viernes, 28 de septiembre de 2018

EL PODER OCULTO CAP 24

                CAPÍTULO 24: EL PODER OCULTO
    El viaje de ida había sido largo y muy rico en información. Tenía la certeza de que Ariel pertenecía o había pertenecido a un grupo oscuro. No sólo lo creía por las vestimentas que usaba y la música  que escuchaba, o por el anhelo de sentirse parte… yo sabía que la oscuridad por la que estaba seducido, pero de la que aparentemente deseaba huir, era de alguna manera clandestina y secreta. Su abuelo obviamente tenía poder y sabía de mí. No estaba segura por donde comenzar a indagar.
    —¿Tu abuelo es hechicero?... ¿Tus padres… vos?
    Pareció incomodarse con la pregunta.
   —No te acerques ni a mi abuelo, ni a mi madre… y mejor no te acerques a muchas de las personas que creas que están relacionadas con la magia.
   —¿Por qué?
   —Es peligroso y aún más para una chica. Además de hechicera sos muy joven aún.
   Me molestó su incómodo comentario.
   —No entiendo que tiene que ver una cosa con la otra.
   —El día en que nos conocimos, te dije que me había alejado de un grupo. En realidad, me es casi imposible hacerlo. Toda mi familia pertenece a una secta. Buscan continuamente "reclutar" gente especial, por decirlo de alguna manera. Cuantos más son los integrantes más fuerza tiene el grupo aunque a la vez, están más expuestos. A veces se separan en células más pequeñas que están coordinadas entre ellas. Bueno, en síntesis, siendo tan joven y teniendo poderes te pueden utilizar y no te gustaría. Los rituales, no son como vos crees. Estos no se limitan a la concentración y a la meditación. En ellos hay alcohol, drogas y sexo. Con la excitación sexual, logran desprender más energía y los estimulantes dejan fluir del inconsciente, su maldad interna. La sangre, es parte de los rituales. La producen, la beben y la emplean en conjuros. Ellos creen que lo que está hecho con sangre, sólo la sangre lo puede revertir. Hay muy pocas personas que logran entrar y salir ilesos de estos grupos. Yo no quiero pertenecer ahí, pero crecí rodeado de esta locura.
   —¿Qué pueden lograr con todo esto?
    —¿No es obvio?... Sólo buscan poder, poder en todos los campos, así sean políticos, económicos, venganza, seducción y todo lo que se te pueda ocurrir.
   —Entonces, ¿me querés decir que los políticos son integrantes de estas sectas?
   —Por supuesto que no. Los más poderosos nunca mostrarían sus rostros tan públicamente. El poder real está detrás del poder. Es EL PODER OCULTO.
    Quedé perpleja, ante tanta sinceridad.
   —¿Por qué me contás todo esto?
   —Porque yo no voy a poder salir… pero puedo evitar que vos entres. Vi a mi abuelo muy interesado en vos, una pequeña y solitaria hechicera buscando en qué creer y a dónde pertenecer. Te pueden dar muchísimo poder, pero son capaces de quitarte mucho más de lo que estés dispuesta a dar.
   —¿Sabés si ya hay gente capaz de controlar a las banshees?
    Movió la cabeza con una sonrisa forzada.
   —Es increíble que ya sepas tanto. Te subestimaba. Hasta donde yo sé, sólo hay una persona y sus seguidores que lo intentaron. ¿Por qué me preguntás esto? No te involucres en algo tan peligroso. Nada se consigue sin dar algo a cambio y puede haber cosas peores que la muerte.
   Un escalofrío recorrió mi cuerpo antes de responderle. ¿Qué podía ser peor que la muerte?, ¿sería tal vez, querer morir y no poder hacerlo?, ¿tener el espíritu esclavizado? Por alguna razón no me atreví a preguntarle. Aún, no estaba lista para enfrentar esa respuesta. Me limité a responder:
   —Creo que el padre de un amigo, está intentando controlarlas.
     No quería darle demasiada información, no estaba totalmente segura de Ariel.
   —La persona de la que te hablo es una mujer. No es el padre de tu amigo. Es una muy malvada y oscura mujer. Nunca ha habido alguien que maneje las cosas que ella controla. Tiene mucho poder y no tiene escrúpulos para limitarlo. Podría asesinar a su propia descendencia con tal de incrementar su fuerza.
