viernes, 3 de julio de 2020

Capítulo 5: Detrás del muro

   Capítulo 5: Detrás del muro

   El hotel se alzaba majestuoso e imponente en medio del bosque. Era la única construcción visible en toda la isla. Un sinuoso e iluminado sendero de rocas nos condujo desde el muelle hasta la escalinata de la entrada en donde se alzaban dos grandes columnas de mármol blanco.
   Los amplios portales que daban a la recepción se encontraban abiertos de par en par. Sentí que el lugar me daba la bienvenida. Sería mi hogar durante mucho tiempo, pero lo que no había considerado en ese momento era que también sería mi prisión. Rodeados de agua absolutamente, nada que escapase a la mirada de mi padre podía entrar ni salir de la isla.
   La diferencia de temperatura entre el lujoso hall y el exterior produjo que mi visión se tornara borrosa y que los amplios baldosones negros y blancos se difuminaran bajo mis pies.
   —¿Te encuentras bien? —preguntó mi padre frunciendo el entrecejo.
   Asentí con la cabeza.
   —Sí. El calor hizo que me bajase la presión —dije, restándole importancia a la situación.
   No quería parecer una persona débil ante sus ojos y me obligué a seguir sus pasos de manera firme. En retrospectiva, quizás mi cuerpo intentaba advertirme de alguna manera que tuviese cuidado. No supe interpretar las manifestaciones de mi ser.
   Nos detuvimos frente a un amplio mostrador de madera lustrada. Del otro lado se encontraba de pie una esbelta mujer con cabello oscuro y tez aceitunada.
   —Bienvenido, señor. ¿Cómo estuvo su viaje? —preguntó con cordialidad.
   —Muy bien, Ailén. Te presento a mi hijo, Esteban, quien se quedará a vivir aquí a partir de ahora. Dale la llave de la habitación 308.
   —Un  placer, Esteban —dijo la joven regalándome una encantadora sonrisa.
   La saludé con una inclinación de cabeza.
   —Gracias —agregué aceptando las llaves que Ailén acababa de depositar sobre el mostrador.
   Seguí a mi padre, quien me condujo por unas lujosas escaleras y pasillos alfombrados hasta la que sería mi habitación. Cuando abrí la puerta me quedé absolutamente maravillado. Esperaba que se tratase de un lugar lujoso, dado que todo el lugar estaba pensado para albergar a turistas con un gran poder adquisitivo, pero  mi cuarto era realmente impresionante. No era solo una habitación sino que parecía un amplio monoambiente moderno.
   —Mi habitación es la 217. Si necesitás cualquier cosa, no dudes en pedírmela a mí o a Ailén en recepción. ¿Tienes hambre? —preguntó mi padre.
   —La verdad, no —respondí.
   —Tampoco yo. Creo que iré a descansar un poco. Fue un viaje largo. Si querés ir a comer algo, puedes bajar al restaurante del hotel o bien pedir servicio a la habitación. Si querés que te llenen la heladera o necesitas cualquier cosa del continente, pásale una lista a Ailén y ella enviará a alguien. No te preocupes por el dinero. Mañana te presentaré a tu tutor y a tus compañeros. Es importante que forjes una buena relación con ellos, puesto que ustedes serán los líderes del mañana.
   Alcé una ceja. ¿A qué se refería? Me interrumpió antes de que pudiera formular mi pregunta:
   —Pronto entenderás todo. Estoy demasiado cansado en este momento y es una larga explicación. Ya hablaremos más tarde.
   Dichas esas palabras se marchó de la habitación. Me pregunté a qué tipo de lecciones me enfrentaría. Tenía el presentimiento de que iba a adquirir muchísimo poder. Tan solo esperaba estar  preparado para lo que vendría.
   Me hubiese gustado poder conversar con Tamara y conocer su punto de vista ante toda esa situación tan extraña. Mi padre había dicho que ella y su familia llegarían al hotel tarde o temprano, pero podían pasar días o quizás semanas hasta que aquello sucediese. Me pregunté si podría comunicarme con ella de alguna forma y hacerle saber que estaba bien. Seguramente, mi repentina desaparición la tenía muy preocupada, porque yo le importaba o al menos eso esperaba en el fondo.
       Dejé mi mochila cerrada dentro de un guardarropa y me recosté vestido sobre la cama sin deshacer. Cerré los ojos y me focalicé en visualizar a Tamara. Me concentré en cada detalle de su precioso rostro. Vi sus salvajes bucles dorados, sus grandes y misteriosos ojos negros que me miraban como intentando descifrarme, con cautela y ternura como nunca nadie me había observado, y contemplé aquellos labios rosados con forma de corazón que me hechizaban. Me hacía mucha falta en ese momento. Sentía que estaba renunciado a todo mi pasado y ella era lo único que realmente anhelaba conservar.
