La lluvia borraba mis pasos mientras me
alejaba corriendo lo más rápido posible en dirección al bosque,
alejándome del lago, alejándome de aquella luz pálida. Me adentré en la
espesura ignorando los rasguños que las ramas desnudas de los árboles me
hacían en la piel y la lluvia helada que empañaba mis anteojos.
Corrí durante lo que me parecieron horas.
Cuando ya no pude más me detuve en busca de aire y sólo entonces reparé
en el ardor que sentía en la garganta y en los fuertes calambres que
recorrían mis piernas. Un paneo rápido a mi alrededor fue suficiente
para descubrir que me hallaba completamente perdido. Me había ganado el
miedo y al huir no había tomado la precaución de seguir el sendero. Al
menos estaba con vida, por ahora. Dudaba que Dustin y Alec corrieran con
la misma suerte. La esfera luminosa que había salido del lago se los
había tragado.
En mis dieciocho años de vida jamás había
visto algo así y estoy seguro de que mis amigos tampoco. Tenía cierta
semejanza a una medusa gigante, pero era más brillante, más letal. A
pesar de mis súplicas ellos habían corrido por el muellepara ver más de
cerca la luz pálida que había emergido del centro del lago y comenzaba a
levitar en nuestra dirección. Se movía cada vez más rápido. Me habían
llamado cobarde, pero si no hubiera sido precavido esa cosa también me
habría absorbido.
En ese instante fui completamente
consciente de lo que había sucedido. Se me hizo un nudo en la garganta y
los ojos se me llenaron de lágrimas. Mis mejores amigos, mis únicos
amigos en todo el mundo se habían ido para siempre, habían sido
devorados por aquel luminoso ser.
Abrumado por la pena, el miedo y el
cansancio me dejé caer sobre la tierra húmeda apoyando mi espalda contra
un árbol centenario. La lluvia menguaba poco a poco, pero la oscuridad y
el frío me envolvían por completo.
Me preguntaba cómo le diría a los padres de
Dustin y a la madre de Alec lo que había ocurrido. Me preguntaba si
saldría alguna vez del bosque para poder contarlo. Aunque las ideas que
surcaban mi mente resultaban cada vez más pesimistas me fui quedando
dormido.
Soñé con mi muerte y con la de mis amigos y soñé con aquella luz que me había quitado todo.
Una luz brillante sobre mis ojos hizo que
me incorpore de un salto. Esperaba lo peor, pero estaba dispuesto a
enfrentarme con uñas y dientes a esa cosa y a luchar por mi vida.
Suspiré aliviado al notar que era la luz de una linterna. La policía me
había encontrado.
Supuse que me darían una frazada y alguna
bebida caliente antes de preguntarme qué había ocurrido. Seguramente,
mis padres me estarían esperando en la carretera muy preocupados al no
saber de mí. Sin embargo, nada de eso sucedió. En vez de envolverme con
una manta me colocaron unas esposas heladas y me arrestaron por el cargo
de asesinato doble. Habían encontrado los cuerpos de mis amigos en la
orilla del lago junto a mi mochila y yo había huído.
Ni la policía, ni el juez, ni el jurado, ni
la familia de mis amigos, ni siquiera la mía creyó nunca mi historia.
Me dieron una condena de cuarenta años. Salí en veinte por buena
conducta pero la padecí como si hubiese sido de ochenta. Aquel anochecer
espectral perdí a mis amigos, a mi familia, mi libertad, mi juventud,
toda mi vida por culpa de aquella luz.
Tras recuperar mi libertad regresé muchas
veces a aquella playa. Quería demostrarles a todos que mi historia era
cierta, quería probarme a mí mismo que no me había vuelto loco, pero
jamás la volví a ver.
Un anciano me contó una vez una leyenda que
circulaba por la zona. Algunos la llamaban “luz mala”, otros “fuego
fatuo”. Decían que aquello jamás aparece dos veces en un mismo sitio y
que si alguien tiene la mala fortuna de encontrarselo debe huir lo más
rápido que pueda o de lo contrario no vivirá para contar la historia.
Puedo dar fe de aquellas palabras. Aunque nunca pude estar seguro si
aquella leyenda probaba mi historia o si por el contrario fui yo mismo
quien la comenzó.
ALEJANDRA ABRAHAM