viernes, 26 de junio de 2020

Capítulo 4: El lago

Capítulo 4: El lago

   Más allá del paisaje del desierto se alzaban imponentes las montañas. A medida que íbamos acercándonos se iban haciendo más nítidas y nos regalaban detalles. Yo no conocía la nieve y me resultó sorprendente que a pesar de que fuese verano las cumbres y parte de las laderas de los montes estuviesen pincelados de blanco por el hielo. No parecía real sino que era como un cuadro antiguo creado por el mejor de los artistas.  
   Apreté los labios para no manifestar la emoción que me embargó durante aquel pequeño instante. No quería parecer infantil ante los solemnes ojos verdes de mi padre, necesitaba que él me considerase un digno heredero de su poder mágico. En ese momento, hubiera hecho cualquier cosa para impresionarlo. Supongo que el deseo de poder que me invadía me mantenía en cierto modo esclavizado.
   La temperatura descendía poco a poco a medida que la cordillera se iba adueñando del hermoso paisaje. El camino, por su parte, se iba tornando tan sinuoso y lleno de altibajos como la vida misma. Era una belleza que me encandilaba con su magia, pero al mismo tiempo me producía cierta melancolía.
   Lo cierto era que mi antigua vida había muerto ese día y no estaba seguro de lo que me depararía el destino. No volvería a ver a mi madre. Intenté alejar de mi mente los recuerdos de Susana que podrían resquebrajar el muro emocional que evitaba que me destruyese a mí mismo. No era momento para quebrarme. Necesitaba confiar en él.
   Mi padre apartó una mano del volante y palmeó mi hombro por un instante como si pudiera entender por lo que estaba pasando. No puedo decir que me haya hecho sentir mejor, pero comenzó a envolverme una extraña calma. En parte era consciente de que no había vuelta atrás, pero veía mi vida como un espectador en una obra de teatro como si todo aquello perteneciera a una historia ajena. No tenía absolutamente nada por lo que preocuparme, me convenció una voz lejana en mi cabeza y extrañamente le creí.
   Detrás de una curva apareció ante nosotros esplendorosa y distante la ciudad de Bariloche. Bordeaba la ribera occidental del lago Nahuel Huapi que se extendía hacia la infinidad del horizonte y estaba rodeada de bosques y montañas. Las construcciones modernas profanaban la arquitectura casi élfica de cabañas que parecían sacadas de un cuento de hadas. 
   Estacionamos al llegar, frente al puerto. Un viento gélido que me helaba la sangre me azotó implacable en cuanto abandoné el vehículo. Me arrepentí enseguida de haber dejado toda mi ropa de abrigo dentro de la mochila y crucé los brazos sobre mi pecho.
   Mi padre abrió el baúl del auto y sacó una campera de cuero negra que extendió hacia donde yo me encontraba.
   —Creí que podría gustarte. Al menos, evitará que te congeles.
   —Gracias —me limité a responder mientras me la colocaba.
   —Allí está nuestro yate —dijo señalando un pequeño y lujoso barco con letras doradas que rezaban “Salomón III”.
   —¿Tienes un yate? —pregunté sorprendido.
   —Tenemos. Si quieres podrías tomar algunas clases de navegación.
   Me pareció percibir cierto dejo de orgullo en su mirada.
   Mientras navegábamos un pensamiento oscuro surcó mi mente.
   —¿Sigues perteneciendo al aquelarre de mi verdadera madre?
   Por un instante sentí que me temblaban las rodillas.
   —Tranquilo, hijo. Cuando nació tu hermana, ella ya tenía todo lo que quería de mí. No confiaba completamente en mí, pero tampoco le di motivos para que pudiese culparme de nada. Prefirió alejarme de Cristina simplemente para que no tuviese influencia en su educación... Se aseguró de mi silencio, aunque prefiero no hablar de eso. 

   El cielo ocre del anochecer cambiaba poco a poco a un intenso azul oscuro y se veía salpicado por las primeras estrellas. En la distancia pude divisar una isla en la que resaltaba una imponente e iluminada construcción que parecía un palacio romano, perdido en medio del bosque. El hotel de mi padre era tan impresionante que me hizo olvidar casi por completo todo lo que había dejado atrás.