   Intenté conectar mi alma con la suya, quería hablarle, quería sentirla de nuevo en mis brazos. No sabía si lograría comunicarme con ella de esa forma, pero valía la pena intentarlo. Imploré en silencio a los Silfos, los elementales del aire, que unieran mi pensamiento con el de ella. Quería asegurarme de que estaba a salvo y quería que supiera que no la había abandonado y que me encontraba bien.
   Su recuerdo me producía cierta melancolía. Junto a Tamara me sentía fuerte y al mismo tiempo vulnerable. Nuestra relación estaba llena de contradicciones. Ella me atraía como un farol atrae a las luciérnagas y al mismo tiempo estaba seguro de que si me envolvía con su llama, acabaría por destruirme. Con ese pensamiento en mi mente me sumergí en un profundo sueño. 
   Me encontraba en una cueva de cristal y rodeado de agua. Una luz tenue y verdosa lo envolvía todo. En el agua a mi alrededor ciertas imágenes se dibujaban para después esfumarse. No podía ver con claridad.
   Reparé en que quizás, al estar en una isla, el agua que me rodeaba limitaba mi poder del mismo modo que me protegía de la magia oscura que quería dañarme. Me sentía atrapado en una lujosa prisión.   
    Algunas imágenes comenzaron a cobrar nitidez a mi izquierda y me concentré en ellas. La silueta de Tamara estaba de pie del otro lado. Los detalles de la imagen no eran claros. Por una fracción de segundo creí que ella había reparado en mi presencia allí, pero comenzó a caminar y tomó lo que parecía ser un libro. Supuse que sería su grimorio.
   —Tamara —intenté decir, pero mi voz salió distorsionada como si estuviese debajo del agua.
   Podía verla aunque no muy claramente, pero ella no me veía a mí. Me sentí poderoso por un momento. Mi magia no era detenida por el agua como la de los demás hechiceros. Sin embargo, ella ignoraba mi presencia allí y de ese modo no podría hacerle saber que me encontraba bien, que estaba a salvo y que pronto volveríamos a estar juntos. Golpeé con frustración el muro que nos separaba y fue como golpear un témpano de hielo. El dolor de mis nudillos se filtró al mundo onírico, pero claro, aquello no era un simple sueño. 
   Mi corazón dio un golpe dentro de mi pecho y experimenté una sensación horrible. Fue como si me salteara un escalón bajando por una escalera. No la había notado hasta ese momento porque había estado concentrado en Tamara y aquella niña se había mantenido muy quieta, agazapada en un rincón de la borrosa habitación de mi compañera.
   —¡Cuidado! —intenté gritar para advertirle, pero volví a fallar.
   Tamara no me escuchaba, pero la criatura giró lentamente hacia mí. Un escalofrío me atravesó el cuerpo. Se puso de pie y su cabello negro y lacio se deslizó sobre sus hombros y sus brazos.
   —¡Dejala en paz! —grité en silencio.
   La pequeña dio un paso y luego otro hacia la dirección en la que yo me encontraba. Se movía con cautela, como si temiera asustarme, aunque ya lo había hecho.
   Barajé la posibilidad de que aquello fuese un demonio o quizás un fantasma, pero lo más probable y no menos aterrador era que se tratara de Cristina, mi hermana menor. Si ella descubría mi ubicación, entonces mi madre biológica podría encontrarme. 
   Contuve la respiración cuando ella caminó al lado de Tamara, quien seguía concentrada en la lectura, pero no se detuvo allí sino que continuó su camino hasta llegar justo al otro lado del cristal. Estaba de pie exactamente frente a mí. Ahora que estaba muy cerca podía ver algunos detalles de su rostro. Sonreía de manera inquietante como si hubiera obtenido lo que quería, encontrarme o quizás haberme separado de Tamara.
   Colocó una mano del otro lado de la barrera de agua y hielo que nos separaba. Pude notar cómo sonreía, aunque no podía escuchar ningún sonido proveniente del otro lado. Me pregunté por qué Tamara no la podía percibir.
   Aquel muro que me aislaba y que al mismo tiempo sentía que me protegía, no resultó ser ningún obstáculo para la niña. Su mano comenzó a atravesar el hielo muy despacio hacia donde yo me encontraba. Iba a atraparme. 
   Imploré en silencio a las ondinas, elementales del agua, que me brindasen su protección, pero ellas siempre acuden al poder y se habían puesto de su lado. Podía sentir su magia. Un aura oscura envolvía su ser.


   Quise alejarme de ella, pero estaba congelado. Estaba perdido. Tenía que hacer algo, lo que fuera. Entonces sucedió lo único que me podía salvar, me obligué a abandonar el mundo onírico y abrí los ojos. Comenzaba a amanecer. 

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