo. Me pregunté en ese momento, si así se sentiría morir.
La luz sobre mi cabeza era demasiado intensa y me obligaba a mantener los ojos entrecerrados. Los médicos que me rodeaban habían sufrido una metamorfosis tan paulatina que casi no lo había notado. Ahora, eran más altos y estaban hechos de luz. Ya no eran humanos.
Tenía que huir, pero el cuerpo no me respondía. Sentía que iban a hacerme daño tanto a mí como a mi hija. Luché con todas mis fuerzas, pero había olvidado cómo usar las extremidades. Intenté gritar, pero mis labios permanecieron sellados.
Las criaturas sostenían lo que parecían ser instrumentos de tortura y yo sabía que planeaban utilizarlos contra mí o contra mi niña. Mi cuerpo estaba dormido, pero yo me sentía más despierta que nunca. Estaba atenta a todo lo que sucedía a mi alrededor.
No pude evitar apretar los ojos con fuerza cuando los seres deslizaron un afilado instrumento por mi vientre. En ese momento estaba preparada para lo peor. Me alivió, sin embargo, no sentir ningún dolor físico, aunque por otro lado, una tristeza profunda se sumaba a la desesperación que me invadía.
Había muchísima sangre por todos lados. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar apartar la mirada. El ser de luz que me había abierto el vientre levantó en sus brazos a mi bebé. Estaba cubierto de sangre y lloraba con fuerza. Era un varón y unos escasos mechones cobrizos cubría su pequeña cabecita. Otro iluminado ser cortó el cordón que nos mantenía unidos. Ya no había nada que nos conectara. Me sentí completamente vacía, como si se hubieran llevado una parte importante de mi alma.
Otro nacimiento exitoso.
Sus voces sonaron al unísono siseantes dentro de mi cabeza.
Lo alejaban de mí. ¿A dónde se lo llevaban? Necesitaba estar con mi bebé.
Tan sólo un ser de luz se quedó atendiendo mi herida abierta. Los demás rodeaban al niño al que habían depositado sobre una superficie metálica. Mi hijo lloraba y las criaturas estaban intentando entrar por su boca. Uno a uno, él los iba absorbiendo. Yo no entendía qué estaba sucediendo.
De pronto, sentí como la oscuridad me envolvía por completo. Creo que me desmayé.
Cuando volví en mí, distinguí a mi mamá. Ya no me encontraba en el quirófano y no había ningún rastro de aquellos extraños seres de luz. Estaba en la cama de una habitación pequeña que tenía una ventana que daba al patio del hospital. Mi bebé dormía en un moisés transparente. Samuel se encontraba sentado a los pies de mi cama jugando con su teléfono.
—Tienes una hermosa y saludable niña —dijo mi madre y me regaló una dulce sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
—Confundida —dije sinceramente.
Me incorporé un poco para ver bien a mi hija. El efecto de la anestesia se estaba yendo por lo que sentía un poco de dolor. La bebé era preciosa. Dormía profundamente y respiraba tranquila. Tenía las mejillas rosadas y unos pequeños bucles color castaño claro. Me pregunté si lo que había visto hacía instantes habría sido una alucinación o quizás algún recuerdo del nacimiento de alguno de mis otros hijos.
Intenté concentrarme en las personas que me rodeaban. Estaba casi segura de que mi hija, mi madre y mi hermano eran reales. Quería convencerme de que estaríamos a salvo. Llevé mi mano hacia la de mi mamá y ella me la tomó con fuerza. Sentir su apoyo me daba seguridad. Era mi anclaje con la realidad. Tenía mucho miedo de volver a perderme fuera de este mundo.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Capítulo 6: OPERATIVO REALIDAD

El día en el que nació mi hija sentí que me arrancaban la mitad de mi vida.
Aquella mañana mi mamá preparó café y tostadas. El calendario colgado en la cocina anunciaba que recién en nueve días iba a nacer mi bebé. Le comenté a mi madre que de los nombres que había sugerido, me había gustado mucho Ariana. Samuel fingía estar inmerso en la lectura de un libro de Calabozos y Dragones, pero llevaba varios minutos sin pasar la página, por lo que yo estaba segura de que nos estaba escuchando.
A mis espaldas, el televisor nuevo pasaba las noticias. Mi mamá frunció el ceño y subió el volumen. Giré la cabeza para observar sobre mi hombro. Aún no me acostumbraba a la alta calidad de imagen, pues diez años atrás tan sólo teníamos un viejo televisor de tubo. Una reportera hablaba desde la entrada de una chacra.
Habían desmantelado una importante red de trata de personas. Hasta el momento habían encontrado a más de ciento cuarenta mujeres que habían sido esclavizadas en burdeles clandestinos. Nueve personas ya se encontraban detenidas, entre ellos se destacaba un importante funcionario del gobierno y se estaba investigando a muchos otros políticos que podrían estar involucrados. Además, se hablaba de una presunta venta de bebés en maternidades clandestinas. La fiscalía señalaba que podría haber una vinculación con la policía que habría facilitado el funcionamiento de los prostíbulos desde hacía más de veinte años. De esto daba cuenta las declaraciones de dos víctimas que se habían logrado fugar hacía algunos meses y posteriores escuchas telefónicas.
Llamaron al teléfono de línea y mi madre se apresuró a contestar. Bajó el sonido del televisor para poder conversar. Noté que Samuel había dejado su libro sobre la mesa e intentaba escuchar lo que mi mamá decía. Ella se limitaba a asentir. La conversación no duró demasiado. Cuando volvió a la mesa confirmó lo que yo ya sospechaba.
—Creen que podrías haber sido víctima de esos malditos... —su voz se quebró antes de que pudiese terminar la frase. Se dirigió hacia donde yo estaba y me abrazó muy fuerte—. Al ser tan linda. Tus hijos deben haber sido hermosos y los deben haber vendido muy caros. Con razón no logras recordar nada. No debe haber sido nada bueno aquello por lo que pasaste.
Mi madre se puso a llorar y yo la abracé con más fuerza. Luego, Samuel se unió también al abrazo. Yo no estaba segura qué debía creer, pero sentía un enorme dolor en el alma y en el vientre. Sentí una punzada que me atravesó desde la parte baja de la panza hasta la espalda. Fue tan fuerte que me hizo gritar, al poco tiempo sentí otra y otra más.
Mi hermano pequeño se apresuró a llamar un Uber desde su teléfono celular.
—No estoy lista. Es demasiado pronto —la idea de parir en ese momento me asustaba profundamente.
—Tranquila, querida. Todo va a estar bien. Estoy contigo —repetía mi mamá sin dejar de acariciarme el cabello.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Capítulo 5: MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS

