viernes, 27 de noviembre de 2020

Capítulo 26: El poder de la sangre

Capítulo 26: El poder de la sangre

    Poco antes de la puesta del sol le confesé a Tamara que sospechaba que la profecía de Ailén estaba a punto de cumplirse. Ella también creía que mi madre biológica estaba directamente relacionada con el presagio y coincidía conmigo en que teníamos que estar preparados para enfrentarnos a ella.
   —No voy a dejar que te lastime. Estoy segura de que vamos a encontrar la forma de detenerla —dijo Tamara, acariciando mi mejilla con su mano.
   Podía ver en sus ojos que hablaba en serio. Me amaba y estaba dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa solo para protegerme. No quería exponerla, pero sabía que sin su apoyo estaría perdido.
  —Te amo —pronuncié por primera vez.
   Me regaló un tierno beso en los labios y se separó apenas de mí.
   —Voy a buscar mi grimorio. Nos vemos en tu habitación dentro de unos minutos —añadió y se alejó por el pasillo.
   Me dirigí a mi cuarto y busqué mi antiguo libro de magia. Solía mantenerlo oculto en el armario, detrás de algunas de mis remeras. No estaba seguro qué pensaba hacer Tamara, pero confiaba en ella lo suficiente como para compartir la sabiduría de mis ancestros.
   Cuando llamó a la puerta mi corazón dio un salto. No era la primera vez que entraba a mi habitación, pero no solíamos quedarnos allí demasiado tiempo. Abrí enseguida y me hice a un lado para que pudiera pasar. Noté que llevaba la mochila al hombro y que había retocado su maquillaje. Estaba preciosa.
   Sacó de su mochila un par de velas rojas y algunos inciensos. Los encendió y los colocó sobre mi mesa de luz sin pedir permiso. Después de unos segundos un penetrante aroma a lavanda inundaba todo el recinto. No me agradaba, pero no quería contrariarla.
   —¡No te quedes ahí parado! Busquemos en nuestros grimorios alguna forma para neutralizar los poderes de la bruja o algo que permita que tanto vos como Crisy estén a salvo —ordenó y se sentó sobre la cama a leer algunas hojas antiguas las cuales supuse que debían pertenecer a su grimorio.
   Me debatí internamente por una fracción de segundo sobre sentarme junto a ella o tomar una de las sillas. Tomé mi libro y me acomodé para leer a su lado, nuestros brazos no llegaban a rozarse, pero podía sentir su calor sobre la piel. ¿Por qué de pronto me sentía tan nervioso si solo estábamos buscando información? Nunca me había costado tanto concentrarme en la lectura.
   Los pactos y la magia de sangre parecían ser lo más efectivo para un enemigo tan poderoso como lo era mi madre. Sin embargo, Las advertencias de Alan con respecto a la magia prohibida me habían hecho descartar todas las páginas que podrían resultarnos útiles.
   —¡Esto es muy frustrante! No encuentro absolutamente nada útil —expresó Tamara y dejó las hojas que había estado revisando junto a las velas.