   Hizo una pausa y continuó.
   —Aun cuando estés sola y utilices tu magia tenés que ser prudente. Nunca pidas algo que no estés dispuesta a pagar. No es como algunos dicen. No es el lo malo lo que vuelve, sino que hay que pagar un precio por lo que se pide.
   Reflexioné acerca de lo que me había dicho. Volvía a tentarme la idea de controlar la muerte. Me horroricé ante esos pensamientos. ¿Dónde estaría el límite? ¿Hasta qué punto daríamos lo que fuera para recuperar a alguien? ¿Sería yo capaz de apagar una vida con tal de recuperar otra? Me sentía mala al pensar en esto. Aparentemente, la mujer de la que me hablaba Ariel, no tenía ningún escrúpulo y posiblemente utilizara el control de la muerte, de los espíritus, demonios, elementales y otros seres de los cuales hasta entonces yo ignoraba su existencia, para aumentar su poder en este plano.
   —¿La gente de estos grupos, sacrificaría a seres vivos, para lograr sus fines?
   Con total naturalidad me respondió:
   —Sí.
   —¿Tu familia también?
   —También.
   —Y ¿Vos?
   —Llegamos a la parada. Bajemos ahora.
   No volvió a tocar el tema. Yo sabía que él era capaz de eso. No necesitaba que me lo confirmase. El poder siempre aniquila los escrúpulos y aunque él quería ser libre y alejarse de su entorno, la tentación de poseer un control creciente sobre las cosas y sobre las masas de personas debía ser aún mayor para él. Lamentablemente, también para mí. Los seres humanos siempre quieren tener más poder, nunca menos. ¿En quién me estaba convirtiendo?
   Infinidad de pensamientos surcaron mi mente mientras esperaba a que Ariel saliese del imponente edificio. Bajo la sombra de las majestuosas y altísimas columnas de mármol, me sentía transportada en el espacio y en el tiempo hacia un místico escenario griego. Me di cuenta de que hasta donde yo sabía, a lo largo de los siglos no habían quedado huellas en la historia de la magia de nadie capaz de controlar el curso de la vida. Nadie había logrado eternizase.
   De pronto, como si alguien susurrase a mi oído la respuesta a mis pensamientos, lo comprendí todo en un instante, como con la luz de un relámpago que alumbra una habitación y aclara cada rincón de la misma. Poco tiempo atrás, había visto a la muerte junto a mi cuerpo dormido. Esperando para cortar el hilo de plata que se unía a mi espíritu. El ángel, la muerte misma, estaba allí. Con sus ojos tan fríos, capaces de congelar mi alma con sólo mirarla. Sola. Rodeada de soledad. No había banshees ni demonios, sólo estábamos la muerte, el silencio y yo. Comprendí entonces que las banshees pueden alimentarse del miedo a la muerte, pero tal vez, no es necesario que esta, esté cerca.
   ¿Alguien sin escrúpulos sería capaz de enviar a las banshees, para inducir un suicidio…?. Las hechiceras creían desde los principios del tiempo, que si su muerte es causada por uno de estos espectros sus espíritus se convertirían en algo semejante, siendo esto peor que la muerte misma. Seguramente, preferirían ofrendar sus almas a los espíritus elementales, como lo habían hecho mi abuela y su madre, para no sufrir tal eterna condena. Mi abuela era una mujer fuerte, sana y relativamente joven. No era su momento aún. Quizás, había sido engañada por los que pertenecen a la oscuridad. Todo se relacionaba cada vez más. Me dolía que mi abuela hubiese sido engañada, prácticamente asesinada. Su muerte había sido en vano e inducida. ¿Quién o quienes habrían querido matarla? y ¿por qué? Ella vivía prácticamente aislada del mundo en su isla. ¿Viviría allí para huir de algo o de alguien? ¿Por qué me habría relacionado a mí con Esteban? ¿Tendría algo que ver su misterioso pasado? ¿Cómo la  habrían encontrado?
   Estaba segura de que su fallecimiento estaba relacionado con el enigmático marco que rodeaba el nacimiento de Esteban. Sin ir más lejos, ella se había mudado a la isla poco antes de que yo naciese. Inesperadamente me sobresaltó sentir la mano con numerosos anillos de Ariel apoyándose sobre mi hombro.
