viernes, 25 de octubre de 2019

Capítulo 3: HIPNOSIS

La semana más difícil de la vida que recordaba había transcurrido. En algunos momentos sentía que quería desaparecer para siempre del mundo, pero al mismo tiempo esa idea me aterraba. Sentía los cambios en mi cuerpo fruto de aquel embarazo. No podía dejar de preguntarme qué era lo que había sucedido durante todo ese tiempo. Todos se lo preguntaban, pero por lo menos me habían dejado de exigir respuestas con las que no contaba.
Durante aquellos días había visitado a un montón de médicos diferentes tanto privados como enviados por la policía, todos coincidían en que estaba bien físicamente y en que el bebé que crecía dentro de mí era saludable. Aparte de la amnesia y la depresión, la gente decía que lo llevaba bastante bien, pero qué sabían ellos. Gran parte de mi vida me había sido arrebatada y no había nada que pudiera hacer al respecto.
También, había comenzado a ver a una psicóloga que se llamaba Noemí y era bastante agradable y a Marcelo, un psiquiatra de la policía con el que no congeniaba tan bien, pero me obligaban a asistir a su consulta con cierta periodicidad. Marcelo me daba medicación para controlar la ansiedad y ayudar a la recuperación de mi memoria. Eso me mantenía preocupada, porque había escuchado alguna vez que no era conveniente tomar pastillas durante el embarazo.
Visitaba a Noemí todos los días y aunque no notaba ningún avance con respecto a mis recuerdos, por lo menos yo me sentía bien al poder hablar con alguien. No es que no pudiese conversar con mi mamá, pero usualmente ella terminaba por romper a llorar junto conmigo y verla triste sólo hacía que me sintiera peor. Algunas veces, cuando intentaba conversar con ella, mi hermano solicitaba la ayuda de mi madre para sus tareas escolares o inventaba algún problema para alejarla de mí.
Poco tiempo después de mi desaparición, mis padres habían decidido tener un bebé. No los culpo por haber querido reemplazarme, pero Samuel hacía toda la situación mucho más difícil. Realmente me odiaba por haber desaparecido o quizás por haber regresado. No era necesario que me dijera nada, pues veía en su mirada el desprecio que sentía por mí. Hubiera sido mejor si sólo estuviésemos mi mamá yo y eso mismo le comenté a Noemí un día.
—¿Sólo ustedes dos? —me preguntó ella con su mejor cara de póker.
—Bueno, y el bebé. Si es que es un bebé —dije y luego me mordí el labio. Era la primera vez que manifestaba en voz alta mi preocupación.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, ¿qué tal si no es un bebé? Quiero decir, no sé qué fue lo que me sucedió, ni dónde estuve todo este tiempo. ¿Qué pasaría si no es humano y es algo más?
—¿A qué te refieres?
—No lo sé. ¿Qué tal si fue una especie de monstruo o un demonio lo que me robó el tiempo?
—¿Realmente crees eso?
—No, no realmente. Suena algo tonto cuando lo digo en voz alta. Lo lamento.
—No lo sientas. Es normal que estés confundida. Estás pasando por una situación difícil —dijo mientras anotaba algo en su libreta. Me despertaba bastante curiosidad saber qué era lo que anotaba siempre allí. Seguramente, sería algún diagnóstico sobre lo loca que me consideraba.
Las semanas pasaron y mi vientre crecía cada vez más. Seguía sin lograr recordar, pero por lo menos no estaba tan deprimida como antes. No puedo decir que me sintiera bien, pero mi forma de ver el mundo había virado del negro al gris.
El día en el que me enteré que esperaba una niña fue la primera vez desde mi regreso que experimenté algo parecido a la felicidad. No es que realmente me gustara la idea de ser madre, pensaba que si no podía ni con mi vida cómo iba a poder cuidar de alguien más. Sin embargo, me alegraba que no fuera a ser un niño. La relación con mi hermano no avanzaba para delante ni para atrás y simplemente, en ese momento no quería tener que lidiar con otro niño en mi vida.
A partir de la noticia, mi madre no dejaba de proponer nombres de mujer. Parecía contenta y por algún motivo eso me irritaba. Yo simplemente quería dejar de pensar un poco en ese asunto. Me daba igual como se llame la bebé siempre y cuando naciera humana. Desde que había vuelto a casa, mi madre me acompañaba a todos lados y como yo ya le había hecho suficiente daño, no me atrevía a decirle que quería un momento sólo para mí, para olvidarme de todo aunque fuera por unas cuantas horas.
La primera vez que creí vislumbrar algo de claridad en mis recuerdos fue una tarde gris del mes de mayo. Estaba en el consultorio de Noemí. Le estaba comentando que ya podía sentir a mi hija moviéndose en mi vientre cuando ella me preguntó si le permitía utilizar la hipnosis en mí e intentar recuperar algunos de mis recuerdos, para que de esa forma, me sintiese un poco mejor conmigo misma.
Acepté sin pensarlo. No sabía que algunas veces es mejor mantener algunos pensamientos muy ocultos y encerrados dentro de la mente.