   —Yo tampoco encontré nada. A menos que nos arriesguemos a utilizar la magia de sangre, pero no creo que sea una buena idea —dije, mientras me frotaba los ojos enrojecidos por la lectura y el humo de los inciensos.
   —¿Puedo? —preguntó, estirando su mano para tomar mi grimorio.
   Asentí con la cabeza y le alcancé mi libro. Sentí como si le entregase una parte de mi alma. Era la posesión más preciada que tenía, pero ella era la única persona que realmente me importaba.
   Comenzó a pasar las páginas del libro con sumo cuidado. Se detenía de vez en cuando y fruncía el ceño o asentía con la cabeza. Después de unos minutos observándola me dejé caer hacia atrás y bostecé. Comenzaba a adormecerme cuando la voz de Tamara me sacó de mi ensueño.
   —No tenemos otra opción. Tenemos que arriesgarnos a la magia de sangre —agregó, mientras dejaba el libro abierto sobre mi almohada.
   —Tu padre dijo que podría haber consecuencias si alteramos el equilibrio... —comencé a decir, pero ella me interrumpió.
   —No estaríamos ofrendando algo que no nos pertenece. No, si te doy mi sangre y vos me das la tuya —explicó con las mejillas algo sonrojadas.
   Rebuscó dentro de su mochila y tomó una daga de plata labrada con el mango incrustado en gemas rojas. No le había dicho que sí, pero tampoco me había negado a dar mi sangre como sacrificio.
   Tamara comenzó hablar en el lenguaje de la magia. Su voz era suave y seductora, pero al mismo tiempo me producía escalofríos.
   —Ofrezco nuestra sangre como tributo para que nuestros cuerpos puedan combinarse con la magia ritual y que de esta forma podamos enfrentarnos a Amaia y a su aquelarre —sentenció.
   Aprisionó mi brazo con su mano sobre el colchón y deslizó el filo de la daga sobre mi piel. Ahogué un gemido de dolor y observé como un hilo de sangre se deslizaba desde mi muñeca hasta las mantas blancas. Repitió el movimiento con mi otro brazo. Las heridas que me acababa de abrir ardían, pero era un dolor tolerable.
   Me incorporé apenas y la atraje hacia mí. Unimos nuestros labios en un apasionado beso. Me quitó la remera y realizó un corte superficial a lo largo de mi espalda. Creo que si hubiera querido tomar mi vida en ese momento se lo hubiese permitido.
  Enredé mis dedos en su cabello y mordí su labio inferior con suavidad. Ella dejó caer el cuchillo al suelo soltando un leve gemido y acarició mi espalda muy despacio. El contacto de sus manos era doloroso y al mismo tiempo despertaba todos mis sentidos con una pasión que nunca antes había experimentado.
   Me deshice de su ropa como si supiera lo que estaba haciendo. El ritual de sangre no era más que un eco lejano dentro de mi mente. Había imaginado aquel momento íntimo con Tamara un centenar de veces. Sin embargo, ninguno de los escenarios creados por mi mente podía equipararse a la realidad. Nos entregamos el uno al otro en un frenesí de besos, rasguños y caricias hasta que las velas se consumieron por completo.

