viernes, 26 de enero de 2018

EL SENDERO DEL MIEDO


   El único sonido en la oscuridad eran sus pasos apresurados. Bajo sus pies cientos de hojas cubrían el suelo, como si la naturaleza hubiese colocado una alfombra de oro sobre la tierra. Había cierta poesía en ello y quizás en otro momento de su vida podría haber llegado a apreciarlo. Sin embargo, no disponía del tiempo para detenerse a observar detalles como aquellos, al menos no, cuando algo lo perseguía y quizá su vida dependiera de poder llegar a casa a tiempo.
   No había luna y tampoco estrellas que salpicaran el cielo negro y Joan agradecía no estar completamente inmerso en la oscuridad. Aunque su teléfono no disponía de señal en medio del bosque, la luz que le proporcionaba la pantalla del pequeño aparato le daba cierta sensación de alivio.
   Había recorrido aquel sendero que separaba el pueblo de su cabaña un millar de veces, aunque, nunca antes se había sentido tan indefenso en medio de la inmensidad del bosque.
   Joan miró sobre su hombro una vez más, pero su perseguidor, anticipando sus movimientos, había logrado camuflarse entre los troncos nuevamente. Pese a que no había podido establecer contacto visual con él, podía sentirlo cada vez más cerca, aproximándose a él, persiguiéndolo desde que los contornos de las casas del pueblo habían comenzado a tornarse lejanos.
   Como si se tratara de un mal augurio, el bosque entero estaba en silencio. Los sonidos típicos en la naturaleza se habían extinguido por completo. Tras toda una vida de vivir allí, Joan había aprendido a que los animales eran sabios y presentían cuando el peligro estaba próximo y en ese momento podía sentirlo justo a sus espaldas.   
   Su marcha apresurada no tardó en transformarse en un trote y luego en una carrera. Estuvo a punto de tropezar en más de una ocasión, debido a que el terreno era irregular y las raíces de los árboles eran traicioneras, pero, no aminoró su velocidad. Ni siquiera lo hizo cuando su garganta comenzó a arder a causa de su agitada respiración y sus piernas doloridas le pidieron clemencia. Cualquier paso en falso bastaría para que aquello que lo acechaba cumpliera su objetivo.
   Su acelerado corazón amenazó con escaparse de su pecho cuando el crujido de una rama confirmó que su perseguidor estaba ya a unos pocos pasos de donde se encontraba.   Entonces lo supo con certeza, no había escapatoria. Fuera lo que fuera aquello era mucho más rápido y más fuerte que él y acabaría por alcanzarlo.  
   Se detuvo desesperado, intentando encontrar algún lugar para poder esconderse, pero era demasiado tarde. Casi podía sentir la respiración de su atacante erizando el bello de su nuca. Lo sentía justo detrás de él. Joan se volteó en vano, pues la pantalla de su celular se había bloqueado, dejándolo a ciegas y completamente indefenso a merced de aquel ser demasiado silencioso.
   Intentó gritar, pero, un nudo se había formado en su garganta y ni siquiera permitía que el aire pasara a través de ella. Cerró sus ojos con fuerza preparándose para lo peor. Sintió el dolor agudo de la muerte atravesar su pecho y al caer sobre un montículo de hojas se amortiguó un sonido sordo que nadie pudo escuchar. No había nada ni nadie, tan sólo el viento helado del otoño que continuó su viaje y se llevó consigo el último aliento de Joan. 
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM 

