viernes, 28 de febrero de 2020

Capítulo 21: COMO POR PRIMERA VEZ

Cuando llegué al edificio en donde vivía Miguel le envié un mensaje diciéndole que me encontraba en su puerta. Tenía miedo de que volviera a rechazarme. Estaba muy nerviosa. Esperaba que esa cita resultase mejor que la anterior.
Me había maquillado tratando de imitar la forma en la que se pintaba Mélody, puesto que sentía que ella irradiaba cierto halo de sensualidad que yo no podía alcanzar. Quería gustarle a Miguel. Quería conquistarlo que me desee y que me ame.
El tiempo que habíamos estado alejados sirvió para que me diese cuenta de lo mucho que me gustaba. Además, echaba de menos nuestras charlas y caminar a su lado las tardes en las que asistíamos a terapia.
Cuando abrió la puerta sentí que se me cortaba la respiración. Llevaba una camisa casual y unos jeans gastados. Estaba muy guapo.
Se acercó a mí y me dio un cálido beso en la mejilla. Luego subimos a su apartamento. Mientras estábamos en el ascensor, ninguno de los dos dijo nada, pero algunas veces no se necesitan palabras para decirle algo a otra persona. Me miraba como pidiéndome disculpas, estaba arrepentido y me miraba directamente a los ojos como queriendo comunicarse con mi alma. Nunca nadie me había mirado así, como si yo significase algo.
Cuando abrió la puerta me envolvió un dulce aroma a vainilla. En la mesita ratona había dos platos de cerámica con una porción de torta cada uno. En el centro reposaba una tetera con unas tazas y una azucarera a juego.
—Huele delicioso. ¿Tú cocinaste? —pregunté con curiosidad.
—Sí. Gracias. Esperemos que también sepa bien. Ven —dijo mientras me tomaba de la mano para guiarme al sofá. El contacto con su piel provocó un hormigueo que me recorrió todo el cuerpo.
Nos sentamos uno junto al otro. Estábamos muy cerca, tanto que podía sentir su calor.
—¿Quieres un poco de té? —preguntó mientras servía agua humeante en su taza.
—Gracias —asentí.
—¿Azúcar?
—Así está bien.
El bizcochuelo estaba delicioso y así se lo hice saber a Miguel quien agradeció el cumplido regalándome la más hermosa de las sonrisas. No podía creer que aquello fuese real y esperaba realmente que así lo fuera.
Conversamos bastante sobre nuestros respectivos empleos y yo le hablé sobre mi hija quien estaba cada vez más grande.
—Quería pedirte perdón por no haberte hablado antes —soltó Miguel sin más, en medio de la conversación.
—Descuida. Estuviste ocupado. Lo entiendo.
—No es eso, pero entendí que no puedo pasar toda mi vida mirando hacia atrás en el tiempo. Por más bello que haya sido el pasado.
Miguel parecía apenado y tenía la mirada fija en su regazo. Entonces no sé de dónde saqué en valor para hacerlo, pero me acerqué a él y lo besé en la mejilla, muy cerca de sus labios. Miguel levantó su mirada y sus ojos color miel se encontraron con los míos. Busqué su boca y sentí una sensación embriagadora recorrer mi cuerpo cuando nuestros labios se encontraron y se unieron en un apasionado beso.
Me abrazó fuerte y me atrajo hacia su cuerpo cálido. Lo envolví con mis brazos sin romper aquel mágico beso y me acerqué hasta quedar sentada sobre su regazo. Mi corazón latía a toda velocidad. Nunca antes me había sentido así.
Me separé apenas y aún sintiendo su aliento sobre mi boca dije con timidez:
—Yo no recuerdo haber estado con nadie de esta manera.
Me dio un tierno y rápido beso mordiendo con ternura mi labio inferior y me habló en voz muy baja y grave rozando el lóbulo de mi oído:
—No tenemos que hacer nada que tú no quieras.
Estaba malinterpretando mis palabras. Yo no quería que él se detuviera, sólo había sentido la necesidad de justificar mi inexperiencia. Tenía miedo de no ser lo bastante hábil en cuestiones del amor como para lograr que él me quisiera.
—Me gustaría continuar. Te deseo — le confesé con las mejillas sonrojadas.
Comenzó a desabrocharme la camisa con cierta destreza. Yo no me sentía cómoda con mi cuerpo tenía cicatrices en el vientre producto de mis embarazos y aún conservaba algunos cortes en los brazos cortesía de las pesadillas. Aún así dejé de lado el pudor y permití que sus hábiles manos me fuesen despojando de la ropa.
Lejos de espantarse por mis heridas, Miguel acarició aquellos lugares en los que me había lastimado haciendo que me estremeciera de placer. Casi con torpeza lo fui desvistiendo también a él. Recorrí el contorno de sus músculos con la yema de los dedos y exploré su cuello con los labios.
Sentía sus labios recorriendo mi cuello, mi clavícula y mis hombros y sus manos apreciando mi figura. Enredé mis dedos en su cabello alborotado y no pude evitar soltar un pequeño gemido de placer.
Me poseyó dulce y salvajemente con ternura, con amor y con lujuria. Dejé de pensar y me dejé llevar por la pasión y por lo que dictaba mi corazón. Nuestros cuerpos se enlazaron al igual que nuestras almas consumiéndose en ese frenesí de besos y caricias hasta que terminamos exhaustos y abrazados en el sofá. En ese momento lo hubiera dado todo por él.
Me sentía segura en sus brazos como si no hubiese nada más allá de esa habitación que pudiera hacernos daño. Todo el tormento por el que habíamos pasado ahora no era más que susurro lejano. Él era mío y yo era suya en ese instante donde nada más que nosotros importaba.
Me encontraba recostada sobre su cuerpo desnudo con la cabeza apoyada sobre su pecho mientras él acariciaba mi espalda suavemente como si temiera hacerme daño. Podía sentir los latidos de su corazón bajo mi oído y aquello era más hermoso que la más bella de las poesías. Hubiese deseado congelar ese momento y mantenerlo en mi mente para siempre.  

