viernes, 14 de agosto de 2020

Capítulo 11: Un paseo en la ribera

Capítulo 11: Un paseo en la ribera 

    Ailén comenzó a guiar a la familia Danann por las escaleras hacia las que serían sus habitaciones. Yo los seguí en silencio. No sabía cómo comenzar a hablar con Tamy. Ella tampoco había dicho nada. Seguramente, estaba esperando que yo diese el primer paso.
   Ajusté mi marcha a la de ella. Casi podía sentir su brazo rozando la manga de mi chaqueta. Tamara aminoró su paso y ambos seguimos caminando muy despacio, dejando que los demás se adelantasen.
   —¿Qué es todo esto? —preguntó Tamara casi en un susurro. 
    La observé. Ella se detuvo, pero su mirada estaba fija en las espaldas de sus padres quienes guiados por Ailén habían doblado por uno de los pasillos del primer piso. Estaba claro que no quería que alguien nos escuchase. 
   —Es extraño para mí también —reconocí. 
   Por algún motivo me sentía culpable, aunque no estaba seguro el porqué de ese sentimiento.
   —Entonces, ¿es verdad que el señor Rochi es tu padre?
   —Así parece, pero yo tampoco esperaba eso. Fue todo muy de repente. No podía comunicarme con vos. Lo intenté, pero…
   —¡Vamos, Tamara! No te quedes atrás —llamó Raquel.
   —Te veo en la entrada del hotel en una hora. Estoy feliz de que volvamos a estar juntos —le dije y la besé muy cerca de sus labios, pero sin rozarlos.  
    Una parte de mí sabía en el fondo que lo más probable era que las relaciones que comienzan a esa edad terminaran tarde o temprano. Yo realmente deseaba estar con ella. Quizás, podríamos ser la excepción a la regla, pero no estaba seguro de si era sensato arriesgarnos a tener algo más que una amistad, pero quizás era demasiado tarde. Sentía que un lazo invisible me unía a ella desde siempre. La necesitaba de aliada, porque no confiaba absolutamente en nadie más. Ni siquiera en mí. 
   Bajé las escaleras sin mirar atrás. Ella no dijo nada, pero estaba seguro de que acudiría al encuentro. Sabía que nunca me fallaría, o por lo menos lo creía en ese momento. 
   Salí del hotel ignorando a Sasha, quien gritaba mi nombre. Sebastián le dijo algo que no llegué a escuchar y afortunadamente me dejaron marchar. Necesitaba estar solo para aclarar mis ideas. 
   Me senté en una enorme roca frente al lago y arrojé una piedra pequeña que perturbó por un instante el agua espejada formando pequeñas ondas que se extendían a su alrededor. 
   Había muchas posibilidades de que aquel sitio no fuese seguro realmente. Me preguntaba si por el egoísmo de querer volver a verla, habría guiado a Tamara directamente hacia la cueva de un lobo o si alguien más había decidido mantenernos allí. Me sentía como un  agujero negro que atraía el caos y la desgracia. La necesitaba conmigo, pero no estaba dispuesto a alejarme de ella aunque eso implicase mantenerla a salvo.
   Apoyé mi mano sobre las pequeñas piedritas de la orilla y dejé que el agua helada rozara la yema de mis dedos. Convoqué en silencio a las ondinas del agua, para que me ayudaran a mantener a salvo a Tamara e imploré a los silfos del viento que me dieran el poder para ver con claridad. 
   Los espíritus elementales le habían brindado ayuda a Tamy en más de una ocasión, quizás yo también podría tenerlos de mi lado. Sin embargo, en ese momento me sentía ignorado por aquellas criaturas. Reflexioné que quizás no me consideraban lo suficientemente poderoso como para brindarme su apoyo, pero descarté esa idea enseguida. Había convocado en el pasado a las almas de quienes alguna vez estuvieron vivos, había lidiado con las banshees e incluso con demonios, no era lógico que las más simples de las criaturas del plano espiritual me rechazaran.
   Lancé un puñado de piedras y de tierra al agua con frustración. Cuando volví a apoyar la mano en la orilla sentí una punzada de dolor en la palma. Me había clavado un pequeño trozo de vidrio verde que seguramente alguna vez había sido parte de una botella. Me lo quité con cuidado y enjuagué la herida en el agua del lago. Entonces lo supe, hacía falta el poder de la sangre. Incluso los elementales exigían un pequeño sacrificio para brindar su apoyo. El mundo se movía con leyes egoístas, ya lo decían los antiguos alquimistas «no puedes pedir nada sin dar algo a cambio». 
    Mi sangre por proteger la suya, me parecía un trato justo. Sabía muy bien que una pequeña parte de algo era suficiente para representar la totalidad. Una pequeña gota de sangre e incluso un solo cabello podían resultar letales si caían en las manos equivocadas. Me daba cuenta de que viviendo en un hotel éramos completamente vulnerables. El personal de limpieza o cualquiera con acceso a una llave podría entrar a nuestras habitaciones y tomar lo que fuera necesario para hacernos daño, si así lo quisieran.
     De pronto, el sol dibujó destellos en el agua o quizás habían sido las ondinas ofreciéndome su apoyo. En la distancia, se escuchaba el murmullo del viento atravesando las ramas de los árboles. Sentí que los silfos también me acompañaban.
    Me quedé allí el tiempo suficiente, hasta que mi mano dejó de sangrar y los elementales no requirieron nada más de mí. Asumí por la posición del sol que ya debía haber transcurrido por lo menos una hora desde que había salido del hotel y seguí el sendero de piedras para ir a buscar a Tamara. Cuando entré la encontré conversando muy animada con Ailén.
