viernes, 15 de junio de 2018

EL PODER OCULTO CAP 9

                             CAPÍTULO 9: HÉCATE
   Al día siguiente, después de una noche en la que casi no pude conciliar el sueño, mientras acariciaba a Samanta en el jardín, sorpresivamente llegó Esteban. No esperaba volver a verlo tan pronto. Abrió la reja y se acercó a mí.
   Antes de que pudiera saludarme, a Samanta se le erizó todo su negro pelaje y le arrojó un fallido zarpazo. No podía explicarme esta reacción. Luego, comenzó a acecharlo, como si quisiese atacarlo.
   Por precaución, para que no lo lastime tomé a la gata entre mis brazos y la encerré dentro de la cochera. En ese momento, no recordé los consejos de mi abuela. Al volver, Esteban me esperaba inmóvil y le supliqué:
   —Disculpá a Samanta. Nunca se había comportado así. Qué suerte que viniste. ¿Cómo estás?
   —Bien, bien. ¿Me acompañás a dar una vuelta? Hay muchas cosas de las que tendríamos que hablar. Ayer, pasó algo muy importante y esta noche, en la librería volaron un par de libros solos. Mi madre está aterrada. Intenté tranquilizarla diciéndole que habían sido sólo vibraciones de la calle. Pero, me parece, que no creyó ni una sola palabra de lo que le dije. Después, busqué alguna forma de revertir la situación, pero no tengo el conocimiento y quizás como el método de atraer al espíritu lo tenías en tu grimorio, tal vez sepas que hacer. 
   —Supuse que podría pasar algo así. Creo que el espíritu que está atrapado en tu casa no es muy poderoso y tengo un presentimiento de como podemos liberarlo. Vamos arriba —sugerí. Afortunadamente había estado leyendo mi grimorio esa mañana. 
   Él me siguió hasta mi habitación y nos sentamos en la alfombra.
   —Este lugar está consagrado. Es mi altar. Vamos a pedirle a los elementales que guíen al espíritu y lo liberen.
   Procedí a encender dos velas y un sahumerio. Dejé el agua cerca y comencé tomado las manos de Esteban.
   —Invocamos a los espíritus del fuego, las salamandras, para que nos brinden su fortaleza y con ella el poder de liberar la casa de Esteban de cualquier espíritu que haya quedado atrapado en ella —comencé diciendo y luego, repetimos juntos muchas veces las palabras, en absoluta  concentración —. Libérala, libérala, libérala...
   Finalmente, sentí la necesidad de añadir:
   —Está hecho.
   Él me miró y me dijo:
   —Realmente, aprendiste mucho. En mi libro, este tipo de conjuros no aparecen. Son un poco más —hizo una pausa y continuó —, siniestros. Prefiero no tener que hacerlos.
   —Entonces, también tenés un grimorio. ¿Quién te lo dio? ¿Tu madre es hechicera? —pregunté muerta de curiosidad, Susana no parecía una hechicera, pero no la conocía lo suficiente como para estar segura.
   —No, al igual que la tuya. Cuando aprendas a observar te vas a dar cuenta de estas cosas —dijo haciéndome sentir inexperta a su lado.
   —¿Quién te lo dio? —volví a preguntar.
   —Nadie, lo encontré yo solo. Tuve una visión mientras dormía. La voz de un hombre me decía que si buscaba debajo del piso lo encontraría. Al principio, no lo entendí, pero después de buscar por mucho tiempo, descubrí que en mi habitación había un tablón flojo. Allí encontré el libro —explicó. —¿Vos lo heredaste de tu padre?
   —No, de mi abuela. Mi padre no sabe nada y no tiene que saberlo —dije recordando aquellas palabras que mi abuela había escrito.
   —Lo sé —agregó.
   —Vos estabas intentando encontrar a tu papá ¿No lo conociste?  
   —No. Él me abandonó cuando nací. Me dejó su apellido, la casa y la librería para que mi madre me pueda mantener —sus palabras no reflejaban ninguna emoción. 
   —¿Tu mamá no te dijo nada sobre él?, ¿quién era?, ¿qué hacía? o ¿por qué se fue?
   —No. No quiere hablar de él. Sólo se limita a decir; "Él siempre nos protege". Por eso, pensé que estaba muerto, pero no es así. Tampoco me deja hablar mal de él.
