viernes, 21 de septiembre de 2018

EL PODER OCULTO CAP 23

        CAPÍTULO 23: UNA ESCENA INESPERADA
   Abrí la cortina, el sol comenzaba a salir ahuyentando las sombras de la noche. Estaba segura de que había alejado a las banshees de Teby y que él pensaría que sus invocaciones no habían dado resultado.
   Acababa de ver a la muerte junto a mi cuerpo dormido,  aguardando. Las banshees no habían anunciado a ese ángel. Me preguntaba si realmente lo anunciaban, o acaso sería que yo no le tenía miedo a la muerte. Quizá los conocimientos ancestrales eran erróneos. Varias lágrimas surcaron mi rostro al pensar en que la muerte de mi abuela podía haber sido en vano. Quizá lo que ella pensaba estaba equivocado y su suicidio era un error del destino.
   Quería buscar información para aclarar mis dudas. Me dolía pensar en que mi abuela podía haber estado equivocada. Hasta ese momento ella era perfecta para mí y pensé que quizá ni siquiera los espíritus tenían todas las respuestas. Simplemente ellos estaban en otro plano. Quizás el mundo espiritual era complejo como si se tratase de un engranaje más de un sistema universal.
   Algo me decía que la revelación de este enigma no sería aclarado por espíritus ya que sus respuestas eran ambiguas. Tampoco las iba a conseguir a través de Teby. Él nunca tendría que saber que yo lo había protegido. Su soberbia lo llevaría a caer en la tentación de atraerlas nuevamente. No buscaría en mi grimorio, pues creía que mis antepasados tenían un concepto erróneo. De lo que estaba segura era de que había gente con el alma tan oscura que intentaba controlar a la muerte y eran capaces de experimentar con la vida para incrementar su control sobre los seres mágicos y humanos.
    Durante el desayuno, me seguía preguntando dónde podría encontrar respuestas y de pronto, como una señal inesperada, un grito de mi madre, un lamento de mi padre y el ruido de cristales rotos me sacaron de mis pensamientos. Samanta había saltado a la mesa, algo que nunca antes había hecho y había roto el pequeño frasco de jalea real que yo había comprado poco tiempo atrás.
   Sonreí emocionada, todo tenía sentido, tenía que volver a hablar con Ariel tal y como se lo había prometido. Él en su pasado había pertenecido a algún grupo oculto, yo estaba segura de eso. Quizá también ahora pertenecía a uno. Tal vez él era parte de una secta o sabría de alguna que estuviese intentando experimentar con banshees.
   Reparé en que mi madre me miraba extrañada por mi repentina felicidad. Frunciendo el ceño me reprendió:
   —Claro, a vos no te gustaba la jalea y amaestraste de alguna manera a esa cosa para que la tire. Quiero que vallas hoy mismo a comprar más…
   Mi padre me defendió:
   —No te la agarres con la nena…. No se puede amaestrar a un gato, Tamara no tiene la culpa. Es el instinto animal.
   —Sí, es verdad. El gato es de ella y se va a hacer cargo. Así que agradecería muchísimo que compre dos frascos hoy mismo, por si ese mugroso animal vuelve a repetir su hazaña.
   Asentí con  la cabeza y me dediqué a terminar mi desayuno. Estaba muy feliz. Sentía que Samanta había leído mis pensamientos o que alguien le había sugerido que hacer.
   Después de que mis padres se fueron, tomé el colectivo y me dirigí a ese maravilloso y esotérico lugar, el entorno de la iglesia gótica. Recién estaban abriendo los negocios. Pasé por el lugar en donde había comprado el péndulo, pero aún se encontraba cerrado. Supuse que si Ariel no tenía las respuestas, era posible que el viejo que atendía el local sí las tuviese. De todas formas, prefería preguntarle a Ariel. Había algo en el viejo que me daba miedo.
   Cuando entré en la herboristería que estaba justo frente a la iglesia. La escena que menos esperaba ver se presentó frente a mis ojos. El negocio estaba siendo atendido, no por Ariel sino por el viejo que me había vendido el péndulo. Estaba entablando una seria conversación con Esteban. No pude reflexionar en qué estarían haciendo Teby y el viejo juntos en el negocio de Ariel y sin Ariel.
