viernes, 2 de octubre de 2020

Capítulo 18: Telaraña de ilusiones

Capítulo 18: Telaraña de ilusiones

   El primer año que pasé preparándome en el hotel fue uno de los mejores de mi vida. En ese momento no era completamente consciente de que los hilos que mueven el destino podían descifrarse y torcerse a voluntad. Sentía que había aprendido mucho, a pesar de que seguían llenando mi mente con lo que los demás necesitaban que supiera. 
   Mi padre me daba lujos que jamás pensé que podría tener y me ofrecía acceso a todo el conocimiento que yo siempre había deseado poseer. Sin embargo, un eco muy lejano en mi cabeza, al que yo me esforzaba en ignorar, me instaba a preguntarme qué era lo que él pretendía de mí. 
   Las clases con el viejo Al habían adquirido un matiz un poco más práctico luego de nuestra experimentación con la Umbraquinesis. Quizás se debía a que era mejor que utilizáramos nuestra magia supervisados que por nuestra propia cuenta. 
   —Deleitanos con tus ilusiones, pequeña hechicera. Creo que es más que obvio que  ya sabés todo sobre el tema y no necesitás tomar notas —le dijo el viejo Al a Tamara que estaba distraída dibujando en su cuaderno. 
    Ella frunció apenas los labios pero no replicó. Nos miró a cada uno de nosotros y cuando se detuvo en mí, sentí que se me helaba el alma. Se puso de pie, arrancó el dibujo y lo dejó sobre la mesa. Apoyó la yema de su dedo índice sobre la hoja y la acomodó para que todos pudiéramos verla. Había dibujado una tarántula del tamaño de una mano. Reflejaba una exactitud en los detalles que resultaba inquietante. Las sombras producían un efecto tridimensional en la araña. No era solo un efecto artístico, bajo la influencia de la magia de Tamara el dibujo ganó profundidad. Tragué saliva en cuanto el vello de las patas de la araña comenzó a oscilar con una brisa inexistente. Muy despacio, comenzó a caminar, abandonó la hoja y avanzó hacia Natasha. 
    —No me gusta esto —dijo la joven y su voz sonó tensa. 
   —No es real. Solo es magia —añadió Sebastián, poniendo una mano en su hombro. 
   —Se ve demasiado real. ¿Por qué viene hacia mí? —interrogó, cuando la araña se detuvo frente a ella y replegó sus patas traseras dispuesta a saltarle encima.
   Sasha se reía inclinado con los codos apoyados sobre la mesa para ver mejor al ser al que Tamara había dado vida. Por un momento creí que Natasha saldría corriendo. Sin embargo, se defendió desplegando sus poderes de una forma impresionante.
   Natasha sopló, pero en lugar de salir aire de sus labios un viento gélido alcanzó a la araña. La criatura parecía estar luchando contra una tormenta creada solo para ella que la arrastró hacia la hoja en blanco. Una vez allí, el viento cesó y la  araña volvió a ser solo un dibujo. 
   Todos nos quedamos atónitos ante semejante despliegue de poderes, hasta que Tamara rompió el silencio:
   —¡Excelente, amiga! Dominás la ilusión a la perfección.
   —Vos tampoco estuviste nada mal, pero la próxima vez mejor dibujá gatitos —dijo Natasha y todos reímos.   
   —Ambas estuvieron muy bien. Creo que no queda mucho más para que les enseñe. Tal vez ya sea hora de que me retire —reconoció el anciano profesor, acomodando sus gafas.
   —Necesitamos aprender a defendernos —dije y todas las miradas repararon en mí.
   No me  agradaba el viejo Al en especial después de haber sido testigo de las cosas que era capaz de hacer. Sin embargo sentía que aún podíamos sacar provecho de sus conocimientos. Por otro lado, prefería tenerlo como aliado.
   —Esteban Rochi, las ilusiones y las palabras si son usadas sabiamente, pueden ganar batallas. Siento mucho decirte que no todos son susceptibles al engaño. Escuchen esto, niños, y recuérdenlo bien: el agua, la sal y las limpiezas energéticas pueden ser una solución momentánea, pero nadie puede huir eternamente. No se puede cambiar el final del camino, pero si quieren torcerlo a su favor tienen que ser más inteligentes que aquello que los quiera dañar —dijo el maestro y comenzó a juntar sus cosas.
   —¿Entonces, se irá? ¡No puede hacerlo! —agregó Sasha, molesto.
   —Claro que puedo. Como dije, rodearse de agua no es más que una solución momentánea para los problemas. Ustedes ya tienen las bases para seguir aprendiendo por su cuenta y convertirse en personas poderosas. No hay nada que pueda ofrecerles que no puedan conseguir por su propia cuenta. 
   —¿Volveremos a vernos? —preguntó el pelirrojo.
   —No, si tengo suerte, muchacho. Aunque si la vida nos vuelve a juntar, espero que estemos del mismo lado —añadió y colocó una mano sobre el hombro del niño antes de emprender su marcha. 
   —¡No puede irse todavía! —exclamó Sebastián, cuando el viejo Al abrió la puerta de la biblioteca.
   —¿También te vas a poner sentimental, Sebastián Koiné? —se burló.
   —No, pero Andrés le depositó el sueldo de todo el año por adelantado y todavía faltan varios meses para el verano —explicó el muchacho.
   —En ese caso, Sebastián, decile a tu padre, o falso padre, que ustedes aprendieron todo muy rápido. 
    El viejo desapareció al otro lado de la puerta y no volví a saber de él durante algún tiempo. Me preguntaba por qué había sentido tanta urgencia para abandonar la isla. Quizás su repentina marcha estaba relacionada con la profecía de  Ailén o tal vez había presentido algo más. Pasamos el resto de la tarde haciendo conjeturas con respecto al viejo Al, pero no pudimos llegar a ninguna conclusión certera que explicara su marcha.
   Cuando le contamos a mi padre que nuestro maestro nos había abandonado, suspiró con resignación, pero no parecía sorprendido. 
   —Alfonso Aigam nunca se queda  demasiado en ningún lugar. Ni siquiera el dinero puede retenerlo para siempre —explicó mi padre.

   No pusieron un reemplazo para el profesor de magia y todas nuestras dudas recayeron en Alan Danann, el padre de Tamara, que no siempre podía satisfacer nuestra curiosidad. Seguimos estudiando por nuestra cuenta. Por fortuna teníamos acceso a muchos libros interesantes en la biblioteca. La única regla de mi padre fue que mantuviéramos la discreción y no molestásemos a los huéspedes del hotel. Algunas veces practicábamos los cinco juntos, otras el grupo se hacía más pequeño e incluso dedicaba largas horas a estudiar en soledad. Estoy seguro de que los demás también seguían preparándose por su propia cuenta. Habíamos formado una extraña amistad en donde todos nos beneficiábamos mutuamente. Aunque en el fondo yo quería ser mejor que los demás.

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