viernes, 19 de junio de 2020

Capítulo 3: Entre llamas

Capítulo 3: Entre llamas

   El constante sonido del motor del auto y el monótono paisaje de la llanura me envolvieron con su calma. Me adormecí. Me encontraba en un extraño limbo transitando entre el sueño y la vigilia. Quizá fuese el calor de mediados de febrero o que las luces ocres del amanecer teñían el cielo con su encanto, pero comencé a sentir que llamas tibias envolvían mi cuerpo. El fuego no me dañaba, era más bien como estar flotando en un mar cálido y sereno, pero había algo inquietante en esa calma.
   La voz de mi padre me devolvió a la realidad.
   —Vamos a cargar combustible en la próxima estación de servicio. ¿Querés bajar a desayunar?
   —Está bien —asentí, mientras me refregaba los ojos.
   Pedimos dos expresos y unas medialunas y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. Si bien me había sentado dándole la espalda al pequeño televisor del local, escuchaba perfectamente la voz de la locutora de un canal de noticias.
   —Suman 162 los muertos confirmados en la tragedia del vuelo de pasajeros 875 con destino a Bariloche. La policía intenta recuperar la caja negra del avión para determinar cuáles fueron las causas del forzado aterrizaje.
   Del otro lado de la mesa, mi padre no pareció perturbado por la información. Habíamos escuchado a las banshees en el aeropuerto y por eso él había cambiado de planes. Estaba claro que sabía lo que iba a pasar. ¿Podríamos haber evitado de alguna forma la muerte de tantas personas inocentes? Estoy seguro de que habíamos cambiado nuestro destino gracias a aquellos presagios. ¿No podríamos haber salvado a alguien más? Me preguntaba si habrían enviado a esos seres para asesinarnos o acaso las banshees habían venido a advertirnos.
   —No podíamos hacer nada por ellos —dijo mi padre en voz muy baja respondiendo a una pregunta que yo no había formulado— terminemos el café, es mejor que lleguemos lo antes posible.
   Decidí que era conveniente no discutir con él, sin embargo creía que si las posibilidades del futuro se nos revelaban, era porque teníamos la oportunidad de cambiarlo. Podríamos haber llamado al aeropuerto desde un teléfono público y haber advertido sobre una amenaza de bomba. Quizá de esa forma ninguna vida se hubiese extinguido.
      Debo reconocer que, por otra parte, me sentía aliviado de no haber abordado ese vuelo. Puedo parecer egoísta, pero aquella tragedia me hizo apreciar un poco más mi propia vida.
   El sol se alzaba en el cielo cuando volvimos a la ruta. Lamentaba no haber llevado conmigo algún libro para leer, pues el paisaje del desierto era monótono y aburrido. Mi padre, por su parte, no había resultado una persona muy conversadora. Yo intentaba no pensar en las 162 personas que según creía en ese momento, habían muerto en mi lugar.
   —¿Es posible aprender a controlar a las banshees? —pregunté sin rodeos.
   —Las banshees son seres oscuros, aún más poderosos que los espíritus elementales. Considero que toda criatura, ya sea viva o espiritual, puede ser sometida de alguna forma. Sin embargo, dudo de que haya alguien con el poder como para controlarlas completamente. Aun si existiera, correría el riesgo de que aquellas traicioneras criaturas se volviesen contra él o incluso que terminase siendo una más de ellas.

   Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Había leído en mi grimorio y escuchado de mi mentor que si un hechicero muere en manos de una banshee, se convierte en una de ellas y queda esclavizado por el ángel negro durante toda la eternidad. Dominarlas significaría burlar a la mismísima muerte.