   Desperté enredado entre las sábanas. Tamara  dormía acurrucada en mi pecho y la tenue luz de la luna se filtraba entre las tormentosas nubes. Nuestras almas estaban destinadas a estar juntas desde el principio de los tiempos. Sentía que habíamos vivido una y mil vidas juntos y que así sería por siempre. Nuestra sangre era la llave que mantenía encerrado el inmenso poder que clamaba por salir de mi interior. La habíamos derramado voluntariamente y estaba seguro que a partir de ese momento nada ni nadie sería capaz de detenernos.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Capítulo 25: Grupos oscuros

Capítulo 25: Grupos oscuros

   El cielo presagiaba una tormenta y en el lago se reflejaban las nubes y los árboles. El salón comedor estaba casi vacío y atribuí aquello al fin de la temporada de verano. Encontré a mis amigos desayunando. Los saludé en forma general y me senté junto a Sasha.
   Sebastián parecía mucho más relajado que el día anterior. Posiblemente había podido  lidiar con el enojo de mi padre y Natasha se mostraba más cariñosa que nunca con él. Por algún motivo aquello me molestaba.
   Pedí un café amargo y lo bebí mientras Sasha contaba como en una ocasión había manipulado mentalmente a su maestra para que le diera las respuestas de un examen. Tal vez hubiera obtenido los mismos resultados si hubiese destinado el mismo esfuerzo a estudiar, pero estaba orgulloso de sí mismo y yo no era nadie para cuestionar sus métodos. El pelirrojo era muy astuto y tenía muchísimo poder en su interior. No podía ser casual que mi padre lo hubiera reclutado.
   A media mañana nos reunimos con Alan y Tamara en la biblioteca. El profesor hacía su mejor esfuerzo para cubrir el vacío que  el viejo Al había dejado. Sería muy difícil para él poder llenar esos zapatos, pero se notaba que hacía su mejor esfuerzo.
   En la clase aprendimos sobre la reencarnación de las almas y de los demonios. Conversamos sobre mitos, costumbres y religión, hasta que finalmente Alan abordó un tema que realmente me interesó: los aquelarres.
   —Tienen que valorar la oportunidad que les está dando Andrés Rochi. No es sencillo encontrar, personas tan poderosas cuyas intenciones sean realmente buenas. El exceso de poder es capaz de corromper. Incluso yo me vi tentado en mi juventud a unirme a un aquelarre. Cuando mi madre, que siempre había sido muy precavida, se enteró de mi decisión, nos peleamos y dejamos de hablarnos durante algunos años. En ese momento era muy terco y no quise escucharla. Aunque Alfonso Aigam era su amigo se enojó mucho con él por meterme en algo como eso —confesó Alan.
   Todos, incluso Tamara, estábamos sorprendidos ante sus palabras. Alan había pertenecido al grupo del viejo Al. Tal vez por eso la abuela de Tamara le había legado su grimorio a ella y no a su hijo. Él parecía una buena persona, pero tal vez no siempre lo había sido. Me pregunté qué habría sido capaz de hacer siguiendo las enseñanzas del inescrupuloso anciano. 
   —Cuando uno va ganando poder es muy difícil saber donde tiene que detenerse. Al sentirnos apoyados por otros somos capaces de hacer cosas que estando solos no nos atreveríamos ni siquiera a pensar. Todos los miembros del grupo pueden volverse partícipes de actos que muchas veces van más allá de lo legal. Es difícil darse cuenta cuando uno está ahí dentro. Entre los integrantes suelen circular creencias que muchas veces son falsas, pero que por no quedar afuera y animados por tus hermanos te ves tentado a probar —Alan negó con la cabeza intentando espantar las imágenes que acosaban su mente.
   —¿Qué tipo de cosas son capaces de hacer? —interrogó Sasha.
   —Son capaces de cualquier cosa. Por eso, chicos, tienen que estar atentos y deben aprender a darse cuenta si alguien está intentando utilizarlos. Algunos hechiceros son capaces de mentir, de engañar, de manipular y de estafar incluso a personas cercanas. Otros van más allá y llegan a utilizar la magia prohibida, la magia de sangre. Muchos llegan a sacrificar animales e incluso desde épocas inmemorables se le atribuye a la sangre de las vírgenes ciertas propiedades mágicas... Afortunadamente supe darme cuenta a tiempo y pude salir del aquelarre sin verme demasiado perjudicado. En cuanto Raquel, que era mi novia en esa época, quedó embarazada, me prometí que me alejaría de todo y que no permitiría que nuestra hija se acerque a la magia. Sin embargo, la magia corre por las venas de Tamara, y se volvió insostenible negar su esencia. Ahora puedo verlo  con claridad y estoy seguro de que lo mejor es que todos ustedes aprendan a utilizar su poder de la mejor forma posible y que no permitan que nadie los manipule —explicó el profesor.
   —¿Por qué la magia de sangre está prohibida? ¿Quién la prohíbe? —cuestionó Sasha alzando una ceja.
   —Bueno, no es que haya una especie de policía de la magia o algo así. Sin embargo, cuando pedimos algo es necesario dar algo a cambio, pero si lo que ofrecemos no nos pertenece directamente, como sucede en el caso de tomar la vida de otro ser, estaríamos engañando el equilibrio universal —dijo Alan y sus ojos se ensombrecieron.
   Cuanto más revelaba Alan sobre su pasado, más me intrigaba. Al igual que yo, él había participado en el grupo oscuro del viejo Al. Tal vez había vivido allí una experiencia similar a la que yo había experimentado intentando controlar a las banshees o quizás se arrepentía de las cosas que había visto o hecho. Al parecer teníamos mucho más en común de lo que había imaginado.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Capítulo 24: Huellas