   —Ya podemos irnos, niña linda.
   Durante todo el viaje de vuelta me habló muy entusiasmado de cómo sería su carrera y de las materias que cursaría. De todas formas, yo ya tenía las respuestas que había hallado en mi intrincado laberinto interior.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 21 de septiembre de 2018

EL PODER OCULTO CAP 23

        CAPÍTULO 23: UNA ESCENA INESPERADA
   Abrí la cortina, el sol comenzaba a salir ahuyentando las sombras de la noche. Estaba segura de que había alejado a las banshees de Teby y que él pensaría que sus invocaciones no habían dado resultado.
   Acababa de ver a la muerte junto a mi cuerpo dormido,  aguardando. Las banshees no habían anunciado a ese ángel. Me preguntaba si realmente lo anunciaban, o acaso sería que yo no le tenía miedo a la muerte. Quizá los conocimientos ancestrales eran erróneos. Varias lágrimas surcaron mi rostro al pensar en que la muerte de mi abuela podía haber sido en vano. Quizá lo que ella pensaba estaba equivocado y su suicidio era un error del destino.
   Quería buscar información para aclarar mis dudas. Me dolía pensar en que mi abuela podía haber estado equivocada. Hasta ese momento ella era perfecta para mí y pensé que quizá ni siquiera los espíritus tenían todas las respuestas. Simplemente ellos estaban en otro plano. Quizás el mundo espiritual era complejo como si se tratase de un engranaje más de un sistema universal.
   Algo me decía que la revelación de este enigma no sería aclarado por espíritus ya que sus respuestas eran ambiguas. Tampoco las iba a conseguir a través de Teby. Él nunca tendría que saber que yo lo había protegido. Su soberbia lo llevaría a caer en la tentación de atraerlas nuevamente. No buscaría en mi grimorio, pues creía que mis antepasados tenían un concepto erróneo. De lo que estaba segura era de que había gente con el alma tan oscura que intentaba controlar a la muerte y eran capaces de experimentar con la vida para incrementar su control sobre los seres mágicos y humanos.
    Durante el desayuno, me seguía preguntando dónde podría encontrar respuestas y de pronto, como una señal inesperada, un grito de mi madre, un lamento de mi padre y el ruido de cristales rotos me sacaron de mis pensamientos. Samanta había saltado a la mesa, algo que nunca antes había hecho y había roto el pequeño frasco de jalea real que yo había comprado poco tiempo atrás.
   Sonreí emocionada, todo tenía sentido, tenía que volver a hablar con Ariel tal y como se lo había prometido. Él en su pasado había pertenecido a algún grupo oculto, yo estaba segura de eso. Quizá también ahora pertenecía a uno. Tal vez él era parte de una secta o sabría de alguna que estuviese intentando experimentar con banshees.
   Reparé en que mi madre me miraba extrañada por mi repentina felicidad. Frunciendo el ceño me reprendió:
   —Claro, a vos no te gustaba la jalea y amaestraste de alguna manera a esa cosa para que la tire. Quiero que vallas hoy mismo a comprar más…
   Mi padre me defendió:
   —No te la agarres con la nena…. No se puede amaestrar a un gato, Tamara no tiene la culpa. Es el instinto animal.
   —Sí, es verdad. El gato es de ella y se va a hacer cargo. Así que agradecería muchísimo que compre dos frascos hoy mismo, por si ese mugroso animal vuelve a repetir su hazaña.
   Asentí con  la cabeza y me dediqué a terminar mi desayuno. Estaba muy feliz. Sentía que Samanta había leído mis pensamientos o que alguien le había sugerido que hacer.
   Después de que mis padres se fueron, tomé el colectivo y me dirigí a ese maravilloso y esotérico lugar, el entorno de la iglesia gótica. Recién estaban abriendo los negocios. Pasé por el lugar en donde había comprado el péndulo, pero aún se encontraba cerrado. Supuse que si Ariel no tenía las respuestas, era posible que el viejo que atendía el local sí las tuviese. De todas formas, prefería preguntarle a Ariel. Había algo en el viejo que me daba miedo.
