viernes, 30 de marzo de 2018

POR ÚLTIMA VEZ


   La última vez que Darlan y Milesa recorrieron juntos las calles de su pueblo, habían confirmado sus peores temores. Las señales estaban claras, todos los locales se encontraban cerrados y a oscuras y los pocos transeúntes que circulaban por la avenida lo hacían con prisa y miradas vacías o aterradas. Lógicamente no había ningún auto, al menos no en movimiento, debido a que era muy raro encontrar cualquier medio de transporte en Parshidia, pues el petróleo, el bien más codiciado del mundo, se reservaba a las grandes potencias mundiales.
   Antaño, el Principado Independiente de Parshidia podría haber sido considerado un territorio pacífico. Lamentablemente, los tiempos habían cambiado. 
   Darlan apretó la mano de su prometida, pues aunque siempre se había considerado una persona valiente, quizás eso se debía a que nunca se había visto obligado a hacer algo peligroso o fuera de lo común.
   El muchacho miró por costumbre el proyector holográfico que llevaba en la muñeca, pero era inútil, habían lanzado como consecuencia de la incipiente guerra civil una señal electromagnética que impedía el acceso a la Red de Información Global desde hacía casi 48 horas. Jamás, en sus veinte años de vida, Darlan se había sentido tan incomunicado. Había habido apagones antes, aunque nunca fueron superiores a unos pocos minutos.  
   A algunos metros de donde se encontraba la joven pareja, la figura de un anciano comenzó a tornarse borrosa, aunque aquel hombre continuó andando como si nada hubiera cambiado. Milesa sollozaba, sin embargo, tampoco se detuvo. No había ninguna diferencia entre un holohumano y una persona “real”, salvo por el hecho de que estos últimos requerían de la energía que les proporcionaba su proyector. Los hombros de Darlan se tensaron y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Si el bloqueo electromagnético de las señales no terminaba, pronto quizás más de la mitad de las personas que había conocido dejarían de existir.
   Todas las personas en el mundo tenían un proyector holográfico que era insertado en su muñeca derecha el día de su nacimiento y ninguno en su sano juicio imaginaría siquiera quitárselo, sin contar a los fanáticos conservadores quienes se lo arrancaban a sí mismos para demostrar la supremacía de su humanidad. Ellos también consideraban quimeras indeseables a los holohumanos y no faltaban nunca algunos de estos fanáticos que predicaran en las plazas en contra del poder de la tecnología.
   Los ojos fríos del líder de la facción conservadora más violenta parecían observarlo todo desde mil ojos presentes en las pancartas que cubrían la mayor parte de los escaparates de los negocios. No era necesario volver a leer la leyenda que surcaba el rostro que atormentaba los sueños de más de una persona. Darlan había escuchado aquella repugnante frase cargada de odio un millar de veces, “El comienzo de la pura humanidad está cerca, las quimeras por fin se apagarán”. 
   Darlan no estaba obsesionado con la tecnología como aquellos que pasaban la mayor parte de su tiempo en la realidad virtual, pero tampoco entendía a los conservadores que odiaban a los holohumanos, pues sin el trabajo que proporcionaban las pocas personas que habían logrado sobrevivir a la Gran Guerra no habrían logrado subsistir. Darlan siempre había tratado a todos por igual, sin importar quien fuera el creador de cada uno consideraba que todo el mundo tenía derecho a vivir. Además, aunque lo hubiera deseado no hubiera sabido reconocer la diferencia entre las clases de personas y a pesar de que muchos fanáticos con el ojo entrenado afirmaban que las diferencias estaban claras, Darlan no creía que fueran más que puras fanfarronerías.
   Antes de que los padres de Darlan nacieran y después de la Gran Guerra, la radiación casi había extinguido a muchas especies y por poco había arrasado con la humanidad. 
   Cuando era pequeño, su madre le había contado que cuando una pareja estaba lista para procrear, depositaban sus células reproductivas en el correo genético de algún hospital y luego se realizaba una inseminación in vitro para asegurarse de que la población no se viera contaminada con defectos genéticos. Se sabía que en muchas ocasiones cuando la fecundación biológica no se llevaba a cabo, se le implantaba a la madre un embrión holohumano y para evitar cualquier tipo de discriminaciones se protegía la identidad de estos niños creados artificialmente cuya vida, al igual que la de cualquier otra persona, podía ser de casi un siglo, siempre y cuando tuviera costumbres saludables y no olvidara cargar su proyector. Claro estaba, que al igual que ellos, los demás lo hacían para permanecer siempre conectados a la Red de Información Global.
   Sin energía la mitad o quizás más de la población desaparecería para siempre. Era imposible distinguir el porcentaje exacto de holohumanos. El muchacho pensó en sus amigos, en su familia y en toda la gente a la que había conocido alguna vez mientras un nudo de desesperanza se formaba en su garganta.
   Ir a una manifestación a la Plaza Central para pedir que liberaran la señal satelital parecía poca cosa comparado con la magnitud de lo que estaban viviendo en ese momento. Aunque siempre había sido alguien pacífico no quedaban demasiadas opciones. Él realmente deseaba que de alguna manera el bloqueo desapareciera de una vez y para siempre. No era una persona fuerte y definitivamente no se sentía listo para perder a nadie. Quizás y sólo quizás, si sumaba su voz a la voz del pueblo y todos juntos exigían que las cosas volvieran a ser como antes, lograrían que alguien los escuchara y lograra despertarlos de lo que parecía ser un mal sueño.
   Poco a poco, el cielo se teñía de un naranja aterrador, era la primera vez que observaba un atardecer sin estar recostado en la comodidad y seguridad de su habitación recibiendo la cálida y agradable sensación que producía conectar su proyector a la corriente eléctrica.
   Parecía que su corazón estaba a punto de salirse de su pecho. Él y Milesa habían comenzado a correr tomados de la mano aunque Darlan no recordaba exactamente en qué momento se había iniciado esta carrera. Su garganta le ardía en cada jadeo y las ideas se arremolinaban en su mente y lo mantenían embotado. 
   A pocas cuadras de la Plaza Central y cuando el tumulto de manifestantes y de personas asustadas, algunas nítidas y otras borrosas que desaparecían poco a poco, hicieron imposible que pudieran seguir avanzando, la joven pareja se detuvo. Darlan volteó su mirada y con horror descubrió el bello contorno del rostro de Milesa esfumándose ante sus ojos que se nublaron a causa de las lágrimas. Jamás hubiera imaginado que la mujer con quien quería pasar el resto de su vida fuera una holohumana.   Eso no cambiaba lo que sentía por ella. La quería como nunca más iba a querer a nadie.
   Darlan alzó su propia mano cuyo contorno se perdía y se esfumaba con el aire, al igual que el rostro de la muchacha y acarició su etérea mejilla juntando sus labios con los de ella. Era tan real como la primera vez que la había besado y aunque ambos se desvanecían aun sentía el calor de su aliento y la suavidad de su piel bajo sus ya casi invisibles dedos. Los enamorados se esfumaron con los últimos rayos del sol en aquel beso eterno. Darlan ya no tenía miedo, estaba con Milesa y su amor viviría por siempre en la Red de Inteligencia Universal.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 23 de marzo de 2018