viernes, 18 de octubre de 2019

Capítulo 2: CAMBIOS

Mi madre me hablaba, pero su voz sonaba como un eco lejano en mi cabeza. La sala de estar giraba alrededor. En ese momento perdí el conocimiento, estoy segura porque cuando abrí los ojos estaba recostada en el sillón. Logré fijar la vista en el techo de madera. Me incorporé con cierta dificultad, me dolía la cabeza y esperaba que todo hubiese sido un mal sueño.
La voz de mi madre me devolvió a la realidad:
—Leda, ella te va a revisar.
Una doctora me apuntó con una linterna y me hizo entrecerrar los ojos, mientras me preguntaba algo que no comprendí.
—¿Disculpe?
Apartó la luz de mi rostro y me habló casi con ternura.
—¿Podrías decirme tu nombre?
—Sí, soy Leda, Leda Liebert —respondí algo aturdida.
—¿Podrías decirme cuántos años tienes?
—Doce.
La médica intercambió una mirada con alguien de la policía. Fue entonces cuando noté que había cuatro oficiales en la sala. Dos de ellos estaban sentados en la mesa del living conversando en voz baja. Uno me miraba con lo que atiné a percibir como incredulidad y otro anotaba algo en una libreta, de pie cerca de la chimenea.
La doctora volvía a hablarme, así que volví mi mirada hacia ella.
—Tenías doce años la última vez que te vieron tus padres. Eso fue hace exactamente diez años.
Su voz era suave, pero yo sentía como si me estuviese dando una reprimenda.
¿Cómo podía haber olvidado diez años enteros de mi vida?
Observé mi cuerpo. Ya no me reconocía.
— ¿Qué sucedió entonces?, ¿por qué no llegaste al colegio aquel día?
—Yo... yo... me sentí mal y decidí volver a casa.
—Entonces, ¿qué sucedió cuando regresabas a tu casa? ¿Por qué no llegaste?
—Sí, lo hice. Regresé, aquí estoy —dije al tiempo que me llevaba las manos al rostro y rompía a llorar.
Me quedé sollozando en silencio unos segundos hasta que sentí el cálido y reconfortante abrazo de mi madre.
—Todo estará bien. Tranquila. Estás aquí, estás a salvo, estás en casa y todo estará bien. Nos contarás lo que sucedió cuando estés lista —mientras mi madre intentaba calmarme desenredaba mi cabello rubio con sus dedos.
Poco a poco fui dejando de llorar. Me sentí agradecida de que hubiesen dejado de preguntarme cosas para las que no encontraba ninguna respuesta.
—Me gustaría hacerle un chequeo más exhaustivo. ¿Podríamos ir a un lugar más privado? ¿Podría acompañarme, señora Liebert?
La doctora al ver que una oficial nos observaba agregó:
—También puede acompañarnos, para recolectar muestras y tomar registros de posibles heridas.
Nos dirigimos las cuatro hacia mi antigua habitación que se encontraba tal y como la recordaba. Todo era muy extraño para mí.
—No te preocupes, esto es sólo por rutina —intentó tranquilizarme la doctora —. Queremos estar seguras de que no te lastimaron y quiero revisar la inflamación de tu vientre y ese golpe en tu cabeza no se ve nada bien.
Asentí y dejé que me revisara. Colocaron mi ropa en una bolsa. Un conjunto que no recordaba haber visto jamás y que se encontraba lleno de barro.
Agradecí cuando mi mamá me trajo su bata de baño, porque así me sentía menos expuesta. La doctora De Luca había prestado principal atención a mi estómago, a mi cabeza y a algunos rasguños y moretones que tenía en los brazos y piernas. La oficial me había tomado múltiples fotografías. Yo me sentía indefensa y abochornada.
Cuando me hizo un tacto ginecológico, casi me pongo a llorar. Era tan humillante y para colmo, con una oficial extraña para mí y con mi madre presentes en la habitación. Quería desaparecer.
Finalmente, la médica le comunicó su diagnóstico a mi mamá:
—Físicamente se encuentra bastante bien, pero podría estar sufriendo un cuadro de amnesia ocasionado por un trauma. Sugiero que pidan una cita con un psicólogo para que la ayude a ordenar sus recuerdos y con un obstetra para que controle su embarazo.
—¿Qué? —preguntamos mi madre y yo al unísono.
—Leda está embarazada nuevamente —respondió la doctora—. Es difícil saberlo con exactitud sin realizar algunas pruebas, pero me atrevería a decir que se encuentra en el tercer mes de embarazo.
—¿Nuevamente? —pregunté atónita.
—Así es —mi madre se apartó para que la doctora pudiese desatar la bata —, ¿ven estas líneas de aquí?, son cicatrices de cesáreas. Estoy casi segura de que tuviste dos cesáreas ya.
Los últimos diez años de mi vida habían desaparecido por completo de mi memoria, estaba embarazada, había tenido por lo menos dos hijos y mi padre había muerto. Todo aquello era demasiado para asimilar. ¿Qué más podía suceder?
Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Mi madre indicó que podían entrar al tiempo que yo me cubría el torso desnudo con la bata. La puerta se abrió de golpe y entró un niño regordete de unos nueve años de edad. Se encaminó a grandes zancadas hacia donde nos encontrábamos nosotras y dirigiéndose a mi madre exclamó:
—Mamá, la madre de Tomás me trajo a casa tan pronto leí tu mensaje. No lo puedo creer —volteó su rostro hacia mí, tenía el ceño fruncido y noté una chispa de enojo en sus ojos—. ¿Tienes alguna idea por el tormento que hiciste pasar a mi mamá?