Mi vientre crecía al mismo tiempo que iba descubriendo nuevos recuerdos gracias a las sesiones de hipnosis. A pesar de mis súplicas, ahora sólo veía a Noemí una vez a la semana. Acudir a terapia todos los días sobrepasaba el sueldo de secretaria de mi madre y yo aún no tenía empleo.
Esperaba ansiosa a que llegara la tarde de los jueves. En ese momento escudriñaba en los oscuros rincones de mi mente y podía volver a ver a mis hijos.
Vivíamos en una pequeña cabaña construida sobre las ramas de un árbol centenario a la que se accedía por una escalera de cuerdas. Parecía sacada de un cuento de hadas al igual que todo lo demás.
Noemí me había advertido que lo que veía no era necesariamente real. La mente de las personas era complicada y me advirtió que no me esperanzara ya que podía estar extrayendo tan sólo fantasías de mi mente. Sin embargo, se sentía sumamente real para mí.
Aunque Noemí me había pedido que no lo hiciera, yo le había contado a mi madre una descripción más o menos acertada de los dos niños y de la pradera. Ella había hablado con la policía y ahora ellos buscaban la cabaña, pero yo sabía que no la podrían hallar. El mundo en el que había estado viviendo todos esos años era muy diferente al nuestro o al menos, eso creía yo en ese momento.
Habían sido ciertos detalles en el paisaje los que me habían convencido de que no se trataba de un lugar dentro de este mundo. Por un lado habían sido los colores metálicos de las flores y por otro ciertas esferas de luz que parecían danzar en los rayos de luz.
El primer recuerdo que pude rescatar del joven pelirrojo fue de él intentando encender una hoguera para calentar un cuenco de lo que parecía ser una especie de guiso. Sus ojos eran hermosos y extraños al mismo tiempo. Perderse en ellos era como adentrarse en un cielo estrellado, eran completamente negros y estaban salpicados por diminutas luces blancas.
A ese recuerdo le sucedieron muchos y en casi todos aparecía él. Algunas veces se veía más joven y en otras ocasiones mucho mayor. En su aspecto me fui basando para intentar llevar un diario en el que trataba de ordenar cronológicamente los recuerdos que yo consideraba reales.
Creo que el padre de mis hijos se llamaba Ian y sus ojos cambiaban con el cielo. En otoño podían pasar de un azul intenso a un gris pálido en un pequeño instante. Era fascinante. Mi momento favorito del día era el atardecer cuando el púrpura se esfumaba con el anaranjado de su iris. Al menos eso creo recordar. Algunas veces me embargaba la duda y me preguntaba si serían recuerdos o sería todo producto de mi mente. Noemí me había dicho que no todo lo que se recuperaba por medio de la hipnosis era real, muchas veces funcionaba simplemente como sueños o deseos reprimidos. Yo me negaba aceptar esa opción, mi vida olvidada era demasiado hermosa como para ser mentira y yo realmente sentía que amaba a Ian y a mis hijos.
Según mis cálculos, había tardado muy poco tiempo en enamorarme de él y había pasado un poco más hasta que nos dimos nuestro primer beso. Creo que sucedió durante la primavera, porque las flores color oro y plata de mis recuerdos lucían más bellas que nunca. Nos sentamos en la cima de una colina que se encontraba cerca de las lindes del bosque, parecía que nunca nos íbamos demasiado lejos de aquel sitio.
Estábamos sentados muy cerca uno del otro. La distancia que nos separaba era tan corta que podía contar las pecas de su sonrojado rostro. Entonces, muy lentamente sus labios se acercaron a los míos y se fundieron en un tierno beso. Al ser tan sólo un recuerdo no pude sentirlo completamente real, pero estaba casi segura de que así había comenzado nuestra historia de amor.