PASOS EN LA NOCHE


   Los apresurados pasos de Lucas rompían el silencio de la noche. Su rostro estaba empapado por las lágrimas y de su labio inferior brotaba un hilillo de sangre escarlata. Su cuerpo entero se encontraba adolorido y maltratado y no estaba seguro de poder encontrar algún lugar en donde refugiarse del frío. No era la primera vez que su padre lo maltrataba, aunque nunca antes había huido después de la puesta del sol.
   Con sus casi nueve años de edad, había aprendido a que era mejor salir a jugar al patio de su casa cuando sus progenitores comenzaban a beber de las botellas de vidrio que él tenía prohibido tocar. Sin embargo, aquella noche hacía demasiado frío y había optado por quedarse dentro de su casa. Ahora, lamentaba haber tomado esa decisión.
   Los recuerdos se arremolinaban en su mente y le causaban una horrible opresión en el pecho. Volvió a ver un vaso de agua resbalando entre sus dedos, escuchó los gritos y el sonido del cristal haciéndose trizas contra el suelo. Sintió el dolor agudo del primer golpe contra su coronilla al que siguieron muchos más. No estaba seguro de cómo había podido escurrirse de las manos que lo sujetaban, pero una vez que encontró el camino hacia la calle había sido fácil escaparse del monstruo que se apoderaba de su padre bajo los efectos del alcohol.
   Sus pasos lo guiaron hasta el cementerio que rodeaba a la pequeña catedral del pueblo. Aunque su familia no era religiosa, la perspectiva de dormir bajo techo esa noche resultaba tentadora. Se armó de valor y pasó corriendo entre las tumbas. Ya era bastante grande como para creer en fantasmas, pero la idea de un montón de cuerpos pudriéndose bajo la tierra lo espantaba.
   Rompió a llorar desconsoladamente al encontrar cerradas con cadenas las puertas de la casa de Dios. Las golpeó en vano durante muchísimo tiempo y finalmente se quedó dormido, hecho un ovillo en las escaleras de piedra de la iglesia. Cayó en un profundo sueño del que nunca volvería a despertar.
 Los vecinos aseguran, que por las noches frías, aún se escuchan sus lamentos.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

Relato seleccionado para una antología de cuentos, que será publicada próximamente en Ediciones Public&Arte, TsEdi, Teleservicios Editoriales, S.L., de Madrid.

