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viernes, 13 de diciembre de 2019

Capítulo 10: HIPERSOMNIA

El tercer viernes de cada mes, asistía a una consulta con mi psiquiatra. No me agradaba demasiado aquel hombre, siempre que iba me recetaba nuevas pastillas que parecían no ayudarme en absoluto, más bien todo lo contrario. Me sentía cansada todo el tiempo. Levantarme de la cama resultaba cada vez más difícil. Lo peor, era que no descansaba bien por culpa de las pesadillas que me acosaban tanto durante la noche como durante el día. Distinguir donde se encontraba el límite entre el sueño y la vigilia era un desafío cada vez más grande para mí.
Estaba segura de que las pastillas nuevas causaban esa confusión en mí. Incluso, había intentado deshacerme de ellas en cierta ocasión, pero mi madre las había encontrado en la basura y había amenazado con internarme en una clínica psiquiátrica si dejaba de tomarlas. Ambas habíamos peleado y terminado por romper a llorar. Yo no quería estar lejos de ella ni de mi hija. Le prometí que haría todo lo que me dijese y que tomaría las pastillas que me recetara el médico. No quería que me encerraran y me dolía en lo más profundo de mi corazón que pensara en deshacerse de mí. En ese momento, me dio un abrazo muy fuerte y me prometió que no me iba a alejar de ella ni de Ariana. Luego de aquello, yo le juré que no la volvería a decepcionar. Sólo esperaba poder cumplir con mi palabra.
Tenía pesadillas recurrentes que parecían nunca acabar. Algunas veces, soñaba que me despertaba, pero en realidad seguía atrapada dentro de ese infierno. En ocasiones, soñaba que me encontraba amarrada a una camilla y seres de luz que en mi opinión no pertenecían a nuestro mundo me examinaban y me herían. Ciertas noches, las pesadillas resultaban ser más verosímiles y eran hombres sumamente repulsivos quienes me hacían daño. No importaba cual fuese el caso, solía despertarme llorando, con rasguños en el cuerpo y cubierta en sudor frío.
Algunas noches, tenía sueños a los que no podría llamar pesadillas, porque todo en ellos era perfecto. Soñaba con Ian, con nuestro amor y con nuestros hijos. Volvíamos a estar juntos en la cabaña del árbol, en el prado o en nuestro bosque encantado. Estos últimos eran los más dolorosos porque al despertar volvía a ser consciente de que aquello no era real y que era probable que jamás lo hubiese sido. La lógica me decía que me había inventado ese mundo perfecto para escapar del tormento por el que debí haber atravesado. Mi corazón, por su parte, aún se aferraba a la esperanza de que Ian viniera a rescatarme, que me tomara fuerte entre sus brazos y me prometiera que todo iba a estar bien y que yo no había perdido la cordura.
Tenía cortes en todo el cuerpo producto de que me arañaba mientras estaba dormida. Por ese motivo, nunca le enseñaba los brazos a nadie, ni siquiera a mi madre. Aunque dormía mucho, me despertaba gritando tres o cuatro veces por noche, así que decidimos trasladar el moisés de Ariana a la habitación de ella. Al principio, cuando las pesadillas comenzaron, mi familia se apresuraba a entrar en mi cuarto para asegurarse de que todo estuviera bien. Después de una semana de pesadillas constantes habían aprendido a ignorarme.
Aunque no le había contado a mi madre sobre Miguel, había compartido con ella mi idea de buscar un empleo. Esperaba que me dijese que no era conveniente debido a mi estado de ánimo y a que tenía que dedicarme a cuidar de la bebé, pero para mi sorpresa, ocurrió todo lo contrario. Ella parecía encantada con el plan de intentar mejorar y de que quisiera hacer algo por mí y así, poder salir del pozo depresivo en el que me encontraba inmersa en ese momento.

viernes, 26 de enero de 2018

EL SENDERO DEL MIEDO


   El único sonido en la oscuridad eran sus pasos apresurados. Bajo sus pies cientos de hojas cubrían el suelo, como si la naturaleza hubiese colocado una alfombra de oro sobre la tierra. Había cierta poesía en ello y quizás en otro momento de su vida podría haber llegado a apreciarlo. Sin embargo, no disponía del tiempo para detenerse a observar detalles como aquellos, al menos no, cuando algo lo perseguía y quizá su vida dependiera de poder llegar a casa a tiempo.
   No había luna y tampoco estrellas que salpicaran el cielo negro y Joan agradecía no estar completamente inmerso en la oscuridad. Aunque su teléfono no disponía de señal en medio del bosque, la luz que le proporcionaba la pantalla del pequeño aparato le daba cierta sensación de alivio.
   Había recorrido aquel sendero que separaba el pueblo de su cabaña un millar de veces, aunque, nunca antes se había sentido tan indefenso en medio de la inmensidad del bosque.
   Joan miró sobre su hombro una vez más, pero su perseguidor, anticipando sus movimientos, había logrado camuflarse entre los troncos nuevamente. Pese a que no había podido establecer contacto visual con él, podía sentirlo cada vez más cerca, aproximándose a él, persiguiéndolo desde que los contornos de las casas del pueblo habían comenzado a tornarse lejanos.
   Como si se tratara de un mal augurio, el bosque entero estaba en silencio. Los sonidos típicos en la naturaleza se habían extinguido por completo. Tras toda una vida de vivir allí, Joan había aprendido a que los animales eran sabios y presentían cuando el peligro estaba próximo y en ese momento podía sentirlo justo a sus espaldas.   
   Su marcha apresurada no tardó en transformarse en un trote y luego en una carrera. Estuvo a punto de tropezar en más de una ocasión, debido a que el terreno era irregular y las raíces de los árboles eran traicioneras, pero, no aminoró su velocidad. Ni siquiera lo hizo cuando su garganta comenzó a arder a causa de su agitada respiración y sus piernas doloridas le pidieron clemencia. Cualquier paso en falso bastaría para que aquello que lo acechaba cumpliera su objetivo.
   Su acelerado corazón amenazó con escaparse de su pecho cuando el crujido de una rama confirmó que su perseguidor estaba ya a unos pocos pasos de donde se encontraba.   Entonces lo supo con certeza, no había escapatoria. Fuera lo que fuera aquello era mucho más rápido y más fuerte que él y acabaría por alcanzarlo.  
   Se detuvo desesperado, intentando encontrar algún lugar para poder esconderse, pero era demasiado tarde. Casi podía sentir la respiración de su atacante erizando el bello de su nuca. Lo sentía justo detrás de él. Joan se volteó en vano, pues la pantalla de su celular se había bloqueado, dejándolo a ciegas y completamente indefenso a merced de aquel ser demasiado silencioso.
   Intentó gritar, pero, un nudo se había formado en su garganta y ni siquiera permitía que el aire pasara a través de ella. Cerró sus ojos con fuerza preparándose para lo peor. Sintió el dolor agudo de la muerte atravesar su pecho y al caer sobre un montículo de hojas se amortiguó un sonido sordo que nadie pudo escuchar. No había nada ni nadie, tan sólo el viento helado del otoño que continuó su viaje y se llevó consigo el último aliento de Joan. 
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM 

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...