viernes, 1 de noviembre de 2019

Capítulo 4: SANGRE DE MI SANGRE

Me recosté en el diván de la consulta y Noemí comenzó a guiarme hacia un momento que me hubiese hecho feliz de aquellos años olvidados. Utilizó técnicas de relajación para que intentara desprenderme de la realidad que me agobiaba y pudiera abrir las puertas de mi inconsciente. Podía sentir la sangre fluyendo por mi cuerpo como si aquel flujo de vida estuviera purificando mi ser.
Poco a poco, sentí como si perdiera la conexión con el espacio físico que me rodeaba y me dejé guiar por los sinuosos senderos de mi mente. Las imágenes pasaban ante mis ojos como en una película. Me sentía como en un sueño, pero todo era mucho más claro, más nítido y más luminoso que nunca. Estaba en un prado y aunque no recordaba haber estado ahí antes me resultaba vagamente familiar.
Todo era muy hermoso. Veía colores que nunca antes había visto, que no podría describir aunque quisiera. Sentía el murmullo de un arroyo cerca de donde me encontraba.
No estaba sola. Dos niños pequeños de cabello cobrizo jugaban a atrapar lo que parecía ser un balón transparente. Algo con destellos color plata se movía dentro de la esfera.
En el recuerdo me encontraba sentada sobre la hierba cubierta de rocío y le indiqué a los niños que no se alejaran demasiado. Estaba segura de que eran mis hijos. Memoricé cada detalle de sus hermosos rostros, sus movimientos, sus ropas a juego azul marino.
—Relátame lo que estás viendo —la voz de Noemí sonó como un eco lejano dentro de mi mente.
—Veo a dos niños, mis hijos, estamos en una pradera. Me parece escuchar el sonido de un arroyo cerca nuestro.
Me sentía en paz en ese lugar. No quería regresar a mi otra vida. En aquel sitio encantado yo me sentía realmente muy feliz.
Los niños corrieron alejándose y me escuché pronunciar por primera vez sus nombres: Dante y Alex. Repetí sus nombres para que esta vez Noemí también pudiera oírlos.
Seguí a los pequeños colina abajo y distinguí el flujo de agua que había estado escuchando. Se detuvieron en la orilla. El más pequeño de los dos corrió hacia mí y se abrazó a mi pierna. Supe que era Dante.
Antes de poder siquiera conocerlos ya los quería como a algo inalcanzable.
—Cuando cuente tres vas a despertarte —otra vez escuchaba el eco en mi cabeza.
No, no podía regresar. Aquel era el lugar en el que debía estar. Mis pequeños me necesitaban. Yo los necesitaba. Me aferré a los recuerdos aún después de que se fueron tornando difusos. No quería irme.
—Uno.
Ya había perdido demasiado, no quería perder también ese momento. Necesitaba saber más. Quería saberlo todo.
—Dos.
No, era demasiado pronto para regresar.
—Tres.
El consultorio fue tomando forma frente a mis ojos. La pequeña habitación se veía más lúgubre y más sombría que nunca. Noemí estaba sentada frente a mí y me observaba impasible. En ese momento la odié profundamente. Sentí que Noemí era como una poderosa hechicera quien me había dado todo sólo para después quitármelo.
—Necesito regresar —solté con ímpetu.
—Mañana podemos intentarlo nuevamente —sugirió.
—Quiero ver más —repliqué.
—Lo sé, Leda. Lo sé.
Regresé a casa con mi madre. Decidí guardarme los recuerdos sólo para mí. Quizás en otro momento le relatase lo que había visto. Sentía una angustia agridulce. Tenía que encontrar a esos niños, tenía que saber exactamente qué había ocurrido con ellos.
Ese día se abrió una puerta que sería muy difícil volver a cerrar. Sin embargo, en ese momento lo hubiera dado todo para regresar con mis hijos a aquel precioso edén.

