viernes, 25 de mayo de 2018

EL PODER OCULTO CAP 6

        CAPÍTULO 6: SECRETOS COMPARTIDOS                            
   Las estrellas comenzaban a decorar el cielo, que paulatinamente pasaba del rojo del ocaso a un azul profundo y lentamente se iba tornando negro.
   Leyendo el libro me había informado, que una de las primeras pautas para dominar la fuerza mágica, era lograr la concentración. Para ello se sugerían varios tipos de ejercicios. Entre estos, el que estaba intentando hacer en ese momento. Consistía en visualizar con los ojos cerrados, una cálida bola de energía entre mis manos que estaban enfrentadas pero sin llegar a tocarse. Por momentos, sentía mucho calor entre mis palmas y en ocasiones, llegué a creer que se había vuelto corpórea. Pero, súbitamente mi concentración fue interrumpida. Mi madre estaba llamándome. Las visitas habían llegado.
   Tardé en bajar. Como digna mujer, tenía que arreglarme un poco. Acababa de llegar un chico de mi edad, que sería compañero mío y aunque no lo conocía aún y había oído hablar a mi madre muy mal de él, decidí estar "hecha una diosa".
   Mientras bajaba las escaleras, lo vi a él inmóvil. Estaba sentado en el sillón blanco de mi propia casa. A él, con sus misteriosos ojos grises. Los mismos que me habían observado por el espejo en la feria esa misma mañana. No parecía haber reparado en que yo bajaba las escaleras y en cambio observaba la fina alfombra persa con fastidio.
   Cuando mi madre me vio gritó:
   —Tamara, ¿qué estabas haciendo ahí arriba? Tardaste una eternidad en bajar. No seas descortés con los invitados y vení a saludar, ahora mismo.
   Todas las miradas, incluyendo la de él, estaban fijas en mí. Sentí que mis mejillas ardían. No podía creer que mi madre estuviese avergonzándome así. Nunca se lo perdonaría, entre otras tantas cosas que detestaba que hiciera o me obligara a hacer. Me acerqué hasta ellos, sin mirar a nadie. Mi madre nos presentó.
   —Ella es mi hija Tamara —dijo dirigiéndose a una rolliza mujer poco elegante, que contrarrestaba con la esbelta apariencia de mi madre.
   Le sonreí a la señora quien me devolvió la sonrisa de un modo cálido. Se levantó y dijo:
   —Hola, ¿cómo estás querida?. Vos debés ser la famosa Tamara. Vas a ser compañera de mi hijo.
   Evitando mirarlo e intentando no llamar su atención respondí:
   —Sí.
   Mi madre con una absoluta hipocresía interrumpió mi silencio:
   —Este es el encantador y apuesto Esteban. Saludalo y de paso, mostrale la casa. Yo voy a seguir charlando con Susana, mientras se termina de hacer la comida.
   Susana con su voz chillona lo alentó:
   —Andá, andá "Teby". La nena es nueva en el barrio y no debe tener muchos amigos.
   Se levantó lentamente y sin mucho entusiasmo me siguió mientras lo guiaba por mi casa. No dijo ni una sola palabra durante todo el recorrido y mucho menos mencionó que ya me había visto.Comenzaba a sentirme incómoda. Estaba hablando sola, seguramente él, ni siquiera me escuchaba.
   Habló por primera vez cuando abrí la puerta de mi cuarto y ante mi sorpresa dijo:
   —Hay velas, flores e inciensos. Estos jarros con agua son los que compraste hoy. Ah... y ahí esta el espejo. Interesante...
   No sabía si estaba siendo halagada o descubierta y pregunté:
   —¿Por qué?
   Me miró a los ojos. Hizo una media sonrisa y antes de que pudiese responder a mi pregunta, retumbó un nuevo grito de mi madre anunciando que la cena estaba lista.
   Sin responderme, Esteban amablemente hizo un gesto con la mirada, para que yo bajase primero. Experimenté por primera vez una sensación muy extraña. Sentía una especie de vértigo mezclado con un intenso calor en las mejillas y nuevamente se aceleraba mi corazón. Lamentablemente, parecía que él ni siquiera me notaba.