   El anciano me sorprendió intentando escuchar su conversación y me dijo:
   —Hola, pequeña hechicera. ¿Qué te trae por aquí?
   Teby volteó la cabeza hacia donde me encontraba yo petrificada y palideció aún más de lo normal. Sin darme tiempo a responder a la pregunta del viejo, Teby se apresuró a llegar junto a mí. Tomó mis hombros. Besó mi mejilla y en un rápido susurro me advirtió.
   —Aquí no hay respuestas, sólo peligro para vos. No te acerques a esta gente.
   Luego, se fue casi corriendo y antes de que yo pudiese reaccionar el viejo insistió:
   —¿Niña?
   Aún mirando hacia la entrada por donde Teby acababa de salir, me apresuré a responder:
   —Dos frascos de jalea real, por favor.
   Me los entregó muy rápido y le pagué. Me apresuré a salir del local. Quería alcanzar a Teby, pero en la puerta del negocio Ariel me detuvo mostrando mucha alegría en su rostro.
   —Tamara… volviste.
   Ariel besó mi mejilla y desde el fondo del negocio el viejo preguntó:
   —Así que conocés a la pequeña hechicera.
   Ariel frunció el ceño y habló lento y claro, poniendo énfasis en cada sílaba:
   —Abuelo, ella es mi amiga… ¿Entendés?
   Podía sentir la frialdad y el odio en su voz. Luego, agregó con más tranquilidad:
   —Ya hablé con mamá. Dice que va a atender tu negocio mientras yo me voy a anotar en la universidad.
   Volteó hacia mí y me preguntó:
   —¿Tenés algo que hacer ahora?
   Con una pequeña sonrisa respondí:
   —¿Hablar con vos?
   —Buenísimo. ¿Me acompañás a la universidad? Me quiero anotar en psicología. El viaje es largo y aburrido. Después, me comprometo a acompañarte hasta tu casa. ¿Tu mamá te dejará?
   Sentí que me estaba tratando como a una niña. No estaba segura si es que yo le gustaba o acaso le inspiraba un instinto paternal.
   —Tengo la edad suficiente para decidir por mi misma… además… no tiene por que enterarse. ¿O sí?
   Él se rió.
   —Bueno, mejor vamos, así charlamos un rato… me caés muy bien, niña.
   La palabra "niña" comenzaba a ponerme nerviosa. Él no podía ser más de dos o tres años mayor que yo. Además, no me gustaba que me viese como una niña. A mí me parecía seductor, pero, ¿y Teby?. ¿Acaso yo no estaba enamorada de él? ¿Qué era el amor realmente?
   Mientras me encontraba caminando por la calle con Ariel, me invadió una incómoda sensación de culpa, como si estuviese engañando a Teby, aunque sabía que no tenía nada pactado con él y tampoco con Ariel, al menos no por ahora. No tenía motivos para sentirme culpable. De todos modos, deseaba realmente no encontrarme con Esteban nuevamente esa mañana y mucho menos, en compañía de mi nuevo y oscuro amigo, si eso es lo que era. Estaba comenzando a sentirme incómoda con tanto silencio, por lo que decidí romperlo.
   —¿Cómo decidiste estudiar psicología?
   Pasó su brazo sobre mis hombros y seguimos caminando. Luego respondió:
   —Mirá, muchos dicen que no se debe estudiar psicología para entenderse a uno mismo, pero yo creo que si yo no puedo entenderme, nunca voy a poder entender a los demás. Quiero saber cómo funciona lo inconsciente y lo consciente. Entender el por qué de las acciones de los seres humanos. Para ser sincero, no me interesa solamente ayudarlos sino también… mejor otro día te explico, no creo que lo entiendas. Esta es la parada.
   Nuevamente, me había tratado como a una niña tonta. Odiaba esa actitud, sin embargo él tenía algo que me fascinaba.
   Una vez en el colectivo, después de que tomamos asiento me indagó. Quizás ya algo de psicólogo tenía. Él sabía que me moría de ganas de hacerle una pregunta que no me animaba a formular.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

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