viernes, 12 de junio de 2020

Capítulo 2: Presagios de muerte

   Ningún lazo de sangre me unía a Susana, pero era ella quien me había cuidado durante más de quince años y sé que hubiese dado su vida por mí. Había renunciado al amor de mi padre e incluso se había apartado del poder y de la magia solo para protegerme. Yo le había pagado con un conjuro que eliminó sus recuerdos e hizo que terminase en el hospital con la mente fragmentada. Al menos eso creía en ese momento.
   Resumiendo los hechos de ese modo, parezco un monstruo, pero creo conveniente aclarar que tuve buenas razones para hacerle algo así a la persona que más me quería. Si hubiese tenido tiempo o hubiese previsto lo que ocurriría, quizá podría haber encontrado otro modo de evitar que ella me separase de Tamara.
    Yo era consciente de que había aprendido muchísimo sobre lo oculto, la magia, y sobre aquel poder que ardía en mi interior. Sin embargo, debo reconocer que la mayoría de mis logros y descubrimientos los conseguí gracias a Tamara. Nos complementábamos con una perfección absoluta. Su belleza y su poder me habían seducido desde el momento en que la conocí. Me sentía más fuerte a su lado y a la vez sabía que era mi único punto débil. Eso había quedado claro.
Susana había descubierto que poseíamos el conocimiento mágico, y por miedo a que pudiesen rastrearnos a través de los vestigios que dejábamos en el mundo espiritual, intentó separarme de mi compañera y apartarnos a ambos de la magia. La detuvimos, pero las consecuencias para ella fueron graves. Ya nunca volvería a ser la misma.
   Mi padre habló mientras abría la puerta de un lujoso auto negro:
   —No te preocupes por Susana. Tramité su traslado a una clínica mental en donde estará muy cómoda. En pocos días te habrá olvidado. Lo siento, pero lo mejor será que no vuelvas a tener contacto con ella durante algún tiempo.
   Demoré en bordear el vehículo antes de subir. Necesitaba esos segundos para asimilar todo lo que estaba ocurriendo. En ese momento solo fui consciente a medias de que no volvería a ver a mi madre.
   Una  vez dentro del auto mi mente volvió a sentirse embotada. Era muy factible que él estuviese utilizando cierto tipo de poder para controlar mis emociones. Aunque quizá fuese yo mismo el que se estaba congelando por dentro. De cualquier forma, agradecía ese estado de confusión pues evitaba que una profunda melancolía se apoderase de mi ser.
   —Supe en cuanto me dijeron lo que sucedió con Susana que alguien muy poderoso había manipulado sus recuerdos. Es obvio que de esa forma querían evitar que pudiese protegerte.
Pude ver como su mandíbula se tensaba. Estaba claro que aún la quería.
—Si yo hubiera estado aquí, no hubiese permitido que le hicieran daño. Quizá no lo sepas, pero no podía arriesgarme a que te rastrearan por mi culpa —dijo, y negó con la cabeza. Parecía estar tratando de convencerse a sí mismo de haber actuado correctamente a lo largo de tantos años.
   Experimenté una sensación ambigua entre alivio y culpa. Él pensaba que aquellos que me creían muerto venían por mí y habían atacado a Susana. Quizás aún no sabían de mi existencia, pues yo había lanzado el hechizo. Consideré por un instante confesar, pero descarté la idea enseguida. Me llevaría mi oscuro secreto a la tumba. Solo esperaba que Tamara tampoco rompiese su silencio.    
   Maldije para mis adentros. Quizás aún no sabían de mi existencia, pero estaba claro que sabían de Tamara. La pequeña Crisy, mi hermana, la única heredera del aquelarre oscuro controlado por mi madre biológica, había entrado en los sueños de mi compañera.
   Tenía que hablarle sobre Tamara. Estaba en peligro, y en ese momento, la única persona que yo creía capaz de ayudarla era aquel hombre que decía ser mi padre. Fui consciente por una fracción de segundo de que si era un impostor, estábamos completamente perdidos, podía sentir su inmenso poder.
   —Tengo una amiga —dije, aunque llamarla así era simplificar demasiado la situación, pero aún no le habíamos puesto título a nuestra relación.
   Hice una pausa tratando de encontrar las palabras para explicarle que no podía desaparecer sin más. Ella podía estar en peligro, pero sobre todo temía no volver a verla. Fue como si mi padre pudiese leer mi mente, pero su reacción me hizo sospechar que había estado más presente en mi vida de lo que yo creía.
   —Lo sé, lo sé, te refieres a la pequeña hechicera. No te preocupes. Nos encontraremos con ella y con su familia en nuestro hotel de Bariloche. En este momento sus padres deberían estar firmando un contrato con uno de mis socios. Organicé todo hace algún tiempo, en caso de que algo semejante sucediese.
   —¿Un hotel? —atiné a preguntar, a pesar de que absolutamente todo lo que estaba sucediendo me desconcertaba.
