viernes, 24 de julio de 2020

Capítulo 8: Susurros proféticos

Capítulo 8: Susurros proféticos


   Cuando las agujas del reloj antiguo que decoraba la biblioteca se unieron en el doce, mi padre se despidió alegando que tenía una reunión importante. Se marchó sin más preámbulos. Unos instantes después, Sasha se incorporó velozmente y dijo:
   —Muero de hambre. ¿Vamos a almorzar?
   —¿Ahora? Pero, si desayunaste una docena de medialunas vos solo —dijo socarronamente Natasha.
   —Déjalo, seguro que un día de estos va a pegar el estirón —agregó Sebastián, riendo por lo bajo.
   —No son graciosos. Búrlense todo lo que quieran. Después son ustedes los que vienen a rogarme para que les diga los que los silfos susurran. Si no quieren venir, no hay problema —agregó tajante el pelirrojo fingiendo estar enfadado—. ¿Vamos, Esteban?
   Me sorprendió su invitación y dudé por un segundo. Si no aceptaba la oferta, él podría interpretarlo como un rechazo, pero si lo acompañaba, quizás los otros chicos pensarían que estaba escogiendo un bando. Afortunadamente, Natasha resolvió mi dilema:
   —No seas tonto. Vayamos al salón comedor. Después de todo, esta tarde, al parecer, comenzará nuestro “entrenamiento oficial”. 
   Los cuatro salimos de la biblioteca con Sasha encabezando la marcha. Me sentía incómodo por tener que encajar en un grupo de amigos que ya estaba armado. Me preguntaba cuánto tiempo haría que los hermanos conocían a Sebastián y cómo sus destinos se habrían entrelazado. Sospechaba que mi padre tenía algo que ver con esto, pero no era el momento para hacer preguntas. Realmente quería forjar o por lo menos simular una amistad con aquellos jóvenes peculiares, no quería decepcionar a mi padre.
   —¿Cuántos años tenés? —me preguntó Natasha sentándose frente a mí en una mesa para cuatro. 
   —Diecisiete —respondí recordando mi documento falso.
   —Igual que yo —dijo Sebastián antes de que Natasha pudiese responder y agregó señalando a sus amigos—: ella tiene dieciséis y él trece.
   —Parecés más chico —mencionó despreocupado Sasha.
   Empalidecí por un instante, me sentía descubierto porque en realidad tenía quince años.
   —Vos no podés decir eso enano —se burló Natasha y Sebastián sonrió apenas mirando a la joven con cierto dejo de fascinación.
   Una camarera nos alcanzó el menú y se marchó intentando pasar inadvertida. Los platillos que se ofrecían a los comensales estaban escritos en una estilizada letra dorada sobre una hoja negra y plastificada. Sebastián propuso que compartiéramos una pizza y todos estuvimos de acuerdo.
   —¿Saben?, escuché algunas historias sobre nuestro maestro —comentó Sasha.
   Los tres lo miramos expectantes y aunque yo conocía quizás mejor que ninguno al viejo Al, me intrigaba saber qué era lo que sabía el niño.
   Al ver que nadie hacía ningún comentario, Sasha continuó hablando:
   —Dicen que era líder de uno de los trece clanes, pero que Andrés le ofreció tanto dinero que adelantó su jubilación. Ahora, su nieto es el primer líder con menos de veinte años. Maldito afortunado…
   —¿Ariel? —dije en un hilo de voz y me arrepentí enseguida de haberlo hecho.
   —Eso creo. ¿Vos qué sabés? —preguntó Sasha y todos se voltearon a verme.
   —Conocí al viejo Al cuando vivía en Capital y también a su nieto. Eran dueños de algunas de las pocas tiendas de magia que no venden baratijas completamente falsas.
   —¿Podemos confiar en el anciano? —preguntó Sebastián muy serio.
   —No lo creo. No confío en nadie que tenga menos escrúpulos que yo. Sin embargo, creo que podemos aprender mucho de él —dije con sinceridad.
   Aún no sabía qué significaba la presencia de aquel hombre allí. Tampoco estaba seguro si podía confiar en mis nuevos compañeros. Por el momento me seguiría moviendo con cautela. 
   Nos quedamos en silencio en cuanto notamos que la camarera regresaba. Sebastián pidió dos pizzas y una gaseosa grande para compartir. Mientras esperábamos su retorno, continuamos conversando en voz baja. No queríamos atraer la atención de los turistas que se encontraban en mesas cercanas. Teníamos que ser discretos, pues nuestras vidas podían depender de ello. 
   Sin que yo les pidiese ningún tipo de información, me fueron revelando parte de sus vidas. Los padres de Natasha y Sasha eran dueños de varias empresas importantes en Europa y América. Estaban extremadamente agradecidos con mi padre por otorgarles vacantes en su supuesto colegio de alto prestigio para “jóvenes con capacidades extraordinarias”. Eran los primeros de su familia en demostrar habilidades que sobrepasan los límites de la razón. Los miembros de un equipo de profesionales que trabajaban para Andrés Rochi los habían encontrado casi por casualidad. 
