viernes, 8 de noviembre de 2019

Capítulo 5: MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS

Mi vientre crecía al mismo tiempo que iba descubriendo nuevos recuerdos gracias a las sesiones de hipnosis. A pesar de mis súplicas, ahora sólo veía a Noemí una vez a la semana. Acudir a terapia todos los días sobrepasaba el sueldo de secretaria de mi madre y yo aún no tenía empleo.
Esperaba ansiosa a que llegara la tarde de los jueves. En ese momento escudriñaba en los oscuros rincones de mi mente y podía volver a ver a mis hijos.
Vivíamos en una pequeña cabaña construida sobre las ramas de un árbol centenario a la que se accedía por una escalera de cuerdas. Parecía sacada de un cuento de hadas al igual que todo lo demás.
Noemí me había advertido que lo que veía no era necesariamente real. La mente de las personas era complicada y me advirtió que no me esperanzara ya que podía estar extrayendo tan sólo fantasías de mi mente. Sin embargo, se sentía sumamente real para mí.
Aunque Noemí me había pedido que no lo hiciera, yo le había contado a mi madre una descripción más o menos acertada de los dos niños y de la pradera. Ella había hablado con la policía y ahora ellos buscaban la cabaña, pero yo sabía que no la podrían hallar. El mundo en el que había estado viviendo todos esos años era muy diferente al nuestro o al menos, eso creía yo en ese momento.
Habían sido ciertos detalles en el paisaje los que me habían convencido de que no se trataba de un lugar dentro de este mundo. Por un lado habían sido los colores metálicos de las flores y por otro ciertas esferas de luz que parecían danzar en los rayos de luz.
El primer recuerdo que pude rescatar del joven pelirrojo fue de él intentando encender una hoguera para calentar un cuenco de lo que parecía ser una especie de guiso. Sus ojos eran hermosos y extraños al mismo tiempo. Perderse en ellos era como adentrarse en un cielo estrellado, eran completamente negros y estaban salpicados por diminutas luces blancas.
A ese recuerdo le sucedieron muchos y en casi todos aparecía él. Algunas veces se veía más joven y en otras ocasiones mucho mayor. En su aspecto me fui basando para intentar llevar un diario en el que trataba de ordenar cronológicamente los recuerdos que yo consideraba reales.
Creo que el padre de mis hijos se llamaba Ian y sus ojos cambiaban con el cielo. En otoño podían pasar de un azul intenso a un gris pálido en un pequeño instante. Era fascinante. Mi momento favorito del día era el atardecer cuando el púrpura se esfumaba con el anaranjado de su iris. Al menos eso creo recordar. Algunas veces me embargaba la duda y me preguntaba si serían recuerdos o sería todo producto de mi mente. Noemí me había dicho que no todo lo que se recuperaba por medio de la hipnosis era real, muchas veces funcionaba simplemente como sueños o deseos reprimidos. Yo me negaba aceptar esa opción, mi vida olvidada era demasiado hermosa como para ser mentira y yo realmente sentía que amaba a Ian y a mis hijos.
Según mis cálculos, había tardado muy poco tiempo en enamorarme de él y había pasado un poco más hasta que nos dimos nuestro primer beso. Creo que sucedió durante la primavera, porque las flores color oro y plata de mis recuerdos lucían más bellas que nunca. Nos sentamos en la cima de una colina que se encontraba cerca de las lindes del bosque, parecía que nunca nos íbamos demasiado lejos de aquel sitio.
Estábamos sentados muy cerca uno del otro. La distancia que nos separaba era tan corta que podía contar las pecas de su sonrojado rostro. Entonces, muy lentamente sus labios se acercaron a los míos y se fundieron en un tierno beso. Al ser tan sólo un recuerdo no pude sentirlo completamente real, pero estaba casi segura de que así había comenzado nuestra historia de amor.

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