   Mientras cenábamos un delicioso pollo, con una ensalada desabrida con un gusto semejante al pasto del jardín y bebíamos jugo, yo estaba observando a Esteban, mi galán de ojos grises que jugaba con la comida sin probar bocado.
   Deseaba profundamente que él me prestase atención. Al cabo de unos minutos, levantó la vista hacia mí y me miró. Rápidamente, yo bajé la mirada y sentí como mis mejillas volvían a sonrojarse. Cuando levante la vista, aún me estaba mirando y me regaló otra encantadora media sonrisa. Volví a bajar la vista, pero no sin antes regalarle la mía.
   Durante el resto de la cena, sólo se escucharon la fría voz de mi madre y la chillona voz de Susana. Afortunadamente, ella había traído el postre. Se trataba de una deliciosa torta de chocolate preparada con sus propias manos. Todos comimos con deleite, todos salvo Esteban, quien apenas había probado su primer porción.
   Mientras tomábamos el último café, Susana amablemente sugirió:
   —Tamara, cuando quieras, mañana o pasado vení a nuestra casa, así charlás con Esteban. Sino, no tengo problema en que él venga a visitarte.
   Cuando dijo estas palabras, mi madre me miró con los ojos muy abiertos. Susana no pareció reparar en eso y continuó —. Él te puede contar todo sobre tu nuevo colegio y algunas cosas del barrio.
   Con una fuerte opresión en el pecho respondí:
   —Se...será un placer... —, agregué tímidamente —. Si a él no le molesta.
   Lo miré y sin ganas aparentes, asintió con la cabeza.
   Casi a media noche, cuando nuestros invitados se estaban por retirar, mi padre sugirió acompañarlos para que llegasen seguros. Susana accedió, porque aunque vivía sólo a una cuadra y media, no le gustaba cruzar la plaza. A Esteban aún lo veía como un niño, cosa que a mi me dió mucha gracia e intenté disimular la risa con una tosecita. Él pareció darse cuenta, porque frunció levemente el ceño, aunque no me miró ni me dijo nada.
   Al salir a la calle, nuestros padres se adelantaron y nosotros caminamos en silencio detrás de ellos.
   La fresca brisa de una noche de verano me acariciaba el rostro y despeinaba graciosamente el cabello de Esteban, quien casi instintivamente se lo acomodaba. Antes de llegar a la esquina, me paralizó un alarido espectral. Fue un sonido parecido al que había escuchado tiempo atrás en la isla cuando apagué la vela. Al recordarlo, me estremecí aún más y me aferré inconscientemente al brazo de Esteban, quien me miró con sorpresa.
   Al darse cuenta de que su madre tornaba su cabeza hacia nosotros susurró:
   —No digas nada. Ellos no la escuchan. Casi nadie la escucha. Disimulá, es una banshee, después te explico. Debes ser nueva... Lamentablemente alguien acaba de morir...
   Lo miré a los ojos y sentí que teníamos más en común de lo que imaginaba. Seguimos caminando, aún no había soltado su brazo y casi sin voz pregunté:
   —¿Hace mucho que las escuchas?
  —Desde hace un año. No digas nada. Te pueden tomar por loca. Son muy pocos los que tienen el poder suficiente para percibirlas.
   Lo miré perpleja. Lamentablemente, el camino había concluido. Estábamos en la puerta de su casa. Sin que yo lo esperase soltó mi brazo y me dijo:
   —Si te parece bien, te paso a buscar mañana a las tres.
   Mi corazón dio un salto. Susana sonrió pícaramente y besó mi mejilla. Mi madre frunció los labios, pero sin decir nada y mi padre no pareció darse cuenta de nada. Totalmente colorada, respondí:
   —Bueno, nos vemos mañana.
   Mientras volvíamos caminando hacia mi casa, nuevamente la brisa me acariciaba mi piel y yo sentía una mezcla de sorpresa, temor, timidez y bochorno, pero sobre todas esas cosas y por primera vez en un mes, me sentía feliz.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 18 de mayo de 2018

EL PODER OCULTO CAP 5

         CAPÍTULO 5: AQUELLOS OJOS GRISES        
   A la mañana del día siguiente, continué con la lectura atenta y pausada del libro. Lo leí lentamente, porque cada frase era un importante mensaje o consejo. A medida que avanzaba iba reflexionando en el significado de las palabras.