   —Ahí está Esteban. Al parecer el Nahuelito, el monstruo que habita en este lago, no se lo comió —bromeó la morocha.
   —Teby, pensé que ya no ibas a venir —dijo Tamara y su voz sonó tensa.
   —No, perdón. No me di cuenta de la hora —reconocí avergonzado. 
   —Está bien, no importa. ¿Salimos a caminar? —preguntó suavizando su voz. 
   Asentí con la cabeza y la esperé unos instantes mientras se despedía de Ailén. Al parecer habían estado hablando bastante tiempo mientras me esperaba.
   Salimos juntos del hotel y cerré el enorme portal detrás de nosotros. Al fin estábamos solos, lejos de las miradas y los oídos de los demás, pero ninguno de los dos decía nada. Yo buscaba sus ojos con los míos, pero al parecer, eso la incomodaba, porque no lograba sostenerme la mirada por más de unos segundos. 
   Decidí romper el silencio:
   —Te extrañé. 
   Olvidé cómo respirar hasta que ella habló.
   —También te extrañé. Pensé que no íbamos a volver a vernos. Mis papás decidieron de la noche a la mañana que nos mudaríamos. Fui a tu casa un millón de veces y no había nadie. Fui a buscar a Susana al hospital y me dijeron que se habían mudado. Imaginé las peores cosas que alguien podría imaginar, hasta que hablé con Crisy en un sueño. Me dijo que estabas rodeado de agua y que estabas bien. Entonces, te odié por irte sin mí —bajó el rostro y su cabello rubio ocultó sus ojos enrojecidos.
   —No te voy a dejar nunca. No importa lo que pase —dije, sintiéndome algo cursi, pero era la verdad y creo que ella necesitaba oírlo.
   Me acerqué con cautela, como si fuese una criatura herida y pudiese asustarse, y la rodeé con los brazos. Apoyó su mejilla contra mi pecho y correspondió al abrazo. Podía sentir el perfume de su cabello alborotado con la brisa. Me encantaba sentirla entre mis brazos, pero me daba cuenta de que perderla me destruiría por completo. Me aterraba pensar que alguien o algo pudiera lastimarla. Había visto los horrores de los que eran capaces el viejo Al y su antiguo séquito. Tenía que proteger a Tamy de ese tipo de cosas a como diera lugar.
   Me separé apenas de ella y acaricié su mejilla con mi pulgar. Cerré los ojos y la besé dulcemente. Fue un beso lento y tierno que sellaba la promesa de que no la volvería a dejar sola, aunque la llevase conmigo por un camino lleno de oscuridad. 
   Caminamos tomados de la mano por la ribera del lago durante algún tiempo y solo nos detuvimos para besarnos en alguna que otra ocasión. Parecía un sueño hecho realidad, pero era todo tan hermoso que no podría durar. Estábamos tomados de la mano en la calma que antecede a una tormenta. No podía dejar de pensar en la profecía de Ailén. Mi mente la repetía a gritos, una y otra vez, hasta que finalmente, la repetí en voz alta:
   —Cuando en la noche oscura, desde lo profundo del lago, luces tenues y tenebrosas surjan cual ánimas que vagan y las aves del bosque huyan. Cuando ya ni los grillos canten, un temblor de la tierra anunciará su llegada. Nada bueno traerá, solo el mal en su mirada. 
    —¿Qué significa eso? —me miró preocupada.
   —No estoy seguro. Lo dijo Ailén, la recepcionista del hotel, en una especie de trance, pero no creo que ella recuerde lo que pasó.
   —Sentí mucho poder en ella apenas la vi. Me transmitió cierta sensación de paz. Creo que podemos confiar en ella.
   —Puede ser, pero no lo sé. Yo solo confío en vos —reconocí. 
   Ella acarició mi mano con su pulgar y la volví a besar. 
   —No estoy seguro de si podemos confiar en alguien más en esta isla, pero definitivamente no confío en el viejo Al. Tenemos que tener mucho cuidado con él… y con su nieto —agregué, porque sabía que Ariel había estado quizás demasiado cerca de Tamy.
   —¿Ariel está en el hotel?
   —Por suerte no, pero solo digo que no te acerques a él.
   —¿Ya vas a empezar con tus celos? —dijo poniendo cara de fastidio y me soltó la mano.
   —No son celos. Son gente peligrosa y ya —dije cortante. 
   Confesarle lo que sabía sobre ellos significaría revelarle que había estado involucrado en ciertas artes ocultas de las que era mejor mantenerse al margen y lo cierto era que no hubiera soportado que me viese como un monstruo. Yo no era como el anciano ni como Ariel, o por lo menos, intentaba convencerme a mí mismo de eso. 
   —Está bien. Prometo tener cuidado con esos dos. No te preocupes.
   Su voz serena me tranquilizó un poco. Me preguntó por mi padre para desviar el foco de la conversación. Yo comencé a contarle cómo había aparecido en la librería de repente y lo que sucedió después con el avión. Finalmente le conté sobre los tres jóvenes que serían nuestros compañeros en la búsqueda del conocimiento. Posiblemente, no debí haber mencionado que Natasha era una chica muy linda. Cuando alguien no tiene nada inteligente que decir es mejor quedarse en silencio. Le relaté el sueño que había tenido en donde Crisy había estado a punto de atraparme y ella me confesó que había estado soñando casi a diario con ella.
   —No tengas miedo. No creo que vaya a revelarle a aquella mujer tu paradero. Podría decirse que somos amigas ahora.

   Me reconfortaba pensar que esa poderosa niña estaba de nuestro lado, pero no pude evitar dudar por un instante si realmente la lealtad de Tamy estaría conmigo incondicionalmente. ¿Qué pasaría si Crisy la utilizaba contra mí?, ¿acaso, podría enfrentarme a Tamara si fuese necesario?    

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