Mi corazón latía a toda velocidad y amenazaba con escaparse de mi pecho. La gente a mi alrededor tropezaba y se empujaba intentando salir de allí lo más rápido posible. El miedo se apoderaba de todos los presentes haciéndonos olvidar cualquier pizca de solidaridad que en circunstancias normales podría haber aparecido ante la escena de los caídos en el pavimento. Aparté la vista con cierto remordimiento al pasar corriendo lo más rápido que mis cansadas piernas me lo permitían junto a una pobre mujer que estaba siendo prácticamente aplastada por la aterrada multitud.
La calle entera se había convertido en
un auténtico caos. Un choque en cadena había dejado como consecuencia un mar de
cristales rotos y una decena de heridos, los conductores que conservaban la
conciencia habían abandonado sus vehículos y se unían ahora a la marea humana
de personas que intentábamos sobrevivir.
Tomé valor y miré sobre mi hombro
derecho. Tenía que darme prisa, ya no era el joven que solía ser y todos me
habían sobrepasado desperdigándose en distintas direcciones, llorando y
gritando con un auténtico terror. No recordaba haber presenciado nada semejante
hasta el momento y mucho menos sentirme tan asustado.
No sabía exactamente a qué clase de
peligro estaba a punto de enfrentarme, pero nada que provocase esa reacción
entre la multitud podía ser bueno. Jamás podría olvidar aquellas expresiones
surcadas por el miedo de quien está a punto de enfrentarse cara a cara con
aquel peligro inminente.
No saber qué era exactamente lo que
estaba sucediendo hacía que me sintiera cada vez más desesperado, especialmente
porque ya todos estaban por lo menos a una cuadra de distancia y me habían
abandonado a mi merced. Me detuve exhausto y mis ojos se llenaron de lágrimas.
Sabía que mi fin estaba cerca y que nadie se detendría a ayudar a un pobre
anciano como yo.
Me preparé para enfrentarme con mis
peores temores y aunque lo que vi no fue exactamente lo que había estado
esperando fue bastante duro. Me sobresalté en un primer instante, cuando giré
sobre mis pasos, pero enseguida reconocí mi imagen en el escaparate de un
negocio. Hecho un mar de lágrimas y con más arrugas de las que recordaba
mis ojos me miraron avergonzados desde el reflejo, otra vez había olvidado
mi esencia y lo que había ido a hacer al mundo de los humanos. Desplegué mis
enormes alas negras y con una agilidad de la que podía estar orgulloso a mi
edad, me dispuse a continuar con mi cacería.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM
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