viernes, 23 de octubre de 2020

Capítulo 21: El rostro del agua

Capítulo 21: El rostro del agua

   Alguien llamó a la puerta de mi habitación. Entreabrí los ojos adormilado y distinguí la insinuación de las primeras luces del amanecer filtrándose por mi ventana. Me desperecé e hice un gran esfuerzo por abandonar la calidez que me proporcionaban las mantas blancas de la cama. Los párpados me pesaban y necesité hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para poder levantarme. Llegué hasta la puerta arrastrando los pies y abrí sin preguntar quién estaba al otro lado.
   Me sorprendí al ver a Tamara allí. Estaba tan hermosa como siempre, mientras que yo en pijama y despeinado debía presentar un aspecto lamentable. No me había molestado ni siquiera en lavarme la cara ni los dientes. La saludé con un beso en la mejilla y me hice a un lado para que pueda ingresar. 
   Habíamos dicho que nos contaríamos las novedades en cuanto supiéramos algo, pero supuse que podíamos esperar a la hora del desayuno para hacerlo.
   —Esta madrugada hablé con Natasha —dijo y se sentó en la misma silla en la que lo había hecho mi padre la noche anterior. 
   Me acomodé frente a ella y comenté:
   —Yo conversé con Sasha sobre lo que mi padre le dijo a Sebastián. 
   Distinguí un atisbo de decepción surcando su rostro. Tal vez quería tener la primicia de la noticia. No mencioné la conversación que había tenido con Andrés Rochi. No estaba seguro de cómo evitar decirle la verdad y me desagradaba la idea de mentirle a la única persona en la que solía confiar. Temía lo que podía ocurrir si el pasado salía a la luz.
   Compartimos la información que los hermanos Narov nos habían dado y salvo detalles insignificantes, como que Natasha recordaba bien el nombre de Amaia, ambos habían dicho exactamente lo mismo. 
   —Estoy segura de que Andrés miente. Perdón si dudo de la palabra de tu padre, pero no entiendo por qué seguiría con el grupo de la mujer que intentó matarlos a él y a sus amigos. Crisy es mucho más joven que Sebastián, así que Andrés tuvo que haber seguido varios años más respondiendo a las órdenes de esa mujer —agregó.
   —Eso no quiere decir que mi padre sea un asesino —dije a la defensiva, aunque sabía que efectivamente lo era.
   —No, claro que no. Sin embargo, vos sabés algo más —añadió con sus ojos negros clavados en los míos. 
   —Después de hablar con Sasha, mi padre y yo tuvimos una conversación —confesé.
   —¿Qué te dijo? —insistió.
   —Se separó de su aquelarre por algún tiempo, pero Susana seguía allí y él quería protegerla. Fingió estar de acuerdo con los intereses del grupo para que Amaia lo aceptara de nuevo. Prometió que esta vez sería útil y ella perdonó su vida. Su herencia mágica la cautivaba y supongo que quería tener una hija con él. Ahora desea rescatar a Cristina, pero no es sencillo acercarse a mi madre biológica —le mentí, mirándola a los ojos. 
   Mi voz se escuchó firme y hablé sin titubear. Mis palabras reflejaban la historia que me hubiera gustado que ocurriera realmente. Un pasado en donde mi padre fuera bueno. En donde no fuera un asesino. 
   —¿Crees que haya sido honesto con lo que dijo? —preguntó con poco tacto.
   —Estoy seguro de eso —me limité a decir.
   —Confío en tu instinto. Voy a desayunar con mis padres. Si querés vamos al lago más tarde. Parece que el día va a estar lindo —dijo mirando el cielo a través del cristal de la ventana. 
   —Está bien —agregué.
   Tamara se demoró algunos segundos en ponerse de pie. Quizás esperaba que le dijera algo más.
   —Nos vemos —dijo al levantarse y me dio un beso en la frente, dado que yo aún me encontraba sentado. 
   Se fue y cerró la puerta tras ella. Me sentía terrible por haberle mentido, pero no tenía otra opción. Ahora era demasiado tarde para enmendar mi error.
   Me demoré bastante en bajar al salón comedor y cuando lo hice tan solo encontré a Sasha disfrutando de un submarino con chocolate extra y de unos cañoncitos rellenos con dulce de leche. Me preguntaba cómo alguien podía comer tanto y ser tan menudo como él.
    —Hola —me saludó con la boca llena. 