viernes, 21 de febrero de 2020

Capítulo 20: FUEGO

Me desperté al mediodía sintiendo un gusto amargo dentro de la boca. Parecía que mi cabeza estaba a punto de estallar. Al incorporarme de la cama me bajó la presión, pero no quería ni pensar en comer algo. Tenía el estómago completamente revuelto.
Recordé lo que había hecho la noche anterior y desbloquee enseguida mi teléfono. No tenía mensajes nuevos. Un profundo vacío invadió mi pecho. Al parecer, ya no le interesaba a Miguel en lo más mínimo.
Me lavé muy bien los dientes y luego, tomé un baño que resultó reparador. Más tarde, bajé a la cocina aún envuelta en una toalla. Encendí la televisión, casi por costumbre y me serví un vaso de agua con hielo. No me había dado cuenta de lo sedienta que me encontraba hasta que probé el primer refrescante sorbo.
Me preparé una taza de té verde y me senté en la mesa de la cocina a ver las noticias. Me quedé atónita con lo que una conductora del panel del noticiario estaba narrando.
Un incendio aparentemente premeditado se había desatado durante un motín y había acabado por destruir varias alas de la Prisión Nacional. El fuego se había cobrado las vidas de veintidós personas y muchas otras estaban hospitalizadas. Lo más alarmante había sido que entre las víctimas fatales se encontraban todos los que habían sido detenidos por la causa de los prostíbulos y las maternidades clandestinas. Si bien podría haberse tratado de una venganza, lo más probable era que fuese una forma de silenciar a los involucrados para que no dieran más información a la policía.
Me aterraba pensar que había un mundo clandestino que aún no había sido desenmascarado. Habían ayudado a escapar a los más poderosos con un plan extremadamente eficaz, posiblemente pensado hacía años. Aquellos quienes podían dar información habían sido silenciados con la muerte. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me preguntaba cuánta gente habría implicada y qué tan grande sería la red.
Imaginé a las pobres chicas secuestradas siendo torturadas, violadas y obligadas a parir sólo para quitarles a sus hijos. Lo peor era que si ese negocio funcionaba era porque había gente que lo consumía. Me preguntaba si al comprar un hijo o al cuerpo de una mujer por unos instantes de placer sabían el daño que estaban haciendo.
Era algo completamente aberrante y si yo había estado en una situación como aquella, prefería que esos recuerdos estuvieran encerrados tras un muro de defensa psíquica. Algunas veces, la verdad es demasiado dolorosa y para escapar del dolor la mente tiene que abandonar la realidad.
No me sentía lista para lidiar con mi pasado. Tenía que proyectar mi mirada hacia el futuro o de lo contrario toda esa carga acabaría por destruirme. No importaba tanto quién había sido como quién podía llegar a ser.
El timbre de las notificaciones de mi celular casi me hace saltar de la silla. Mi corazón dio un salto dentro de mi pecho cuando vi su pequeña fotografía en mi pantalla. Me había enviado la respuesta al mensaje que le yo le había escrito después de unas copas de más.
Miguel decía:
¡Qué alegría que hayas encontrado empleo! Estoy muy feliz por ti. Disculpa por no haberte respondido antes. Estuve ayudando a mi hermano con su negocio. Así que parece que yo tampoco estoy desempleado. Es algo provisorio hasta que pueda volver a trabajar en un hospital, pero algo es algo. Mañana es mi día libre. ¿Quieres venir a mi casa a merendar?
A continuación me envió su ubicación, al igual que yo había hecho en mi mensaje del día anterior.
Estaba muy emocionada. Respondí enseguida:
Muy bien. ¿A las tres de la tarde te parece bien?
Miguel se tomó unos segundos para responder y finalmente escribió:
Perfecto. Prepararé algo rico.
Yo le envié un corazón y una carita sonriente y él me respondió con los mismos símbolos.
Estaba muy emocionada. De pronto, todo parecía ir de maravilla en mi vida social. Por fin tenía amigos y podría tener otra oportunidad con Miguel. Además, las pesadillas ya casi no me acosaban por las noches y si lo hacían, ya había aprendido a no dejar que me afectasen. Por otro lado mi hija se ponía cada vez más hermosa y veía a mi madre más feliz que nunca.
Intercambié un montón de mensajes con Mel contándole lo que había pasado y especulando sobre lo que podría llegar a suceder al día siguiente. Esperaba que todo resultase bien esa vez.

