viernes, 7 de agosto de 2020

Capítulo 10: Reencuentro

Capítulo 10: Reencuentro

  Mentiría si dijese que no estaba nervioso. Me preguntaba cómo reaccionaría Tamara al encontrarse conmigo en aquel lugar. ¿Se pondría feliz de verme? ¿Estaría enfadada porque me había marchado sin darle ninguna explicación? 
   La única certeza que tenía era que yo necesitaba verla y realmente deseaba con todo mi ser estar con ella. Una parte de mí, sin embargo, presentía que su presencia en aquel sitio podría ponernos en peligro a ambos. Una vez más, sumergí mis presentimientos en los oscuros rincones de mi mente. 
   Fui en dirección al vestíbulo, ignorando al viejo Al y a mis compañeros. Me quedé en el umbral de la puerta de la biblioteca en donde podía observar, pero sin ser visto. Me sentía tan nervioso como la primera vez que la había ido a buscar a su casa. 
   Tardé menos de un segundo en encontrar a Tamara con la mirada. Lucía tan hermosa como siempre con su cabello alborotado y el rostro cansado por el viaje. Parecía triste y lo atribuí a que quizás pensara que no me volvería a ver. 
   Reparé en mi padre. Se estaba presentando con los padres de Tamara y agudicé el oído para prestar atención a sus palabras. Habían conversado por teléfono y arreglado los salarios que tendrían. Debían ser muy altos porque Raquel tenía una mueca extraña que asemejaba una sonrisa dibujada en su severo rostro. Ella sería la nutricionista del hotel y su esposo, Alan Danann, profesor de Ciencias Sociales y Humanidades. Podría resultar interesante, a diferencia de su esposa, él siempre me había parecido un hombre reservado, pero agradable.
   —Muchas gracias por la oportunidad, señor Rochi —dijo la madre de Tamara conservando aún su máscara de amabilidad.
   —Fueron muy recomendados por mi hijo, eran sin dudas la mejor opción. Además, él es un buen amigo de su hija, así que creo que Tamara se sentirá cómoda aquí y nuestro proyecto educativo le abrirá las puertas a las mejores universidades del mundo.
   Las palabras de mi padre captaron el interés de todos los presentes, en especial de Tamy. Aproveché ese momento para hacer mi aparición, aunque no fui muy bien recibido en ese primer acercamiento. Raquel me lanzaba chispas con la mirada.
   —¿Qué está haciendo él acá?
   No estaba seguro desde cuándo me odiaba, pero incluso había llegado a sugerirle a mi madre en una ocasión que sería mejor que me alentase a buscar amigos varones de mi edad en vez de pasar tanto tiempo con Tamy. Afortunadamente, en ese momento mi mamá la había ignorado. Ojalá hubiera seguido apoyando nuestra alianza.
   —Él es mi hijo, Esteban. Tengo entendido que ya se conocían —mi padre parecía divertido por la confusión en el rostro de Raquel. 
   Seguramente pensaba que mi padre era un irresponsable que nos había abandonado a mi madre y a mí. No la culpo, hasta hacía poco yo podría haber creído lo mismo.
   Titubeó por un instante y luego se acercó a mí y colocó una de sus manos en mi hombro. Me sentía completamente incómodo por su cercanía. 
   —Teby, querido. Me alegro mucho de volver a verte y lamento muchísimo lo que sucedió con tu madre. Necesito que sepas que podés contar con nosotros para lo que necesites. Siempre fuiste como un hijo para mí. ¿No es verdad, Alan?
   —¿Eh?... Sí, supongo.
   Cuando me soltó y volvió a caminar hacia donde estaba Tamara, intercambié una mirada con ella, era imposible descifrar su seria expresión. Me preguntaba si estaría enojada conmigo o quizás con su madre por ser tan hipócrita.
   Me acerqué a ella con cautela, pero su gata comenzó a bufar con todo el pelaje erizado. Si no hubiese estado atrapada dentro de una jaula para animales, me hubiese atacado. Lanzaba zarpazos a través de los pequeños barrotes. No entendía por qué tenían una mascota tan arisca que podía atacar a alguien en cualquier momento. 
   —¡Dichosos los ojos que los ven!
   Miré hacia atrás y observé al viejo Al caminando con los brazos extendidos hacia donde estaba el padre de Tamara, quien sonreía ampliamente. 
   —Al, me alegro mucho de volver a verte —dijo dándole un abrazo cargado de palmadas de hombros.
   —Supe lo de tu madre. ¡Qué horrible tragedia! Era una mujer encantadora. Todos la amábamos. Lo que tenía de hermosa lo tenía de lista. 
   Alan se sintió algo incómodo y desvió el eje de la conversación.
   —Al. No esperaba verte por aquí. ¿También te contrataron como profesor?
   —Así es. Espero que tu hija sea un poco más lista que vos y mucho menos rebelde —dijo el viejo y ambos rieron. 
   —Seguro que sí. Te presento a mi esposa Raquel y a Tamara, la luz de mis ojos. 
   —Un placer conocerlas, preciosas.


   Estaba claro que Al no revelaría que ya conocía a Tamara. Cada vez más interrogantes se arremolinaban en mi mente. ¿Acaso Alan sabía más de lo que aparentaba?

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