   Reparé en lo que intentaba inculcar mi abuela en esas páginas. Básicamente, la idea principal era visualizar el objetivo que se deseaba y para intensificar la concentración era necesario realizar una especie de ritos mágicos. Estos llevaban tiempo y esfuerzo. Al buscar todos los elementos necesarios para el rito se podía lograr incrementar nuestra concentración y por lo tanto nuestro poder mágico. Mi abuela recalcaba que para incrementar la eficiencia y concentrar nuestra energía, debíamos convocar a las fuerzas de la naturaleza, los espíritus elementales.
   Reparé en que necesitaría proveerme de algunos elementos sencillos para crear un pequeño altar y llevar a cabo mis objetivos. Debía poseer aquellas cosas que fuesen de agrado para cada uno de los elementales. Así, actuarían a mi favor. Tenían que estar presentes materiales en los cuales estas fuerzas estuviesen, armonizar con ellas y convocarlas amablemente.
   Me pregunté cómo iba a ocultar un altar en mi habitación, sin que se de cuenta mi madre. Ella era una persona sumamente obsesiva con el orden y la limpieza. Si lo descubría seguramente iba a enviarme a un psicólogo, luego de hacer un escándalo terrible.
    Después de permanecer casi una hora recostada en la cama mirando a la nada e intentando pensar en donde lo ocultaría, recordé una frase que había escuchado en televisión: "El mejor sitio para esconder un árbol, es en un bosque". Decidí que toda mi habitación sería un altar y que todo estaría a la vista como elementos decorativos.
   Me propuse salir a comprar la nueva "decoración" para mi cuarto. Me levanté. Tomé parte de mis ahorros y no tuve que pedir permiso para salir ya que mis padres no estaban en casa. Ambos se encontraban en sus respectivos trabajos.
   Cuando salí a la vereda, recordé que como hoy era sábado por la mañana habría en la plaza del barrio una feria artesanal. Pensé que podía ser un buen lugar para encontrar todo lo que necesitaba.
   Doblé la esquina y crucé hacia la plaza. Tal y como lo había imaginado, fui encontrando allí todos los elementos que buscaba. En un puesto encontré sahumerios de todos los aromas. Eran deliciosos. En otro compré un paquete de velas perfumadas de diferentes colores y tamaños. En un rincón de la feria adquirí un jazmín para colgar en la ventana y unos bellos recipientes de cristal donde colocaría agua y eventualmente alguna flor para disimular.
   Cuando emprendí mi regreso, me atrajo un espejo con un artístico marco artesanal. Lo tomé entre mis manos y contemplé mi imagen reflejándose en él. Percibí que mis rizos dorados brillaban más que de costumbre, como con luz propia.
   Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando en él vi reflejados unos ojos grises que me miraban y una voz varonil me aconsejó:
   —No necesitás que un espejo te diga lo hermosa que sos.
   Cuando me dí vuelta distinguí al mismo muchacho con el que había tropezado un mes atrás. Luego de decirme esas palabras, se perdió en un mar de gente mientras se acomodaba hacia un costado su flequillo negro.
   Pagué el espejo y volví a mi casa con mi corazón latiendo acelerado y sin poder quitar de mi mente aquellos ojos grises que me cautivaron.
   Cuando entré, me apresuré a buscar en la cocina la sal fina y tras echar un puñado en el recipiente de cristal, la diluí con un poco de agua.
   Al entrar en mi cuarto fui esparciendo alrededor de mi habitación, con la punta de mis dedos, la solución que acababa de preparar. Mientras que en mi mente, repetía algunas frases que había incorporado del libro. "Agua y sal fluido de pureza protégeme de las fuerzas de la oscuridad. No permitan que nadie ni nada se oponga a mi voluntad ni a mis deseos. Consagro este lugar como mi santuario, mi templo y mi altar."
   A continuación, coloqué una vela en su portavelas y la encendí para halagar a los espíritus del fuego. Coloqué agua en un segundo recipiente y dentro de él una rosa blanca, que corté de mi jardín, para homenajear a los elementales del agua. Junto a la ventana colgué el jazmín, para las fuerzas que rigen la tierra. Con la vela encendí un incienso, que muy pronto con su perfume impregnó toda la alcoba.