viernes, 25 de octubre de 2019

Capítulo 3: HIPNOSIS

La semana más difícil de la vida que recordaba había transcurrido. En algunos momentos sentía que quería desaparecer para siempre del mundo, pero al mismo tiempo esa idea me aterraba. Sentía los cambios en mi cuerpo fruto de aquel embarazo. No podía dejar de preguntarme qué era lo que había sucedido durante todo ese tiempo. Todos se lo preguntaban, pero por lo menos me habían dejado de exigir respuestas con las que no contaba.
Durante aquellos días había visitado a un montón de médicos diferentes tanto privados como enviados por la policía, todos coincidían en que estaba bien físicamente y en que el bebé que crecía dentro de mí era saludable. Aparte de la amnesia y la depresión, la gente decía que lo llevaba bastante bien, pero qué sabían ellos. Gran parte de mi vida me había sido arrebatada y no había nada que pudiera hacer al respecto.
También, había comenzado a ver a una psicóloga que se llamaba Noemí y era bastante agradable y a Marcelo, un psiquiatra de la policía con el que no congeniaba tan bien, pero me obligaban a asistir a su consulta con cierta periodicidad. Marcelo me daba medicación para controlar la ansiedad y ayudar a la recuperación de mi memoria. Eso me mantenía preocupada, porque había escuchado alguna vez que no era conveniente tomar pastillas durante el embarazo.
Visitaba a Noemí todos los días y aunque no notaba ningún avance con respecto a mis recuerdos, por lo menos yo me sentía bien al poder hablar con alguien. No es que no pudiese conversar con mi mamá, pero usualmente ella terminaba por romper a llorar junto conmigo y verla triste sólo hacía que me sintiera peor. Algunas veces, cuando intentaba conversar con ella, mi hermano solicitaba la ayuda de mi madre para sus tareas escolares o inventaba algún problema para alejarla de mí.
Poco tiempo después de mi desaparición, mis padres habían decidido tener un bebé. No los culpo por haber querido reemplazarme, pero Samuel hacía toda la situación mucho más difícil. Realmente me odiaba por haber desaparecido o quizás por haber regresado. No era necesario que me dijera nada, pues veía en su mirada el desprecio que sentía por mí. Hubiera sido mejor si sólo estuviésemos mi mamá yo y eso mismo le comenté a Noemí un día.
—¿Sólo ustedes dos? —me preguntó ella con su mejor cara de póker.
—Bueno, y el bebé. Si es que es un bebé —dije y luego me mordí el labio. Era la primera vez que manifestaba en voz alta mi preocupación.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, ¿qué tal si no es un bebé? Quiero decir, no sé qué fue lo que me sucedió, ni dónde estuve todo este tiempo. ¿Qué pasaría si no es humano y es algo más?
—¿A qué te refieres?
—No lo sé. ¿Qué tal si fue una especie de monstruo o un demonio lo que me robó el tiempo?
—¿Realmente crees eso?
—No, no realmente. Suena algo tonto cuando lo digo en voz alta. Lo lamento.
—No lo sientas. Es normal que estés confundida. Estás pasando por una situación difícil —dijo mientras anotaba algo en su libreta. Me despertaba bastante curiosidad saber qué era lo que anotaba siempre allí. Seguramente, sería algún diagnóstico sobre lo loca que me consideraba.
Las semanas pasaron y mi vientre crecía cada vez más. Seguía sin lograr recordar, pero por lo menos no estaba tan deprimida como antes. No puedo decir que me sintiera bien, pero mi forma de ver el mundo había virado del negro al gris.
El día en el que me enteré que esperaba una niña fue la primera vez desde mi regreso que experimenté algo parecido a la felicidad. No es que realmente me gustara la idea de ser madre, pensaba que si no podía ni con mi vida cómo iba a poder cuidar de alguien más. Sin embargo, me alegraba que no fuera a ser un niño. La relación con mi hermano no avanzaba para delante ni para atrás y simplemente, en ese momento no quería tener que lidiar con otro niño en mi vida.
A partir de la noticia, mi madre no dejaba de proponer nombres de mujer. Parecía contenta y por algún motivo eso me irritaba. Yo simplemente quería dejar de pensar un poco en ese asunto. Me daba igual como se llame la bebé siempre y cuando naciera humana. Desde que había vuelto a casa, mi madre me acompañaba a todos lados y como yo ya le había hecho suficiente daño, no me atrevía a decirle que quería un momento sólo para mí, para olvidarme de todo aunque fuera por unas cuantas horas.
La primera vez que creí vislumbrar algo de claridad en mis recuerdos fue una tarde gris del mes de mayo. Estaba en el consultorio de Noemí. Le estaba comentando que ya podía sentir a mi hija moviéndose en mi vientre cuando ella me preguntó si le permitía utilizar la hipnosis en mí e intentar recuperar algunos de mis recuerdos, para que de esa forma, me sintiese un poco mejor conmigo misma.
Acepté sin pensarlo. No sabía que algunas veces es mejor mantener algunos pensamientos muy ocultos y encerrados dentro de la mente.