   —¿Cómo estás? ¿Supiste algo más sobre Sebastián? —pregunté.
   —Bien. Sigue triste, aunque quizás solo está fingiendo para acaparar la atención de mi hermana. Ahora están desayunando solos y hablando de “temas personales” —agregó, dibujando comillas con los dedos.
   —Ya me parecía que a Seb le interesaba Natasha —comenté y me serví un poco de jugo de naranja. 
   Sasha resopló y dijo:
   —¡Era obvio! Seb es un buen amigo y no me molestaría que se convierta en mi cuñado. Sin embargo, si se pelean todo sería muy incómodo —confesó.
   Seguimos conversando de nimiedades hasta que terminamos de desayunar. 
  —Voy a ver si puedo escuchar la conversación que están teniendo Seb y Nati. ¿Venís? —agregó con una sonrisa pícara dibujada en el rostro.
   —No, yo paso —dije, riendo apenas.
   Muy en el fondo sentía algo de pena por mis amigos, pero aquellos pequeños actos malvados de Sasha eran parte de su marca personal y me divertían bastante. 
   —Bueno, después te cuento —dijo a modo de saludo y se fue casi corriendo.
   Pasaron unos pocos minutos hasta que Tamara me encontró. Me puse de pie y le di un fugaz beso en los labios. Unas mujeres octogenarias hicieron un comentario despectivo cuando pasaron por nuestro lado para buscar una mesa. Las ignoramos y salimos del hotel tomados de la mano.
   —Tengo una sorpresa —dijo, emocionada. 
   —¿Una sorpresa para mí? ¿Qué es? —pregunté, con curiosidad y besé su mejilla sin detener el ritmo de nuestra caminata.
   —Ya vas a ver —agregó, con misterio.
   Me guio hasta el muelle, en donde nos esperaba una canoa.
   —¡Genial! ¿Cómo la conseguiste? —exclamé, mientras ella me alcanzaba un chaleco salvavidas.
   —Ailén me ayudó —dijo y le di la mano para que subiera al bote.
   No hacía calor ni frío y el sol parecía brillar solo para nosotros. Pasamos la mañana navegando por los alrededores de la isla, conversando y sobre todo besándonos.
   Estábamos en el medio del lago. Podíamos distinguir a los turistas que disfrutaban del paisaje que les ofrecía el puerto de Bariloche. Me parecía que habían pasado un millón de años desde que había llegado a la ciudad. Llevaba puesta la campera de cuero negra que me había obsequiado mi padre aquel día. Tamara me sacó de mis pensamientos arrojándome unas gotas de agua helada. Mientras me secaba los ojos con el dorso de la mano y ella reía, me quejé:
   —¿Por qué hiciste eso? 
   —Estabas muy serio y fue muy tentador. No me odies ni te vengues de mí —dijo, divertida y cubriéndose la cara al notar que me preparaba para arrojarle agua.
   Desistí de la idea y en lugar de mojarla, me concentré en crear pequeñas ondas que se expandían alrededor de mi mano que permanecía a algunos centímetros de la superficie del lago, pero sin llegar a tocarlo.
   —¡Buenísimo! Quiero intentarlo —dijo Tamy, pero empalideció y sus hombros se tensaron.
   Observé el punto fijo del agua en el que ella estaba mirando y me sobresalté al ver el rostro de Susana. Sus mejillas estaban pálidas y finas ojeras se extendían debajo de sus ojos claros. 
   —¿Mamá? —murmuré.
   Solo se veía su rostro. A su alrededor la rodeaba una sustancia que se expandía por el lago como si fuera una mancha de tinta negra.
   —¡No se acerquen a Cristina! —gritó, antes de esfumarse en la oscuridad.
   Paulatinamente el lago recuperó su color cristalino y solo entonces desvié mi vista de allí y observé a Tamara. 
   Las palabras de Susana habían sido claras y me habían helado la sangre. Hacía tiempo que no soñaba con Crisy y hasta donde yo sabía, Tamara tampoco.
    —¿Por qué habrá dicho eso? Mi padre me dijo que ella jamás me recordaría… —dije, confundido.
   —¿Crees que Susana esté… muerta? —preguntó Tamara.
   Su palabras resonaron en mi mente y por más que lo intentaba el rostro espectral de mi madre seguía allí cuando cerraba los ojos.

   ¿Acaso mi padre me había mentido con respecto a Susana? ¿Sería posible que hubiese estado muerta todo este tiempo? ¿Andrés Rochi sería capaz de asesinarla? Una parte de mí conocía todas las respuestas. 

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