viernes, 16 de octubre de 2020

Capítulo 20: La verdad

Capítulo 20: La verdad

   Caminé junto a Tamara por los alrededores del hotel hasta que las estrellas y la oscuridad comenzaron a reinar en el cielo. Empezaba a refrescar y estaba claro que ni su padre ni nuestros amigos iban a regresar. 
   —Mi madre se enojará, si no voy a cenar con ella pronto. Si averiguo algo sobre lo que sucedió con Sebastián, te lo contaré mañana —prometió Tamara. 
   Asentí con la cabeza y nos dirigimos hacia el sendero de piedras que llevaba hasta la entrada principal.
   Habíamos estado conversando toda la tarde acerca de lo que Sebastián había dicho bajo hipnosis. También especulamos sobre la conversación que habrían tenido él y mi padre aquella tarde. No tenía caso seguir dándole vueltas al asunto. Todo apuntaba a que Andrés Rochi había envenenado a sus supuestos mejores amigos y se había llevado a su pequeño hijo.
   Me despedí de Tamara con un beso tierno pero rápido al pie de las escaleras y me dirigí hacia el comedor. Cuando ingresé al salón busqué con la mirada entre las mesas algún rostro conocido, pero tan solo me encontré con algunos turistas que disfrutaban de la cena. 
   Tomé asiento en la primera mesa vacía que encontré. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía realmente solo. Me asustaba no saber qué pasaría con mis amigos a partir de ese momento. Sentía que nuestros destinos dependían en gran medida de lo que mi padre le hubiera dicho a Sebastián. 
   Un camarero me alcanzó el menú y se marchó. No necesitaba leerlo, conocía la lista de platillos prácticamente de memoria. Aún así me demoré pasando las páginas una a una. Quería hacer tiempo por si alguno de los chicos decidía bajar a cenar. Como si con mis pensamientos lo hubiera invocado, Sasha se sentó frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja en su pecoso rostro.
   —No tenés por qué tener esa cara tan larga. ¡Andrés Rochi no es un asesino! —exclamó tan fuerte que los comensales de la mesa contigua se voltearon para vernos. 
   —No grites y contame que pasó —añadí en voz baja para que solo él pudiera oírme.
   —Bueno, resulta que el vino sí fue lo que mató a los padres de Sebastián, pero no fue tu padre el que colocó el veneno. Es más, Andrés también tomó una copa y corrió al baño para vomitar en cuanto comenzó a sentirse mal —explicó Sasha controlando el tono de su voz.
   Estaba a punto de hablar, pero me interrumpió y siguió contando la historia:
   —¡Eso no es todo! La botella se la había dado Amelia, la líder de su aquelarre.
   —Amaia —lo corregí con un hilo de voz. 
   Todo comenzaba a cobrar sentido. Él no envenenaría a sus amigos, mientras que la maldad de mi madre biológica no tenía límites. Sin embargo, en ese momento aún no había nacido Cristina. ¿Por qué Andrés Rochi había decidido tener una hija con alguien que intentó matarlo?
  —Creo que era Amelia, pero no importa. Lo importante es que ella es la mala de la historia y que Andrés se salvó y pudo encargarse de cuidar a Sebastián. Amelia debe ser una mujer muy fuerte, porque hasta tu padre le teme —comentó y se detuvo cuando el camarero regresó para tomarnos el pedido. 
   —¿Qué les gustaría comer? —preguntó el muchacho, sacando una pequeña libreta del bolsillo de su delantal.
   —Quiero una milanesa napolitana con papas fritas y una gaseosa —agregó Sasha con entusiasmo. 
   —Lo mismo que él —añadí, puesto que había olvidado por completo la cena y no podía pensar en comida en ese momento.
   Una vez que el muchacho se marchó con nuestra orden, interrogué a Sasha:
   —¿Dónde están Sebastián y Natasha?
   —Se quedaron en nuestra habitación. En cuanto terminó de hablar con Andrés, Seb vino a contarnos lo que sucedió. Los recuerdos removieron muchas cosas en su interior. No me malinterpretes, se alegra de que el hombre que lo crio no sea un asesino, pero supongo que recordar a sus padres fue duro para él. Natasha es mejor para consolar a las personas que yo. Además, me moría de hambre, así que bajé a cenar —explicó el niño. 
   Después de comer, me despedí de Sasha y subí a mi habitación. Me recosté en la cama sin deshacer y fijé la vista en el techo. Entendía que la historia de mi padre hubiera sido suficiente para tranquilizar a mis amigos, pero yo sabía que él no había abandonado el aquelarre de Amaia hasta mucho tiempo después del asesinato de los Koiné.