viernes, 11 de octubre de 2019

Capítulo 1: OLVIDO

Seguramente todo el mundo olvida algo a lo largo de su vida, un nombre, una dirección, un número de teléfono o a alguna persona. Es un fenómeno bastante común, un lapsus, una equivocación. Es algo normal, me repito. Dejar la estufa encendida o las llaves en la puerta, ese tipo de eventos a cualquiera puede pasarle, pero sin dudas no es normal lo que a mí me sucedió.
El día después de mi regreso a casa, junté valor suficiente para mirarme en el espejo y pude reconocer el miedo y la frustración en unos ojos de un celeste tan claro que parecían grises e identifiqué como los míos. Los ojos fueron lo único que no había cambiado en ese rostro que me resultaba extraño. Bueno, no era del todo extraño, en parte seguía reconociéndome a mí misma o por lo menos a una parte de mí. No sólo mi rostro había cambiado, también mi cuerpo, la casa y la gente me resultaban extraños.
Cerré mis ojos conteniendo las lágrimas. Ya había llorado suficiente y no me había servido de nada hasta ahora. Necesitaba saber qué había sucedido, cómo había pasado aquello y por qué entre tanta gente me tenía que ocurrir a mí.
Me sentía atrapada en una pesadilla. No podía creer que mi papá ya no estuviese, no podía creer que yo ya no fuese yo misma y que el mundo continuase tan igual y tan diferente al mismo tiempo.
Decidí apartarme de mi aterrado reflejo que tan sólo lograba hacer que me sintiese más confundida. Me dejé caer sobre la cama y el colchón se hundió debajo de mi peso. Por lo menos la habitación seguía siendo igual. Después de todo, habían decidido conservar aunque fuese solamente aquello, mientras todo lo demás había cambiado tan vertiginosamente.
Bueno, quizá para los demás el cambio hubiera sido más paulatino, más llevadero, más lento, más normal, pero no para mí. Tan sólo un parpadeo había bastado para olvidar los últimos diez años de mi vida. Simplemente se habían esfumado, se habían perdido, algo o alguien me los había arrebatado.
Hice el vano intento de tratar de despertarme por enésima vez. Me dolía la cabeza y estaba abrumada. Me mordí el labio y una vez más incumplí la promesa que me había hecho a mí misma de dejar de llorar. Qué más daba, al fin y al cabo nadie podría culparme por hacerlo. Necesitaba averiguar qué me pasó, quería recordar algo, encontrar alguna pista, algún recuerdo, lo que fuera.
Ayer, el despertador me había hecho saltar de la cama, me había cambiado y bajado a desayunar con mis padres. Recordar a papá hizo que se me hiciera un nudo en la garganta.
Aquel día me despedí de ellos y partí hacia el colegio. Faltaban dos días para la fiesta de egresados. Recuerdo haber pensado que sería lindo organizar una salida con mis amigas para comprar bonitos vestidos para la graduación. Al año siguiente iríamos a diferentes secundarias. Seguramente ellas así lo habrían hecho.
Caminé unas cinco cuadras, estaba a mitad de distancia entre mi casa y la escuela. Entonces, creo que fue ahí cuando ocurrió. Hacía calor y el sol brillaba alto en el cielo, a pesar de que era bastante temprano. Me bajó un poco la presión y se me nubló la vista, pero no recuerdo haberme desmayado. Se me revolvió el estómago y me sentí mareada, eso fue todo. Aun así, una leve sensación de que algo no iba bien me recorrió el cuerpo y decidí volver a casa.
No me di cuenta el momento exacto en el que sucedió, pero noté que ya no llevaba la mochila conmigo. Mi corazón dio un salto. Cómo había podido perder la mochila que llevaba puesta, cómo no había notado que se me cayó. Hice acopio de todas mis fuerzas para obligarme a respirar y toqué el timbre de casa. Cuando mi mamá abrió la puerta fui apenas consciente de que todo iba realmente mal.
Cuando me vio se puso pálida, realmente pálida, como si hubiese visto un fantasma. Yo era efectivamente un fantasma. Me envolvió entre sus brazos con tanta fuerza que sentí que me cortaba la respiración. No entendía qué le sucedía.
—Mamá... ¿Qué haces? —Intenté librarme, pero me abrazó con más fuerza.
—Leda, ¿dónde estabas?
Dónde estaba, pero si no hacía ni diez minutos que había salido de casa. De qué rayos estaba hablando mi mamá.
—No me sentí bien y por eso regresé —atiné a responder, creyendo que había formulado mal su pregunta—. Creo que perdí la mochila.
Rompió el abrazo. Noté que su rostro estaba cubierto de lágrimas. Me agarraba los brazos firmemente con sus manos mientras me miraba a la cara. Entonces, noté que su rostro había envejecido.
Fruncí un poco el ceño y pregunté:
— ¿Qué está sucediendo?
—Leda, yo creí que... Pensamos que habías... Después de un año te hicimos un funeral.
Forcé una risa, era una broma de mal gusto. No podía ser de otra manera.
—Leda, no es gracioso. ¿Dónde estuviste todos estos años?
—¿Años?, pero si salí apenas hace diez minutos —agregué con un hilo de voz. En su mirada podía ver que estaba hablando enserio—. No comprendo.
—Hoy se cumplen diez años desde la última vez que supimos de ti. Saliste hacia el colegio y no volvimos a verte. Te buscamos tanto tiempo...—me soltó para cruzar los brazos sobre sí misma—. Tu padre te siguió buscando aun después de que la policía y todos se dieran por vencidos. Te buscó hasta sus últimos días... hasta que ya no le quedaron fuerzas....
—¿Dónde está papá? — pregunté desesperada.
—Hace más de cinco años que nos dejó, el cáncer se lo llevó... yo... al final él tenía razón... estás viva...