Capítulo 24: Huellas

   Llegamos al hotel justo cuando los últimos rayos del sol se iban desvaneciendo en la profundidad del firmamento. Luego de amarrar el barco en el muelle Sebastián revisó su celular y maldijo por lo bajo.
  —Tengo un montón de llamadas perdidas de Andrés. Seguro que sabe que salimos —explicó algo incómodo.
   —¿Qué tiene de malo? ¿Acaso estamos prisioneros? —preguntó medio en broma Natasha aunque en el fondo así lo creía al igual que todos.
   —Claro que no, pero me llevé su barco sin permiso y fue claro en que era mejor que Esteban no se exponga —dijo, mientras escribía un mensaje de texto.
   —¿Por qué Teby es tan importante? ¿Acaso está en un programa de protección de testigos o algo así? —preguntó Sasha, al tiempo que me observaba con los ojos entrecerrados.
   El pelirrojo miró a su hermana. Era más que evidente que el misterio que me rodeaba les molestaba. Sin embargo, mi vida dependía de ello. Los comprendía, pero al mismo tiempo sabía que si mi padre y Sebastián no les habían revelado toda la verdad debían de tener sus razones. Tal vez no podía confiar en ellos.
   —Es complicado —se limitó a decir  Sebastián sin apartar la vista de su teléfono.
   —¿Cómo pudo saber que nos fuimos de la isla? ¿Se lo dijo Ailén? Esa chica nunca me agradó —interrogó Natasha y su rostro se puso tenso.
   Me preguntaba por qué a mi amiga no le agradaba la recepcionista. Siempre había sido amable con nosotros y Tamara incluso se había vuelto bastante cercana a ella.
   —Lo más probable es que haya revisado las cámaras de seguridad —respondió Sebastián.
   —¿Dónde están las cámaras? ¿Andrés no estaba en Buenos Aires? —le preguntó Tamara al muchacho sumándose al interrogatorio.
   —Sí. Está en Buenos Aires, pero las cámaras de seguridad que están ocultas por toda la isla le envían las imágenes directamente a su celular. Nos vemos más tarde, chicos. Voy a llamar a Andrés —se despidió Seb con una sonrisa tensa y se marchó dando grandes zancadas.
   El enojo de mi padre, la actitud de Sebastián y saber que había cámaras escondidas por todo el hotel no hacían más que confirmar que estaba atrapado en la isla. Tal vez si hubiera tenido efectivo disponible o algún lugar a donde ir hubiese huído. Sin embargo, lo quisiera o no, aquel sitio se había convertido en mi prisión, pero también era mi hogar. Amaba y odiaba aquel lugar con la misma intensidad.
   Una vez en la recepción, Sasha y Natasha se despidieron de nosotros y subieron a su habitación. Miré a mi alrededor tratando de adivinar en dónde estaban las cámaras que Sebastián había mencionado, pero no se veían a simple vista.
   —Tienen que ser más cuidadosos —dijo Ailén acercándose a Tamara.
   La miré extrañado. No entendía a qué se refería. Siempre actuaba de forma muy enigmática y quizás por eso no le agradaba a Natasha.
   —Esta isla obviamente está protegida, pero cuando usan sus poderes quedan huellas en el plano astral. Sé que es necesario que no te rastreen y realmente espero que no sea demasiado tarde. Quizás sientan que el señor Rochi exagera, pero me habló sobre su antiguo aquelarre y realmente creo que es mejor que no captemos su atención —dijo Ailén, pero un crujido en uno de los ventanales de la entrada la detuvo.
   Una rajadura comenzó a ramificarse por el vidrio. Los tres nos alejamos lo suficiente como para no hacernos daño si se rompía. Me pregunté si se trataba de una advertencia o si quizás era una amenaza. Algo en mi interior me decía que no podía tratarse de un simple temblor.
   Tomé de forma instintiva a Tamara del brazo. Quería protegerla de lo que fuera que se avecinaba. Esperaba que no hubiéramos atraído la atención del grupo de Amaia. ¿Qué sucedería si por nuestra  imprudencia nos rastreaban? Aún nos faltaba muchísimo por aprender y sentía que solo mi padre era capaz de protegernos, pero en ese momento se encontraba muy lejos.
   —Solo estén atentos y tengan cuidado. Es mejor que no hagan magia. Por lo menos hasta que regrese Andrés —dijo Ailén con la mirada perdida en el cielo amenazador.
   —Dijiste que esta isla está protegida... —comencé a decir, pero Tamara me detuvo.
   —Ailén tiene razón. No se puede posponer eternamente lo inevitable —explicó y apretó mi mano con más fuerza.
   Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no pude evitar recordar la profecía de Ailén: “Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada.” Las luces que vimos emerger del lago y aquellos temblores que sentimos tenían que estar relacionados con ella. ¿Quién llegaría? ¿Se trataría de Amaia o quizás sería algo o alguien más?