viernes, 18 de octubre de 2019

Capítulo 2: CAMBIOS

Mi madre me hablaba, pero su voz sonaba como un eco lejano en mi cabeza. La sala de estar giraba alrededor. En ese momento perdí el conocimiento, estoy segura porque cuando abrí los ojos estaba recostada en el sillón. Logré fijar la vista en el techo de madera. Me incorporé con cierta dificultad, me dolía la cabeza y esperaba que todo hubiese sido un mal sueño.
La voz de mi madre me devolvió a la realidad:
—Leda, ella te va a revisar.
Una doctora me apuntó con una linterna y me hizo entrecerrar los ojos, mientras me preguntaba algo que no comprendí.
—¿Disculpe?
Apartó la luz de mi rostro y me habló casi con ternura.
—¿Podrías decirme tu nombre?
—Sí, soy Leda, Leda Liebert —respondí algo aturdida.
—¿Podrías decirme cuántos años tienes?
—Doce.
La médica intercambió una mirada con alguien de la policía. Fue entonces cuando noté que había cuatro oficiales en la sala. Dos de ellos estaban sentados en la mesa del living conversando en voz baja. Uno me miraba con lo que atiné a percibir como incredulidad y otro anotaba algo en una libreta, de pie cerca de la chimenea.
La doctora volvía a hablarme, así que volví mi mirada hacia ella.
—Tenías doce años la última vez que te vieron tus padres. Eso fue hace exactamente diez años.
Su voz era suave, pero yo sentía como si me estuviese dando una reprimenda.
¿Cómo podía haber olvidado diez años enteros de mi vida?
Observé mi cuerpo. Ya no me reconocía.
— ¿Qué sucedió entonces?, ¿por qué no llegaste al colegio aquel día?
—Yo... yo... me sentí mal y decidí volver a casa.
—Entonces, ¿qué sucedió cuando regresabas a tu casa? ¿Por qué no llegaste?
—Sí, lo hice. Regresé, aquí estoy —dije al tiempo que me llevaba las manos al rostro y rompía a llorar.
Me quedé sollozando en silencio unos segundos hasta que sentí el cálido y reconfortante abrazo de mi madre.
—Todo estará bien. Tranquila. Estás aquí, estás a salvo, estás en casa y todo estará bien. Nos contarás lo que sucedió cuando estés lista —mientras mi madre intentaba calmarme desenredaba mi cabello rubio con sus dedos.
Poco a poco fui dejando de llorar. Me sentí agradecida de que hubiesen dejado de preguntarme cosas para las que no encontraba ninguna respuesta.
—Me gustaría hacerle un chequeo más exhaustivo. ¿Podríamos ir a un lugar más privado? ¿Podría acompañarme, señora Liebert?
La doctora al ver que una oficial nos observaba agregó:
—También puede acompañarnos, para recolectar muestras y tomar registros de posibles heridas.
Nos dirigimos las cuatro hacia mi antigua habitación que se encontraba tal y como la recordaba. Todo era muy extraño para mí.
—No te preocupes, esto es sólo por rutina —intentó tranquilizarme la doctora —. Queremos estar seguras de que no te lastimaron y quiero revisar la inflamación de tu vientre y ese golpe en tu cabeza no se ve nada bien.
Asentí y dejé que me revisara. Colocaron mi ropa en una bolsa. Un conjunto que no recordaba haber visto jamás y que se encontraba lleno de barro.
Agradecí cuando mi mamá me trajo su bata de baño, porque así me sentía menos expuesta. La doctora De Luca había prestado principal atención a mi estómago, a mi cabeza y a algunos rasguños y moretones que tenía en los brazos y piernas. La oficial me había tomado múltiples fotografías. Yo me sentía indefensa y abochornada.
Cuando me hizo un tacto ginecológico, casi me pongo a llorar. Era tan humillante y para colmo, con una oficial extraña para mí y con mi madre presentes en la habitación. Quería desaparecer.
Finalmente, la médica le comunicó su diagnóstico a mi mamá:
—Físicamente se encuentra bastante bien, pero podría estar sufriendo un cuadro de amnesia ocasionado por un trauma. Sugiero que pidan una cita con un psicólogo para que la ayude a ordenar sus recuerdos y con un obstetra para que controle su embarazo.
—¿Qué? —preguntamos mi madre y yo al unísono.
—Leda está embarazada nuevamente —respondió la doctora—. Es difícil saberlo con exactitud sin realizar algunas pruebas, pero me atrevería a decir que se encuentra en el tercer mes de embarazo.
—¿Nuevamente? —pregunté atónita.
—Así es —mi madre se apartó para que la doctora pudiese desatar la bata —, ¿ven estas líneas de aquí?, son cicatrices de cesáreas. Estoy casi segura de que tuviste dos cesáreas ya.
Los últimos diez años de mi vida habían desaparecido por completo de mi memoria, estaba embarazada, había tenido por lo menos dos hijos y mi padre había muerto. Todo aquello era demasiado para asimilar. ¿Qué más podía suceder?
Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Mi madre indicó que podían entrar al tiempo que yo me cubría el torso desnudo con la bata. La puerta se abrió de golpe y entró un niño regordete de unos nueve años de edad. Se encaminó a grandes zancadas hacia donde nos encontrábamos nosotras y dirigiéndose a mi madre exclamó:
—Mamá, la madre de Tomás me trajo a casa tan pronto leí tu mensaje. No lo puedo creer —volteó su rostro hacia mí, tenía el ceño fruncido y noté una chispa de enojo en sus ojos—. ¿Tienes alguna idea por el tormento que hiciste pasar a mi mamá?