viernes, 4 de octubre de 2019

SOPLO ALQUÍMICO

   Damarys siempre había sido una joven muy inteligente. Al morir su madre le había dejado el dinero suficiente para poder vivir cómodamente mientras dedicaba su vida a los estudios. Desde que tenía memoria había mantenido en equilibrio su interés por las Ciencias Exactas y por la Literatura.
   La joven encontraba en los libros un consuelo que las personas que conocía, con las limitaciones propias de los seres humanos, no podían brindarle. Aunque últimamente, ni siquiera aquello llenaba su corazón. Lo cierto era que aunque su relación nunca había sido perfecta, extrañaba mucho a su madre. Los últimos meses habían sido muy duros para Damarys. Se sentía sola. Una parte de su mente la seguía castigando con la culpa que rodea a la muerte de los seres queridos aunque sea algo inevitable.
   A pesar de la soledad que llevaba con ella como una carga, se esforzaba en maquillar sus sentimientos. Ante el resto del mundo se mostraba como una persona sociable y amable, aunque en el fondo se sentía completamente vacía.
   Su belleza y su inteligencia acaparaban la atención de muchos hombres, pero aunque ella lo había intentado en más de una ocasión, aún no había logrado enamorarse. Estaba segura de que algo estaba mal en ella. Se sentía vacía como si algo le faltase dentro.
   La joven intentaba llenar ese hueco en su interior con conocimiento. Leía mucho y experimentaba con distintas sustancias que elaboraba en el rústico laboratorio que habían construido hacía tiempo en el sótano de su casa. Su único afán era encontrar algo que le produjera la emoción perfecta. Algo que la hiciera sentirse realmente viva o por lo menos útil.
   La alquimia llegó a su vida casi por casualidad. Una tarde, Damarys comenzó con inocente curiosidad a leer algunos artículos en Internet y con el tiempo, incluso adquirió unos cuantos libros en una tienda de libros usados que contenían jugosa información sobre el tema.
   Con la inocente curiosidad de aquellos que aman la ciencia, Damarys comenzó a realizar experimentos alquímicos. Estaba fascinada por ver que podía lograr cosas asombrosas. Ignoraba que había fuerzas con las que mejor no experimentar.
   La historia humana era testigo de que muchos antiguos alquimistas habían perdido la vida experimentando con mercurio en la búsqueda de la Piedra Filosofal y la joven era lo suficientemente lista para no caer en esa seductora trampa. Sin embargo, aunque se mantuvo lejos de los vapores tóxicos, no fue consciente de que su creación podría resultar aún más peligrosa incluso que la transmutación de metales.
   Los homúnculos, aquellos humanos creados a través de la alquimia, habían despertado la curiosidad de Damarys. La idea de crear a una persona le parecía fascinante. Se daba cuenta de que las probabilidades de lograr algo así eran casi nulas, pero se preguntó si acaso el conocimiento bastaría para alcanzar la grandeza de la creación. La receta antigua que había encontrado era lo suficientemente sencilla como para que valiera la pena intentarlo.
