viernes, 16 de febrero de 2018

LA DAMA DE BLANCO (Colección EL PERIODISTA)


   El bar estaba casi lleno y el sonido de la música convertía las conversaciones en meros murmullos. Matías tardó algunos minutos en encontrar a Rodrigo con la mirada. El regordete fotógrafo se había levantado de su asiento y lo saludaba con la mano en alto.
   Sonrió y se dirigió a la mesa donde estaban sus  tres compañeros. Al igual que él también habían estado trabajando como pasantes. De una veintena de estudiantes y jóvenes recién recibidos, ellos cuatro eran los únicos que habían sido efectivizados como periodistas o fotógrafos. El resto, no había tenido tanta suerte y habían perdido sus empleos.
   En ese momento a Matías no le preocupaba demasiado la suerte de los demás. Estaba muy feliz por sus logros. Consideraba que si ellos cuatro habían sido seleccionados era porque realmente tenían que ser en cierta forma mejores que el resto. No es que fuese arrogante o presumido, pero se había esforzado mucho en buscar noticias en los sitios a los que lo enviaban. Había encontrado o por lo menos sembrado los hechos sobre los que necesitaba escribir. Sus crónicas, respaldadas por las fotografías de Rodrigo, rozaban lo fantástico y se habían convertido en un éxito. Incluso, su jefa les había permitido llevar su propia columna sobre fenómenos inusuales. Partiría en un par de días junto a Rodrigo a cubrir notas cerca de las Cataratas y esperaba que contaran con la misma suerte que habían tenido hasta ahora.
   Se sentó junto al fotógrafo y saludó a Gastón y a Florencia quienes estaban del otro lado de la mesa. Ahora que los cuatro tenían un trabajo estable, Gastón había dejado de presentar una amenaza para Matías y la relación entre ellos se había tornado mucho más distendida.
   Hacía sólo un mes Gastón había sido asignado como cronista a la costa mientras que el destino de Matías fue un pueblo olvidado en medio de la Cordillera. Todo el mundo sabe que para la prensa, es mucho más rentable la playa que las montañas. Si no hubiese sido por que Matías tuvo la fortuna de toparse con el Compallhue, aquel extraño monstruo del volcán, quizás en lugar de estar celebrando en aquel bar de Recoleta, estaría intentando conseguir un nuevo empleo.
   Una camarera pelirroja por elección les preguntó qué iban a pedir y optaron por  una jarra de cerveza para compartir. Los precios eran bastante altos, pero ahora que tenía la seguridad de un sueldo fijo, decidió que podría permitirse algunos lujos de vez en cuando.
  Matías le regaló una sonrisa a la camarera. Ella, ignorando sus intentos de coqueteo, le lanzó una mirada seductora a Gastón y se perdió de vista en medio de un montón de gente que se movía guiada por la música.
   Pasaron la siguiente hora conversando de nimiedades y compartiendo algunos tragos. En un momento de la noche, Rodrigo sacó su cámara digital para enseñarles una imagen que había capturado. En la pantalla se podía observar una fotografía que había tomado poco antes de entrar al bar. Se apreciaba en sepia la silueta de una joven de pie frente al antiguo cementerio. Florencia, quien tenía el ojo entrenado en ese arte, le hizo algunos cumplidos por el juego de luces y sombras. Rodrigo intentó convencerlos de que se trataba de la mismísima Dama de Blanco, pero todos terminaron riendo, incluso él.
   Aunque la fotografía de Rodrigo había despertado más risas que miedo, Matías no pudo evitar sobresaltarse cuando alguien apoyó la mano sobre su hombro. Giró sobre el asiento y su mirada se encontró con los castaños y encantadores ojos de una chica. Era preciosa. Tenía un cabello rubio y largo que hacía que pareciese una sirena recién salida del agua. Le sonreía con unos labios rosados en forma de corazón.
    Antes de que Matías pudiese reaccionar, la joven habló con una voz dulce y tímida.
   —Disculpen. No pude evitar escuchar su conversación. ¿Son periodistas?
   Todos en la mesa repararon en ella. Un leve rubor cubrió sus pálidas mejillas y retiró su mano del hombro de Matías. Él se apresuró a responder antes que los demás, pues era consciente de que cuando de chicas se trataba, no podía competir con Gastón quien tenía cuerpo de atleta y rostro de galán de telenovela.
   —No, quiero decir sí. Gastón y yo somos periodistas, mientras que Florencia y Rodrigo son fotógrafos.
   Sintió como sus palabras salían algo torpes de sus labios. Parecía haber pasado una eternidad desde la última vez que había hablado con una chica guapa. El último año había estado tan compenetrado en conseguir efectivizar su puesto que aquella noche era la primera vez que salía en mucho tiempo.
