viernes, 11 de septiembre de 2020

Capítulo 15: Heredera

Capítulo 15: Heredera

   Disfrutaba profundamente de aquellos momentos en los que podía distraerme de los estudios y alejarme de todo el mundo teniendo a Tamara como única compañía. Creo que si no hubiera sido por ella, la presión y la culpa que cargaba sobre mis hombros me hubieran destrozado por completo. 
   Tamara era como un faro que ayudaba a que no me pierda en medio de un mar de tinieblas. Aún así, algunas noches me despertaba gritando o invadido por la pena. Me arrepentía de no haber sabido valorar los momentos que había vivido con mi madre de crianza. En la distancia, aquellos recuerdos se tornaban cada vez más dolorosos. 
    Durante el día me esforzaba en ser el mejor en las distintas materias y disciplinas que me habían asignado. Quería lograr la perfección, a pesar de que nada que existiese podría alcanzar características semejantes. Siempre me había gustado desafiar las leyes que nos atan al mundo material experimentando con lo oculto. 
   Una tarde fría del mes de junio en la que había salido a caminar por la orilla del lago junto a Tamara, una llovizna que pronto se convirtió en aguanieve, frustró nuestro paseo y nos obligó a regresar al hotel. Cuando entramos estábamos empapados y tiritando. Aunque lo más lógico hubiese sido subir a cambiarnos, los actos que cometemos por amor carecen de sensatez y nos quedamos abrazados allí durante un tiempo considerable. Solo nos separamos cuando Ailén se acercó a nosotros con unos toallones blancos con el logo del hotel que tenía el dibujo de una cruz egipcia.
   —Gracias —dijo Tamy algo sonrojada.
   —El  clima está cambiando muy rápido. Eso nunca es buena señal —comentó Ailen observando las gotas de lluvia que se deslizaban por los amplios ventanales y nublaban la vista. 
   —Había sol cuando salimos —comenté envuelto en el toallón.
   Ailén observó a Tamara con un dejo de lo que solo pude interpretar como tristeza. 
   —Pido disculpas por mi indiscreción, pero es que todavía no comprendo qué es lo que está haciendo aquí una chica como vos. 
   —Mis padres consiguieron trabajos mejores que los que tenían en Buenos Aires —explicó mi novia.
   —No, lo que quiero decir es que puedo ver tu aura y es muy blanca y brillante. Quizás crean que estoy loca, pero mi abuelo es chamán —Ailén parecía avergonzada. 
   —¿En serio podés ver el aura? Eso es genial y no creo que estés loca —agregó Tamara emocionada por el cumplido. 
   No me sorprendía en absoluto que Ailén tuviera ciertos poderes. Posiblemente, la habíamos subestimado al creer que ignoraba todo lo que sucedía en el hotel. 
   —Sí. Mi abuelo me  enseñó cuando era pequeña. Si estiran sus manos con los dedos separados y desvían apenas la mirada podrán verla. Varía de persona a persona, pero el color blanco está relacionada con las personas buenas y poderosas. También puede variar según el estado de ánimo y las acciones que tomamos —explicó la recepcionista.
   Tamara inspeccionó sus propias manos intentando ver su aura. Yo en cambio, prefería no saber cómo habían afectado mis malas acciones al color de mi alma y esperaba que Tamara no intentara descifrar mi ser. Era prácticamente intentar violar mi intimidad.
   —Debés haber aprendido mucho de tu abuelo. Sos muy afortunada —dije consiguiendo que Tamara deje de intentar ver más allá de lo visible aunque fuera por algunos momentos. 
   —Sí. Se suponía que yo me convertiría en la nueva chamana de la comunidad, pero él me sugirió o más bien me exigió que buscara un trabajo en el hotel. Dijo que sería más útil aquí, aunque no tengo ni idea de cómo. Me siento rodeada de un montón de oscuridad. Algunos días siento que me gustaría regresar con mi familia. 
   Me debatí internamente sobre decirle o no acerca de la profecía que ella misma había revelado, pero por algún motivo, opté por guardar silencio. Tamara tampoco mencionó lo que yo le había contado.