   Lo meditó durante un tiempo y finalmente, decidió reunir los ingredientes necesarios para dedicarse a la descabellada tarea de crear su propio homúnculo. La joven decidió adaptar al siglo XXI las instrucciones que había dejado escritas el alquimista Paracelso.
   El ingrediente más difícil de adquirir era esperma humano y para conseguirlo tuvo que seducir a un muchacho de su cuadra que siempre había mostrado especial interés en ella. Damarys, compró una docena de huevos puestos por una gallina negra en una granja cercana y se robó de allí una considerable cantidad de estiércol de caballo.
   Ignorando el asco que le producía manipular esas sustancias, Damarys inició el experimento. Primero inyectó el esperma en uno de los huevos y selló herméticamente con pegamento el pequeño orificio. Luego, enterró el huevo en el estiércol de caballo que había colocado en un recipiente junto a una lámpara que servía de incubadora.
   Dejó la lámpara encendida durante cuarenta lunas hasta que la curiosidad la llevó a desenterrar el huevo y romperlo cuidadosamente. Contuvo la respiración al sentir el olor fétido del interior. Movió con un palito el contenido negro y gelatinoso buscando alguna señal de vida. Su decepción inicial dio paso al asombro cuando descubrió que dentro de la yema putrefacta había una pequeña criatura respirando con tranquilidad.
   La tomó con mucho cuidado entre sus dedos y la acercó a sus ojos. No lo podía creer. Se trataba de una pequeña mujercita del tamaño de la uña del pulgar de Damarys. El cabello blanco y las bellas facciones de la damita la hacían parecer un hada.
   Si hubiera dado a conocer en los medios su increíble descubrimiento, quizás se hubiese hecho famosa e incluso podría haber ganado una fortuna, pero a la joven le aterraba que pudieran separarla de esa pequeña e indefensa criatura a la que había dado vida.
   Damarys ya no se sentía sola. La pequeña damita a la que llamó Ivanna y apodó Ivy, requería muchos cuidados y ocupaba la mayor parte de su tiempo. Sólo se alimentaba con lombrices y semillas de lavanda y era propensa a los berrinches.
   Lo cierto es que crecía muy rápido y con el tiempo se hacía más difícil de controlar. Con el correr de los meses alcanzó la estatura de Damarys. Durante las primeras excursiones que hicieron juntas al mundo exterior Damarys le decía a la gente que eran hermanas aunque el cabello blanco de Ivy contrastaba con el azabache del de su creadora y su comportamiento resultaba a veces extraño y errático.
   Algunas veces parecía que Ivy no tenía conciencia del bien y del mal. Quizás aquello se debía a que carecía de alma o quizás al igual que una niña recién nacida le llevase tiempo adaptarse al mundo real.
   No había culpa en sus ojos cuando apuñaló a Damarys mientras dormía. No supo que aquello estaba mal y aunque aprendía muy rápido, hasta entonces no había conocido el dolor ni propio ni ajeno. Ivy no sabía en ese momento que las leyes naturales no se deben romper, así como tampoco lo había sabido Damarys. Después de todo, tan sólo eran homúnculos jugando a vivir.
ALEJANDRA ABRAHAM

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...