   Cuando entré en la herboristería que estaba justo frente a la iglesia. La escena que menos esperaba ver se presentó frente a mis ojos. El negocio estaba siendo atendido, no por Ariel sino por el viejo que me había vendido el péndulo. Estaba entablando una seria conversación con Esteban. No pude reflexionar en qué estarían haciendo Teby y el viejo juntos en el negocio de Ariel y sin Ariel.
   El anciano me sorprendió intentando escuchar su conversación y me dijo:
   —Hola, pequeña hechicera. ¿Qué te trae por aquí?
   Teby volteó la cabeza hacia donde me encontraba yo petrificada y palideció aún más de lo normal. Sin darme tiempo a responder a la pregunta del viejo, Teby se apresuró a llegar junto a mí. Tomó mis hombros. Besó mi mejilla y en un rápido susurro me advirtió.
   —Aquí no hay respuestas, sólo peligro para vos. No te acerques a esta gente.
   Luego, se fue casi corriendo y antes de que yo pudiese reaccionar el viejo insistió:
   —¿Niña?
   Aún mirando hacia la entrada por donde Teby acababa de salir, me apresuré a responder:
   —Dos frascos de jalea real, por favor.
   Me los entregó muy rápido y le pagué. Me apresuré a salir del local. Quería alcanzar a Teby, pero en la puerta del negocio Ariel me detuvo mostrando mucha alegría en su rostro.
   —Tamara… volviste.
   Ariel besó mi mejilla y desde el fondo del negocio el viejo preguntó:
   —Así que conocés a la pequeña hechicera.
   Ariel frunció el ceño y habló lento y claro, poniendo énfasis en cada sílaba:
   —Abuelo, ella es mi amiga… ¿Entendés?
   Podía sentir la frialdad y el odio en su voz. Luego, agregó con más tranquilidad:
   —Ya hablé con mamá. Dice que va a atender tu negocio mientras yo me voy a anotar en la universidad.
   Volteó hacia mí y me preguntó:
   —¿Tenés algo que hacer ahora?
   Con una pequeña sonrisa respondí:
   —¿Hablar con vos?
   —Buenísimo. ¿Me acompañás a la universidad? Me quiero anotar en psicología. El viaje es largo y aburrido. Después, me comprometo a acompañarte hasta tu casa. ¿Tu mamá te dejará?
   Sentí que me estaba tratando como a una niña. No estaba segura si es que yo le gustaba o acaso le inspiraba un instinto paternal.
   —Tengo la edad suficiente para decidir por mi misma… además… no tiene por que enterarse. ¿O sí?
   Él se rió.
   —Bueno, mejor vamos, así charlamos un rato… me caés muy bien, niña.
   La palabra "niña" comenzaba a ponerme nerviosa. Él no podía ser más de dos o tres años mayor que yo. Además, no me gustaba que me viese como una niña. A mí me parecía seductor, pero, ¿y Teby?. ¿Acaso yo no estaba enamorada de él? ¿Qué era el amor realmente?
   Mientras me encontraba caminando por la calle con Ariel, me invadió una incómoda sensación de culpa, como si estuviese engañando a Teby, aunque sabía que no tenía nada pactado con él y tampoco con Ariel, al menos no por ahora. No tenía motivos para sentirme culpable. De todos modos, deseaba realmente no encontrarme con Esteban nuevamente esa mañana y mucho menos, en compañía de mi nuevo y oscuro amigo, si eso es lo que era. Estaba comenzando a sentirme incómoda con tanto silencio, por lo que decidí romperlo.
   —¿Cómo decidiste estudiar psicología?
   Pasó su brazo sobre mis hombros y seguimos caminando. Luego respondió:
   —Mirá, muchos dicen que no se debe estudiar psicología para entenderse a uno mismo, pero yo creo que si yo no puedo entenderme, nunca voy a poder entender a los demás. Quiero saber cómo funciona lo inconsciente y lo consciente. Entender el por qué de las acciones de los seres humanos. Para ser sincero, no me interesa solamente ayudarlos sino también… mejor otro día te explico, no creo que lo entiendas. Esta es la parada.
   Nuevamente, me había tratado como a una niña tonta. Odiaba esa actitud, sin embargo él tenía algo que me fascinaba.