   No pedí nada a cambio, simplemente sentía la necesidad agasajar a los elementales, mis nuevos y mágicos aliados. Cuando se consumió por completo el sahumerio, apagué la vela y sentí el deseo de susurrar:
   —Bienvenidos. Espero, que en un futuro, me brinden su ayuda y protección.
   Fui interrumpida por un golpe seco sin punto de partida, sin explicación natural y recordé la frase: "Si no hay otra explicación posiblemente sean los espíritus". No sentí temor. Alguien o algo estaba de mi lado.
   Terminé rápidamente de acomodar a modo de decoración las cosas porque escuché el ruido de la puerta, seguido de la voz de mi madre que llamaba:
   —Tamara, bajá. Compré comida hecha.
    No lo podía creer. Ella nunca compraba comida hecha o precocinada. Decía que no tenían los nutrientes necesarios para lograr llevar una vida sana y saludable.
   Estaba ansiosa por ver qué sería. No tendría que soportar, por una vez en la vida, la asquerosa, pero nutritiva comida preparada por ella.
   Bajé corriendo las escaleras y me llevé una enorme desilusión al descubrir que mi esperanza de un exquisito almuerzo se desvanecía al ver que lo único que había eran unas desabridas ensaladas y para beber jugo, siempre jugo, aunque esta vez era de zanahoria...
   Cuando terminamos de almorzar, si era posible que eso pudiera llamarse almuerzo. Mi madre comenzó a quejarse nuevamente. Mi padre y yo compartimos una cómplice mirada de fastidio. Ella gritaba:
   —Podrían ayudarme un poco. Hoy va a venir Susana con ese chico raro, Esteban. No quiero que ella piense que estamos viviendo en una pocilga. Todo está lleno de pelos de gato. Acá, la única que hace algo por la casa soy yo. Ustedes dos, no son capaces de mover ni un dedo por su hogar...
   Mi padre con serenidad resopló:
   —Mirá, Raquel, vos la invitaste. Si no querías que viniera no la hubieses invitado.
   —Vos no entendés nada. Yo sí quiero que Susana venga —continuó esta vez intentando adoptar un papel de víctima, algo que por cierto, le salía extremadamente mal.
   —¿Acaso no se dan cuenta de que lo único que busco es un poco de ayuda por parte de mi familia?. Pretenden que yo sea una esclava... Soy una pobre e incomprendida víctima de su indiferencia —siguió, siguió y siguió reprochando cosas que ahora, ni siquiera puedo recordar.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 11 de mayo de 2018

EL PODER OCULTO CAP 4

          CAPÍTULO 4: EL PRINCIPIO DEL CAMINO                            
   —Esa gata me saca de quicio. Está dejando sus asquerosos pelos negros en mis sillones blancos y no para de maullar.
   Mientras mi madre gritaba, no recuerdo bien qué, puesto que había aprendido a no escucharla cuando se ponía así, Samanta ronroneaba entre mis piernas. La tomé entre mis brazos, prometí a mi madre que me ocuparía de ella y subí a mi cuarto.
   Una vez allí, cerré la puerta y puse música para poder abrir el paquete sin que nadie sospechase. Encontré dentro de él un pesado libro forrado en cuero negro y repleto de hojas sueltas en su interior, aunque estaban cuidadosamente acomodadas.
   Observé que por el contrario de lo que esperaba, se habían colocado los escritos más recientes al principio y los más antiguos al final. Las páginas iban pasando de blanquecinas a amarillentas hasta convertirse en hojas secas y quebradizas como si el tiempo las hubiese quemado. Las últimas se limitaban a ser simplemente dibujos y símbolos. Muchas otras estaban escritas en una lengua desconocida, pero con nuestro alfabeto, por esa razón, era probable que lo hubiese escrito algún antepasado europeo.
   Las primeras páginas estaban escritas con la estilizada letra de mi abuela. Posteriormente, aparecían las anotaciones de su madre y a continuación las de la madre de su madre. Cada una había dejado una carta para su sucesor o sucesora.
   Me llené de una profunda emoción al tomar conciencia del valor histórico de estos escritos. Era muy importante para mí pensar que alguien de mi familia había comenzado este legado hacía tantos años atrás y que todos habían tenido tanto cuidado para que ahora yo pudiese adquirir este conocimiento ancestral. Pensar en eso me hizo estremecer.