viernes, 6 de noviembre de 2020

Capítulo 23: Isla Huemul

Capítulo 23: Isla Huemul

   Mi padre me explicó en un mensaje de voz que Susana se encontraba mejor y que permanecería algunos días con ella en Buenos Aires. Sus palabras tranquilizadoras y la ilusión que tenía de pasar un día entero lejos del hotel habían sido motivo suficiente para mejorar mi humor.
   A la mañana siguiente, para convencer a los padres de Tamara de que la dejaran salir fue necesario fingir que teníamos autorización de mi padre para abandonar la isla. A pesar de que Alan no parecía muy contento con la idea, no se atrevió a cuestionar  las decisiones de Andrés Rochi.
    Tamara se puso muy feliz con la sorpresa de la salida y se alegró aún más cuando le dije que mi madre se encontraba mejor. La conocía bien y sabía que no podía evitar sentirse culpable ante cualquier cosa que le ocurriera a Susana.  
   —¡Es genial que tu padre  nos haya dado permiso para salir! Comenzaba a pensar que nos tenía prisioneros —dijo divertida, aunque era más que obvio que lo decía en serio.
   Asentí con la cabeza. No quería preocuparla al revelar que le había mentido a su padre. Había muchas posibilidades de que mi padre se enterara al regresar de su viaje, pero seguramente Sebastián podría lidiar con él.
   Al salir del hotel nos recibió un día cálido y soleado. Sebastián estaba preparando las velas del Salomón III y Sasha conversaba con su hermana que estaba sentada en la barandilla del barco. Llevaba  un sombrero blanco y un vestido que dejaba al descubierto un enorme tatuaje de un dragón violeta que surcaba su espalda. Un apretón fuerte en la mano fue la advertencia que necesitaba para saber que si no apartaba la vista de Natasha, Tamara me mataría. Sasha, por su parte, llevaba una mochila de camping tan grande como él.
   Tamara y yo saludamos a los muchachos que nos mostraron el velero antes de zarpar. Era muy elegante y contaba con un camarote equiparable a una suite de lujo. Sebastián y Natasha podrían haber tenido la cita perfecta de no haber sido por nosotros tres.
   —Si mi profesión de mago fracasa, no me disgustaría convertirme en un pirata —bromeó Sasha, antes de subir a cubierta.
   Me senté junto a Tamara en una banca detrás del timón. Sebastián parecía muy concentrado en sus maniobras y poco a poco nos alejamos del hotel. Esperaba que supiera lo que hacía y que su permiso para manejar barcos fuera más real que mi carnet de conducir.
   Sasha se arrodilló sobre su asiento y se asomó por la borda, mientras que Natasha sonreía detrás de unos enormes lentes de sol en los que veía mi reflejo. Llevó la vista a la espalda de Seb y dijo:
   —Siento como si nos fuéramos de vacaciones. Podríamos ir al centro de Bariloche, recorrer negocios y quizás ir a tomar algo.
   —¡Nada de eso! —exclamó Sasha acomodándose en su asiento—. Yo quiero ir a la isla Huemul.
   —¿Seb? —agregó Natasha, buscando apoyo.
   —Vayamos a la isla Huemul esta vez. No quiero tener problemas con Andrés y no sé si va a dejar que Teby vaya a la ciudad —dijo como si yo fuera un niño que necesitaba que lo protejan.
   —¡No necesito ningún permiso! —espeté molesto.
   —Yo conduzco e iremos a la isla Huemul. Si no quieren venir puedo regresarlos al hotel —dijo tajantemente.
   No repliqué, pero fulminé su nuca con la mirada. Había quedado en evidencia el desprecio que sentíamos el uno por el otro.
   Algunos besos de Tamara y el entusiasmo de Sasha por armar una sesión de espiritismo en cuanto llegáramos a la isla Huemul acabaron por hacer que dejara de lado mi enfado.
   —¿Qué vamos a hacer exactamente? —le preguntó Tamara al pelirrojo.
   —Bueno, sos la medium del grupo, así que vos nos guias —dijo el niño con total convicción. 
   —¿Yo? —preguntó, alzando las cejas con sorpresa.
   —Sí. Ya hablaste con fantasmas antes y estoy seguro de que podés hacerlo de nuevo —insistió Sasha.
   —No es tan sencillo. No siempre sale muy bien y no traje lo necesario para hacerlo —se excusó. 
   —No te preocupes. ¿Qué necesitás? Traje varias cosas y estoy seguro de que tengo todo lo que puedas necesitar —dijo, al tiempo que palmeaba la enorme mochila que tenía al lado.
  Tamara dudó algunos segundos, pero finalmente aceptó:
   —Esta bien. Necesitamos velas y sal.
   —¿Sólo eso? Entonces, no hay problema —añadió muy emocionado.
   Al llegar a la isla, Sasha estaba tan ansioso por empezar con la sesión espiritista que casi no tuvimos tiempo de recorrer el lugar. Nos acomodamos cerca de las ruinas de una construcción a la que la naturaleza le había ido ganando terreno. Era un sitio bastante tenebroso y según el pelirrojo un lugar propicio para invocar a los muertos.