   Una vez en el colectivo, después de que tomamos asiento me indagó. Quizás ya algo de psicólogo tenía. Él sabía que me moría de ganas de hacerle una pregunta que no me animaba a formular.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 14 de septiembre de 2018

EL PODER OCULTO CAP 22

               CAPÍTULO 22: EL CORDÓN DE PLATA
   Mis padres ya se habían acostado y Samanta dormía a los pies de mi cama. Caminé hacia la ventana y miré hacia el cielo. Unas nubes grisáceas dejaban asomar a la blanquecina luna que alumbraba los  bordes plateados de las nubes oscuras, recortándolas en un abismal cielo sin estrellas.
   Sentía una extraña sensación de inseguridad que se mezclaba a la vez con pena. Comprendía que Teby había venido a buscar mi ayuda, pero su soberbia le había impedido pedírmela.
   Cerré la cortina y sentí una protección inexistente proveniente de esa delgada capa de tela. Yo creía que podría alejar a las banshees de Teby, de la misma manera que me había podido proteger a mí o como mi abuela se había protegido a si misma. Sabía que Esteban no me dejaría ir a su casa, porque decía que él  no quería apartar a las banshees.
   Me acosté y me abracé a la almohada. Tenía miedo de que el mal lo estuviese acechando. Deseaba estar con él, a su lado, cuidándolo. Recordé sus heridas, sus ojeras… estaba tan débil. Yo me sentía fuerte, triste, pero fuerte y sabía que había aprendido mucho, tanto de la información de mi grimorio como de la vida misma. Sabía que las banshees lo querían y que estaban cerca, cada vez más cerca de él. Yo deseaba estar ahí y velar por sus sueños. Sentía que él era más vulnerable mientras dormía. No sé cómo, pero lo sabía. Quizá no querían matarlo, pero impedirían su descanso. Él estaba muy débil, necesitaba dormir y mientras pensaba en eso sin darme cuenta mis ojos se fueron cerrando.
   Por un momento experimenté la sensación de elevarme. No, me elevaba realmente. Me sobresalté. Sentí como si me incorporase en el aire. De pronto, me vi a mi misma, pero desde arriba. Mi cuerpo dormía profundamente en la cama, pero yo no estaba allí. Mi parte consiente, yo misma, lo que soy, flotaba etérea, sin peso, sin cuerpo… Creí que había muerto, pero aunque había escuchado a las banshees, pensé que quien estaba en peligro era Teby y no yo. Me convencí a mi misma de que aún no estaba muerta. Allí abajo mi cuerpo respiraba. En cada inspiración las sábanas sobre mi pecho se elevaban y en el profundo silencio de la noche los latidos de mi corazón marcaban el compás del tiempo.
   Debajo del pecho de mi cuerpo dormido, parecía salir un fino haz de luz, como una cuerda  de plata que se unía a mi espíritu. Pensé que en ese momento, Teby estaba en su casa, durmiendo. En ese instante,  todo mi entorno se desvaneció y de la nada volvió a materializarse en una fracción de segundo. Ya no estaba en mi habitación, me encontraba en un patio en el que ya había estado antes. Podía ver en la oscuridad de la noche una blanca mesa gótica con sus cuatro sillas. Todo era muy nítido, como si pudiese distinguir cada uno de los pétalos de las flores, cada hoja, cada sonido… pero no tenía sensibilidad en la piel. No sentía ni el frío, ni el calor, ni el aire.
   Pude distinguir una escalera y muchas puertas a mí alrededor, pero solo una de ellas parecía llamarme. Me encontré de repente en la habitación de Teby. Él dormía, se veía tan lindo e indefenso. Mi espíritu lo amaba.
   El piso de su cuarto era de madera y junto a la ventana él había dibujado en tiza un pentagrama. En una hoja pintada con sangre, con su sangre, distinguí el mismo pentagrama junto con otros símbolos que yo desconocía. No eran los mismos símbolos de protección que yo había utilizado. Supuse que él quería acercar a las banshees y no alejarlas. Sentía que  ellas estaban cerca de nosotros y junto a estas,  la muerte estaría acechando.
   No podía permitir que nos pasase algo sólo por la soberbia de Teby. Lo protegería, las alejaría de él. Me acerqué a Esteban. Ya comenzaba a escucharlas.  Miles de desgarradores lamentos cortaban el silencio de la noche.