viernes, 11 de octubre de 2019

Capítulo 1: OLVIDO

Seguramente todo el mundo olvida algo a lo largo de su vida, un nombre, una dirección, un número de teléfono o a alguna persona. Es un fenómeno bastante común, un lapsus, una equivocación. Es algo normal, me repito. Dejar la estufa encendida o las llaves en la puerta, ese tipo de eventos a cualquiera puede pasarle, pero sin dudas no es normal lo que a mí me sucedió.
El día después de mi regreso a casa, junté valor suficiente para mirarme en el espejo y pude reconocer el miedo y la frustración en unos ojos de un celeste tan claro que parecían grises e identifiqué como los míos. Los ojos fueron lo único que no había cambiado en ese rostro que me resultaba extraño. Bueno, no era del todo extraño, en parte seguía reconociéndome a mí misma o por lo menos a una parte de mí. No sólo mi rostro había cambiado, también mi cuerpo, la casa y la gente me resultaban extraños.
Cerré mis ojos conteniendo las lágrimas. Ya había llorado suficiente y no me había servido de nada hasta ahora. Necesitaba saber qué había sucedido, cómo había pasado aquello y por qué entre tanta gente me tenía que ocurrir a mí.
Me sentía atrapada en una pesadilla. No podía creer que mi papá ya no estuviese, no podía creer que yo ya no fuese yo misma y que el mundo continuase tan igual y tan diferente al mismo tiempo.
Decidí apartarme de mi aterrado reflejo que tan sólo lograba hacer que me sintiese más confundida. Me dejé caer sobre la cama y el colchón se hundió debajo de mi peso. Por lo menos la habitación seguía siendo igual. Después de todo, habían decidido conservar aunque fuese solamente aquello, mientras todo lo demás había cambiado tan vertiginosamente.
Bueno, quizá para los demás el cambio hubiera sido más paulatino, más llevadero, más lento, más normal, pero no para mí. Tan sólo un parpadeo había bastado para olvidar los últimos diez años de mi vida. Simplemente se habían esfumado, se habían perdido, algo o alguien me los había arrebatado.
Hice el vano intento de tratar de despertarme por enésima vez. Me dolía la cabeza y estaba abrumada. Me mordí el labio y una vez más incumplí la promesa que me había hecho a mí misma de dejar de llorar. Qué más daba, al fin y al cabo nadie podría culparme por hacerlo. Necesitaba averiguar qué me pasó, quería recordar algo, encontrar alguna pista, algún recuerdo, lo que fuera.
Ayer, el despertador me había hecho saltar de la cama, me había cambiado y bajado a desayunar con mis padres. Recordar a papá hizo que se me hiciera un nudo en la garganta.
Aquel día me despedí de ellos y partí hacia el colegio. Faltaban dos días para la fiesta de egresados. Recuerdo haber pensado que sería lindo organizar una salida con mis amigas para comprar bonitos vestidos para la graduación. Al año siguiente iríamos a diferentes secundarias. Seguramente ellas así lo habrían hecho.
Caminé unas cinco cuadras, estaba a mitad de distancia entre mi casa y la escuela. Entonces, creo que fue ahí cuando ocurrió. Hacía calor y el sol brillaba alto en el cielo, a pesar de que era bastante temprano. Me bajó un poco la presión y se me nubló la vista, pero no recuerdo haberme desmayado. Se me revolvió el estómago y me sentí mareada, eso fue todo. Aun así, una leve sensación de que algo no iba bien me recorrió el cuerpo y decidí volver a casa.
No me di cuenta el momento exacto en el que sucedió, pero noté que ya no llevaba la mochila conmigo. Mi corazón dio un salto. Cómo había podido perder la mochila que llevaba puesta, cómo no había notado que se me cayó. Hice acopio de todas mis fuerzas para obligarme a respirar y toqué el timbre de casa. Cuando mi mamá abrió la puerta fui apenas consciente de que todo iba realmente mal.
Cuando me vio se puso pálida, realmente pálida, como si hubiese visto un fantasma. Yo era efectivamente un fantasma. Me envolvió entre sus brazos con tanta fuerza que sentí que me cortaba la respiración. No entendía qué le sucedía.
—Mamá... ¿Qué haces? —Intenté librarme, pero me abrazó con más fuerza.
—Leda, ¿dónde estabas?
Dónde estaba, pero si no hacía ni diez minutos que había salido de casa. De qué rayos estaba hablando mi mamá.
—No me sentí bien y por eso regresé —atiné a responder, creyendo que había formulado mal su pregunta—. Creo que perdí la mochila.
Rompió el abrazo. Noté que su rostro estaba cubierto de lágrimas. Me agarraba los brazos firmemente con sus manos mientras me miraba a la cara. Entonces, noté que su rostro había envejecido.
Fruncí un poco el ceño y pregunté:
— ¿Qué está sucediendo?
—Leda, yo creí que... Pensamos que habías... Después de un año te hicimos un funeral.
Forcé una risa, era una broma de mal gusto. No podía ser de otra manera.
—Leda, no es gracioso. ¿Dónde estuviste todos estos años?
—¿Años?, pero si salí apenas hace diez minutos —agregué con un hilo de voz. En su mirada podía ver que estaba hablando enserio—. No comprendo.
—Hoy se cumplen diez años desde la última vez que supimos de ti. Saliste hacia el colegio y no volvimos a verte. Te buscamos tanto tiempo...—me soltó para cruzar los brazos sobre sí misma—. Tu padre te siguió buscando aun después de que la policía y todos se dieran por vencidos. Te buscó hasta sus últimos días... hasta que ya no le quedaron fuerzas....
—¿Dónde está papá? — pregunté desesperada.
—Hace más de cinco años que nos dejó, el cáncer se lo llevó... yo... al final él tenía razón... estás viva...