   Con las manos temblorosas tomé la primera hoja. Era la carta para la sucesora de mi abuela. Es decir, para mí. Comencé a leer.
   "Yo, Sara Danann te escribo estas líneas a tí que vendrás después de mí:
   Debés saber que en las siguientes páginas encontrarás instrucciones e información acerca de nuestra historia. De las investigaciones realizadas a lo largo de los siglos, conjuros y recetas mágicas que han sido desarrolladas y probadas por nuestra familia y relatos sobre acontecimientos pasados.
   Muchas de estas cosas, deberás experimentarlas para adquirir tu propia energía mágica con el amparo de los espíritus elementales, del agua, del fuego, de la tierra y del aire.
   Te explicaré brevemente las características de cada uno de ellos. Los espíritus elementales del agua son llamados por algunos sabios ondinas. Ellos te ayudarán en el amor y en la salud. Son muy sensibles y les encanta la música. Los encontraras en el agua, en donde habitan libremente.
   Los espíritus elementales del fuego son llamados Salamandras. Se pueden atraer con el fuego y los inciensos. Podrás darte cuenta de que así como nosotros pertenecemos a la luz, hay quienes pertenecen a la oscuridad. Las salamandras te permitirán liberarte de las influencias negativas de los conjuros o los maleficios que caigan sobre vos o sobre alguien a quien quieras ayudar.
   Los elementales de la tierra son los Gnomos. Ellos aman a los poseedores del saber y a quienes cuidan de la naturaleza. Podés acudir a ellos si tenés inconvenientes en tus trabajos o en tus estudios.
   Los silfos, por su parte, son los espíritus del aire. Te darán el poder de las visiones y la intuición para descubrir los secretos de la magia. Son muy importantes y con su ayuda tal vez puedas integrarte con el universo.
   Los espíritus elementales son criaturas que no tienen la capacidad de discernir el bien del mal. Pueden ser utilizados por gente como nosotros o por los oscuros. Tratá de que los espíritus te quieran ayudar. Ofreceles velas, música y sahumerios para que estén dispuestos a colaborar. 
   Hay algo que quizás te asuste. Posiblemente, ya lo sepas, la muerte no es el final. Tan sólo es el paso a otro plano en donde no es necesaria la materia para manifestar la existencia. A través de tu propia energía y con el tiempo, probablemente llegues a comunicarte con los habitantes de otros planos. Porque, aunque no siempre estemos, siempre somos...
   A lo largo de este camino que estás emprendiendo, encontrarás hechiceros naturales que sin saberlo tienen el poder, pero que no saben desarrollarlo por que no tienen el conocimiento o se niegan a tenerlo. Los que realmente lo tienen lo guardan celosamente.
   Hubo un período en la historia humana, en que hechiceros, brujas y chamanes eran venerados. En muchos lugares, había templos en los que se rendía honores a ellos. Eran consultados como oráculos divinos y se respetaban sus conocimientos como poseedores del saber universal. Pero, esas épocas de oro llegaron a su fin cuando se mezclaron muchas culturas y comenzaron a distorsionarse las tradiciones. Lo que dio lugar a una irracional persecución sobre los herederos del conocimiento. Aunque la peor parte les toco a los que perecieron, el resto también sufrió por el miedo inevitable y por verse difamados como si fuesen poseedores del mal. Así, es como los recriminaba la hipócrita sociedad medieval. El poder político y religioso de la época temía al poder mágico natural heredado y por miedo a lo desconocido se llegaron a inventar atrocidades absurdas atribuidas a nuestro poder mágico. Aunque no niego que había algunos del lado de la oscuridad, pero justamente ellos no fueron los más perseguidos.
   Algunos inocentes pudieron escapar a esta despiadada aniquilación. Entre ellos se estaban nuestros antepasados y aunque la mayoría de los que sobrevivieron trataron de borrar toda prueba existente de sus dones, muchos de estos son heredados de generación en generación en forma natural sin que lo sepa el poseedor del poder, creyendo que lo inexplicable que le ocurre es simple casualidad. Como no poseen los conocimientos suficientes para lograr el máximo desarrollo de sus capacidades estas pasan desapercibidas. El primer paso es darse cuenta de que uno posee la fuerza mágica.