   Sentí que la energía del universo era parte de mi ser. Extendí mis etéreos brazos, si eso es lo que eran y una esfera plateada comenzó a expandirse. Rodeándonos a él, a mí y a la habitación completa. El pentagrama dibujado se desvaneció. La hoja de papel comenzó a quemarse mientras que por la cortina de la puerta distinguí contornos femeninos que se proponían entrar.
   Afortunadamente,  eran vanos sus intentos. Teby dormía. No se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. Poco a poco, los lamentos se hicieron cada vez más tenues, ya no regresarían, por lo menos durante esa noche.
   Los pentagramas habían sido destruidos y él descartaría ese método, que evidentemente era efectivo para atraerlas. Me sentí débil y al bajar mis brazos, la esfera de energía se desvaneció. Nunca supe por qué seguí ese impulso, pero obviamente, yo era parte de un todo cósmico.
   Cada segundo que pasaba me sentía más débil y cansada. La cuerda de  plata que salía de mi cuerpo astral y se unía a mi pecho real estaba desapareciendo.
   De pronto, todo se desvaneció y me encontré nuevamente en mi habitación. Sólo un hilo de plata me unía a mi cuerpo.  El blanquísimo rostro de un majestuoso ángel negro  tornó su mirada desde mi cuerpo hacia mi espíritu. Sus ojos blancos helaron mi interior. El ángel miró el hilo de plata.
   De pronto, me incorporé y abrí los ojos.  Yo estaba en mi cuerpo nuevamente. Sola en mi habitación. El ángel se había marchado. Me preguntaba si sería la muerte quien estuvo junto a mí, tal vez esperando que el hilo de plata se cortase, para de esa manera separarme completamente de mi cuerpo material.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 7 de septiembre de 2018

EL PODER OCULTO CAP 21

          CAPÍTULO 21: LA LLAMADA INESPERADA
   Una vez en casa, recurrí a mi grimorio y busqué en él la palabra "péndulo". Realmente, me intrigaba saber por qué mi abuela no lo utilizaba como elemento adivinatorio. En unas páginas escritas por su madre, encontré la respuesta. Ella explicaba que el péndulo es solamente un medio para canalizar la propia energía adivinatoria y que es tan útil como cualquier otro método de adivinación, si es que el poder de la percepción esta en su poseedor.
   Ella le aconsejaba con ternura a mi abuela, que antes de creer en sus respuestas, probara de alguna forma, si éste le resultaba el medio más adecuado para canalizar su poder. Ahora, comprendía que seguramente mi abuela optaba por otros métodos más afines a ella. También, le comentaba, que algunos lo utilizaban para canalizar la energía sanadora y que otros lo empleaban para encontrar agua o metales preciosos. Yo comprendí, que simplemente era un instrumento que nos rebela nuestra propia intuición. Me dispuse a probarlo y  a probarme.
    Tomé un mazo de cartas muy viejo que mi padre utilizaba para jugar al solitario. Separé las copas y los bastos. Los mezclé y me dispuse a tratar de adivinar preguntándole al péndulo. Yo preguntaría: ¿Es copa esta carta? El péndulo respondería girando afirmativa o negativamente y haría una estadística de los aciertos y de las fallas.
   Comencé la prueba de mi percepción extrasensorial. Con las primeras siete cartas las respuestas del péndulo fueron las correctas, pero la octava no lo fue. Hasta la quinceava carta, nuevamente fueron acertadas, la siguiente errónea y las siguientes fueron todas correctas, sin incluir la última. Había acertado veintiún veces y fallado sólo tres. Me parecía bastante aceptable para utilizarlo, pero aún así, cabía la posibilidad de que se equivocase. Ganándole a mi propio orgullo interno, interrogué:
   —¿Sabré hoy algo de Esteban?
    El péndulo empezó a temblar y luego giró en sentido afirmativo. Sonreí, pero sentía que acababa de mentirme. En ese momento, me sobresalté al oír el timbre del teléfono.
   Contesté. Era la persona a la que más necesitaba oír en todo este último tiempo, pero por alguna razón, no experimenté felicidad al escuchar su voz. Por un instante mi corazón dejó de latir. Recordé mi sueño. ¿Él haría que mi corazón se convirtiese en piedra? o ¿sobrevendría el pacto de sangre?
   —Tamy, necesito verte… algo me estuvo pasando estos últimos días.