viernes, 4 de octubre de 2019

SOPLO ALQUÍMICO

   Damarys siempre había sido una joven muy inteligente. Al morir su madre le había dejado el dinero suficiente para poder vivir cómodamente mientras dedicaba su vida a los estudios. Desde que tenía memoria había mantenido en equilibrio su interés por las Ciencias Exactas y por la Literatura.
   La joven encontraba en los libros un consuelo que las personas que conocía, con las limitaciones propias de los seres humanos, no podían brindarle. Aunque últimamente, ni siquiera aquello llenaba su corazón. Lo cierto era que aunque su relación nunca había sido perfecta, extrañaba mucho a su madre. Los últimos meses habían sido muy duros para Damarys. Se sentía sola. Una parte de su mente la seguía castigando con la culpa que rodea a la muerte de los seres queridos aunque sea algo inevitable.
   A pesar de la soledad que llevaba con ella como una carga, se esforzaba en maquillar sus sentimientos. Ante el resto del mundo se mostraba como una persona sociable y amable, aunque en el fondo se sentía completamente vacía.
   Su belleza y su inteligencia acaparaban la atención de muchos hombres, pero aunque ella lo había intentado en más de una ocasión, aún no había logrado enamorarse. Estaba segura de que algo estaba mal en ella. Se sentía vacía como si algo le faltase dentro.
   La joven intentaba llenar ese hueco en su interior con conocimiento. Leía mucho y experimentaba con distintas sustancias que elaboraba en el rústico laboratorio que habían construido hacía tiempo en el sótano de su casa. Su único afán era encontrar algo que le produjera la emoción perfecta. Algo que la hiciera sentirse realmente viva o por lo menos útil.
   La alquimia llegó a su vida casi por casualidad. Una tarde, Damarys comenzó con inocente curiosidad a leer algunos artículos en Internet y con el tiempo, incluso adquirió unos cuantos libros en una tienda de libros usados que contenían jugosa información sobre el tema.
   Con la inocente curiosidad de aquellos que aman la ciencia, Damarys comenzó a realizar experimentos alquímicos. Estaba fascinada por ver que podía lograr cosas asombrosas. Ignoraba que había fuerzas con las que mejor no experimentar.
   La historia humana era testigo de que muchos antiguos alquimistas habían perdido la vida experimentando con mercurio en la búsqueda de la Piedra Filosofal y la joven era lo suficientemente lista para no caer en esa seductora trampa. Sin embargo, aunque se mantuvo lejos de los vapores tóxicos, no fue consciente de que su creación podría resultar aún más peligrosa incluso que la transmutación de metales.
   Los homúnculos, aquellos humanos creados a través de la alquimia, habían despertado la curiosidad de Damarys. La idea de crear a una persona le parecía fascinante. Se daba cuenta de que las probabilidades de lograr algo así eran casi nulas, pero se preguntó si acaso el conocimiento bastaría para alcanzar la grandeza de la creación. La receta antigua que había encontrado era lo suficientemente sencilla como para que valiera la pena intentarlo.
   Lo meditó durante un tiempo y finalmente, decidió reunir los ingredientes necesarios para dedicarse a la descabellada tarea de crear su propio homúnculo. La joven decidió adaptar al siglo XXI las instrucciones que había dejado escritas el alquimista Paracelso.
   El ingrediente más difícil de adquirir era esperma humano y para conseguirlo tuvo que seducir a un muchacho de su cuadra que siempre había mostrado especial interés en ella. Damarys, compró una docena de huevos puestos por una gallina negra en una granja cercana y se robó de allí una considerable cantidad de estiércol de caballo.
   Ignorando el asco que le producía manipular esas sustancias, Damarys inició el experimento. Primero inyectó el esperma en uno de los huevos y selló herméticamente con pegamento el pequeño orificio. Luego, enterró el huevo en el estiércol de caballo que había colocado en un recipiente junto a una lámpara que servía de incubadora.
   Dejó la lámpara encendida durante cuarenta lunas hasta que la curiosidad la llevó a desenterrar el huevo y romperlo cuidadosamente. Contuvo la respiración al sentir el olor fétido del interior. Movió con un palito el contenido negro y gelatinoso buscando alguna señal de vida. Su decepción inicial dio paso al asombro cuando descubrió que dentro de la yema putrefacta había una pequeña criatura respirando con tranquilidad.
   La tomó con mucho cuidado entre sus dedos y la acercó a sus ojos. No lo podía creer. Se trataba de una pequeña mujercita del tamaño de la uña del pulgar de Damarys. El cabello blanco y las bellas facciones de la damita la hacían parecer un hada.
   Si hubiera dado a conocer en los medios su increíble descubrimiento, quizás se hubiese hecho famosa e incluso podría haber ganado una fortuna, pero a la joven le aterraba que pudieran separarla de esa pequeña e indefensa criatura a la que había dado vida.
   Damarys ya no se sentía sola. La pequeña damita a la que llamó Ivanna y apodó Ivy, requería muchos cuidados y ocupaba la mayor parte de su tiempo. Sólo se alimentaba con lombrices y semillas de lavanda y era propensa a los berrinches.
   Lo cierto es que crecía muy rápido y con el tiempo se hacía más difícil de controlar. Con el correr de los meses alcanzó la estatura de Damarys. Durante las primeras excursiones que hicieron juntas al mundo exterior Damarys le decía a la gente que eran hermanas aunque el cabello blanco de Ivy contrastaba con el azabache del de su creadora y su comportamiento resultaba a veces extraño y errático.
   Algunas veces parecía que Ivy no tenía conciencia del bien y del mal. Quizás aquello se debía a que carecía de alma o quizás al igual que una niña recién nacida le llevase tiempo adaptarse al mundo real.
   No había culpa en sus ojos cuando apuñaló a Damarys mientras dormía. No supo que aquello estaba mal y aunque aprendía muy rápido, hasta entonces no había conocido el dolor ni propio ni ajeno. Ivy no sabía en ese momento que las leyes naturales no se deben romper, así como tampoco lo había sabido Damarys. Después de todo, tan sólo eran homúnculos jugando a vivir.
ALEJANDRA ABRAHAM