   —¿Cuál es tu apellido? —pregunté esperanzada —¿Buscaste si aparece en la guía de teléfonos o en Internet?
   —Es Hécate. No figura en ningún lado.
   —Tu nombre me suena de algún lado. Creo que lo escuché antes, en algún lugar. Vamos a la otra habitación. En la computadora de mi papá hay conexión a Internet.
   En el buscador escribimos "Hécate". Era un nombre que se remontaba tanto en el tiempo que parecía haber nacido con la historia de la humanidad . Leímos que Hécate era en la mitología griega una diosa. La diosa de las brujas. Era tan poderosa que podía vestir a la energía de materia para manifestar su existencia. Entre muchas otras cosas.
   Miré a Esteban que parecía orgulloso de su nombre y le dije:
   —Posiblemente, hayas heredado de ella tu nombre y tus poderes...
   —No, yo heredé mi nombre de un cerdo que no tubo las agallas de hacerse cargo de mí —sus palabras reflejaron toda la ira contenida que sentía.
   —Tal vez no fue así. Alguna razón tiene que haber, por algo, Susana no quiere que hables mal de él.
   —Posiblemente, pero quisiera encontrarlo, para que sea él, el que me diga por qué me dejó y me responda todas las preguntas que tengo para hacerle.
   —No me animo a recurrir a los espíritus de nuevo. Al menos, no como lo hicimos. Podríamos atraer a un espíritu de una persona cruel o más poderosa. No lo podríamos manejar, ni contener. Necesitamos tener más información. ¿Vos nunca lo habías hecho?
   Dudó un momento y respondió simplemente —. No.
   Unos segundos más tarde, tratando de justificarse añadió —. Pero, muchas veces vi sombras y personas que desaparecían. Aunque, nunca hablé con ellos.
   —No es lo mismo que vengan por que quieren a que uno los obligue a venir y los encierre en un vaso.
   —Es verdad —coincidió.
   —En el libro, ¿no encontraste nada sobre tu papá en las hojas escritas por él?
   —No. Las arrancó todas. Ni eso quiso dejarme. Los últimos escritos son de mi abuelo. Que por cierto no era demasiado bueno. Era un ser muy oscuro.
   Nos quedamos en silencio meditando por un tiempo hasta que sugerí:
   —Voy a buscar en mi libro para ver si hay algún modo de saber lo que pasó con tu padre y por qué tuvo que irse.
   Él sonrió y añadió:
   —Te lo agradecería mucho. Nos vemos luego.
   Lo acompañé hasta la puerta y vi como se alejaba. Sentía que ahora él me necesitaba más que nunca y no sabía cómo pero lo tenía que ayudar.
    Subí a mi cuarto. Puse música y me quedé toda la tarde pasando hojas del grimorio. Observé con sorpresa, que no siempre mis ancestros habían sido honorables y que había algunos conjuros que jamás intentaría hacer.
   Entre las hojas que había escrito mi bisabuela creí encontrar la solución que estaba buscando. Invocaría a los elementales del aire para que me diesen el poder de las visiones.
   El conjuro, era muy lento. Consistía en prender hierbas aromáticas (en su defecto sahumerios) invocando a los silfos y tenía que comenzarlo en una noche de luna llena y finalizaría un mes lunar después. Pensaba hacerlo sin decirle a Esteban, ya que era probable que no estubiésemos listos para ese tipo de conjuros y no quería ilusionarlo, sabiendo que podía fracasar.
   Me fijé en un calendario cuánto faltaba para la primer noche de luna llena. Afortunadamente, sólo debía aguardar un par de noches.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

2 comentarios:

  1. Excelente el blog Ale. La imagen de fondo también se las trae. Pero lo que importa es el contenido (posta no lo había visto antes) Felicidades!!

    ResponderBorrar
  2. Muchas gracias 😊
    Perdón que no respondí antes, pero no lo había visto.
    Besotes

    ResponderBorrar

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...