   Pensé con ingenuidad que se había dado cuenta de cuanto me quería y necesitaba, pero en realidad, creo que sólo me necesitaba.
   —Bueno, está  bien. Vení a buscarme, si te parece.
   Me respondió con mucha frialdad en su voz:
   —Ahora voy.
   Colgó, sin decir ni siquiera adiós.
   Unos minutos después, lo escuché tocar el timbre. Al abrir lo encontré de pié, mucho más pálido y delgado que la última vez que lo había visto. Sus ojos estaban enrojecidos, como si hubiese llorado. Debajo de ellos, se dibujaban unas finísimas líneas color violeta. Tenía los nudillos sangrando y en su brazo izquierdo, se distinguían finos cortes. Sentí muchísimo dolor al verlo. Por un instante me invadió la culpa por no haber estado a su lado para protegerlo de aquello que lo había herido. Más aún, porque yo me sentía muy fuerte. A mí algo me había atacado y había podido controlarlo yo sola. Los signos que había dibujado y los encantamientos que había hecho, no permitieron que las sombras nos hicieran daño ni a mis padres ni a mí.
   — ¿Quién te hizo eso?
   Evitando mi mirada respondió:
   —No fue nadie…
   —¿Por qué te hiciste eso?
   Sentí que se me cerraba la garganta. Me preguntaba, por qué estaría tan atormentado y optaba por autoflagelarse. Me miró. Podía ver el miedo reflejado en sus ojos.
   —Ya no importa… —dijo y volvió a bajar la mirada—. ¿Puedo pasar? —preguntó con voz seca.
   —Claro —me apresuré a contestar y lo invité a sentarse. Así lo hicimos ambos.
   Una vez en el sillón comenzó a hablar.
   —Necesito decírtelo. Frecuentemente, escucho y veo muchas banshees cerca de mí.
   Sentí que mi mundo se derrumbaba. Luchaba por que se fuese de mi mente el profundo temor de perder a Teby para siempre. Por un momento, imaginé que su aliento se tornaba helado. ¿Por qué lo seguían las banshees, esos diabólicos espíritus que se alimentan del miedo a la muerte? Hasta donde yo sabía, el llanto de una banshee era presagio de muerte, pero él sentía muchas a su alrededor. ¿Podría ser un augurio incluso peor que la muerte?
   Lo abracé intentando protegerlo y en ese momento, un grito proveniente de la nada nos estremeció a ambos y nuestro abrazo se hizo aún más estrecho.
   Le comenté asustada:
   —A mí también me pasaron muchas cosas extrañas desde la última vez que te vi. ¿Quién nos puede estar haciendo ésto?
   —No es a vos. Creo que es sólo a mí a quien buscan. Aunque ahora ya no sé realmente si no te buscan también. Hace ya mucho tiempo que escucho el lamento de las banshees. Sé que las escuchaste, aunque sólo un par de veces. Antes de conocerte, soñé varias veces con un grupo oscuro que intentaba dominarlas. Para dominar el destino, supongo. En ese momento pensaba que eran sólo sueños, pero sobrevino aquel en el cual se me revelaba el paradero de mi grimorio y entonces comprendí que algo o que alguien manipulaba mis sueños. Cuando vos escuchaste la banshee, la noche en que nos conocimos, yo pensé que me podrías ser de utilidad. Debo confesar que me acerqué a vos para sacarte información, pero después…
   Nos invadió un incomodo silencio, luego continuó:
   —Pese a que yo escuchaba a las banshees, aunque no tan cerca como ahora y tenía la certeza de que alguien las quería controlar, llegué a pensar que a mí no me podían hacer daño… Podía escucharlas. Sabía lo que hacían, pero por alguna extraña razón, no se acercaban a mí. Tuve la soberbia y negligente idea de sentirme casi inmortal. Por un momento, pensé en atraerlas para…estudiarlas. Por otro lado, el grupo que pretendería controlarlas, ¿por qué querría destruirme o evitar mi muerte? Acaso, ¿soy alguien importante para esas personas que ni siquiera conozco?
   — ¿Estarán relacionados con tu padre? o ¿habrán descubierto nuestra magia a través de los elementales?... Sé que los elementales pueden rebelar nuestra presencia, aunque ignoro cómo.
