Una parte de mí no quería que aquello
sucediese. Di un pequeño paso y luego otro. Podía sentir el viento frío
sobre mi rostro, como si intentase detenerme, como si a alguna parte del
universo le importara. Pensé para mis adentros que era una tontería, no
podía ser más que un juego de mi mente, no podía ser más que el miedo
hablando.
Me mordí el labio y respiré profundamente.
Me detuve en el borde y miré hacia abajo. Podía ver las copas cobrizas
de los árboles de otoño muchos metros por debajo de donde me encontraba.
Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar
retroceder. Tratando de ignorar la sensación de vértigo que me oprimía
el pecho volví a mirar, está vez me concentré en las personas. Eran
demasiadas. Hubiera preferido que no hubiese habido nadie en los
alrededores. Era algo que prefería hacer en soledad.
Allí abajo todos continuaban con sus vidas,
todos parecían saber a dónde iban ya sea caminando en soledad o
acompañados por otros. Tenían la vista fija hacia adelante o bien la
mirada perdida en sus celulares. Nadie reparó en mí.
Sentí una gota de sudor recorrer mi frente a
pesar del frío que hacía y de que estaba temblando. Me acerqué un poco
más. Mi corazón amenazaba con escaparse de mi pecho. Tenía la mitad de
mis pies en el vacío. Un movimiento en falso y perdería el equilibrio.
Mantuve esa posición durante unos largos segundos jugando con la idea de
que fuese el destino quien balancease mi equilibro.
No tardé mucho en descubrir que si no me
movía me quedaría congelada en esa posición eternamente. Sin embargo el
tiempo seguía avanzando para los demás, la gente seguía caminando y yo,
en el fondo sabía que no podría quedarme así para siempre. Yo era la
única que podía tomar la decisión. Solo yo podía dar el salto.
Un arrebato de osadía hizo que me inclinara
hacia adelante. El suelo desapareció bajo mis pies y me precipité a
toda velocidad hacia el pavimento. Comencé a gritar tan fuerte que
dolía. El viento helado me hacía entrecerrar los ojos, pero pese al
miedo que sentía me obligué a mantenerlos abiertos. A mi alrededor las
cosas pasaban a gran velocidad, no, era yo quien caía a una enorme
velocidad.
El terror me ganó a último momento y cerré
los ojos justo cuando estaba quizás a un metro del suelo. Mi corazón dio
un salto. Sentí como mi cuerpo rebotaba en el aire y luego comencé
oscilar. Abrí los ojos. Me sentía como un péndulo. Noté que algunas
personas habían reparado en mí. Me sonrojé, quizás había gritado
demasiado fuerte, pero era la primera vez que me arrojaba en salto
bungee.
Alejandra Daniela Abraham
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