   Por suerte, la inquisición vio su fin hace muchos años. La sociedad sigue viendo con temor a los herederos de la magia y piensan que son satánicos o practicantes de la demonología, nada más apartado de la realidad en nuestro caso. Sin embargo, hay que tener cuidado, porque hay gente con un poder asombroso también del lado del mal.
   Muchos herederos de la magia, pero no del conocimiento que esta encierra, se están dando cuenta lentamente por cuenta propia de sus capacidades y están siendo estudiados por ciencias que se ocupan de fenómenos paranormales. Espero, que el poder político tenga piedad esta vez y no los quiera utilizar a su favor ni volver a destruirlos. Por estas razones, entre otras, tenés que ser discreta y a su tiempo transmitir el conocimiento.
   Me tomé el trabajo de traducir algunas recetas mágicas que me parecieron importantes y de hacer una lista de equivalencias que pude deducir, puesto que para guardar los secretos nuestras ancestras crearon códigos para que otros hechiceros no pudiesen utilizar sus conjuros. Por ejemplo:
   Aroma de cronos significa leche de cerdo. Cabeza de serpiente, sanguijuela común de río. Sangre de Titán equivale a lechuga..."
   Así seguía la lista en forma interminable.
   Después, di una hojeada a los primeros hechizos, donde encontré consejos para iniciar rituales. Decidí leerlos más tarde, después la de cena o quizás mañana. Mi madre estaba llamándome. La cena estaba lista. Escondí el libro en el cajón de la cómoda, en el que guardaba la ropa interior. Apagué la música y bajé las escaleras.
   Mientras cenábamos, mi madre me dijo, después de servirme un poco de jugo, de esos dietéticos que tanto le gustaban por ser nutricionista y que se empeñaba en hacerme tomar.
   —Mañana a la noche vendrán a cenar mi amiga, Susana y su paliducho hijo, Esteban. Va a ser tu compañero en tercero.
   Mi mamá se pasó el resto de la cena criticando la mala alimentación que debería darle a su pobre hijo, su gran amiga Susana. Estaba obsesionada por el aspecto físico, la alimentación y el modo de vestirse de la gente. Según ella, el pobre chico parecía tener todos los defectos. Decía que era demasiado flaco, muy pálido, introvertido, hasta tal punto que lo comparó con un autista y encima de todo eso, tenía un pésimo gusto para la ropa. Siempre estaba vestido de negro.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 4 de mayo de 2018

EL PODER OCULTO CAP 3

            CAPÍTULO 3: VOLVIENDO A LA ISLA
   El más doloroso mes de mi vida había transcurrido. El cuerpo de mi abuela no había sido encontrado y mis esperanzas de que un milagro la hiciera regresar se desvanecían como la luz en el ocaso. El juez la había declarado oficialmente muerta y mi padre era el único heredero de sus bienes materiales. Yo había heredado algo mucho más valioso, pero en ese momento, ignoraba la magnitud de mi legado. Esa tarde, mi padre iba a ir a buscar algunas cosas a la isla y me había prometido que podría acompañarlo.
   Las palabras escritas por ella en la carta daban vueltas por mi mente. Aún, no estaba segura de si debía creer o no en lo que allí decía. La curiosidad me incitaba a ir a buscar el prometido libro. Después de todo, mi abuela nunca me había mentido y aunque era poco probable, no era imposible que la magia existiese.
   El viaje en lancha nunca había sido tan largo. Mi padre permaneció durante todo el recorrido en silencio y yo lo compartía. Sin embargo, me sentía extrañamente acompañada, como si hubiese una infinita cantidad de ojos en el agua. Pensé que solo eran los reflejos del sol. Luego, imaginé que eran las ondinas, espíritus del agua, que velaban por mi abuela. Me sorprendí de mi misma al pensar en eso.
   Al bajar de la lancha, al ver otra vez la isla, la casa, los árboles y al sentir la ausencia de mi abuela, se apoderó de mí un profundo vacío y una desgarradora impotencia de no poder volver el tiempo atrás para hacer eternos los momentos en que juntas pasábamos las tardes.