   —Estas paredes fueron testigos de muchas cosas. Si la isla no está embrujada, yo no me llamo Sasha. ¿Qué hacemos primero, Tamy?
   Hagamos un círculo de sal y entremos dentro, así si lo que invocamos es algo maligno, no podrá hacernos daño. Luego encendamos algunas velas porque los espíritus se sienten atraídos hacia las llamas. Los fortalece si se alimentan de ellas —explicó Tamara.
   —Atraerlos con el fuego y espantarlos con la sal. ¿Para qué tentarlos y luego alejarlos? ¿No les parece algo cruel? —preguntó Sasha, mientras sacaba de su mochila un paquete de sal, un encendedor y velas negras.
   —Porque no te gustaría que te posean, tontín —agregó Natasha.
   Sasha miró a Tamara que asintió con la cabeza corroborando las palabras de su amiga. A continuación, tomó la sal que le ofrecía el niño e hizo un círculo a nuestro alrededor. Había cinco velas y cada uno de nosotros tomó una. Tamara encendió la suya y con ella encendió las demás, yendo en el sentido inverso al de las agujas del reloj.
   Comenzó a susurrar palabras en un lenguaje que yo no conocía, pero que tenían cierta rima y melodía. Pocos segundos después Sasha empezó a imitarla y luego el resto. Repetíamos las palabras de quien se había vuelto nuestra líder quizás sin siquiera proponérselo. No sabía qué significaba aquel cántico que nos había incitado a hacer, pero confiaba en ella y la hubiera seguido hasta el fin del mundo.
    Cuando Tamara terminó el conjuro, los demás guardamos silencio. El aire era denso y las nubes amenazaban con cubrir el sol. Los sonidos típicos de la naturaleza habían desaparecido por completo. Mi novia miraba la llama de su vela que danzaba, mientras que algunas gotas de cera negra caían sobre la tierra.
   Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar crujidos bajo la tierra. A varios metros de donde nos encontrábamos el agua del lago estaba inquieta como si quisiera advertirnos de algo.
   —¿Escucharon eso? —preguntó Natasha en un susurro.
   Asentí con la cabeza y tragué saliva. El sonido de un penoso lamento se extendía por la isla. Era muy diferente al llanto de una banshee. Parecía no provenir de ningún sitio y al mismo tiempo nos rodeaba.
   —Dicen que los alquimistas Nazis habían encontrado las puertas del infierno. ¿Creen que sea acá? —Sasha parecía divertido, pero francamente yo estaba bastante asustado.
   —No creo, pero por las dudas vayamos volviendo... —sugirió Natasha.
   Sebastián estuvo a punto de abandonar el círculo de sal, pero un grito de Tamara lo detuvo:
   —¡No! Tenemos que terminar el ritual —dijo y pronunció algunas palabras en el lenguaje de la magia.
   —Perdón —agregó Sebastián, regresando a su lugar dentro del círculo.
   —¡Qué nada se oponga a nuestra voluntad ni a la voluntad del ser superior! !Ya está hecho! —dijo Tamara para finalizar y las velas se apagaron todas al mismo tiempo.
   Los lamentos cesaron y el único sonido que se escuchó durante algunos segundos fue el susurro de las copas de los árboles acariciadas por la brisa. Una vez que Tamara abandonó la protección de sal, todos la seguimos. 
   Quería regresar al hotel cuanto antes y no era el único, todos parecían incómodos. Las ruinas pintadas de color añejo y los pinos centenarios habían sido testigos de la ambición y de la maldad del ser humano. No podía explicar qué era lo que allí había sucedido, pero se trataba de algo realmente malo y ya no quería averiguarlo. Sentía que algo o alguien nos estaba vigilando y todos mis sentidos me instaban a salir de allí lo más rápido posible. Solo cuando comenzamos a navegar y nos alejamos de la isla, fui capaz de relajar mis hombros. 
   Tamara observaba el agua apoyada sobre la barandilla del barco. La rodeé con un brazo por la cintura y llevé mi mirada hacia  donde ella estaba mirando. El agua era perturbada a nuestro paso, pero había algo inusual en la estela que dejábamos.
   —¿Qué es eso? —preguntó Sasha y todos, incluído Sebastián, miramos en la dirección que  el pelirrojo estaba señalando.

   Una enorme burbuja luminosa salió del agua y permaneció flotando durante algunos segundos sobre la superficie antes de desaparecer. Una fracción de segundo después apareció otra y luego otra más. En instantes una gran parte del lago liberaba esferas de luz que pronto desaparecían. Aquel fenómeno duró menos de un minuto, pero estaba seguro de que jamás podríamos olvidarlo.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...