   No sabía casi nada sobre aquel hombre que me había abandonado argumentando que era para salvar mi vida. No dudaba que mi padre, junto con Susana y la abuela de Tamara, habían ideado un plan para que yo no fuese sacrificado poco después de haber nacido. Esto se le había revelado en sueños a Tamara y yo confiaba en su percepción.
   —Creo que te debo unas cuantas explicaciones. Mi verdadero nombre es Andrés Rochi. Soy propietario de algunos hoteles en Argentina, pero principalmente tengo negocios en Europa. Si no estuve presente, no fue porque no quisiese, la única forma de salvar tu vida era no tener ninguna vinculación directa con vos ni con Susana. Junto con algunos aliados fingimos tu asesinato. Así lo exigían los rituales de la familia de Amaia, tu verdadera madre, quien era la líder del grupo al que pertenecíamos en ese momento. El objetivo no era solo para incrementar el poder de tu madre, sino que después de semejante crimen, una traición a su grupo significaría que la justicia caería sobre nosotros. Sus costumbres son bárbaras. Por suerte, te pude poner a salvo —dijo, hablando despacio y dándome tiempo para procesar cada palabra.
   —¿Tengo una hermana llamada Crisy, verdad? —pregunté.
   —Así es. ¿Cómo supiste?
   Creí distinguir un destello de orgullo en sus ojos verdes.
   —Mi compañera, Tamara, visualizó el pasado a través de un conjuro y se comunicó con Crisy por medio de sus sueños.
   —Veo que la pequeña hechicera está ganando mucho poder y no me sorprende que, pese a su corta edad, Cristina, es decir Crisy, ya sea muy poderosa. Con un poco de suerte su alma no estará tan corrompida como la de Amaia. Ah, me olvidaba, tus nuevos documentos están en la guantera —dijo y abrió el pequeño compartimiento del que yo tomé un sobre color hueso con papeles dentro.
   Mi padre no mentía cuando dijo que había planeado todo con antelación. Observé mi nuevo DNI, seguiría llamándome Esteban, pero mi nuevo apellido era Rochi y mi fecha de nacimiento era otra. Me llamó la atención que ahora tenía diecisiete años. También me habían falsificado una licencia de conducir y el título del secundario. De más está decir que no había sostenido un volante en toda mi vida y que se suponía que había cursado mis estudios en un prestigioso colegio del sur de España.
   —Será más sencillo así. Va a ser mejor que emplees tu tiempo en estudiar cosas que realmente puedan serte útiles. Cuando estés listo, tramitaré tu inscripción para que estudies una carrera en alguna universidad a distancia. Por lo pronto, estaremos algún tiempo viviendo en uno de mis hoteles, el que está en la isla del lago Nahuel Huapi. Si nos rodeamos de agua será más difícil que alguien pueda rastrearnos.
   No dije nada. Nunca había sido demasiado conversador y me sentía abrumado por todo lo que estaba sucediendo. Parecía un sueño. No estaba seguro de cómo debía sentirme al respecto. La posibilidad de que mi padre apareciera de la nada y que resultara ser un millonario excéntrico nunca había pasado por mi mente. Por otro lado, me asustaba que un grupo lo suficientemente peligroso como para aterrorizar personas tan poderosas como él quisiera verme muerto. Intenté bloquear cualquier pensamiento relacionado con Susana. Me dolía lo que le había hecho, pero lo que más me preocupaba era que él lo descubriese.
   No hablamos demasiado durante el resto del viaje hacia el aeropuerto donde se suponía que abordaríamos el avión que nos llevaría a Río Negro. Durante el trayecto utilicé toda mi concentración para bloquear aquellos recuerdos que quería evitar que fuesen revelados. Lo había hecho antes, pero nunca me había sentido tan presionado por lograrlo como en ese momento. Construir barreras negras alrededor de pensamientos evitando vislumbrarlos no era tarea sencilla. Requería que me concentrase en momentos previos y posteriores y que agregase detalles que no habían sucedido, pero debían parecer reales.
   Al llegar, mi padre estacionó y bajamos del auto. Cuando cerré la puerta escuché cientos de gritos que hicieron que la sangre se me helase. Conocía muy bien ese sonido. Eran los lamentos provenientes de banshees, aquellos despreciables seres que presagian la muerte. No era la primera vez que las escuchaba, había intentado alejarlas e incluso controlarlas. Yo no era el único con las ansias de controlar la vida y la muerte. Sabía que con los conocimientos que tenía en ese momento lo más sensato era intentar perderlas nuevamente, pues era una batalla que no podía ganar. Alguien o algo más fuerte que yo las movía al son de su poder.
   —Cambiemos de planes, Esteban, iremos en auto. Será más seguro puesto que lo consagré con el poder de la sangre.
   Volvimos a entrar al vehículo y partimos a gran velocidad, pero procurando no captar la atención de los radares.
   Mi padre sacó un celular de su bolsillo y marcó un número. 