   Teby me miraba muy serio, como sorprendido por lo que le había dicho. Quizá porque mencioné a su padre, pero creo en realidad, que él nunca había considerado la posibilidad de ser descubierto por magos más poderosos que nosotros.
   Le dije:
   —Vi sombras y algo rompió la cristalería de mi madre. Un ser inmaterial me anunció que era necesario que yo te protegiera. Quizá puedo hacer en tu casa los rituales que hice en esta… o los que hacía mi abuela para alejar a las banshees…
   Me interrumpió.
   —No, no quiero alejarlas. Quiero rastrear de dónde vienen. No creo que las banshees me quieran matar. Al menos, no por ahora… Creo, que están cerca de mí por algún otro motivo y deseo averiguarlo. Tengo más miedo por vos, pero necesito que me ayudes con tus ideas y con lo que puedas averiguar. Por las dudas, no estemos demasiado cerca. A mí no me puede pasar nada, pero a vos… No sé cómo protegerte.
   No podía creer la soberbia y la ingenuidad de sus palabras. ¿Quién se creía que era?  Hasta donde yo sabía, no había nadie capaz de controlar a esos seres y supuse, que si acaso eso era posible no podría hacerlo sólo un aprendiz de mago. Me horrorizaba y a la vez me atraía la siniestra idea de disponer de la muerte. Me sorprendí de mi misma al pensar en eso. ¿En quién me estaba convirtiendo? ¿Se podría utilizar a las banshees para matar, amedrentar e impedir la muerte de aquellos que no queremos que mueran o… de nosotros mismos? Hasta ahora, las banshees y la muerte, eran como sinónimos para mí. Tal vez, él creía poder controlarlas y las ansias de poder, cegaban la evidente verdad. ¿Cómo no se daba cuenta, de que era él y no yo quién estaba en peligro? Aunque muy en el fondo, a mí también me fascinaba la idea de tener ese poder.
   Una pregunta paso por mi mente y aunque era un poco incómoda, no resistí la tentación de formularla.
   —¿Las banshees, no te rondarán… porque primero… —Hice una pausa, reflexionando en lo que diría —... intentaste controlarlas?
    Respondió, sin mostrarse sorprendido:
   —Es obvio, que yo solo no soy capaz de hacer algo así.
   Él nunca dijo que no lo hubiese intentado. Luego agregó:
   —Además, aún no estoy seguro si alguien puede controlarlas realmente. La muerte en sí está relacionada con ellas, pero quizá sólo la anuncian. Puede ser, que lo único que hagan sea alimentarse del miedo que uno siente antes de morir.
   Asentí con la cabeza.
   —¿No crees, que puede significar que tu muerte esté cerca?
   Le  pregunté y él me dedicó su media sonrisa.
   —No te preocupes, no pueden alimentarse de mi miedo a la muerte, porque yo no le tengo miedo a la muerte.
   Comenzaba a molestarme su actitud soberbia.
   —Estoy seguro de que hay un grupo poderoso que de alguna manera ya las controla. Mi padre podría estar involucrado. Él me debe haber inducido los sueños reveladores. Quizá si yo puedo descubrir quién las envía, pueda encontrarlo a él.
   Yo agregué:
   —Si es que hay alguien que las envía.
    Él sonrió sin darme mucha importancia. Se levantó y acariciándome la mejilla dijo:
   —Bueno preciosa, nos vemos.
   Lo acompañé hasta la puerta. Él me besó en el rostro y se alejó acomodándose su flequillo hacia el costado.
   Me quedé en la puerta y observé como se alejaba sin haber hablado absolutamente nada sobre nuestro último encuentro bajo el álamo. Esta vez, el miedo a perderlo por un caprichoso juego de vida y muerte me estremecía. Sabía que él quería controlar ese juego y eso lo cegaba. No podía ver que el peso de semejante poder podría convertirlo en un ser temible.
   Por otro lado, si teníamos la posibilidad de poseer ese don y lo rechazábamos, corríamos el riesgo de que alguien más lo manipulase a su antojo, sin que nosotros podamos oponernos. Cualquier opción podría producir un desbalance en el delicado equilibrio universal. Me preguntaba si yo, al tener ese poder, seguiría siendo yo misma o me sentiría como un dios. ¿Sería posible evitar la muerte? Me convencí a mi misma de que no era posible, pero… ¿y si lo fuese?
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...