viernes, 14 de febrero de 2020

Capítulo 19: LAZOS

Los días pasaban y cada vez me sentía más cerca de Mélody. En poco tiempo nos habíamos vuelto buenas amigas. Usábamos los ratos libres en el trabajo para conversar tanto de nimiedades como de temas un poco más profundos. Era una de las pocas personas con las que sentía que podía ser sincera sin ser juzgada.
Mel tenía veinte años y ese era su primer empleo. Conocía a Gus de casi toda la vida porque él era el mejor amigo de su hermana mayor desde la escuela primaria. Había decidido trabajar con él para ayudarlo en el comienzo de su proyecto y no porque lo necesitara realmente. Por la tarde estudiaba Comunicación Social en la universidad y tenía una relación no formal con un compañero de clases.
La noche de un martes en la que el bar se encontraba vacío nos quedamos conversando sentadas frente a Gus quien estaba del otro lado de la barra. Llovía torrencialmente y se podía escuchar el sonido del granizo repiqueteando contra el techo de chapa. Era poco probable que alguien se aventure a salir con ese temporal.
Gus nos invitó un shot de tequila y se sirvió uno para él.
—Vamos a ponerle un poco de onda, porque hoy la noche está re muerta —dijo Gus al tiempo que se echaba un poco de sal en la mano.
Se llevó la sal a la boca y luego bebió el líquido de un trago para después, colocar una rodaja de limón en su boca. Hizo un gesto de asco que no concordó con sus posteriores palabras:
—Delicioso. Vamos chicas, no sean amargadas.
Mel lo imitó. Yo no estaba segura. Jamás había bebido alcohol, al menos no que yo recordase. Además estaba bastante medicada y no tenía idea si mis píldoras tendrían alguna contra indicación.
—Vamos, no pasa nada. No va a venir nadie con esta lluvia —insistió Mel jugueteando con su vaso vacío.
No quería quedar mal con mis nuevos amigos así que ignoré una voz en mi interior que me advertía que aquello no era una buena idea y repetí el procedimiento que ellos habían hecho. Al tragar sentí que el líquido quemaba mi garganta y agradecí la acidez del limón que contrarrestó el sabor horrible que me había dejado el tequila en la boca. Seguramente mi expresión delató mi inexperiencia con el alcohol, porque mi amiga soltó una risita.
—Entonces, nos has hablado un montón de tu bebé, pero no nos contaste nada sobre el padre o si hay alguien más. Yo ya te conté todo de mi "mejor es nada" y Gus anda más sólo que un perro, pero ¿qué hay de tu vida amorosa? —insistió Mel.
—No estoy solo. Le gusto a muchas mujeres, pero un caballero no tiene memoria —dijo Gus fingiendo sentirse ofendido.
—¡Que mentiroso! —agregó ella en tono burlón.
—Es complicado —respondí sintiendo que los graffitis de las paredes de pronto lucían más borrosos.
—Inténtalo. Soy más lista de lo que aparento.
—De acuerdo —suspiré con resignación. Decidí que podía confiar en ellos. Si bien, no hacía mucho que nos conocíamos, los consideraba buenos amigos—. Honestamente, no tengo idea de quién es el padre de Ariana. Sufrí una especie de amnesia y no recuerdo diez años de mi vida. Que yo recuerde, lo máximo que me acerqué a alguien fue a un amigo que hacía terapia conmigo, pero desde que me ayudó a armar mi currículum no me ha devuelto los mensajes ni lo he vuelto a ver.