   —No nos esperes hoy. Llegaremos mañana —dijo y cerró la tapita del teléfono con agilidad y arrojó el aparato por la ventana. Pude ver por el espejo retrovisor como rodaba y se destruía contra el pavimento.

viernes, 5 de junio de 2020

Capítulo 1: Presencia oscura

El poder oculto II   
Magia y sangre
Alejandra Abraham

   Capítulo 1: Presencia oscura

   Aquel martes derribaron mi puerta. Escuché un fuerte estruendo. Luego un silencio extinguió hasta los más mínimos sonidos de la noche y se apoderó de la habitación. No estoy seguro de cuánto tiempo pasó exactamente, podría haber transcurrido una fracción de segundo o quizá minutos enteros.
   Recuerdo que permanecí muy quieto. Estaba paralizado en mi silla y al mismo tiempo era consciente de todo lo que sucedía en la habitación. La lámpara oscilaba lentamente sobre mi cabeza como si estuviese siendo movida por una brisa inexistente. El libro que había estado por comenzar a leer permanecía sobre el escritorio de la tienda, aún cerrado, a su lado el vapor del té que no había tenido la oportunidad de probar, se elevaba. Podía percibir eso y mucho más a pesar de tener la vista fija en la silueta de aquel hombre que irrumpió en mitad de la noche en nuestro negocio cerrado.
   A pesar de que nunca lo había visto, sabía quién era, incluso antes de que hubiera ingresado en el recinto. No estoy seguro de poder describir solo con palabras las múltiples sensaciones que experimenté. Fue como un presentimiento, pero mucho más intenso. Como si lo hubiese soñado, pero sin haberme quedado dormido. Como el recuerdo de un acontecimiento que no había presenciado.
   El aire se había vuelto denso, casi tangible. Podía sentir un gran poder emanando de aquel hombre. No puedo explicar cómo lo percibía, pero lo sentía en mi interior y hacía que se me helara la sangre. La misma sangre que me unía a él.
   Avanzó hacia mí durante el tiempo que tarda el corazón en latir siete veces y se detuvo al otro lado del escritorio. Un aura de poder y oscuridad envolvía su cuerpo. No es que estuviesen muy entrenados mis ojos para verlo, pero cualquiera con una pizca de conocimiento en lo oculto lo hubiera percibido.
   Podría mentir y decir que me sentí emocionado de conocer a mi padre después de toda una vida sin él o que me sentí invadido por la ira, puesto que cuando nací me había dejado con una mujer que no era mi madre . Aunque lo cierto es que no sentí nada más que un embotamiento extraño que me hacía permanecer atento a todo y a la vez me mantenía como hipnotizado. A decir verdad, no puedo descartar que lo hubiese estado, porque accedí a todo lo que me dijo sin cuestionar nada. Le creí. En ese momento necesitaba creer en algo.
   Es extraño que a pesar de haber sido uno de los momentos más importantes de mi vida, no recuerdo con exactitud lo que dijo. Pero puedo asegurar que cuando escuché su voz, sentí que mi respiración se detenía durante un instante. Sus palabras denotaban una fuerza y una seguridad que ninguna otra persona en una situación semejante hubiera logrado conseguir. Puedo asegurar que cuando mi padre hablaba, podía llegar a convencer a cualquiera de saltar hacia un abismo sin tener la oportunidad de pensarlo durante un instante.
   En resumidas cuentas, me dijo que era mi padre, lo que extrañamente no me sorprendió. Luego, me pidió o más bien me exigió, que lo acompañase a su auto para nunca más regresar. Ni siquiera se me ocurrió cuestionar su oferta. Me dijo que mi madre, no Susana, sino mi verdadera madre, había descubierto la verdad. Sabía que no me habían sacrificado después de haber nacido como él le había prometido y que estaba cerca de saber dónde encontrarme. En definitiva, si no me iba en ese momento con él, no viviría demasiado.
   Me indicó que no debía empacar más que lo justo y necesario, ya que teníamos poco tiempo. Creo que es más doloroso el recuerdo de haber abandonado el hogar que me vio crecer que el haberlo hecho realmente. Como dije, me sentía embotado, y así comencé a moverme como un autómata.
   Atravesamos el umbral de la puerta que daba al patio de mi casa, lo cruzamos iluminados solo por los tenues rayos de la luna y entramos en mi habitación. Encendí la luz y tomé una mochila en la que comencé a guardar algo de ropa. No me fijé demasiado en qué prendas elegía, pero estoy seguro de que eran del color de la noche al igual que casi todo mi guardarropa. Tomé el poco dinero que tenía ahorrado y lo guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón.
   Estábamos a punto de abandonar la habitación cuando recordé que estaba olvidando el único objeto material que era valioso para mí. Ante los ojos asombrados de mi padre, levanté una tabla de madera floja del piso y tomé mi Grimorio, compuesto por un montón de hojas sueltas escritas por mi abuelo, por sus antecesores e incluso por mí. Era una recopilación de hechizos y consejos útiles. Lo guardé con delicadeza y cerré mi mochila. Ahora sí, estaba listo para irme, aunque era apenas consciente de lo que aquello implicaría.  
   Nuestros pasos nos guiaron a la calle. Cuando cerré con llave por última vez, la realidad cayó sobre mí con un peso que casi hizo que se me doblaran las rodillas. Con vergüenza por no haber reparado en ella antes, pregunté:

   —¿Qué pasará con mi madre? Con Susana, quiero decir. 

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...