martes, 9 de julio de 2019

FUEGO FATUO

                                         FUEGO FATUO
    La lluvia borraba mis pasos mientras me alejaba corriendo lo más rápido posible en dirección al bosque, alejándome del lago, alejándome de aquella luz pálida. Me adentré en la espesura ignorando los rasguños que las ramas desnudas de los árboles me hacían en la piel y la lluvia helada que empañaba mis anteojos.
   Corrí durante lo que me parecieron horas. Cuando ya no pude más me detuve en busca de aire y sólo entonces reparé en el ardor que sentía en la garganta y en los fuertes calambres que recorrían mis piernas. Un paneo rápido a mi alrededor fue suficiente para descubrir que me hallaba completamente perdido. Me había ganado el miedo y al huir no había tomado la precaución de seguir el sendero. Al menos estaba con vida, por ahora. Dudaba que Dustin y Alec corrieran con la misma suerte. La esfera luminosa que había salido del lago se los había tragado.
   En mis dieciocho años de vida jamás había visto algo así y estoy seguro de que mis amigos tampoco. Tenía cierta semejanza a una medusa gigante, pero era más brillante, más letal. A pesar de mis súplicas ellos habían corrido por el muellepara ver más de cerca la luz pálida que había emergido del centro del lago y comenzaba a levitar en nuestra dirección. Se movía cada vez más rápido. Me habían llamado cobarde, pero si no hubiera sido precavido esa cosa también me habría absorbido.
    En ese instante fui completamente consciente de lo que había sucedido. Se me hizo un nudo en la garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas. Mis mejores amigos, mis únicos amigos en todo el mundo se habían ido para siempre, habían sido devorados por aquel luminoso ser.
   Abrumado por la pena, el miedo y el cansancio me dejé caer sobre la tierra húmeda apoyando mi espalda contra un árbol centenario. La lluvia menguaba poco a poco, pero la oscuridad y el frío me envolvían por completo.
   Me preguntaba cómo le diría a los padres de Dustin y a la madre de Alec lo que había ocurrido. Me preguntaba si saldría alguna vez del bosque para poder contarlo. Aunque las ideas que surcaban mi mente resultaban cada vez más pesimistas me fui quedando dormido.
   Soñé con mi muerte y con la de mis amigos y soñé con aquella luz que me había quitado todo.
   Una luz brillante sobre mis ojos hizo que me incorpore de un salto. Esperaba lo peor, pero estaba dispuesto a enfrentarme con uñas y dientes a esa cosa y a luchar por mi vida. Suspiré aliviado al notar que era la luz de una linterna. La policía me había encontrado.
   Supuse que me darían una frazada y alguna bebida caliente antes de preguntarme qué había ocurrido. Seguramente, mis padres me estarían esperando en la carretera muy preocupados al no saber de mí. Sin embargo, nada de eso sucedió. En vez de envolverme con una manta me colocaron unas esposas heladas y me arrestaron por el cargo de asesinato doble. Habían encontrado los cuerpos de mis amigos en la orilla del lago junto a mi mochila y yo había huído.
   Ni la policía, ni el juez, ni el jurado, ni la familia de mis amigos, ni siquiera la mía creyó nunca mi historia. Me dieron una condena de cuarenta años. Salí en veinte por buena conducta pero la padecí como si hubiese sido de ochenta. Aquel anochecer espectral perdí a mis amigos, a mi familia, mi libertad, mi juventud, toda mi vida por culpa de aquella luz.
  Tras recuperar mi libertad regresé muchas veces a aquella playa. Quería demostrarles a todos que mi historia era cierta, quería probarme a mí mismo que no me había vuelto loco, pero jamás la volví a ver.
  Un anciano me contó una vez una leyenda que circulaba por la zona. Algunos la llamaban “luz mala”, otros “fuego fatuo”. Decían que aquello jamás aparece dos veces en un mismo sitio y que si alguien tiene la mala fortuna de encontrarselo debe  huir lo más rápido que pueda o de lo contrario no vivirá para contar la historia. Puedo dar fe de aquellas palabras. Aunque nunca pude estar seguro si aquella leyenda probaba mi historia o si por el contrario fui yo mismo quien la comenzó.
         

   ALEJANDRA ABRAHAM

jueves, 4 de julio de 2019

ABISMO

                                                                     
    Una parte de mí no quería que aquello sucediese. Di un pequeño paso y luego otro. Podía sentir el viento frío sobre mi rostro, como si intentase detenerme, como si a alguna parte del universo le importara. Pensé para mis adentros que era una tontería, no podía ser más que un juego de mi mente, no podía ser más que el miedo hablando.
   Me mordí el labio y respiré profundamente. Me detuve en el borde y miré hacia abajo. Podía ver las copas cobrizas de los árboles de otoño muchos metros por debajo de donde me encontraba. Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar retroceder. Tratando de ignorar la sensación de vértigo que me oprimía el pecho volví a mirar, está vez me concentré en las personas. Eran demasiadas. Hubiera preferido que no hubiese habido nadie en los alrededores. Era algo que prefería hacer en soledad.
   Allí abajo todos continuaban con sus vidas, todos parecían saber a dónde iban ya sea caminando en soledad o acompañados por otros. Tenían la vista fija hacia adelante o bien la mirada perdida en sus celulares. Nadie reparó en mí.
   Sentí una gota de sudor recorrer mi frente a pesar del frío que hacía y de que estaba temblando. Me acerqué un poco más. Mi corazón amenazaba con escaparse de mi pecho. Tenía la mitad de mis pies en el vacío. Un movimiento en falso y perdería el equilibrio. Mantuve esa posición durante unos largos segundos jugando con la idea de que fuese el destino quien balancease mi equilibro.
   No tardé mucho en descubrir que si no me movía me quedaría congelada en esa posición eternamente. Sin embargo el tiempo seguía avanzando para los demás, la gente seguía caminando y yo, en el fondo sabía que no podría quedarme así para siempre. Yo era la única que podía tomar la decisión. Solo yo podía dar el salto.
   Un arrebato de osadía hizo que me inclinara hacia adelante. El suelo desapareció bajo mis pies y me precipité a toda velocidad hacia el pavimento. Comencé a gritar tan fuerte que dolía. El viento helado me hacía entrecerrar los ojos, pero pese al miedo que sentía me obligué a mantenerlos abiertos. A mi alrededor las cosas pasaban a gran velocidad, no, era yo quien caía a una enorme velocidad.
   El terror me ganó a último momento y cerré los ojos justo cuando estaba quizás a un metro del suelo. Mi corazón dio un salto. Sentí como mi cuerpo rebotaba en el aire y luego comencé oscilar. Abrí los ojos. Me sentía como un péndulo. Noté que algunas personas habían reparado en mí. Me sonrojé, quizás había gritado demasiado fuerte, pero era la primera vez que me arrojaba en salto bungee.  
Alejandra Daniela Abraham

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...