Los dos me miraban con asombro. Esperaba no haberme equivocado al haberles confiado algo tan íntimo de mi vida. No tuve el valor para mencionarles que al parecer había pasado esos años secuestrada dentro de un burdel o dando a luz hijos para otros como si fuera una perra de cría.
—Vaya, ¡qué fuerte lo que cuentas, amiga! Entonces, ¿no recuerdas haberte acostado con ningún hombre?
Mélody era muy directa, siempre decía lo que pensaba. Yo me sonrojé y negué con la cabeza. Podría haber sido una prostituta, pero yo no recordaba haber conocido íntimamente a nadie.
—Bueno, no te preocupes —dijo Mel y nos sirvió a los tres otra ronda de tequila.
Gus se tomó el suyo enseguida. Se lo veía un poco incómodo con el rumbo que había tomado la conversación.
—Mencionaste que este chico te había ayudado a armar tu currículum. ¿Es el que le entregaste a Gus? —Mel cambió de tema mientras yo terminaba lo que quedaba de mi bebida.
—Sí —dije casi gritando aunque no había sido mi intención.
Me sentía algo mareada, pero no resultaba desagradable.
—¿Por qué no le envías un mensaje agradeciendo el gesto? Puedes decirle que gracias a él conseguiste empleo. A los hombres les gusta sentirse importantes.
—¿Sabes? Es una idea genial la que has tenido —dije con sinceridad y saqué el celular del bolsillo de mi pantalón—. Le enviaré un mensaje ahora mismo.
—¿Estás segura de eso? —preguntó Gus pasando un trapo húmedo por la barra. No me había dado cuenta en qué momento había ido a buscar uno.
—Estoy segura. Mel es una genia.
—¿De verdad lo crees? Gracias —dijo ella.
Asentí y comencé a escribir:
Hola, espero que estés bien. Hace tiempo que no sé nada de ti. Te quería agradecer porque gracias a ti conseguí empleo de mesera en un bar llamado Caleidoscopio. Es tan genial y psicodélico como el nombre lo indica. Deberías pasar un día, así tomamos algo.
Envié el mensaje y a continuación, compartí la ubicación del lugar.
Esperaba no haberme equivocado al hacerlo. No sabía de dónde había sacado tanto valor. Seguramente el alcohol había tenido algo que ver.
—Bueno, ya está hecho. Ahora queda esperar a que el reaccione. Ya más no puedes hacer —dijo Mélody dándome una palmada en el brazo.
—Escuchen. Ya está parando de llover. Si les parece, cerramos por hoy —dijo Gus y se llevó los vasos para enjuagarlos.
Cuando llegué a mi casa me dolía la cabeza y me sentía embotada. Comenzaba a pensar que quizá no había sido una buena idea haberle enviado a Miguel mensajes de madrugado cuando él ya me había ignorado bastante.
Me metí entre las sábanas de mi cama sin poder dejar de darle vueltas al asunto. Seguramente a esas horas de la madrugada, él se encontraba durmiendo. Si me respondía sería recién a la mañana siguiente. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para poder dejar el celular en la mesita de noche e intentar dormir. Mi mente y mi corazón estaban cansados y aun así, el sueño tardó mucho en aparecer.  