   Escuché unos pasos provenientes de las escaleras y al girar me encontré con unos ojos lilas que me miraban con curiosidad.
     —¡Ahí estaban! Me preocupaba que se hubieran perdido en la tormenta. ¡Están empapados! Será mejor que vayan a cambiarse si no quieren estar con cuarenta grados mañana. Voy a estar entrenando por si quieren venir más tarde  —dijo Natasha y sin detenerse se dirigió hacia el gimnasio del hotel.
   La joven albina llevaba unas calzas rojas y una polera negra muy ajustada. Si bien el entrenamiento físico formaba parte de nuestro plan de estudios, Natasha parecía disfrutarlo más que nadie. Le gustaba desafiarse a sí misma con rutinas cada vez más intensivas y era la única que había entablado una buena relación con Blas, nuestro entrenador personal. El hombre era un físicoculturista retirado, cuyo pasatiempo favorito parecía ser el de humillar a un grupo de adolescentes a los que llevaba al límite de sus capacidades físicas. Aún me dolía todo el cuerpo por el entrenamiento del día anterior, lo que menos me apetecía era volver al gimnasio en ese momento, pero decidí que era mejor no mostrar debilidad frente a las chicas.
    —Claro, quizás más tarde vayamos  —dije aunque sin mucho entusiasmo. 
   Noté que Tamara estaba tiritando aferrada de mi brazo y agregué:
    —Mejor subamos por algo de ropa seca. 
   Ella asintió con la cabeza. Nos despedimos de Ailén y nos dirigimos al primer piso. Mi habitación estaba unas puertas antes que la de Tamara y nos detuvimos ahí.
    —Me voy a dar un baño y después paso a buscarte, ¿está bien?  —me dijo Tamy.
    —Bueno, princesa  —le di un beso apasionado que le devolvió el color a las mejillas antes de entrar a mi cuarto.
    Me quité rápidamente la ropa mojada y la arrojé en el cesto de la ropa sucia. El personal del hotel se encargaría luego de llevarla a la tintorería y de guardarla en mi armario una vez que estuviera limpia y planchada. Eran muy eficientes. Ya conocían mis gustos y periódicamente mi padre los enviaba a la ciudad de Bariloche a que me trajeran prendas nuevas, libros, útiles escolares y refrigerios. 
   Mientras tomaba un baño reparador pensaba el giro que había dado mi vida en los últimos meses. Me habían instalado una computadora personal y regalado un celular de última generación, a pesar de que la señal y el acceso a internet en la isla no solían funcionar muy bien. Se anticipaban a mis deseos casi sin que tuviera que solicitarlos en la recepción y lo hacían con una eficiencia que rozaba lo paranormal. Poco después de que Tamara y yo formalizáramos nuestra relación en la clase de su padre, alguien había dejado una cajita con condones sobre mi almohada que había guardado en mi billetera y no había tenido oportunidad de usar. Algunas veces me preocupaba de que el personal del hotel e incluso mi padre estuvieran tan pendientes de mí. Aunque lo tenía todo, algunas veces extrañaba el anonimato de no ser nadie, la soledad de ser el chico diferente del barrio y de la escuela e incluso la emoción de conseguir algo nuevo cuando no se tiene demasiado. Quizás, simplemente fuera una persona disconforme por naturaleza. Tal vez, había algo malo en mí que no me permitía disfrutar de los buenos momentos. Algo que me recordaba constantemente que no merecía todas las cosas buenas que me estaban sucediendo.
   Al salir de la ducha envolví mi cintura en un toallón blanco y observé mi silueta en el espejo borroso mientras peinaba mi lacio y negro cabello. Noté que había ganado un poco de masa muscular gracias a los rigurosos entrenamientos a los que Blas me sometía. Quizás no era tan grande como Sebastián o tan ágil como Natasha, pero ya no era el muchachito escuálido y desgarbado que había pisado el hotel por primera vez meses atrás. 
    Alguien llamó a la puerta de mi habitación.

   —En un minuto salgo —dije lo suficientemente alto como para que me escuche la persona en el pasillo. 

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