martes, 9 de julio de 2019

FUEGO FATUO

                                         FUEGO FATUO
    La lluvia borraba mis pasos mientras me alejaba corriendo lo más rápido posible en dirección al bosque, alejándome del lago, alejándome de aquella luz pálida. Me adentré en la espesura ignorando los rasguños que las ramas desnudas de los árboles me hacían en la piel y la lluvia helada que empañaba mis anteojos.
   Corrí durante lo que me parecieron horas. Cuando ya no pude más me detuve en busca de aire y sólo entonces reparé en el ardor que sentía en la garganta y en los fuertes calambres que recorrían mis piernas. Un paneo rápido a mi alrededor fue suficiente para descubrir que me hallaba completamente perdido. Me había ganado el miedo y al huir no había tomado la precaución de seguir el sendero. Al menos estaba con vida, por ahora. Dudaba que Dustin y Alec corrieran con la misma suerte. La esfera luminosa que había salido del lago se los había tragado.
   En mis dieciocho años de vida jamás había visto algo así y estoy seguro de que mis amigos tampoco. Tenía cierta semejanza a una medusa gigante, pero era más brillante, más letal. A pesar de mis súplicas ellos habían corrido por el muellepara ver más de cerca la luz pálida que había emergido del centro del lago y comenzaba a levitar en nuestra dirección. Se movía cada vez más rápido. Me habían llamado cobarde, pero si no hubiera sido precavido esa cosa también me habría absorbido.
    En ese instante fui completamente consciente de lo que había sucedido. Se me hizo un nudo en la garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas. Mis mejores amigos, mis únicos amigos en todo el mundo se habían ido para siempre, habían sido devorados por aquel luminoso ser.
   Abrumado por la pena, el miedo y el cansancio me dejé caer sobre la tierra húmeda apoyando mi espalda contra un árbol centenario. La lluvia menguaba poco a poco, pero la oscuridad y el frío me envolvían por completo.
   Me preguntaba cómo le diría a los padres de Dustin y a la madre de Alec lo que había ocurrido. Me preguntaba si saldría alguna vez del bosque para poder contarlo. Aunque las ideas que surcaban mi mente resultaban cada vez más pesimistas me fui quedando dormido.
   Soñé con mi muerte y con la de mis amigos y soñé con aquella luz que me había quitado todo.
   Una luz brillante sobre mis ojos hizo que me incorpore de un salto. Esperaba lo peor, pero estaba dispuesto a enfrentarme con uñas y dientes a esa cosa y a luchar por mi vida. Suspiré aliviado al notar que era la luz de una linterna. La policía me había encontrado.
   Supuse que me darían una frazada y alguna bebida caliente antes de preguntarme qué había ocurrido. Seguramente, mis padres me estarían esperando en la carretera muy preocupados al no saber de mí. Sin embargo, nada de eso sucedió. En vez de envolverme con una manta me colocaron unas esposas heladas y me arrestaron por el cargo de asesinato doble. Habían encontrado los cuerpos de mis amigos en la orilla del lago junto a mi mochila y yo había huído.
   Ni la policía, ni el juez, ni el jurado, ni la familia de mis amigos, ni siquiera la mía creyó nunca mi historia. Me dieron una condena de cuarenta años. Salí en veinte por buena conducta pero la padecí como si hubiese sido de ochenta. Aquel anochecer espectral perdí a mis amigos, a mi familia, mi libertad, mi juventud, toda mi vida por culpa de aquella luz.
  Tras recuperar mi libertad regresé muchas veces a aquella playa. Quería demostrarles a todos que mi historia era cierta, quería probarme a mí mismo que no me había vuelto loco, pero jamás la volví a ver.
  Un anciano me contó una vez una leyenda que circulaba por la zona. Algunos la llamaban “luz mala”, otros “fuego fatuo”. Decían que aquello jamás aparece dos veces en un mismo sitio y que si alguien tiene la mala fortuna de encontrarselo debe  huir lo más rápido que pueda o de lo contrario no vivirá para contar la historia. Puedo dar fe de aquellas palabras. Aunque nunca pude estar seguro si aquella leyenda probaba mi historia o si por el contrario fui yo mismo quien la comenzó.
         

   ALEJANDRA ABRAHAM

jueves, 4 de julio de 2019

ABISMO

                                                                     
    Una parte de mí no quería que aquello sucediese. Di un pequeño paso y luego otro. Podía sentir el viento frío sobre mi rostro, como si intentase detenerme, como si a alguna parte del universo le importara. Pensé para mis adentros que era una tontería, no podía ser más que un juego de mi mente, no podía ser más que el miedo hablando.
   Me mordí el labio y respiré profundamente. Me detuve en el borde y miré hacia abajo. Podía ver las copas cobrizas de los árboles de otoño muchos metros por debajo de donde me encontraba. Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar retroceder. Tratando de ignorar la sensación de vértigo que me oprimía el pecho volví a mirar, está vez me concentré en las personas. Eran demasiadas. Hubiera preferido que no hubiese habido nadie en los alrededores. Era algo que prefería hacer en soledad.
   Allí abajo todos continuaban con sus vidas, todos parecían saber a dónde iban ya sea caminando en soledad o acompañados por otros. Tenían la vista fija hacia adelante o bien la mirada perdida en sus celulares. Nadie reparó en mí.
   Sentí una gota de sudor recorrer mi frente a pesar del frío que hacía y de que estaba temblando. Me acerqué un poco más. Mi corazón amenazaba con escaparse de mi pecho. Tenía la mitad de mis pies en el vacío. Un movimiento en falso y perdería el equilibrio. Mantuve esa posición durante unos largos segundos jugando con la idea de que fuese el destino quien balancease mi equilibro.
   No tardé mucho en descubrir que si no me movía me quedaría congelada en esa posición eternamente. Sin embargo el tiempo seguía avanzando para los demás, la gente seguía caminando y yo, en el fondo sabía que no podría quedarme así para siempre. Yo era la única que podía tomar la decisión. Solo yo podía dar el salto.
   Un arrebato de osadía hizo que me inclinara hacia adelante. El suelo desapareció bajo mis pies y me precipité a toda velocidad hacia el pavimento. Comencé a gritar tan fuerte que dolía. El viento helado me hacía entrecerrar los ojos, pero pese al miedo que sentía me obligué a mantenerlos abiertos. A mi alrededor las cosas pasaban a gran velocidad, no, era yo quien caía a una enorme velocidad.
   El terror me ganó a último momento y cerré los ojos justo cuando estaba quizás a un metro del suelo. Mi corazón dio un salto. Sentí como mi cuerpo rebotaba en el aire y luego comencé oscilar. Abrí los ojos. Me sentía como un péndulo. Noté que algunas personas habían reparado en mí. Me sonrojé, quizás había gritado demasiado fuerte, pero era la primera vez que me arrojaba en salto bungee.  
Alejandra Daniela Abraham

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...