viernes, 16 de marzo de 2018

PALADÍN




   Enfundó su espada con un ágil movimiento y continuó su camino por el pedregoso sendero. Su porte era esbelto y fuerte, su semblante frío e inmutable y su armadura lucía tan resplandeciente como la primera vez que la había usado.
   Corrían tiempos oscuros y peligrosos, mas él no sentía miedo, su destino había sido escrito incluso antes de que el mundo fuese creado. Cada paso que daba, cada estocada que lanzaba, todo en su pequeña y servil existencia estaba siendo controlado por un ser superior al que sentía real. Era incluso más real que su propia vida. Aquella insulsa y patética vida que se repetía una y otra vez.
   En el mejor de los casos podía aspirar a una victoria vacía que lo catapultaría por enésima vez al principio de los tiempos. En el peor, a una dolorosa muerte que lo llevaría al mismo lugar y así, permanecería atrapado en un ciclo infinito hasta que un videojuego mejor lo sumerja en el olvido.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

miércoles, 7 de marzo de 2018

Fuego Oscuro. Antología


Comprar: https://www.amazon.com/Fuego-oscuro-Alejandra-Daniela-Abraham-ebook/dp/B07B7P9X9F/ref=sr_1_2?ie=UTF8&qid=1520449687&sr=8-2&keywords=Alejandra+Abraham

viernes, 2 de marzo de 2018

LA PRISIÓN DE LAS SOMBRAS


   Los tenues rayos de la luna eran la única fuente de luz. Daiana temblaba de frío y de miedo, aferrándose con los dedos temblorosos y entumecidos a los barrotes helados de aquel lugar que, posiblemente, se había convertido en su tumba.
   Daiana bajó la mirada. Había por lo menos cien metros hasta las olas negras de un tormentoso mar que rompían contra las rocas que formaban la base de la prisión en donde había despertado.
   Si tan sólo los barrotes no hubiesen estado tan juntos podría haberse deslizado entre ellos dejándose caer. Imaginó por un instante su cuerpo destrozado tras el impacto contra las irregulares rocas. Era una imagen perturbadora y posiblemente volver a morir no sería la solución para escapar de la muerte   Se dejó caer lentamente, apoyando su espalda contra la húmeda pared y abrazó sus piernas. Sintió como las lágrimas se le congelaban en las mejillas. Nunca en su vida había experimentado tanto frío.
   Mientras más intentaba evadir sus recuerdos, éstos se hacían cada vez más nítidos y se le imponían con fuerza, desterrando cualquier otro pensamiento de su mente. Aunque el intento de quitarse la vida para evadir sus problemas podría considerarse un acto completamente cobarde había necesitado armarse de mucho valor para animarse a hacerlo.
   Daiana había pasado sus doce años de vida deseando pasar inadvertida y de ese modo evitar los acosos y la crueldad de sus compañeros y al mismo tiempo había sido presa del profundo deseo de poder captar su atención e incluso de sentirse querida. Lo hubiera dado todo por ser aceptada y por convertirse así en juez en lugar de en víctima.
   Quizá si hubiera sido hermosa o por lo menos un poco más inteligente las cosas hubieran resultado diferentes para ella. Quizá si alguien la hubiera observado llegar a su casa llorando por enésima vez con el rostro empapado, quizá no se hubiera encerrado en el baño durante horas buscando la forma menos dolorosa para ponerle fin a todo. Quizá no hubiera tomado demasiadas pastillas para dormir con la vana esperanza de desaparecer para siempre.  
   Un lamento a lo lejos la sacó de aquella pesadilla que estaba recordando. El frío quemaba su piel y penetraba su cuerpo como miles de agujas de hielo. Ya no sentía el tacto en los dedos de los pies ni de las manos y cuando se movía dolorosos calambres en sus miembros le hacían volver a paralizarse. Aunque el frío era terrible, peores eran los recuerdos que volvían a su mente una y otra vez.
   La puerta se abrió con un chirrido dejando entrar a un extraño ser envuelto en una capa de humo negro. Asumiendo que sólo podía tratarse de la muerte misma, Daiana sintió como la tristeza y la desolación arrancaban de su pecho cualquier dejo de esperanza. Observó como la criatura levitaba hacia donde ella se encontraba hecha un ovillo en el suelo. Estaba cada vez más cerca. Aquel ser que no tenía facciones se acercó muy despacio a su aterrado rostro y unió el sitio en donde podría haber tenido los labios con los de ella.
   La capa del color de la noche pareció devolverle la visión. En el suelo una humana que le parecía vagamente familiar ya no respiraba y sus ojos estaban fijos en el techo. "Bienvenida" murmuraron las voces de sus nuevas hermanas dentro de su cabeza. De su interior emanaba frío, pero era una sensación agradable. No había nada por lo que preocuparse. Podía sentir el miedo cerca, la tristeza de cientos de personas que estaban allí sólo para alimentarla a ella y a sus hermanas parcas.
   Se deslizó a gran velocidad por los pasillos. Desde el interior de las celdas se filtraban hilillos de vitalidad. La inteligencia colectiva a la que pertenecía ahora estaba conformada por millones de almas que a su vez era una sola, superior y omnipresente. Era la vida y la muerte al mismo tiempo. El presente y el futuro coexistían en su ser y hacían que se sintiera completamente plena.  
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

jueves, 1 de marzo de 2018

CUENTOS INFANTILES



Hoy salió a la venta una antología que contiene mi cuento "El guerrero"
Podés comprarlo aquí: http://www.tsedi.com/cuentos-infantiles/

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...