   —¡Qué interesante! Nunca había conocido a nadie que trabajase en los medios. No quiero parecer metida, pero escuché que estaban hablando sobre la Dama de Blanco. Soy de la zona y escuché varias historias que circulan sobre ella y  el cementerio. Si quieren puedo contarles, mientras espero a que me devuelvan a mi amiga —dijo señalando con la mirada a una pareja que se besaba con pasión en un rincón apartado.
   —Sería genial. Sentate si querés. Te invito un trago. Soy Matías, por cierto —se apresuró a añadir el joven periodista tomando una silla de la mesa contigua para que ella se sentase.
   —Gracias, Matías. Me dicen Ru —. Mientras tomaba asiento le dedicó una sonrisa capaz de derretir glaciares enteros.
   El joven se sentía en la gloria por haber monopolizado la atención de Ru. Ella realmente conocía bien la historia de la Dama de Blanco y aunque sólo parecía estar interesada en hablar con Matías, todos escucharon sus relatos.
   Ru contó diferentes versiones de la leyenda que había circulado durante siglos en torno a la misteriosa dama, pero todas ellas concluían más o menos de la misma manera. Una preciosa joven vestida de blanco se acerca a un joven solitario con quien pasa la noche bailando y tomando algunos tragos. El galán le ofrece su abrigo para que no tenga frío. Luego, la acompaña hasta su casa y ella promete devolverle el saco al día siguiente. Cuando el enamorado vuelve a la casa de la joven, la madre de ella le explica que su hija falleció hace tiempo y que está enterrada en el cementerio, en la bóveda familiar. El joven corre al panteón desesperado y allí encuentra colgado su saco.
   —Está buenísimo todo lo que nos contaste — dijo Matías mirando a Ru con fascinación —. Después dejame tu número por si necesito repasar algún detalle de la Dama de Blanco cuando esté escribiendo la nota.
   —Dale, después te lo doy. ¿No me pedís un fernet mientras voy al baño? —. Antes de levantarse de su asiento, Ru recorrió sensualmente la pierna de Matías con la yema de los dedos.
   El joven asintió intentando disimular la sorpresa. La observó alejarse durante algunos segundos. Su largo cabello llegaba casi hasta sus caderas y se agitaba a cada paso que daba.
   Matías estaba seguro que aquella caricia había sido una insinuación y no pensaba desaprovechar la oportunidad. Después de lo que consideró el tiempo suficiente, se levantó con la excusa de ir a la barra e ignorando los comentarios irónicos de Rodrigo, se dirigió hacia la puerta del baño de mujeres. Esperó allí algunos minutos, en los que varias chicas entraban y salían, pero no había ninguna señal de Ru.
   El periodista estaba debatiéndose internamente sobre si debía llamar o no a la joven en voz alta, pues habiendo tanta gente allí, había descartado la idea de entrar. Por fortuna, en ese momento distinguió a la amiga de Ru, la que había estado en plan romántico en la esquina del bar casi toda la noche, saliendo del baño.
   —Hola. ¿Le podrías decir a Ru que la estoy esperando? —le pidió Matías, intentando no sonar muy desesperado.
   —¿A quién? —. Ella alzó una ceja.
   —A la chica que vino con vos. La rubia con pelo largo —. Aclaró intuyendo que “Ru” no podía ser un nombre de verdad.
   La joven lo observó perpleja por una fracción de segundo antes de hablar.
   —No sé de qué hablás, flaco. Yo vine con mi novio —. Se fue caminando rápido aunque miró hacia atrás para comprobar que él no la siguiese.
   Matías regresó a la mesa en donde estaban bebiendo sus compañeros y se dejó caer decepcionado en su asiento.
   —¿Qué pasó? —preguntó Florencia intuyendo que algo no había ido bien.
   —No sé, no estaba —agregó con sequedad Matías, olvidando por completo la tonta excusa que había dado. No tenía sentido insistir en la mentira de haber ido a la barra.
   Se sintió cansado de repente y sin ganas de hablar acerca de cómo lo habían dejado plantado. Le dejó a Rodrigo dinero para que pagara lo que él y Ru habían consumido. Saludó desganadamente a los demás y salió hacia el fresco aire nocturno.
   Pensó que lo más conveniente a esa hora sería llamar un Uber, por lo que llevó la mano al bolsillo de su campera para buscar su celular. No estaba allí. Maldijo por lo bajo preguntándose para qué necesitaría una fantasma un celular en el más allá.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

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