viernes, 19 de enero de 2018

EL EMBRAVECIDO MAR


   Aquellos momentos crepusculares, en los cuales entre ocres y amarillos el cielo comulga con el mar, siempre habían sido los preferidos del padre Marco. Casi todos los días, disfrutaba caminar sobre aquella arena húmeda. La playa estaba casi desierta durante la temporada invernal. En el pueblo quedaban muy pocos habitantes y sus servicios sacerdotales eran cada vez menos solicitados.
   La brisa helada y salina despeinaba sus cabellos y lo hacía sentirse en comunión con Dios. Por un momento creyó escuchar el canto de los ángeles, sin embargo, se convenció a si mismo que no había sido más que el viento al pasar.
   Caminaba con la mirada fija en el horizonte mientras las gaviotas levantaban vuelo a medida que él avanzaba abandonando los restos de moluscos.
   La marea subía lentamente y poco a poco sus huellas eran cubiertas por espuma y sal.
   Usualmente, Marco caminaba hasta el muelle de pescadores. Allí realizaba sus plegarias y emprendía su regreso antes de que apareciesen las primeras estrellas. Pero, esa tarde algo inesperado se le presentó. Algo que cambiaría su destino para siempre.
   Mientras se acercaba al muelle, le pareció que una joven se aferraba a los pilares más lejanos de la orilla. Las olas amenazaban con arrastrarla hacia el océano.
   Buscó en el bolsillo su celular y llamó a la guardia costera. Una voz masculina que transmitía seguridad le comunicó que los rescatistas iban en camino y le advirtió que no intentara rescatarla porque podría convertirse en víctima de la corriente.
   Marco no era buen nadador, sin embargo, corrió por el muelle hacia el lugar en donde se encontraba ella con la ilusión de que pudiese alcanzar su mano y de esa forma ponerla a salvo lo antes posible. Oró en silencio mientras iba a su encuentro.
   La joven estaba desesperada. Las olas por momentos descubrían su torso desnudo y arremolinaban su largo cabello. Marco no entendía, cómo alguien podía verse envuelta en esa situación. Era difícil que se tratase de una turista descuidada ya que en invierno los hoteles permanecían cerrados y los pocos pobladores que quedaban no arriesgarían sus vidas intentando nadar en un mar helado y agitado. Imaginó que quizás había sido víctima de un ataque o que podía haber intentado suicidarse. Lo único importante en ese momento era poder ayudarla antes de que fuese demasiado tarde.
   Un escalofrío recorrió su cuerpo al imaginar que para cuando los rescatistas llegasen el mar se habría cobrado otra víctima. Dios no podía permitir que algo así sucediera y pensó que quizás, lo habría colocado en el lugar justo en el momento preciso. Tenía que intentar sacarla del agua. Creyó que quizá se tratase de una prueba que Dios ponía en su camino.
   Se recostó apoyando su pecho sobre la húmeda y helada madera. Intentó muchas veces hasta que con sus manos pudo tomar uno de los brazos de la joven. Comenzó a jalar de ella con todas sus fuerzas y no pudo evitar sonrojarse al ver sus sensuales senos saliendo del agua. Se avergonzó de sus deseos impuros y apartó la mirada.
   —¿Qué pensará tu Dios de tus pensamientos? —dijo ella con una maligna sonrisa, jalando de sus manos y sumergiéndolo para siempre en el embravecido mar.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

miércoles, 17 de enero de 2018

CACERÍA FEROZ


   Mi corazón latía a toda velocidad y amenazaba con escaparse de mi pecho. La gente a mi alrededor tropezaba y se empujaba intentando salir de allí lo más rápido posible. El miedo se apoderaba de todos los presentes haciéndonos olvidar cualquier pizca de solidaridad que en circunstancias normales podría haber aparecido ante la escena de los caídos en el pavimento. Aparté la vista con cierto remordimiento al pasar corriendo lo más rápido que mis cansadas piernas me lo permitían junto a una pobre mujer que estaba siendo prácticamente aplastada por la aterrada multitud.
   La calle entera se había convertido en un auténtico caos. Un choque en cadena había dejado como consecuencia un mar de cristales rotos y una decena de heridos, los conductores que conservaban la conciencia habían abandonado sus vehículos y se unían ahora a la marea humana de personas que intentábamos sobrevivir.
   Tomé valor y miré sobre mi hombro derecho. Tenía que darme prisa, ya no era el joven que solía ser y todos me habían sobrepasado desperdigándose en distintas direcciones, llorando y gritando con un auténtico terror. No recordaba haber presenciado nada semejante hasta el momento y mucho menos sentirme tan asustado.
   No sabía exactamente a qué clase de peligro estaba a punto de enfrentarme, pero nada que provocase esa reacción entre la multitud podía ser bueno. Jamás podría olvidar aquellas expresiones surcadas por el miedo de quien está a punto de enfrentarse cara a cara con aquel peligro inminente.
   No saber qué era exactamente lo que estaba sucediendo hacía que me sintiera cada vez más desesperado, especialmente porque ya todos estaban por lo menos a una cuadra de distancia y me habían abandonado a mi merced. Me detuve exhausto y mis ojos se llenaron de lágrimas. Sabía que mi fin estaba cerca y que nadie se detendría a ayudar a un pobre anciano como yo.
   Me preparé para enfrentarme con mis peores temores y aunque lo que vi no fue exactamente lo que había estado esperando fue bastante duro. Me sobresalté en un primer instante, cuando giré sobre mis pasos, pero enseguida reconocí mi imagen en el escaparate de un negocio. Hecho un mar de lágrimas y con más arrugas de las que recordaba mis ojos me miraron avergonzados desde el reflejo, otra vez había olvidado mi esencia y lo que había ido a hacer al mundo de los humanos. Desplegué mis enormes alas negras y con una agilidad de la que podía estar orgulloso a mi edad, me dispuse a continuar con mi cacería.


AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...