viernes, 7 de febrero de 2020

Capítulo 18: SENTIRME PARTE

Había pasado gran parte del día en una clínica privada yendo de médico en médico, para hacerme el chequeo preocupacional. Al salir de allí me dirigí a ver a mi psiquiatra quien me escribió una autorización explicando que si bien estaba medicada y bajo tratamiento, era completamente apta para trabajar. Me preocupaba que no haberle mencionado a Gus esa parte de mi vida pudiese ser un problema, pero afortunadamente no lo fue.
—Los psiquiatras son unas lacras. Lo único que hacen es crearte una dependencia a pastillas para que tengas que seguir yendo. Si lo sabré yo —comentó Gus por la noche mientras ojeaba los papeles que acababa de entregarle—. Mi humilde consejo es que lo dejes antes de que te cree una adicción y si quieres pastillas más divertidas... Bueno, podría decir que conozco a alguien que conoce a otra persona que podría conseguirte. Ya sabes lo que digo.
No estaba segura si lo decía enserio así que forcé una risita.
—Igual todo bien. No tengo nada en contra de que vayas al psiquiatra. Cada uno con sus mambos —dijo al tiempo que dirigía su mirada a la entrada y agregó—: Mira ahí viene Mélody. Es la otra mesera. Yo me encargo de la barra, de la música y hago las mejores hamburguesas del país.
—Hey, Gus. ¿Cómo va todo?—preguntó la sensual morocha que acababa de entrar al recinto.
—Aquí, Lidiando con la burocracia y el papeleo para que entre tu nueva compañera, Leda —. Nos presentó Gus —: Mel ella es Leda. Leda ella es Mel.
—Es bueno que hayan contratado a alguien. Me estaba volviendo loca tratando sola con todos esos borrachos —comentó la joven y me saludó con un beso en la mejilla—. Espero que te agrade trabajar con nosotros y no huyas espantada como la última chica.
—No la asustes. Ya le advertí que el sueldo es malo por ahora.
—Descuida, las propinas hacen que valga la pena y el trabajo no está mal una vez que le agarras el ritmo. Bienvenida, Leda —dijo Mélody sentándose sobre un banco alto que estaba frente a la barra.
—Muchas gracias —dije con sinceridad.
Estaba muy contenta de formar parte de su equipo de trabajo. Ellos actuaban como viejos amigos y se estaban esforzando por hacerme sentir bienvenida.
En pocos minutos el lugar comenzó a llenarse de clientes. La gran mayoría eran grupos numerosos de amigos de entre dieciocho y treinta y pocos años. También, había algunas parejas jóvenes y algún que otro solitario.
El trabajo era sencillo, pero agotador. Casi todo el mundo pedía alguna de las cervezas que la carta ofrecía, otros pedían tragos que Gus elaboraba con destreza y muy pocos llevaban algo de comer.
Mel y yo nos habíamos puesto de acuerdo para que cada una atendiese a la mitad de las mesas del local que no eran muchas, pero estaban repletas de personas. Incluso había gente que se acercaba a la barra y pedía tragos para llevar y un grupo de cinco jóvenes estaba esperando en la puerta de Caleidoscopio a que se desocupara algún sitio en donde sentarse.
El trabajo era agotador, pero el cansancio que me invadía era agradable en cierto sentido. Me sentía finalmente como una adulta. Ahora era responsable de conseguir mi propio dinero y si todo salía bien ya no tendría que depender económicamente de mi madre. Podría cuidar de Ariana. Lo único malo era que ahora vería aún menos a mi hija.
Cuando todos los clientes se fueron, Gus, Mel y yo limpiamos el recinto. Me dolían las piernas, pero no me quejé. Esa noche había ganado un montón de dinero, incluso un extranjero oriental me había dejado algunos dólares. Las propinas que me habían dado eran equivalentes a un cuarto de mi salario.
Al salir, Gus nos saludó a ambas con un beso en la mejilla y se marchó caminando en la dirección opuesta hacia la que yo tenía que ir para regresar a mi casa que estaba a unas pocas cuadras. Bostecé, estaba muy cansada. Me había despertado muy temprano la mañana anterior y había trabajado sin descanso toda la noche.
Mel me preguntó:
—¿Dónde tienes que tomar el autobús?
—Vivo a unas pocas cuadras. Regreso a casa caminando. Voy hacia aquel lado —dije señalando hacia la izquierda.
—Bueno, vayamos juntas hasta la avenida y ahí me quedo en mi parada.
—De acuerdo.

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...