   No me sorprendía que aquellos jóvenes fueran extremadamente ricos y poderosos, pero la historia de Sebastián realmente me asombró. Sus padres y el mío habían sido íntimos amigos. Ellos fallecieron en un accidente de autos, después del cual mi propio padre se había hecho cargo de la educación de Sebastián. Estimaba al muchacho como si fuese su propio hijo.
   No pude evitar sentir algo de envidia tras escuchar su historia. Seguramente, Sebastián había sido introducido desde muy pequeño en la sabiduría oculta. Posiblemente ya se había ganado el cariño y el respeto de mi padre, pensé con pesar. El muchacho era carismático, rico y atractivo. Actuaba como si tuviera al mundo entero comiendo de la palma de su mano y reflexioné que quizás así fuese. Temía convertirme en un mero peón de su juego y esperaba poner el tablero a mi favor, llegado el caso.
     Durante el almuerzo presté atención a todo lo que me contaban y me limité a hablar lo menos posible. La vida me había enseñado que nadie presta atención a quienes hablan mucho, pero que si uno se limita a hablar lo necesario, su mensaje es escuchado e incluso respetado. Sin embargo, Natasha parecía empeñada en intentar descifrarme y había algo en su pálido y astuto rostro que me inquietaba. El lila de sus ojos era inquisidor y parecía capaz de penetrar en los confines de mi mente.
   —¿Alguna novia te espera en Capital?
   Natasha había lanzado sin más una pregunta que, aunque parecía simple, era demasiado complicada de responder. Sentía que mis mejillas ardían y las palabras salieron torpemente de mi boca. Me sentí tonto y abochornado, pues no le temía a nada tanto como a dudar de mí mismo, a fallar, a equivocarme.
   —No lo creo.
   —¿Entonces no estás seguro?, ¿puede que quizás sí haya alguien? — Natasha parecía disfrutar atormentándome.
   Me limité a encogerme de hombros y agradecí cuando la conversación dejó de girar en torno a mi vida sentimental. Cuando Sebastián comenzó a hablar sobre cómo había conseguido su carnet de capitán de barco, mi mente abandonó la conversación. Esperaba volver a ver a Tamara, pero sabía que el hotel no era seguro para ella. La presencia del viejo Al era una amenaza certera sobre ella. Su poder oscuro podría acabar con la pureza de su alma. Tamara sería como un rayo de luz en medio de tanta oscuridad. Estaba claro que el grupo que se estaba gestando en la isla estaba formado por seres oscuros que anhelan alcanzar la perfección. Buscábamos el poder para no ser víctimas de él, pero Tamara no pertenecía ahí. Era diferente. Era luz. Era claridad. Yo temía que en medio de las tinieblas pudiese peligrar aquella llama que ardía en su interior.
   Cuando terminamos de comer, la camarera vino a retirar nuestros platos y nos anunció que el señor Aigam nos estaba esperando en la biblioteca. Decidimos ir hacia allí sin perder tiempo, puesto que todos estábamos expectantes ante aquella primera lección. Salimos del salón comedor y comenzamos a cruzar el hall de entrada. En ese preciso momento, Ailén abandonó su puesto de recepcionista y se dirigió rápidamente hasta donde estábamos. El sonido de sus tacones fue lo único que se escuchó durante su trayecto. Algo no estaba bien. Se detuvo frente a mí y colocó sus manos en mis hombros. 
   Sentí como el corazón se me encogía dentro del pecho. Ella me aferraba fuertemente. Esperaba que no le hubiese sucedido nada a mis padres o a Tamara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al buscar sus ojos con la mirada y descubrir que el marrón de su iris había desaparecido por completo. La mujer me miró con los ojos completamente blancos y susurró lo suficientemente fuerte como para que los cuatro podamos oírla:
   —Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada. 
   En cuanto terminó de decir aquella frase, el marrón de sus ojos regresó y la confusión invadió sus facciones indígenas. En cuanto reparó en que aún tenía sus manos sobre mis hombros me soltó sonrojada.
   —¿Necesitaban algo muchachos? —preguntó con timidez.
   Todos negamos con la cabeza. Parecía no recordar absolutamente nada de lo que había sucedido. En cuanto Ailén se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el mostrador, los cuatro nos miramos confundidos. Natasha susurró lo suficientemente bajo como para que la recepcionista no pudiera oírnos:
   —Fue una profecía. Quizás ella no lo sepa, pero sin dudas Andrés debe haber considerado útil tener una vidente trabajando en el hotel.
   Entonces, tuve la certeza de que tiempos oscuros se aproximaban. Quizás no podíamos descifrar el futuro con claridad, pero la promesa de que el mal estaba cerca era evidente. En ese momento, comprendí que algo extremadamente fuerte como para romper las barreras del tiempo estaba por llegar y se estaba anunciando. Un mal que podría alterar la ley natural del mundo.



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