   Exhalé un profundo suspiro y unas incontenibles lágrimas surcaron mis mejillas. Mi padre lo notó a pesar de mis vanos intentos por esquivar su mirada. Me rodeó con un cálido abrazo y no dijo palabra alguna, ya que no hay consuelo para lo irremediable, sólo con el tiempo podría apaciguarse el dolor.
   Cuando entramos en la casa, corrimos las polvorientas cortinas y un cálido rayo de luz ahuyentó las sombras del recinto. Pregunté a mi padre con voz suave, casi susurrando:
   —¿En qué puedo ayudarte?
   Me respondió sin mirarme:
   —Traje un par de bolsas. Guardá lo que quieras para vos y el resto lo prepararemos para donarlo a la iglesia.
   Cuando se dirigió a la alcoba de mi abuela, yo acerque una silla a la columna que sostenía la viga principal del techo y subí sobre ella mientras abría la mochila que había preparado especialmente para esconder el misterioso legado.
   Saqué un espejo de mano para ver sobre la viga en qué sitio estaba el libro. Observé que afortunadamente en la porción de viga justo sobre mi cabeza se encontraba un polvoriento paquete envuelto en papel madera, que estaba atado con una tosca soga color café. Me estiré lo más que pude y logré sentirlo con la punta de los dedos, pero aún no podía empujarlo. Casi inconscientemente, me ayudé con el espejo. Lo deslicé cuidadosamente, empujando el paquete que finalmente, cayó al piso estruendosamente sin que esta hubiese sido mi intención.
   Tuve el reflejo de tirar la mochila sobre él para evitar que fuese descubierto por mi padre. Él, después del ruido, se dirigió rápidamente hacia donde yo me encontraba. Seguía parada sobre la silla.
   Al llegar me preguntó bastante agitado:
   —¿Qué pasó? Escuché un golpe. ¿Te lastimaste? Y ¿Qué estás haciendo arriba de esa silla? Te podés caer.
   Con una tranquilidad poco común en mí, respondí:
   —Sí, papá, estoy bien. No pasó nada. Es que había una araña y me asustó. Por eso me subí a la silla y se me cayó la mochila. Era una araña enorme pero ya se fue. Creo que se asustó con el ruido.
   —Está bien, entonces me voy a guardar algunas cosas más, si querés vení —sugirió.
   —No, mejor voy a ver que hay en la cocina —respondí.
   Bajé de la silla. Esperé a que mi padre se perdiera de vista y guardé el pesado paquete en la mochila. Antes de cerrarla, leí lo que decía escrito en tinta roja sobre el papel marrón: "Para mi querida nieta, Tamara Danann".
   Me dirigí a la cocina donde aún se encontraba la vela que yo había apagado la última noche que estuve allí y las marcas de sal seca sobre el contorno de la ventana. En ese momento, sentí el impulso de susurrar:
   —Abuela... Ay abuela seguramente querías mantener alejada a la banshee que creíste escuchar...
   De pronto, un golpe seco en la ventana me sobresaltó. Extrañamente, no me atemorizó, más bien todo lo contrario. Traté de buscar una explicación lógica para el ruido. Abrí la ventana y observé que todo parecía normal, como si el golpe hubiese surgido de la nada. En ese momento, entró mi padre a la cocina y le pregunté:
   —Papá, ¿escuchaste el golpe?
   —Sí, pensé que habías sido vos la que lo provocó. Por eso vine a ver si estabas bien —dijo encogiéndose de hombros.
   —No, yo no fui. No entiendo de donde pudo haber venido ese sonido. No hay viento. La ventana estaba cerrada y nada la golpeó.
   —Tranquila, eso siempre pasaba acá cuando venía a ver a la abuela. Ella siempre bromeaba con eso. Decía que si no hay otra explicación, quizás sea un espíritu. 
   Dichas esas palabras, mi padre sonrió nostálgicamente y volvió a irse, dejándome sola con el recuerdo de mi abuela. Cuando cerró la puerta recordé unas palabras de la carta: "Uno significa sí, dos o más no". Tal vez, había sido el espíritu de mi abuela confirmando mis palabras y en lugar de sentir temor, una gran emoción se apoderó de mí. Ella estaba conmigo.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...