   No estoy seguro de cuánto tiempo llevaba acostado, cuando alguien llamó a la puerta. Me sobresalté apenas y me incorporé. Esperaba que se tratara de Tamara, porque solo a ella podía manifestarle mis inquietudes. Sin embargo, al abrir me encontré con mi padre. 
   —¿Puedo pasar? —preguntó con el rostro sereno.
   Me hice a un lado para que ingresara y cerré la puerta detrás de él. Acomodó dos sillas de madera y ambos nos sentamos enfrentados. Tenía el presentimiento de que no me gustaría escuchar lo que diría y no me equivocaba. 
   —Supongo que ya hablaste con alguno de tus amigos sobre lo que conversé con Sebastián—dijo, con sus ojos verdes clavados en los míos.
   —Sasha me contó lo que le dijiste —confirmé y mi voz sonó algo áspera.
   —Eso imaginé y por eso vine. Quiero intentar explicarte por qué le mentí y por qué me vi obligado a hacer lo que hice. No intento justificar mis actos, pero necesito que sepas cuáles fueron mis razones —soltó sin más y aunque una parte de mí lo sabía, escucharlo de sus propios labios fue como un balde de agua fría. 
   —¿Por qué? —me limité a decir.
   Los ojos de mi padre reflejaban auténtica tristeza. Se tomó unos segundos hasta encontrar las palabras adecuadas y luego respondió:
   —Algunas veces, uno tiene que hacer lo necesario para proteger a su propia familia. Eduardo Koiné me ayudó a hacer el intercambio cuando naciste. Era mi mejor amigo y una de las pocas personas que sabía que el niño al que sacrificamos no era mi hijo. Aunque siempre creí que era la última persona en el mundo que me traicionaría, le contó a su mujer lo que habíamos hecho. Sé que no lo hizo con malas intenciones, pero Eliana temía lo que podía llegar a hacer Amaia si se enteraba que le mentimos. Intentó convencerme de que le diga la verdad a nuestra líder. Quizás si me mostraba arrepentido, ella tendría piedad de nosotros... Llevar ese vino fue mi última opción. Intenté hacer que Eliana entrara en razón. Si manteníamos el secreto, estaríamos a salvo. No había ningún motivo para que alguien sospechara que alteramos el sacrificio. Lamentablemente, ignoró mis palabras y pude ver en sus ojos que si no la detenía, me iba a traicionar. Eduardo, que se había mantenido al margen hasta el momento, propuso que intentemos serenarnos bebiendo un poco de vino... Sin la certeza de lo que Eliana era capaz de hacer, no hubiera dejado que él llenara nuestras copas. Fue lo más difícil y doloroso que hice en toda mi vida. Bebí junto a ellos para que no sospecharan nada y poco después intenté vomitar el veneno. No sabía si aquello sería suficiente para sacarlo de mi organismo... Una parte mía murió junto a ellos esa noche. Como padrino de Sebastián fue sencillo convertirme en su tutor legal. Intenté ser un buen padre para él, porque por mi culpa Seb había perdido al suyo. También fue una forma de llenar el vacío que me producía haber renunciado a vos.
   Me debatí internamente sobre si debía gritarle en la cara que era un asqueroso asesino o si intentar ponerme en su lugar y entender porqué había tomado esas medidas. No solo había matado a sus amigos, sino que también había sacrificado a un bebé inocente. Todos ellos habían muerto en mi lugar. Me preguntaba por qué mi vida valía más que la de ellos.
   —Podés contarle la verdad a Sebastián, pero intentá no dañarlo demasiado. Después de todo, soy la única familia que tiene —dijo y se levantó de su asiento cabizbajo.
    Lo observé en silencio durante algunos segundos. Comenzó a caminar hacia la puerta y manifesté mi decisión antes de que atravesara el umbral de la puerta: 
   —No le voy a decir nada.

   Esperaba no arrepentirme de mis palabras. Mantendría oculto su oscuro secreto. No le revelaría la verdad a Sebastián ni hablaría de ello con nadie, ni siquiera con Tamara. Lo que había hecho mi padre era una aberración, pero no había tenido otra salida y lo había hecho por mí. Si sus acciones salían a la luz, no solo Sebastián sufriría, sino que mis amigos y mi novia podían marcharse para siempre del hotel. No podía permitir que algo así ocurriera. Los necesitaba conmigo y no estaba dispuesto a renunciar a ellos por algo que había sucedido hacía más de quince años. 

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